Presentación del libro Pinceladas con matices de María Ángeles Chavarría 
Alberto Gimeno

(Buenas tardes a todos y muchas gracias por su presencia. Parece ser que ahora se ha puesto de moda  realizar presentaciones de libros con los ojos y las manos libres, sin el lastre de los folios ni de las gafas de leer; presentaciones ágiles y coloquiales,  desinhibidas y frescas, lindantes casi con el espectáculo circense, donde el presentador – en detrimento del libro-  es la estrella. No es este mi caso. A tal respecto, yo soy una persona chapada a la antigua. Prefiero escribir –y leer-  un texto a improvisar una fiesta. Prefiero demostrar  que he correspondido a la confianza del autor al pensar en mí en un acto tan importante para él como es la presentación de su libro. Prefiero, simplemente, no dejarle dudas –no dejarte dudas, María Ángeles- sobre si lo he leído. Hecho este exordio, vamos pues, a lo que aquí nos ha reunido. Entremos sin más dilación en esta hermosa y original propuesta literaria que es Pinceladas con matices). 

En cierta ocasión le preguntaron a Borges cuál era su genero literario favorito. El maestro de Buenos Aires respondió que todos los géneros literarios le merecían la misma consideración positiva; excepto uno: el género aburrido. Haciendo paráfrasis de sus palabras, yo tampoco tengo preferencias por ningún género literario, excepto por uno: el indeterminado. Aquel que sólo se ciñe a los límites imprecisables  de la palabra dispuesta a recoger lo que no perciben los sentidos, lo  que no  alcanza el entendimiento, lo que rebasa, en suma,  eso que tan a la ligera llamamos realidad. Pinceladas con matices es un ejemplo de esa búsqueda fuera del cliché, de ese logro dentro de lo que no sabemos por qué, pero sabemos a qué llamamos literatura. Sí, a la palabra que nos mueve al placer por la extrañeza y por el vértigo, a la palabra que nos sitúa ante otra relación con el espacio y el tiempo, a la palabra que nos exime  de la sumisión a lo cotidiano, que nos permite reconocer caminos que nunca emprendimos, seres que jamás nos acompañaron, aromas y sabores que formaban parte de una memoria mucho más vasta y plena que nuestros propios recuerdos, a eso –sin agotar por supuesto el repertorio-, llamamos, nada a la ligera, literatura.

Pinceladas con matices se desarrolla a través de una sucesión de breves textos (ninguno excede de dos páginas) donde el punto de vista no tiene sujeto definido. La voz narradora toma indistintamente el cuerpo de un hombre o de una mujer de cualquier edad, de cualquier condición social. En ocasiones, el narrador es nada más –y nada menos- que una voz anónima, una voz que surge de la nada y se evapora. A veces, quien nos habla, transmite una mirada evocadora y nostálgica, otras compasiva, también satírica y punzante, a menudo desamparada, desposeída de afinidades con el mundo que recrea. Pero siempre sentimos próximos  la fecundidad de su palabra, el amplio campo donde arraigan sus raíces, el pleno desenlace de una sensibilidad abierta a todas las  perspectivas del horizonte, de un horizonte que es bruma y luz al unísono, seda y garras, desorden y armonía, misterio y revelación, prodigio y banalidad, angustia y esperanza, búsqueda incesante siempre. 

Comoquiera que –y recurro de nuevo a la frase ajena cuya autoría reconozco con toda humildad no saber en este momento-  “nada nuevo hay bajo el sol, salvo lo olvidado”, he de confesar también que, ciñéndome a mis deberes de presentador honesto,  bastantes de los textos que aparecen en el libro de María Ángeles Chavarría se circunscriben a un modelo –que no género, eso sí- literario con la inevitable acta de bautismo. Pero oportuno será añadir, para que no me empiecen a tachar por lo bajo de farsante, que ese término acotador surge para dar campo semántico, precisamente, a lo que nace como superación de la diferencia entre poesía y prosa. Es decir, a lo que en la práctica se formula como una negación  de los dos géneros literarios mayores. El término a que me refiero –la mayoría de ustedes lo tendrán ya en la mente- es el prosema, el cual, dicho sea de paso, no constituye un alarde de imaginación. Me refiero, por supuesto, al nombre en sí, paradójicamente empleado para designar lo que, insisto, no quiere ser poesía ni prosa, ni un híbrido alternativo de ambos, sino un más allá de lo académicamente estabulado.

¿Qué cabe dentro de un prosema? ¿A dónde nos lleva María Ángeles Chavarría con ellos? Salvando la obviedad de que nada mejor que la lectura del libro para respondernos, me atreveré a anticiparles algunas notas de su música. Una música armada, sobre todo, de frases breves, intensas, fulgurantes, en las que el lector súbitamente se queda atrapado e indefenso, como una mosca en la tela de araña. Atrapados en el ardid literario –ojo, sin ese ardid, sin esa red que lo captura el lector no existe como tal- de María Ángeles asistiremos, por ejemplo, a la búsqueda de la mañana, de la primavera, del tiempo sepultado en el asfalto, en los charcos de la calle. Asistiremos al  necesario retorno a la infancia para volver a creer en lo imposible. Se nos dirá, por ejemplo, que esperemos, que la luna aúlla todavía, que no muramos tan temprano. Entraremos en una noche de insomnio. En nuestra noche de insomnio, en esa en que “la piel se peina con las sábanas hasta suavizar el abismo, en esa en que “el sonido del despertador nos salva de una muerte segura”. Nos veremos de pronto reflejados en un álbum de fotos, en ese día en que alguien se propuso fotografiar la pena, donde un corazón  se  insertó en una lente para quedar a la intemperie. Y también, por ejemplo, se nos invitará a una fiesta de alta sociedad, donde el artista –un pintor en este caso- asiste al esplendor de  la futilidad de su éxito. No importa el sujeto que aparezca en los textos. Al instante sentimos que se trata de nosotros. Porque ¿cuánto tiempo hace que ninguno de nosotros no escucha la lluvia?  ¿Cuándo empezamos a luchar por no olvidar? ¿Cuántos de nosotros, por mucho que lo intentemos, ya no podemos llorar? ¿Quién no se ha sentido toro embolao alguna vez, en una fiesta que no lo era la suya, entre las risas de sus propios verdugos?  He aquí el valor de  las páginas de este libro –méritos estilísticos por delante, claro está-: su capacidad de contagio, su constante traslación al otro lado del papel, su poder para diluirnos en lo ajeno sin que opongamos resistencia. A ello contribuye la nada ociosa elección de los títulos de los prosemas y relatos: Como cada mañana, Concurso de recuerdos, Arritmia, La casa donde nací, El reflejo del yo, Uno entre tantos... títulos que nos invitan a pasar dentro, que nos acogen ya desde las mismas puertas de la casa.

La vida es corta pero a menudo parece durar demasiado; la piedad y el dolor –y cito ahora palabras del poeta valenciano Miguel Mas,-  nos constituyen sin darnos sentido; para algunos, levantarse de la cama es poder hacerlo, todavía, de la tumba. Miedo y actividad, son demasiado a menudo, términos correlativos. Sin duda, nos hemos ganado todas las excusas para decir aquí me quedo, me rindo, que no cuenten conmigo quienes persiguen estrellas por el día. Afortunadamente, aún quedan quienes se abisman en las sombras para conservar la luz -esa luz sin la cual vivir es un ciego encadenamiento de embestidas- brillando para todos. Pinceladas con matices es la mejor prueba de ello.

Alberto Gimeno

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