Laúd

poema de José Hierro

Cuadro de Julius Schnorr von Carolsfeld

 

                         I
Mister Eisen, con el índice de su mano izquierda

contraída por la artrosis,

señala -dibuja- temblorosamente

piezas curiosas, concentradas

en el escaparate del anticuario
    de Madison Avenue.

 

    Al otro lado del vidrio de seguridad

-entre cabezas jíbaras de larga cabellera

(probablemente falsas, pues están prohibidas

la posesión y tráfico de estos horrores reducidos),

abanicos de nácar y marfil
(países decorados con bucólicas escenas versallescas),
el petit point ingenuo
-Mary Jones, 1909-, enmarcado,
impertinentes de plata sobredorada,
fanales en los que parecen vivir mágicamente
flores, mariposas, colibríes disecados,
páginas de antifonario doradas por el sol de Solesmes,
samovares de plata o bruma-
estaba él: cerezo, limoncillo, nogal,
con cuatro clavijas menos,
desacordado de loco.

 

                        II

 

    Sonó su música, por vez primera,

a la orilla del Arno, del Sena,

del Danubio de gabarras y aceite.
Después atravesó el océano,

enmudeció, sobrevivió, sobremurió.
Escuchó los mariachis entre el humo de la marihuana,

la trompeta del gringo (gringo, así lo nombraría,

porque venía de otros cielos),

el clarinete bajo
de monótono canto y coda de arrepentimiento,

el bandoneón de Buenos Aires,

la guitarra del Sacromonte.
Lo escuchó todo con nostalgia del rumor del bosque

que había sido su origen,
frente al estuario en el que fuego y oro desembocan.

                        III


    Mister Eisen toma el laúd en sus manos

torpes y corvas como garras,

pero llenas de amor:

restaña las úlceras de la madera,

acaricia y barniza la convexidad de la caja

-cráneo, pecho, cadera, nalga-,

tensa y templa las cuerdas.
Y la madera renacida

huele de nuevo a bosque,
a salón cortesano, a rosas de Cremona.

 

                        IV


    Mister Eisen se asoma

al brocal del laúd.
Un instante antes de que en la superficie del agua de la música,

en el punto donde cayó la lágrima, la hoja

que originó los círculos concéntricos

que se expandían y desvanecían...
(pero está confundiendo las cosas,
porque ahora está, sin sospecharlo,
desandando el camino,
contradiciendo al tiempo,
porque sucede que los círculos se contraen,
son cada vez menores,
retroceden hacia su punto de partida)...
Decía que, poco antes de regresar a su origen,

se ha formado un anillo en el agua de música.
Mister Eisen quiere no ver la mano

que ha tomado el anillo recuperado,

y se lo coloca en un dedo en el que nunca estuvo

y debió haber estado.
Ya no es el agua del laúd
lo que palpita movida por las cuerdas,
ni el agua del East River
en cuya orilla se produce el prodigio,
sino el agua domada del estanque
de la Casa de Campo de Madrid.
Descienden, por la escala

de los trastes, los dedos:

cada vez más agudos los sonidos,

cada vez más desamparados,

hasta el brocal del pozo.
Y lo que suena son las músicas

recuperadas del naufragio.
misteriosas y tenues, antiguas y resucitadas,

pavanas y gallardas,
arrojadas por la marea a estas orillas de cristal y meta
Llegaron en la panza del instrumento o nave,
sobrevivieron a los días y las pesadumbres,
y ahora suenan en Nueva York,
tañidas por los dedos torpes de Mister Eisen,
y suenan y suenan y suenan,
y no dejarán nunca de sonar,
porque el laúd -cree equivocadamente Mister Eisen-,
ha recuperado su cuerpo y alma,
gracias a él.


                        V
 

    Pero la música que suena
no es la que Mister Eisen modela con sus dedos,
sino una música remota.
Mister Pigmalión, enamorado de su obra

no sabrá nunca que el alma encerrada

en la entraña de madera

existía antes de que él llegara,

y nunca será igual.
Mira su mano tañedora

que ha domado los sones.
No imagina siquiera, o no quiere aceptarlo,

que él no ha sido el dios que crea de la nada,

sino sólo el maestro luthier

-artesanía y técnica-,
y que la música acordada que nace de sus dedos
sonaba transparente, irrepetible
hace ya varios siglos,
y la que ahora estremece el aire
es un eco que llega, atravesando el tiempo,
melancólicamente.

El autor: José Hierro nació en Madrid en 1922. Es uno de los poetas españoles más importantes. Entre sus libros destacan: Tierra sin nosotros (1947), Quinta del 42 (1957) y Agenda (1991). Ha ganado, entre otros premios, el Príncipe de Asturias y el de las Letras Españolas. El poema que envía al Periódico de Poesía es inédito.

 

Poema de José Hierro

Originalmente en Periódico de Poesía Nueva época primavera de 1993

Periódico de Poesía es una publicación editada por la Universidad Nacional Autónoma de México, a través de la Dirección de Lteratura

Link: http://www.archivopdp.unam.mx/index.php/4548

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

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