Invitación a la poesía de

Alfonso Reyes

por Francisco Giner de los Ríos

Desde que escribí hace unos años un breve comentario sobre los Dos o tres mundos que con su buena mano de siempre le organizó Antonio Castro Leal en las ediciones de Letras de México, he sentido deseos de escribir acerca de la poesía de Alfonso Reyes. A ello me mueve, hace ya mucho tiempo, el deseo de destacar en la obra de Reyes la parte que a mí —frente a la mayoría de las gentes— se me antoja esencial por diversas razones. Quizá no puedan esgrimirse éstas como valederas con esa rotundidad con que ahora se me escapa la afirmación a los puntos de la pluma, sobre todo sí se deja uno intimidar o vencer por la importancia, el encanto o el interés de otras facetas de su obra. Pero ello no mengua en ningún caso en mi convicción ni en mi gusto el valor que quiero darle a esa afirmación y que intentaré darle en las líneas siguientes.

Volviendo al comentario de Dos o tres mundos—releído ahora—, veo que señalaba yo entonces que Castro Leal había prescindido en la arquitectura de aquel libro de las obras que pudiéramos llamar científico-literarias y de la poesía en verso de Reyes. Y que esta omisión —la de los versos— no era omisión del poeta Alfonso Reyes, que estaba presente en casi todos los ensayos y cuentos que había recogido el antólogo. Subrayo el casi porque me parece ahora inadecuado y carente de sentido: el poeta que es Alfonso Reyes no estaba entonces ni puede estar ahora en casi todo lo que escribe, sino absolutamente en todo. Su poesía —lo aprecien así o no quienes anteponen a ella determinada o determinadas regiones de su escritura total— es algo así como el centro y la esencia última de su obra. Es más, si Alfonso Reyes no fuera, antes que cualquier otra cosa, poeta —y precisamente el poeta Alfonso Reyes—, su obra no tendría la calidad que tiene ni ofrecería al lector que se adentra por ella ese equilibrio, ese tono medido, esa gracia precisa y fina que la caracterizan.

Yo no me atrevería a afirmar que la poesía de Alfonso Reyes sea lo más importante de su obra importantísima, ni aun siquiera —aunque ello no acabe nunca de saberlo a ciencia cierta, sobre todo ante ciertos poemas— que sea su poesía lo que más me remueva e interese dentro del rico conjunto. Pero sí creo que Reyes es ante todo poeta, y que todo lo suyo —crítica, pensamiento, historia y teoría literaria, relato, ensayo general— está informado directamente por su inteligencia poética y precisamente por ella. En el libro más abstracto e intrincado que pudiera encontrársele a Alfonso Reyes, en el tema o problema más alejado de la poesía que pueda asediar, surge una como chispa poética que lo electriza todo, que le presta una luz especial a lo que se dice. Y en toda la organización y disposición de sus materiales se hace patente el sentido poético. El poeta está siempre presente en su obra no estrictamente poética, dándole en definitiva ese tono que hay en todos sus escritos que los hará más perdurables todavía.

Enrique Díez-Canedo, certero y justo siempre, se preguntaba al aparecer Huellas cuál era el verdadero Alfonso Reyes y se contestaba en seguida que todos, pero apoyaba su respuesta en la verdad del verso: "el verso nunca miente”. El erudito y el escritor, el ensayista "rico de jugo personal, de experiencia viva”, que era ya Reyes por aquellos días de 1922 se resumían en cierto modo para él en aquel itinerario poético de casi quince años (1906-1919) que le entregaba a un Alfonso Reyes que comprendía a todos los demás, que era igualmente verdadero en ese "todos” inmerso en el poeta que motivaba pregunta y respuesta. El poeta Alfonso Reyes, que se hacía presente como tal, con un libro en la mano, mucho después de darse a conocer como crítico e investigador literario, abarcaba y corroboraba a todos los otros Alfonso Reyes, daba testimonio de ellos con la verdad de su verso. El verso no mentía y entregaba a nuestro don Enrique la medida y en cierta manera la clave de todos los otros aspectos de la obra —ya por entonces crecida— del escritor mexicano.

