Resulta difícil ahora reconstruir las sensaciones que tuve al leer por
primera vez poemas de Pessoa; me vienen a la cabeza algunos de los
atribuidos a Alberto Caeiro: el afán por devolver las cosas —los
árboles, el río, los elementos de la escena rural de
El guardador de rebaños a
su desnuda realidad, por delimitarlas con una palabra justa y cristalina
que excluya otros sentidos, interpretaciones, cualquier clase de
misterio; un nominalismo estricto que se opone, por ejemplo, a hablar de
naturaleza,
porque lo que así llamamos serían simplemente "partes sin un todo". Me
vienen a la cabeza también poemas de Álvaro de Campos, no las grandes y
extensas "Odas" de 1914-17, sino otros posteriores, como el que cuenta
un viaje en coche por la carretera de Sintra, haciendo de él una aguda
experiencia de la falta de finalidad de los actos, de aislamiento
respecto a todo lo exterior; el poema se mueve con el coche, fluye
aunque parecería fatalmente cerrado, explica la vida sin que uno se la
explique. Es imposible saber qué queda en esto de aquella sensación
primera de lectura, qué se ha ido adhiriendo después; pero sé que el
impacto fue enorme, que estableció una
relación personal.
En los años siguientes fui leyendo todo lo que estaba traducido —Llardent,
Crespo, Campos Pámpano—,
como aquel deslumbrante Libro del
desasosiego; también estudios, un
número inolvidable de la revista Poesía, alguna biografía, me
fui asomando a los textos en portugués. En ese proceso, junto a la
huella que dejan las palabras, junto a la resonancia dolorosa de una
vida, prevalecía la fascinación por el proyecto, el mecanismo de los
heterónimos:
esos personajes con vida propia, distintos del autor y entre sí, que
firman libros y poemas, tienen su poética diferenciada y su pensamiento,
que discuten y disienten y también disfrutan de un peculiar
compañerismo, el de compartir escena en el mismo solitario teatro del
drama em gente.
Lo que se ha escrito sobre Pessoa habla especialmente de ellos,
reconstruye su génesis, propone interpretaciones; de algún modo, aquel
latigazo de Rimbaud, "yo es otro", encuentra aquí su práctica y su
relato, reformulando los vínculos entre vida y escritura, sujeto y
experiencia, identidad y pluralidad del yo. Esto es sabido y, también,
las monumentales dimensiones que Pessoa adquirió, el lugar propio en el
curso del siglo XX que para nosotros conserva.
Cuando hace pocos años, movido por un amistoso proyecto editorial,
decidí volver a Pessoa de manera sistemática, preguntarme qué había sido
de aquella relación personal, vi que necesitaba lo que Caeiro
llama "aprender a desaprender", lo que describe como "raspar la tinta
con que me pintaron los sentidos." ¿Cómo recuperar el contacto con los
poemas?, ¿cómo pensar que realmente los leía y no estaba reemplazándolos
por lecturas sobrevenidas?, ¿por un mito, una imagen de ese poeta ya
clásico y legendario? Tuve la sensación —ahora
no sé si injusta— de
que dos aspectos se habían comido la obra de Pessoa, la centralidad de
sus textos: uno era el filológico y editorial, la publicación
ininterrumpida del enorme e informe legado —el
célebre baúl— que
dejó a su muerte, y todas las discusiones y polémicas añadidas; el otro
eran los propios heterónimos, pues todo parecía leerse pensando en cómo
interpretarlos, cómo explicarse su función para el autor, las relaciones
entre ellos, el sistema psicológico o filosófico o literario que en su
constelación tejían. Pero lo que en el origen a mí me había ganado eran
los poemas, el calambre de su voz: ¿no era esto lo que había hecho de
Pessoa una referencia forzosa de la poesía moderna?, ¿sus poemas, y no
todo lo demás?, ¿no era un poeta, antes que ninguna otra cosa? Y
entonces, si esto fuera así, habría que restablecer las prioridades.
De este modo lo veo: como un poeta inmenso, capaz de producir poéticas
plurales, todas de alta intensidad, y de componer en la multitud de sus
voces (no sólo las de los heterónimos, sino las que van cambiando y
quebrándose dentro de cada uno de ellos) un espacio de escritura
inseparable de la vida, por donde ésta fluye ajena a todo, ajena a quien
la vive, objetivada en unos seres que se hacen y deshacen según los
atraviesa. La escritura de Pessoa sería esa mutabilidad y ese
movimiento; pero también —y
aquí, en ocasiones, parece que su proyecto estalla y se reconduce a un
cauce único— el
obsesivo mantra de quien se siente arrasado por un dolor existencial
implacable y sin anécdota. Todo está ahí por el poder de su poesía, y
ese poder es un trabajo de la lengua que quizá todavía no hemos sabido
explicarnos; por eso Pessoa no se convierte del todo en monumento, sigue
operando como núcleo de energía activa donde las poéticas de ahora
encuentran aún sus propias preguntas, las vías abiertas para explorarse.
Después de hablar de pluralidad, de asumir que —por
ejemplo— Ricardo
Reis surge como método de Pessoa para negarse a sí mismo, para
contraponerse a sus convicciones poéticas más firmes, después de ésto,
quizá sea un disparate afirmar lo que sigue, pero al leer aprecio que
esas preguntas, esas vías, son sobre todo tres, que me parecen repetirse
a través de las diferencias. Una es el trabajo que se realiza en el
límite entre el verso y la prosa —"escribo
la prosa de mis versos"—,
la indagación de hasta dónde se puede llegar sin traspasar ese límite,
pues Pessoa sigue creyendo que la poesía necesita el verso y logró
escribir un verso libre de ilimitada virtud de apertura y reinvención.
Otra vía es la intuición de una poética sin metáforas, en que la
exactitud literal de las palabras se desliza en tautologías y
repeticiones, en el juego de las negaciones y el movimiento sintáctico,
hasta alcanzar tal vez una imposibilidad: que lo exacto sea lo que está
fuera de sí, fuera de lugar, propio y ajeno a la vez. La tercera es la
quiebra de la categoría de obra,
ante ese fluir continuo de escritura que se resiste a la articulación y
a cualquier manera de acabado. Por los tres caminos queda mucho que
andar. Tener esto presente, intentarlo, quizá sea una de las formas de
lo que Alain Badiou proponía a sus colegas filósofos en el título de un
ensayo extraordinario: "Una tarea filosófica: ser contemporáneo de
Pessoa". También, una tarea poética. Y de la vida ya no me atrevo a
añadir más.
Lecturas
– Las ediciones de la obra de Fernando Pessoa son innumerables y en
continuo aumento; como están al alcance de todos, no parece necesario
citarlas, ni siquiera las traducciones históricas a las que el artículo
alude. El mencionado "amistoso proyecto editorial" es el puesto en
marcha por Abada Editores, en Madrid, para publicar toda la poesía
pessoana; en traducciones de Juan Barja y Juana Inarejos han ido
apareciendo, acompañados por ensayos míos que han servido de prólogo,
los volúmenes correspondientes a Alberto Caeiro, Álvaro de Campos,
Ricardo Reis y el libro ortónimo Mensaje.
– Alain Badiou, "Une tâche philosophique: être contemporain de Pessoa",
en Colloque de Cerisy, Pessoa. Unité, diversité, obliquité.
Edición de Pascal Dethurens y Maria-Alzira Seixo. Paris: Christian
Bourgois, 2000. |