Bradu, Fabienne, El volcán y el sosiego. Una biografía de Gonzalo Rojas, Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica, 2016, 486 págs.

Ana Ma Díaz Pérez - Universidad Autónoma de Madrid

La publicación de Otras sílabas para Gonzalo Rojas (2002) había marcado el primer intento de Fabienne Bradu de hacer una crítica general a la poética del chileno que fuera iluminada por sus particularidades biográficas. Si bien la propia autora confesaría no haber logrado lo propuesto, la actual publicación de su biografía, coincidente con el festejo del centenario del autor, manifiesta muy diferente prospectiva. A lo largo de los veintidós capítulos, titulados con nombres de poemas del propio Rojas, se retrata su evolución vital y literaria en un equilibrio complejo, que ciertamente ilumina las claves de su poética. Bajo la conciencia de este, resulta certera la comparación con una tensión de contrarios que habrá de encarnarse en sus páginas.

Prolijamente documentada desde los antepasados de Gonzalo Rojas y dando sentido a la fascinación por una palabra enraizada en el légamo y la veta de carbón minera, la infancia del autor en Lebu se proyecta como «origen mítico al que vuelve siempre» (pág. 24). Impregnado por las fuerzas telúricas del sur, Gonzalo Rojas habría de comprender tempranamente la dualidad que se esconde tras el relámpago, devenir e iluminación, y la capacidad de las palabras de hilar las realidades del mundo. En la violencia y «metamorfosis de lo mismo» del paisaje hallará, de modo recurrente, el espejo de su propia ambición como escritor: «En la conjunción de dos materias opuestas -la piedra y el agua-, Gonzalo Rojas encarna la contradicción que a menudo tensa sus versos» (pág. 300).

Asimismo, y aunque mecanismo «contra la muerte», el erotismo trascendente aparece en la obra transido por la lucidez de la experiencia concreta, desde las obsesiones de juventud («La salvación»), la reacción frente a la antigua amante («La loba», «Carta para volvernos a ver»), las tensiones, tempranamente aprehendidas, de eros y tanatos («Perdí mi juventud»), hasta la permanencia («Vocales para Hilda») y las últimas utopías («Oriana», «Río turbio»).

Las circunstancias originarias de muchos de los poemas van unidas también al desvelo de una mitología biográfica a veces como continuación del propio juego creativo del autor y que desmiente algunas de las indicaciones aportadas por el mismo, a diferencia de otros ensayos como el célebre de Hilda May (La poesía de Gonzalo Rojas, 1991). Además, tras el exhaustivo análisis de las antologías de Íntegra (2012) y Todavía (2015), Fabienne Bradu continúa el comentario de poemas inéditos hasta la fecha, y que contribuyen a trazar los horizontes formativos del autor. Tras la precoz madurez, literaria y vital, de Iqui-que en 1935 («La litera de arriba»), el regreso a Concepción supondrá un incipiente rechazo del retoricis-mo dogmático («La lepra») que posteriormente le hará huir de la Mandrágora tras el fértil clima cultural del Santiago del 38. Será la «asfixia» de Concepción la que le muestre la verdad también dual del lenguaje. La autora no olvida señalar lo que impregna el contexto, desde la publicación de la primera Residencia en la Tierra, al regreso de Huidobro, la temprana recepción de la Antología de la poesía chilena nueva, o el impacto de la Guerra Civil Española, «despertar cruel» de una generación, como señala Luis Oyarzún (pág. 64).