Quizá insistir sobre el verso mismo —que como tal tiene su propio campo, rico en matices y en colores y acentos— pueda debilitar el argumento general frente a los que considerarán incluso una herejía anteponer el poeta Reyes al humanista, crítico, ensayista y todos los demás etcéteras que cabe añadir para adjetivar a este "varón literario” por excelencia. Pero triunfadora en el verso y del verso, fuera de él, en todos sitios, está la poesía de Alfonso Reyes, y lo que sostenemos es que ella es esencial en su obra toda, que constituye —aparte de lo que es en la obra aisladamente, con su palabra y su mensaje propios— la fuerza evidente o secreta, resplandeciente o escondida que la recorre y sustenta. Insistimos en que si no fuera fundamentalmente poética la inteligencia de Reyes, si Reyes no hubiera tenido para alimentar la gran hoguera armoniosa y equilibrada de su obra total el fuego de su poesía, —armonioso y equilibrado también, sereno casi siempre—, sus libros serían muy otros y hubieran carecido de ese tono preciso, distinto — quizá el más próximo a la perfección entre los escritores contemporáneos de nuestra lengua— con que nos acercan su luminosa escritura.

Pero el artículo que nos proponíamos escribir —y la atención se nos ha ido escapando en las lecturas hechas para escribirlo hacia mucho caminos— pretende ceñirse a la obra estrictamente poética de Reyes y, de modo más preciso, a la obra poética en verso, dejando a un lado al poeta en prosa que nos entregan muchos de sus cuentos y relatos, cartones y visiones, recuerdos y semblanzas y todas aquellas travesuras que el mismo Castro Leal le cargaba en cuenta a Alfonso enfrentado a su Reyes inseparable en aquel memorable diálogo que les hacía sostener en su "fantasía a dos voces”.

Proporcionalmente, la poesía de Reyes, o de Alfonso, no desmerece en cantidad al lado de otros aspectos de su ya enorme bibliografía. Son diecisiete los libros de poemas que lleva publicados quien en el prólogo del primero de ellos afirmaba: "Yo comencé escribiendo versos, he seguido escribiendo versos y me propongo seguir escribiéndolos hasta el fin: según va la vida, al paso del alma, sin volver los ojos”. Quizá no sobre enumerarlos antes de entrarnos por su contenido y saltar de uno a otro, para llegar a los versos que vendrán en próximos volúmenes, "al paso del alma” siempre incansable del poeta mexicano. Aparte de Huellas, ya mencionado, y que editó en su Biblioteca Nueva España el veterano Andrés Botas, México, 1922, Alfonso Reyes ha dado a las prensas los siguientes títulos de poesía:

Ifigenia cruel, Madrid, S. Calleja, 1924 (Segunda edición: México, La Cigarra, 1945) ;

Pausa, París, 1926;

5 casi sonetos, París, Poesía, 1931;

Romances del Río de Enero, Maestricht, 1933;

A la memoria de Ricardo Güiraldes, Río de Janeiro, 1934;

Golfo de México, Buenos Aires, 1934;

Yerbas del Tarahumara, Buenos Aires, 1934;

Minuta, Maestricht, A. A. M. Stols, 1935;

Infancia, Buenos Aires, Asteria, 1935;

Otra voz, México, Fábula, 1936;

Cantata en la tumba de Federico García Lorca, Buenos Aires, 1937;

Villa de Unión, México, Fábula, 1940;

Algunos poemas, México, 1941;

Romances y afines (1916-1943), México, Nueva Floresta en la Editorial Stylo, 1945;

La Vega y el Soto, México, Editora Central, 1946.

Cortesía, México, Editorial Cultura, 1948.

Algunos de estos libros son pequeñas plaquettes que contienen a veces un solo poema, como Yerbas del Tarahumara, el poema a Güiraldes o el dedicado a la muerte de Federico García Lorca, y el emocionante Villa de Unión, en que el amor filial recoge devotamente, con sobriedad ejemplar, el relato de una hazaña del general Bernardo Reyes en 1880.

