Tres poetas frente al misterio
(Darío, Machado, Aleixandre)

Ruben Darío

Antonio Machado

Vicente Aleixandre

por José Luis Cano

 

Siempre ha inquietado y atormentado al poeta, como al filósofo, el misterio de la existencia. Pero es, sobre todo, a partir del romanticismo cuando esa inquietud y esa pregunta sobre el enigma del hombre se convierte en tema poético (aunque no olvidemos el precedente soberbio de La vida es sueño de Calderón). Así Bécquer, lo llevará a sus Rimas, y antes que él nos dirá Espronceda en El Diablo Mundo, por boca de la Muerte:

En mí la ciencia enmudece;

y ávida, clara y desnuda,

en mí concluye la duda,

enseño yo la verdad;

y de la vida y la muerte

al sabio muestro el arcano

cuando, al fin, abre mi mano

la puerta a la eternidad.

 

Pero esa eternidad —madre amorosa en el verso del poeta romántico— no ha consolado siempre a los poetas que han venido después. No ha faltado quien, después de interrogarse a solas sobre ese arcano de la vida y de la muerte, ha querido grabar su dramática interrogación en el aire de su verso, y allí la ha dejado palpitar para que el lector, a su vez, se interrogue a sí mismo. Siempre recordaremos los conocidos versos de Rubén, tan citados:

Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,

y el temor de haber sido y un futuro terror...

Y el espanto seguro de estar mañana muerto,

y sufrir por la vida y por la sombra y por

lo  que no conocemos y apenas sospechamos,

y la carne que tienta con sus frescos racimos

y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos

¡Y no saber adonde vamos ni de dónde venimos...!

 

Ya Bécquer había escrito en una rima:

...ese soy yo, que al acaso

cruzo el mundo, sin pensar

de dónde vengo, ni adonde

mis pasos me llevarán.

 

Y el mismo Rubén, en el prólogo en verso a sus Cantos de vida y esperanza, había dicho también:

Y la vida es misterio; la luz ciega

y la verdad inaccesible asombra;

la adusta perfección jamás se entrega

y el secreto ideal duerme en la sombra.

 

Otro gran poeta que sintió en lo más hondo el misterio de la existencia—con sus dos caras: vida y muerte—, y lo cantó con dejo de filósofo andaluz, soñador y estoico, fue Antonio Machado, quien en un breve poema de Campos de Castilla escribe estos versos:

Cantad conmigo en coro: saber, nada sabemos;

de arcano mar vinimos, a ignota mar iremos. . .

Y   entre los dos misterios está el enigma grave;

tres arcas cierra una desconocida llave.

La luz nada ilumina y el sabio nada enseña.

¿Qué dice la palabra? ¿Qué el agua de la peña?

 

Machado se interroga, y la interrogación queda punzando el aire. Frente al enigma de la vida y de la muerte no hay respuesta. Y si la hay, la ignoramos. Por eso lo mejor es soñar, nos dirá siempre Machado. Y olvidar el misterio.

Los versos de Rubén, que hemos citado al principio —¡Y no saber adonde vamos / ni de dónde venimos!— han servido a otro gran poeta contemporáneo, Vicente Aleixandre, de punto de arranque para una meditación poética sobre el enigma humano, entreverada en un poema amoroso. En efecto, Aleixandre los ha puesto, como cita, al frente de su poema Entre dos oscuridades, un relámpago, que pertenece a su libro Historia del corazón y cuyo comienzo dice así:

Sabemos adonde vamos y de dónde venimos. Entre dos (oscuridades, un relámpago.

Y allí, en la súbita iluminación, un gesto, un único gesto,

una mueca más bien, iluminada por una luz de estertor.

 

Aunque sabemos, por confidencia del mismo Aleixandre, que la lectura, en su adolescencia, de un libro de Rubén fue decisiva o al menos sirvió de estímulo a su vocación poética, la influencia rubeniana en la poesía de Aleixandre es casi nula. Carlos Bousoño, en su libro sobre Aleixandre, cita sólo una huella de Rubén en unos versos de Nacimiento último. A ella habrá que añadir esa cita de los dos versos de Darío, con que inicia Aleixandre su poema Entre dos oscuridades, un relámpago. Aunque el comienzo de este poema, al que luego nos referiremos, parece contradecir el pensamiento de Rubén —sabemos adonde vamos y de dónde venimos, dice Aleixandre—, en realidad tal contradicción es sólo aparente, como hemos de ver, y el pensamiento expresado por ambos poetas es el mismo, aunque varíe la forma de expresarlo.

Darío, Machado, Aleixandre. Tres poetas frente al misterio. Pero, ¿cómo reacciona, poéticamente, cada uno de ellos, ante eso que los oradores románticos y postrománticos llamaban con lujo retórico, los insondables arcanos de la existencia?

Si recordamos los versos de Rubén, veremos que el poeta se limita en ellos a afirmar y lamentar la ignorancia del hombre frente al enigma de la vida. Más que una interrogación, es una elegía a la nesciencia del ser humano, una lamentación en la que no faltan alusiones al terror que invade al hombre ante al muerte, ni el contraste, tan característico de Rubén, entre el amor a la carne—que tienta con sus frescos racimos y la fatalidad de la muerte —la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos.

