Miguel Hernández: Poesía y prosa olvidadas

Estos cuatro trabajos de Miguel Hernández son prácticamente inéditos y han sido recogidos por los profesores Juan Cano Ballesta (Yale University) y Robert Marrast (París, Sorbona), junto con un abundante material disperso en archivas particulares, revistas y diarios de guerras, y que ellos recopilaron en un libro bajo el título de POEMAS Y PROSAS OLVIDADOS. El poema “Alba de hachas” fue tomado del archivo de Leopoldo de Luis, y pertenece al período de la guerra civil, como los tres restantes; “Memoria del 5° Regimiento", del periódico “Al Ataque", Nº 5, 6 febrero de 1937. “Compañera de nuestros días" fue publicado en ‘Frente Sur", Nº 1, 21 de marzo de 1937, pero firmado con el seudónimo Antonio López. Y la prosa “Hay que ascender las artes hacia donde ordena la guerra” fue extraído del diario “Nuestra Bandera", Nº 118, del 21 de noviembre de 1937.

 

                  Alba de hachas

Donde posan su vuelo revientan sangre y savia
como densas bebidas animales,

donde canta su ira alza el espanto

su cabello de pronto encanecido,

donde sus picotazos se encarnizan

se apagan corazones como brasas echadas en un pozo,

donde su dentadura dura muerde

hay grandes cataclismos de todas las especies.

 

Ferozmente risueñas, entre manos

igual que remolachas iracundas,

voces de un solo hachazo,

truenos de un seco y único bramido

y relámpagos de hojas repentinas,

talan las hachas bosques y conventos

tumban las hachas troncos y palacios

que tienen por entrañas carcoma y yesca estéril,
y caen brazos y ramas confundidos,

nidadas, sombras, pomas y cabezas

en un derrumbamiento babilónico.


Amanecen las hachas crispadas, vengativas.
Sacuden las serpientes su látigo asustado

de su expresión mortal de rayo rudo.

 

Con nuestra catadura de hachas nuevas,

¡a las haladas hachas, compañeros,

sobre los viejos troncos carcomidos!
Que nos teman, que se echen al cuello los raíces
y se ahorquen, que vamos, que venimos,

jornaleros del árbol, leñadores.

Memoria del 5° Regimiento

 

El alba del diecinueve

de julio no se atrevía

a precipitar el día

sobre su costa de nieve.
Nadie a despertar se atreve

hosco de presentimiento.
Y el viento del pueblo, el viento

que muevo y aliento yo

pasó a mi lado y pasó

hacia el 5º Regimiento.


Me desperté entre cañones,

y pistolas, y aeroplanos,

y un río de milicianos

como un río de leones.
Eran varios corazones

los que en el pecho sentía:

la sublevación ardía,

disparaba, aullaba en torno,

y era el corazón de un horno

el gran corazón del día.

 

Hombres de noble mirada

y de condición más noble,

que han hecho temblar al roble

y desmayarse a la espada:

héroes que parió la nada,

dejando sin movimiento

el monte, el campo, el aliento

de la paz y la labor,

iban a unir su valor

en el 59 Regimiento.


Herrería y poblados

minas, talleres y eras

ante las cajas guerreras

enmudecieron parados.
Se marchaban los arados,

y las demás herramientas,

a las casas cenicientas

donde la pobreza anida

al aparecer la vida

con pólvoras y tormentas.

 


 

 

Campesinos: segadores,

la fama de los yunteros,

la historia de los herreros

y la flor de los sudores:

albañiles y pastores,

los hombres del sufrimiento,

ante el fatal movimiento

que atropellarlos quería,

fueron a dar su energía

en el 5º Regimiento.

 

Lejos de los minerales,

los mineros más profundos

se movían iracundos

como los fieros metales;

ausentes de los trigales

y de los besos ausentes,

los campesinos vehementes,

con una sonrisa hostil,

iban detrás del fusil

y de las malvadas gentes.

generosos de cimiento,

y si llegaba el momento

de morir daban su vida

como una luz encendida

para el 5º Regimiento.