Sería curioso, y es labor que habrá de emprender forzosamente quien intente un estudio a fondo de la poesía de Alfonso Reyes, establecer y fijar a través de las reiteraciones las preferencias del poeta por algunos poemas a lo largo de su obra. Dos o tres de ellos tienen en la organización de sus libros el papel de elementos casi constantes y podrían servir quizá —por lo menos desde el punto de vista del propio autor— para señalar lo que él considera permanente en las diversas épocas y maneras de su poesía. En ese sentido tiene un valor inapreciable La Vega y el Soto, organizado con un claro y evidente afán antológico aunque deje precisamente fuera de sus páginas muchos de los poemas de antología que el poeta había mantenido en otros libros anteriores. El libro abarca prácticamente entre sus fechas (1916-1943) la casi totalidad de la producción poética del autor. Con su mismo título —tan de Alfonso Reyes por su sabor clásico, y tan expresivo de su poética con lo llano de la vega y lo intrincado del acto que para él vio el licenciado Tomé de Burguillos— cumple ya el poeta mexicano, aun dentro de la acumulación de poemas de distintas épocas que representa el tomo, un proceso de depuración y de poda que se inició desde el primer libro suyo, cuando declaraba en el prologuillo: “De los versos antiguos he procurado salvar cuanto era posible, esforzándome dolorosamente por respetar y aceptar lo que ya apenas es mío. De los versos nuevos sólo doy algunas muestras aisladas”. (De Huellas, por otra parte, aún queda algún poema en La Vega y el Soto, salvado para la unidad de una obra poética que van redondeando el tiempo y el poeta). Estas muestras aisladas de lo entonces nuevo eran las que todavía podían engarzarse y reunirse con los versos anteriores, para prestar al libro —rico en temas distintos, muestra a su vez de primeros tanteos llenos de pericia, de gustos y aficiones definidos más por los días que los recogían que por el espíritu mismo del poeta joven— la necesaria unidad siempre sentida por Reyes en todo lo suyo. De aquí lo representativo de Pausa, no ya poéticamente hablando y como conquista de nuevos contenidos y formas, sino en ese camino mismo hacia la unidad y hacia la depuración de materiales y, también, como afirmación y reafirmación de lo que seguía teniendo valor para el poeta unos años después. Incorporado al nuevo libro —exigente ya del todo consigo mismo, hasta en el papel y los tipos—, recibía el espaldarazo de una adhesión en cierto modo definitiva. En efecto, la huella definitiva de Huellas queda indeleble en la primera parte de Pausa, que va a fijar con su publicación (1926), si dejamos aparta el poema dramático Ifigenia cruel, diez años casi de la poesía de Reyes, los que van de 1922 a los casi sonetos de 1931. Con “gusto de releer; y, sobre todo, lo que no estaba impreso de igual modo” (P. L. Bibliophile Jacob), queda ahí —hecha para siempre— la antología del primer libro de Alfonso Reyes, que se sostiene, a nuestro entender y gusto, sobre la Tovada de la sierva enemiga tan llena de claro misterio, la conocidísima Glosa de mi tierra, la preciosa y sensual Amenaza de la flor, y el aire perfecto, llena de sabor nuevo la recreación fiel de la traducción, del Abanico de Mlle. Mallarmé, piezas, las cuatro, capitales en toda la primera poesía de Alfonso Reyes y quizá en toda su poesía.

Pero volvamos a La Vega y el Soto, que tiene para el lector de poesía la virtud de reunir en sus páginas poemas que se habían quedado perdidos en ediciones limitadísimas, inasequibles prácticamente en el día de hoy. Señalábamos más arriba que en este libro se cumple el proceso de depuración iniciado por Reyes desde su primera obra poética.

Y es así, porque aunque el libro reúne los materiales dispersos aludidos, el poeta ha cuidado su disposición de tal manera que cada una de las partes en que lo divide y las subdivisiones respectivas señalan y matizan los temas de su poesía a lo largo de toda su vida. Si bien Alfonso Reyes es indudablemente un poeta difícil de analizar —y de ello hablaremos después—, quien se acerque a su poesía con ánimos de estudiarla no podrá quejarse de las facilidades que le brindan el cuidado y la atención siempre vigilantes del poeta. Todos los poemas tienen su fecha al pie e indicación generalmente del lugar en que fueron escritos. Ello permite seguir la evolución de un tema o de temas análogos a lo largo de muchos años e incluso situar los poemas en una geografía que arroja sobre ellos una luz especial y en muchos casos podríamos decir que hasta los determina, no sólo, naturalmente, cuando es su paisaje (poeta de paisajes, Reyes) el que los provoca, sino cuando se corresponde ese paisaje, dentro ya de un clima sentimental, con determinados momentos de la vida del poeta. Casi me atrevería a afirmar que con varios poemas de Alfonso Reyes se podria reconstruir su biografía entera, sus dolores y esperanzas de Madrid y de París, sus alegrías y placeres de Río de Janeiro y Buenos Aires, la nostalgia constante de México en todos sitios, su tierra mexicana siempre presente. (¿Quién ha dicho que Alfonso Reyes, con la lejanía de sus largos años en el extranjero, se había olvidado de lo suyo y de los suyos? Que lea o relea con atención su poesía —y no digamos otros libros suyos que han contribuido quizá en mayor medida que nadie al conocimiento amoroso de México— si quiere averiguar lo que Reyes llevaba en el hondón de su pecho, su ternura siempre a flor de labio. Creo, por otra parte, que son muy pocos los poetas contemporáneos de México que resistirían con ventaja un cotejo de temas mexicanos en su obra frente a la del poeta de Monterrey.)