Por su parte, el poemita de Antonio Machado, de tono reflexivo y de una extremada concisión, sabe concentrar en ocho versos una meditación filosófica sobre el enigma de la existen­cia, no sin impregnarla de contenido poético. La sentencia de Machado viene a dar la razón a los versos de Rubén. Dice, en efecto, Machado:

                                                                                 ...Saber, nada sabemos;

de arcano mar vinimos, a ignota mar iremos.

 

Metáfora tradicional la de este último verso, que hereda Machado de su predilecto Jorge Manrique. La visión de Machado es pesimista, pero serena, en su desolada reflexión, sin el grito doloroso con que termina Darío su queja. Admite Machado que en la vida hay luz, e incluso sabiduría. Pero ni esa luz ni todos los sabios del mundo, viene a decir Machado, nos aclaran nada sobre el misterio. La palabra —ese milagro, a su vez—, mueve prodigios, pero nada puede ante la inescrutabilidad de la existencia, salvo interrogarla. Y la Naturaleza —el agua de la peña— es puro misterio ella misma.

Veamos ahora el poema de Aleixandre Entre dos oscuridades un relámpago. Si arrancan, como vimos de los dos versos de Rubén —¡Y no saber adonde vamos / ni de dónde venimos], su relación con el poema de Machado no es menos evidente. Los dos mares ignotos —origen y fin de la vida— que evoca Machado, son, en el verso de Aleixandre, dos infinitas oscuridades. Y el enigma grave machadiano —la existencia—: un relámpago. Pero esta imagen de sombra-luz-sombra que se repite en Machado y Aleixandre, figura en el poema de este último imbricada con otra imagen de estirpe clásica: la de la fugacidad de la vida, el fugit irreparabile tempus, y en ese sentido, el verso de Aleixandre entre dos oscuridades, un relámpago, parece un eco de estos versos de Bécquer:

Al brillar un relámpago nacemos,

y aun dura su fulgor cuando morimos

¡tan corto es el vivir!

Por otra parte, el poema de Aleixandre posee un interés especial desde el punto de vista estilístico, porque en él la imagen visionaria continuada, tan característica de la poesía aleixandrina —en este caso la vida como un relámpago entre dos oscuridades— se funde con otra de tipo tradicional: la vida —concretamente la vida de los amantes— contemplada como un largo y doloroso caminar, como una larga noche solitaria, oscuro desierto en que sólo una compañía —el amor— puede iluminarnos un instante. Pero copiemos un fragmento esencial del poema de Aleixandre:

Como en una tienda de campaña

que el viento furioso muerde, viento que viene de las hondas profundidades de un caos,

aquí la pareja humana, tú y yo, amada, sentimos las arenas largas que nos esperan.

No acaban nunca, ¿verdad ? En una larga noche, sin saberlo, las hemos recorrido;

quizá juntos, oh, no, quizá solos, seguramente solos,

con un invisible rostro cansado desde el origen, las hemos recorrido.

Y   después, cuando esta súbita luna colgada bajo la que nos hemos reconocido

se apague,

echaremos de nuevo a andar. No sé si solos, no sé si acompañados.

No sé si por estas mismas arenas que en una noche hacia atrás de nuevo recorreremos.

 

He aquí, pues, una imagen tradicional que logra plenamente en el poema de Aleixandre su doble objetivo de belleza y de emoción, y que fluye paralela a esa otra del existir, como súbito relámpago—entre dos abismos negrísimos—cuyo resplandor ilumina el bulto trémulo de la amada, en un paisaje elementalísimo y casi bíblico: una vasta llanura desierta, y una luna que sigue a los amantes en su largo caminar: una gran luna colgada que se apagará también algún día, no sin antes cerrar piadosamente los ojos de la pareja humana. Un sentimiento de resignada melancolía, teñida de piedad, flota en este poema, que en su final patético parece encerrar una esperanza en otro caminar hacia la luz, y una visión del amor como salvación luminosa de la existencia terrena.

Cartas en el tiempo - Firmas de autor - Carta de Vicente Aleixandre a José Luis Cano, Miraflores, 12 de septiembre de 1940
03 jul 2018


Vicente Aleixandre, interpretado por Alberto San Juan, escribió en septiembre de 1940 una carta al que era quizás su confidente más cercano: José Luis Cano. Le transmite su angustia tras la muerte de su padre y la reconstrucción de su casa de Madrid, bombardeada durante la guerra civil. Está en pleno proceso de creación de uno de sus libros de poemas más reconocido: “Sombra del paraíso”.

Intervienen Emilio Calderón, escritor y biógrafo de Vicente Aleixandre, Alejandro Sanz, presidente de la Asociación Amigos de Vicente Aleixandre, Anna Caballé, profesora de Literatura de la Universitat de Barcelona y Pere Gimferrer, poeta y crítico literario.

José Luis Cano
Cuadernos Americanos Año XIX Nº1 - enero / febrero de 1960

Digitalizado como texto word, y procesado como htm, por el editor de Letras Uruguay (se agregaron los retratos de los poetas)

 

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