En una ocasión anterior, el profesor Eduardo Becerra llamó la atención sobre la literatura uruguaya, como la de la tradición de la rareza. Esta denominación tiene a raros como Herrera y Reissig, Lautreamont, Jules Laforgue como máximos exponentes de un discurso que rompe con lo acomodaticio en relación con la forja del propio lenguaje (algunos de estos son bilingües o escribirán sus grandes obras en francés), con la tradición en la que se asientan (como la obra de Herrera y Reissig capaz de crear un modernismo casi antimodernista en los coletazos de este movimiento).
A esta gran tradición hay que sumar a Rafael Courtoisie. Un poeta cuya formación como ingeniero ya de muestras de su inclinación heterodoxa frente a la forja del lenguaje poético. Un lenguaje que también le ha consagrado como narrador capaz de atestiguar los discursos de la crueldad del mundo contemporáneo tanto desde su perspectiva política como desde la perspectiva económica.
Poesía y caracol se establece como el guiño a una de las mayores vetas poéticas del siglo XX: la obra de José Lezama Lima. En las palabras liminares a los planteamientos del libro se invoca la imagen del caracol en el agua, como motivo de la palabra poética, la búsqueda de un sentido ante el que en principio las palabras parecen desgastadas y obsoletas.
Sobre este concepto va a forjar Rafael Courtoisie el libro que se titula de esta manera. Si en más reciente publicación en España, Estado sólido giraba su poesía alrededor de las diversas variaciones que competen a la física de la materia, llevando al extremo la dislocación lógica a través de la metáfora y el símil, en Poesía y caracol gana terreno la poesía de la búsqueda, del íntimo y estremecido contacto con lo real a través del pensamiento.
Poesía y caracol es una indagación en lo real. El discurrir de la palabra en la cáscara del tiempo, extendiendo en la lógica de la poesía el aforismo de Lezama. En las dos partes que componen el libro, Poesía y caracol y Prosas del caracol, su autor disloca las relaciones entre lenguaje, sujeto y naturaleza. Se trata de hablar del deseo, pero también del íntimo y veraz contacto con lo inmediato, cuestionando la seguridad y la certeza del lugar común pero sin negar un asidero que sostenga el discurrir del caracol: Para saber hay que olvidar, para olvidar hay que haber sabido. El vacío, el no saber está lleno hasta el torpe, atiborrado de un conocimiento anterior que olvidó el caracol del cerebro dentro de su larga marcha y cubierto, protegido por la cáscara dela cabeza, por el caparazón del cráneo y de su pelo.
Este libro de prosas y prosías (como diría Lorca) combina la parodia, el cientifismo, la mezcla de jergas, la repetición, la versión como traza de la física sobre la que discurre lenta y paulatinamente el caracol. Desacraliza lo sacro y convierte en sagrado lo profano, subrayando la brillante certeza de su maravilla: A veces, el caracol asoma por los ojos. En ocasiones por la lengua. La fuerza de la mirada, la fuerza de la palabra son capaces de materializar lo imposible, de asimilar a Dios con los gerentes, de situar en la misma posición a los hacedores de pirámides que a los de manzanas, a denunciar el motivo de la autoridad y la obediencia, con textos sobre pastores, ovejas blancas y ovejas negras que funcionan con una evidente carga alegórica.
Poesía y caracol es un canto a la posibilidad de la poesía, que se proclama como Herencia del jardín. Una herencia impura, sostenida en su insostenibilidad sobre el sudor, las lágrimas, la multitud y la muchedumbre que confluyen en el todo en un mundo —el poema— donde lo efímero de la presencia es su propia ganancia: «Todo lo que murmura, musita o barbota/ en mí/ es para los que vienen/a desaparecer.»
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