Esa constancia a través de los años en un tema determinado, ese volver con voz nueva —siempre renovándose en su acento !o formal—, con aliento distinto, a lo que ayer se señaló sólo, podría llevarnos a hacer una serie de consideraciones sobre la unidad de Alfonso Reyes, unidad patente sobre la diversidad de sus maneras y sobre lo encontrado de sus temas, tan distintos, tan variados, tan ricos. Asómese el lector a La Vega y el Soto por lo menos, y lo comprobará de inmediato. Los otros libros, en general, están organizados más parcialmente, son libros solos y por sí solos, cerrados en su propio aire, en su poema largo de pequeños poemas vecinos en la emoción y en el tiempo. En éste se reúnen varios y muy distintos libros, pero esa unidad surge triunfante no ya en cada una de las partes del libro (vega o soto), sino en todo él. Hay una voz que lo abarca todo con su acento, que no permite que se desdibuje en la escapatoria aislada, en este o aquel intento, el tono general.

El tono general. Aquí está la cuestión. Porque la pregunta de Enrique Díez-Canedo para todo Alfonso Reyes se podría repetir frente al poeta. De Huellas a Cortesía —para hablar sólo ahora de los poemas coleccionados—, ¿dónde está el poeta Alfonso Reyes, cuál es el verdadero?

Y habría que contestarse que está en todos los rincones de su poesía y que todos los poetas diferentes dentro del mismo y único poeta son verdaderos. Nos lo encontramos tan pronto en la angustia y en el dolor como en la risa y la alegría (quizá veríamos en él sin alboroto, con una discreción muy mexicana, representado cabalmente el aforismo del genio de la música de todos los tiempos: "por el dolor a la alegría”), en la elegía honda y secreta y en el poema de circunstancias, en el poema de alcance y corte épico y en la cancioncilla o el epigrama, siempre un suave humor, teñido muchas veces de melancolía, bañándolo todo desde el alto verano de su luz. Y en un libro entero lo veremos comer y cantar las excelencias de la comida con todos sus aditamentos de conversación, cuentos de sobremesa y caldos con que regar una y otros.

Pero ese tono general, que es indudablemente el que da en poesía —como en todo lo suyo— al verdadero Alfonso Reyes, ¿de dónde viene, qué elementos contribuyen a su manifestación y a su color particular? Porque si bien se han señalado en Alfonso Reyes influencias e incluso ejemplos (el traído y llevado Góngora, que él comenzó a traer y llevar por cierto; su en cierta manera inseparable Mallarmé, al que ha vuelto recientemente en preciosa conferencia), lo que no deja ya lugar a discusión es que Alfonso Reyes, como poeta, tiene desde hace mucho tiempo su propia personalidad y un lugar bien definido —aunque no tan bien estudiado— en la poesía contemporánea hispanoamericana.

No es sólo en el acento personal donde centraríamos esa personalidad poética de Alfonso Reyes, sino precisamente en eso que quizá impropiamente hemos dado en llamar el tono general, probablemente indefinible como toda poesía y como todo tono en su esencia última, pero lleno por sí mismo, con el genio y figura de las creaciones que ampara, de precisión y contornos determinados cuando se entrega. El precioso "no sé qué” juanramoniano —que tampoco dejaba de set precioso en el dieciochesco Feijóo, y seria curioso sacarle consecuencias con respecto a Reyes a esta en apariencia disparatada asociación— hubiese con toda seguridad definido mejor, con su deliciosa precisión imprecisa, ese tono general que tenemos con nosotros en la poesía de Reyes y que buscamos interpretar.