 

¡Cuántos quedaron allí

donde cuántos no quedaron

y cuántos se recostaron

donde cuántos de pie vi!
Así cayeron, así:

como gigantes lucientes,

enarboladas las frentes

con un orgullo de lanza,

y una expresión de venganza

alrededor de los dientes.


España será de España

y español el español

que lleva en la sangre un sol

y en cada gota una hazaña.

No seremos de Alemania

en ningún negro momento

porque el puro sentimiento

que nutre a los españoles

seguirá dando sus soles

para el 5º Regimiento.

Compañera de nuestros días

Imagen de tierra

La compañera de los días del hombre ha llevado en España una vida humillada, animal, apaleada, moribunda. Me refiero a la mujer nacida encima del jergón pobre del pueblo, en el rincón ceniciento de la aldea, sobre la misma extensión del campo. Áspera y triste de carne desde su nacimiento, como si fuera la obra cansada de un arado secular y una besana rendida, la campesina española aparece ante mí con imagen de tierra y de encina escuálida, con su silencio expresivo, con sus ojos de abatimiento, por los que su alma avanza llena de llanto íntimo, de dolor encarcelado. No es una mujer: es una corteza que se apoya en unos pies duros, que sube por un vientre donde los partos dejan huellas de torrente, que se derriba en unos pechos sin lozanía, cabizbajos desde la adolescencia, marchitos y requemados desde que comenzaron a ser pechos. El sol, el hambre, la pena, el trabajo, han mordido las facciones y proporciones de esta mujer que pudo ser bella y que resultó terriblemente hermosa bajo el arco de su pañuelo. Tengo muchos motivos para pegar martillazos contra los culpables de la tristeza ele las campesinas de España: mi madre ha sido, es una de las víctimas del régimen esclavizador de la criatura femenina. Enferma, agotada, empequeñecida por los grandes trabajos, las grandes privaciones y las injusticias grandes, ella me hace exigir y procurar con todas mis fuerzas una justicia, una alegría, una vida nueva para la mujer.


Con el sudor de su frente
 

Creció sobre la tierra con dificultad de rama pobre de savia, y la abundancia de hijos de su madre y la escasez de pan pesaron pronto sobre sus brazos de chiquilla hambrienta. Desgastó las losas de su casa fregándolas arrodillada en sus ocho, diez, doce años; perdió pelo en las palizas que recibió de su madre si no fregaba con el esmero que se exigía, y lloró dentro de muchos inviernos de frío lavando la ropa de sus hermanos al agua de nieve que hay en todos los arroyos a las cuatro de la mañana. Recuerdo a mis hermanas cuando escribo estas palabras, y recuerdo a todas las hermanas de los pobres. Yo he visto sangrar manos queridas sobre las piedras donde las sábanas habían de recobrar la blancura perdida en el transcurso de los sueños del hombre que trabaja, suda y lleva a la cama restos de barbecho, doIvo del camino, trozos de madera combatida por los hachazos, resina, semillas. A los catorce años, la chiquilla ganaba un jornal humillante recogiendo aceitunas, espigando rastrojos, trillando centeno, cogiendo la fruta de los huertos de los señores amos. Luego, ya mayor, vinieron labores más rudas y deshonrosas para su cuerpo: empuñó la hoz y la esteva como el hombre. Y si sus huesos y su carne, a pesar de las agotadoras faenas, se resistía a la deformación, no se masculinizaban, se alzaban prodigiosamente bellos, femeninos eran presa forzosa del rico que poseía la tierra de su padre.
 

Su indignante situación


A fuerza de respirar una atmósfera brutal, la campesina se hizo a vivir en ella con resignación, y el palo, el salivazo, todo cuanto la humillaba y envilecía, llegó a aparecerle cosa de irremediable origen. Así llega hasta nosotros con una mentalidad reducida, sin horizontes, y con sus manos varoniles, encallecidas, que se ve que son de mujer cuando cogen al hijo entre sus dedos y lo acarician: entonces, debajo de las arrugas, la oscuridad que les dio el sol y los callos, se transparentan delicadezas, rasgos, gestos que sólo a unas manos maternas corresponden. Llega hasta nosotros, y parece fatigada, sin ganas de hacer otra cosa que tomar compañero, parir y resistir sobre sus espaldas las indignas cargas que se le han ido echando
durante varios siglos.

