Despedida
Julio R. Hernández

Bajo por la vieja escalera de madera, lento, escalón por escalón, alguno cruje con un sonido que me es familiar en la distancia sin olvido. Subo nuevamente, rápido, de a dos escalones, llego a la planta alta, y me siento como aquel boxeador de esa película de la que no recuerdo el titulo, donde trabajaba ese actor cuyo nombre está perdido en el laberinto de mis neuronas. Pero sí recuerdo perfectamente, como si fuera ayer, donde pisar los escalones para que no crujan, y bajo cuidadosamente acompañado por el silencio cómplice de las maderas.

Sentado en el último escalón miro en rededor, la casa está igual, pero no es la misma. Como un auto sin motor, no tiene alma. Faltan sus habitantes, los muebles, cuadros, el movimiento constante. Quizá todo eso continúa, tal vez los fantasmas del recuerdo la ocupan, pero no los veo, ni escucho. Ya no hay jabón en sus baños, ni cortinas en sus ventanas, de la cocina no surge ese exquisito aroma, los veladores se han ido y los sillones, mesas y sillas se han marchado con ellos.

La fragancia de hogar ha sido reemplazada por un olor rancio a humedad encerrada.

Aquí dentro vivió una familia por años, muchos años, con todos sus momentos, los felices y los otros. Los felices fueron muchos, los otros, menos, pero determinaron la disminución de esa prole. Unos formaron su propia progenie y se marcharon, otros simplemente nos fuimos, finalmente partieron los hacedores de la cepa para continuar su camino junto al creador.

En ésta nube de tristeza cuantas historias y recuerdos me envuelven, ahora, justo ahora que he venido a despedirme de ésta casa con destino de salón de fiestas. ¡Duele tanto ésta despedida!  Pero en la selva de mi cerebro cargo esas historias y recuerdos. Como si fuera un ladrón, me llevo lo último que le queda.

Ahora si está totalmente vacía.  

Julio R. Hernández

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