Poeta abierto Alfonso Reyes. Abierto a todo. Si otro poeta dijo que todo lo que se quema es poesía, Reyes podría decir que todo lo que nos entra por los ojos y el espíritu es material poético. Su rico y armonioso espíritu y sus ojos siempre abiertos y curiosos, los dos incansables en su colaboración constante, recogen de la vida diaria, del recuerdo y del conocimiento —incluso del dato y la papeleta erudita, con los que se sabe jugar maravillosamente— el temblor de la poesía. Todo se ata en la emoción subjetiva de Alfonso Reyes para subir con él, entrelazado ya en su aspiración artística sempiterna. Noble y sereno su arte, que es decir aquí su poesía, como sería decirlo también en otros sectores de lo suyo, siempre trasminados de ella. Popular y aristocrático a un tiempo, el poeta Alfonso Reyes es tradicional en el más puro y verdadero sentido de la palabra e innovador en el menos estridente de los sentidos, porque —siempre atento a lo nuevo, siempre nuevo él mismo— su sabiduría y su finura, la claridad de su inteligencia, le hacen estar ya de vuelta de todo. Y este estar de vuelta, este sabérselo ya todo sin pedantería, sin detrimento de la frescura, sin que nada se reste al hallazgo y a la sorpresa siempre bien hallados y gozados, es fundamental. En él reside para mí el secreto de esa serenidad que domina toda la poesía de Reyes, y el secreto también de ese equilibrio que le hace parecer y ser clásico en medio de los atrevimientos más inusitados. Y con ello —que sería lo que el poeta mismo pusiera de su condición humana y de su estatura intelectual— la oposición, sólo aparente, de esos dos mundos que se encuentran en su poesía y antes señalados en su personalidad: lo popular y lo tradicional.

Entrecruzados con armonía (no sabemos si también gracias al saber del poeta o porque en él encuentran asiento de manera natural las dos corrientes que representan) esos dos mundos entregan a su verso un cauce nuevo, que será sin duda bastante común en Ja poesía contemporánea hispánica, sobre todo en la España que atraviesan las últimas generaciones, pero al que la formación de Alfonso Reyes y su situación especial dentro de las letras dan un sello personalísimo. En ninguno de los poetas a que pudieia aludirse en este sentido tiene este fenómeno de entrecru-zamiento de lo tradicional y lo popular la perfecta armonía y naturalidad con que se da en Alfonso Reyes. Unos resultan demasiado populares; los otros demasiado intelectuales. Y Reyes no es un poeta intelectual a pesar de la dictadura de su inteligencia, porque el sentimiento fresco y espontáneo de su corazón triunfa siempre —sin derrotarla— de la inteligencia, ni es sólo poeta de sentimiento, gracias al dominio y vigilancia que sobre su sentir —muchas veces desbordado, aunque sea de manera soterrada— ejerce aquélla. (Entre paréntesis y sólo de pasada, como señal que sumar a estas notas, sin tiempo para desarrollar sus ricas implicaciones, yo creo que no resulta nada desdeñable en este equilibrio de fuerzas tan ligeramente esbozado la aportación del humor, elemento esencial y conjugador la mayoría de las veces, aunque en muchas ocasiones no se haga patente en forma abierta, en toda o casi toda la poesía de Reyes).