 

Luchamos porque sea otra


Es preciso conmoverla en lo más hondo con el ademán más noble. Es preciso encauzar esa fe religiosa que le domina, y que es el afán de su corazón terrestre vuelto al cielo por habérselo negado en la tierra su expansión amorosa. Al hombre de este tiempo corresponde sacar el generoso cuerpo, acostumbrado a la esclavitud, a la libertad sana y a la claridad de la alegría. Los hijos brotados de las entrañas de esta mujer luchan, sueñan, mueren y viven para ello y para las demás pasiones populares en los páramos de Castilla, en las piedras de Extremadura, en los olivos de Andalucía y en las montañas mineras de Asturias. Obras de esta mujer son nuestros soldados reivindicativos, y ella es la que siente la inmensidad y el peso doloroso y glorioso de sus muertes y de sus vidas. Ella es la que reviste de luto hasta el último rincón de su corazón y su casa, y nosotros somos los que plantaremos en ellos un resplandor alegre de victorias. Nuestras madres, nuestras novias, nuestras mujeres han de venir pronto hacia nosotros detrás de la risa, por una avenida de trigales, ante un firmamento despejado de pólvora, con rastrillos relucientes al hombro.

 

Hay que ascender las artes hacia donde ordena la guerra

 

A los hombres españoles que irremediablemente dedican su vida a la vida del arte se les ofrece una tremenda, inagotable y dura cantera de donde extraer el mármol definitivo para su obra: la de la de esta guerra, la de esta vida que vivimos tan al desnudo en sus pasiones, en sus sentimientos. La guerra, el gran acontecimiento, ya lo he dicho, desnuda tanto al hombre, que se le ve transparente en sus menores movimientos y rasgos. Ninguna materia tan perpetua para el hombre que hace arte como la de una Humanidad en plena conmoción, emoción, revolución de todos sus valores morales y materiales. Los hombres de la pintura, la escultura, la poesía, las artes en general, se ven hoy en España impelidos hacia la realización de una obra profundamente humana que no han comenzado a realizar todavía. Yo veo a los pintores, los escultores, los poetas de España empeñados en una labor de fáciles resoluciones, sin el reflejo mejor de los problemas que la situación de este tiempo ha planteado. Advierto a estos hombres llenos de una frivolidad artística heredada de otros hombres, artistas de relumbrón, excéntricos en pintura, escultura, poesía, arte en general. Veo que los pintores temen a la pintura, la rehuyen y se entregan a juegos formales. A los escultores, a los poetas les sucede lo mismo: les falta consistencia espiritual, formalidad que decimos. Veo que los hombres de España, con ambiciones creadoras, cierran los ojos y el corazón a la latente realidad que los rodea y les acosa, vestidos de un egoísmo de barro sucio, impenetrable por una voluntad mezquina de serlo. En medio de esta realidad han aparecido libros, revistas, obras de arte que demuestran los ajenos que se encuentran sus autores a ella.


Pero mi confianza en el porvenir de España me hace tenerla en quienes han de dar cauce bueno en ese porvenir, y espero que las artes empiecen a ascender hacia donde ordena el pueblo español victorioso y conmovido.

por Miguel Hernández


Publicado, originalmente, en: revista Macedonio. Literatura – Teatro – Cine – Artes
 Macedonio Número 9/10 Año III , otoño 1971

Link del texto: https://ahira.com.ar/ejemplares/macedonio-no-9-10/

Gentileza de Archivo Histórico de Revistas Argentinas

Ahira. Archivo Histórico de Revistas Argentinas es un proyecto que agrupa a investigadores de letras, historia y ciencias de la comunicación,

que estudia la historia de las revistas argentinas en el siglo veinte

 

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