En consecuencia, uno de los mayores logros en la apreciación de estos años será el perspectivismo y variedad de las fuentes, desde el epistolario de Gonzalo Rojas, entrevistas y discursos, hasta antologías, artículos científicos y de prensa, que permiten a la autora mostrar la arquitectura de un complejo campo cultural que se iría fijando por la propia historia literaria más allá de las consideraciones de sus protagonistas. El recorrido es testigo también, no solo de la permanencia e impacto de figuras como Pablo Neruda o Gabriela Mistral, sino de los pormenores de una lírica naciente en Hispanoamérica de la segunda mitad del XX, con la atención a intercambios como los relativos a Octavio Paz, Nicanor Parra o Nicolás Guillén. Estas interacciones fueron precisamente uno de los testimonios más valiosos en la concepción de lo literario como un elemento vivo, en lo que cristalizó en los encuentros de la Universidad de Concepción (19551962), organizados por Gonzalo Rojas, como «poesía activa». Además, desde Guillermo Sucre, Julio Cortázar, a Alfredo Lefebvre, o Ricardo Gullón, serán numerosos los amigos que le acompañan y son referidos como crónica de la intelectualidad americana de estos años.

Así, el aprendizaje del poeta, errante a través de la geografía chilena («pedazos del espejo trizado por otro estallido de mundo.» [pág. 92]), e internacional, con los ejemplos de China en 1971 («Cama con espejos», «Un bárbaro en el Asia»), Cuba en 1972-73 (tras la polémica de Jorge Edwards), el exilio en Alemania Oriental («Domicilio en el Báltico») y Venezuela («Transtierro», «Turpial A-6B») o las estancias en EE.UU. («Nieve de Provo», «Visiting Pro-fessor»), se va desvelando en unas páginas que buscan con prudencia lo objetivo pero conscientes de su limitación, a medio camino entre el conocimiento de lo íntimo, la visión del teórico, y la proyección del lirismo del autor. Posteriormente, los años 80 traerían incertidumbre en lo económico pero una etapa prolífica en lo poético, para dejar paso a una década de los 90 marcada por los premios (I Premio Reina Sofía, Premio Nacional de Literatura, Premio de Poesía y Ensayo Octavio Paz, etc.), las estancias en Europa y la aciaga experiencia de la pérdida de su esposa. El nuevo milenio conduciría también una intensa comunicación entre las dos orillas, paralela a una «reniñez» en lo literario y lo personal.

Como se ha observado, este ejercicio de «rotación y traslación» testifica también su imaginario literario. Así, consiguiendo una de las metas principales de la obra, la observación de la pausada gestación de sus libros (en un «silencio germinante») y la particularidad de las distintas ediciones es otro de los logros de la autora. Esta evolución se afana por registrar hechos como el desencanto de la publicación de La miseria del hombre (1948), las diferencias entre la edición cubana y chilena de Contra la muerte (1964) o el difícil seguimiento de los poemas a partir de su creciente fama internacional con Oscuro (1977). A tenor de lo previo, aunque es necesario destacar que Marcelo Coddou (Poética de la poesía activa, 1985) ya había abordado con asombrosa precisión y en uno de los ensayos más completos hasta la fecha, los saltos textuales de un poemario a otro, la biografía logra unificar también la crítica recibida en el momento, las publicaciones anteriores a los poemarios, así como la modificación de los títulos y del propio texto.

Son, sin duda, el constante asombro frente a su propia cotidianeidad y la capacidad sorpresiva, los que han configurado la mirada del poeta que se redescubre en estas páginas. Fabienne Bradu ha buscado su retrato con la misma conciencia de ejercicio de aproximación que perduró en Gonzalo Rojas, y que comienza ya como proyecto desde 1999 (pág. 380). Tras los numerosos retos que esconde el trabajo del biógrafo a pesar del conocimiento previo y la abundante investigación, la prosa de El volcán y el sosiego consigue alzarse con claridad y cercanía, pero también con acentos líricos que esconden un elaborado ejercicio de síntesis entre la contradicción de lo personal, con frecuencia dual en lo ideológico y lo familiar, y la ambigüedad mágica de todo poema, ya que «nunca se termina de saber qué es la poesía» (pág. 248).

 

ensayo de Ana Ma Díaz Pérez

Universidad Autónoma de Madrid

 

Publicado, originalmente, en: Philobiblion: revista de literaturas hispánica No 6 (2017)

Philobiblion: revista de literaturas hispánica es editada por UAM Ediciones

Universidad Autónoma de Madrid

Link del texto: https://revistas.uam.es/philobiblion/article/view/9261

 

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