¡Cuántas notas habría que añadir para intentar un asedio a fondo de la obra poética de Alfonso Reyes! Pero irlas ordenando sobre el desordenado montón anterior, aderezándolas con los necesarios ejemplos y citas, exigiría un espacio y un tiempo de que no disponemos. El tema general es tentador y la gozosa excursión por la poesía de Reyes que este artículo nos ha regalado, aunque los resultados directos de ella no aparezcan en él, arroja material para un ensayo grande que ojalá nos fuera dado hacer algún día. Esbozar siquiera el índice de temas y notas sueltas que serían susceptibles de desarrollo inmediato, aun cuando sea en la misma deslavazada primera forma de una anotación marginal a una lectura, quizá sirva de acicate e invitación a quien quiera y pueda emprender la empresa, seguramente con mejores armas críticas que nosotros. (Yo sé concretamente quien sobre poderlo hacer —aunque ahora esté entregado a otras cosas— tiene en cierto modo la obligación de hacerlo si es fiel a sus afanes de esclarecimiento de los problemas de la literatura mexicana contemporánea. Y espero que si lee estas líneas se sienta aludido y ponga manos a la obra.) Sigo el orden con que las notas están puestas al margen de la lectura de los libros de poesía de Reyes y encuentro las siguientes: determinar sitio exacto de Huellas en su hora. Influencias patentes. Preocupaciones y temas no evidentes, pero enlazados con la obra no poética del poeta, a señalar en la manera de enfocarlos. Mitología griega y helenismo. Los poetas franceses. Mallarmé traducido (en general, Mallarme y la poesía de A. R.). Y luego los romances españoles. Góngora y Lope con más Lope que Góngora. Literatura y poesía en lucha con triunfo indudable de la primera en Huellas. Depuración y triunfo no menos indudable de la poesía (por lo menos en el fondo) en Pausa. Salto que representa este libro: conquistas personales. Qué permanece vigente de lo anterior y qué hace la Ifigema en medio. Recreación del mito: lo personal dentro de él. Historia y poesía. Vuelta a Pansa y a lo permanente de Huellas. La nostalgia: Glosa de mi tierra. Monterrey y A. R. Lo mexicano y lo español: el siglo de oro español y el tono mexicano. Los viajes. Las ciudades de Castilla y las "Ventanas”. Los epígrafes en Reyes (aquí y en otros libros) . La preocupación tipográfica. Los Romances del Río de Enero. Los dos paisajes y los otros. Los paisajes internos. Erudición y poesía. Notas o poética de los romances. Seguridad y escepticismo. Rigor. Al mismo tiempo, belleza suelta, fidelidad a la emoción. Minuta: juego intelectual y "juego poético”. Erudición fresca y traviesa. Ayer en la poesía de hoy. Discreción y medida, objetividad triunfante, humor sobre todo. Otra voz. Miedo a la cristalización: los "versos a contrapelo”. La teoría prosaica y la poética que lleva dentro: cotejo con otras en otros sitios (Romances). El erotismo de A. R. aquí (ceniza de la Tonada) y en toda su poesía (ensayarlo, por ejemplo, con La amenaza de la flor, etc.). Insistencia en lo mexicano.

Y en la infancia del poeta (recuerdos constantes en esta y otras obras). La Vega y el Soto—siguiendo el orden del libro, que acumula poemas y libros de distintas épocas—: la permanencia todavía de Huellas con lo español. El paisaje y la geografía mexicana: el golfo de México y Veracruz. Tierras americanas. El misterio del Hombre triste. Las Yerbas del Tarahumara y Francisco Hernández: lo intelectual y las calles de Chihuahua evidentes. Cervantes, Güiraldes y el paisaje argentino (importancia de éste —y el del Brasil—en la poesía toda de Reyes). Otra vez la infancia siempre presente, ya de vuelta en la vida. Hondura de A media voz y escepticismo en los poemas. Los sonetos y casi sonetos. La presencia de México (1939, etc.) frente a la nostalgia de antes. Nueva poética en el Consejo (1943) : el número (contraste con poemas posteriores no coleccionados, como la charla en sonetos). La cantata por Federico García Lorca, simbolismo dominador del sentimiento vivo; la preocupación musical. Villa de Unión, emoción y sobriedad. Técnica del romance: ver sobre todo los Romances y afines, que abarca mucho. Por otros motivos, Undecimilia, que los cierra, con su claro misterio tristísimo (194S). Salto a Cortesía. Valor de los versos de circunstancias y panorama del poeta que completa este libro de manera específica. Y contraste (el tiempo de publicación para la cronología tan fácil y difícil de establecer) con los poemas últimos no coleccionados todavía: Charla en sonetos. El contraste era antes en cuanto a la poética; ahora sería en relación con el sentimiento. ¿Nueva voz? Desde luego otra fuerza dentro del tono Reyes.

Y dentro de él —del tono—, el poeta da un poco el do de pecho que critica en el divertido prólogo a Cortesía. Situar estos sonetos en la obra entera de Reyes. Y quizá partiendo de ellos, en lo que representan de plenitud verdadera, intentar una nueva valoración de todo, por los distintos caminos y temas generales a través de cada libro, siguiendo las constantes en todos ellos, más que en lo que cada libro arroje individualmente.

Tememos que sólo cierta confusión se deduzca de todas las notas anteriores, sin que sea posible extenderse sobre ellas y sin posibilidad tampoco de añadir ejemplos con los poemas que les corresponden y algunos de los textos del autor que se aducen. (Por ejemplo, transcribir las notas que Reyes puso a sus Romances del Río de Enero hubiera sido utilísimo para la comprensión de muchas de las afirmaciones que aquí se aventuran, pero quedan por hoy —hasta que él se decida a publicar su poesía completa— en la preciosa edición limitada en que le llegaron a unos cuantos amigos privilegiados.) Mas lo que importa en definitiva —y éste es el único sentido que tiene este artículo—- es provocar el examen y discusión del tema. ¿Por qué la poesía de Alfonso Reyes se deja generalmente en un segundo plano o se olvida cuando se habla de su obra? ¿Por qué no encuentra el sitio verdadero que tiene —aunque lo encuentre formalmente en antologías, citas, referencias históricas, etc.— en la estimación de los admiradores del poeta como humanista y como escritor? Es injusto el hecho, sobre todo cuando es indudable —a lo menos así nos parece a nosotros— que la poesía de Reyes es el fondo esencial, el espíritu ordenador, la llama viva de su obra general. Volvamos, pues, sobre su poesía. Hecha "al paso del alma”, como declaraba desde su primer libro, "sin volver los ojos” (pero volviéndolos constantemente en gozoso pasar y repasar), la poesía de nuestro gran Alfonso es el hilo que nos conduce a su secreto entrañable, a esa vida cristalina y honda que se siente latir atormentada o alegremente en su escritura. Y eso es lo que importa en la obra del escritor, por encima incluso de los grandes valores formales y de los grandes saldos de cultura que nos pueda entregar y nos entregue.

En mis mañanas de hace años, cuando la vida me acercaba en presencia a Alfonso Reyes más que ahora (cerca siempre), era raro que pasara alguna sin lectura suya. Parecía llegar al Colegio de México cargado con los frutos de la noche, cuidadosamente doblados los papeles en el bolsillo. Y al humanista admirable que me leía sus capítulos de literatura española, sus ensayos sobre teoría literaria o sus magistrales retratos de griegos y latinos, le brillaban como nunca los ojos cuando lo que traía de sus noches luminosas era alguno de sus desbordados sonetos —que suele guardar para su angustia— o el claro romance en que mejor se entrega. Para salvar estas notas no me resisto a transcribir uno de ellos (Arte), incluido en el tomo de la Nueva Floresta que le hicimos Joaquín Diez-Cañedo y yo, y que es para mí cifra cabal y certera del poeta Alfonso Reyes, que es decir de todo Alfonso Reyes:

Perfecta rosa que adoro

y en sus pétalos de viento

lleva las aromas mudas,

suma los vórtices quietos.

Cifra y cápsula de mundos

que en mil años de secreto

ha juntado los arrobos

de lunas y de misterios.

Húmeda como creada,

fugitiva como sueño,

como los vislumbres rauda,

miedosa como el acecho:

si a desvanecerte vas

en los ahogos del pecho,

bebe antes de mi sangre

toda la sal que te debo.

Llévate mi ser al fondo

de tus abismos de cielo:

no me dejes en el mundo

cautivo de mis deseos.

Número soy de tu cuenta,

danza de tu movimiento,

y a la vez que tu remolque,

ámbito soy de tu vuelo.

Cuando aspiras, cuando subes,

alondra de sentimiento,

para saciar tus auroras

la luz no tiene sustento.

Una leyenda de sabios

que hace mucho estoy leyendo

te esconde como mentira,

te desaira como cuento.

Mas yo que tus leyes sigo

y en tus aires me gobierno,

sé que en los usos del alma

eres el uso perfecto;

que eres, como la música,

dulce plenitud del tiempo,

y maestra en ajustar

la voz con el pensamiento.

Que vives de no vivir

en otro vivir más cierto:

insaciable sed del agua

que no bebe su elemento.

Perfecta rosa que adoro:

para implorarte no encuentro

sino medir las palabras

con los latidos del pecho.

"La poesía vital de Alfonso Reyes", por Beatriz Saavedra

Fecha de estreno: 18 may 2020
2700 suscriptores
Conferencia impartida por la poeta e investigadora.

por Francisco Giner de los Ríos

 

Publicado, originalmente, en: Cuadernos Americanos Año VII Nº 6 Noviembre - Diciembre 1948

Cuadernos Americanos es editado por la Universidad Nacional Autónoma de México / Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe
Link del texto: http://www.cialc.unam.mx/ca/CuadernosAmericanos.1948.6/CuadernosAmericanos.1948.6.pdf

 

Ver, además:

Reyes, Alfonso  - en Letras Uruguay

 

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