Entrevistas

Aleixandre: Continuidad de una poesía

por José Luis Cano

 

La poesía se ha comparado a veces a un río fiel, a un manantial que no cesa. El verdadero poeta lo es desde que nace a la poesía hasta que muere, en cuyo momento vuelve a nacer a una fama mayor, a esa especie de eternidad que es el firmamento de los poetas. Son pocos los casos de decadencia de un gran poeta, casi siempre motivada por agotamiento, por sequedad o por la coacción de circunstancias históricas. (El caso de Manuel Machado a partir de la guerra civil española es uno de los más tristes.) Los grandes poetas de la Generación del 27, de los que muy pocos nos quedan ya vivos, han dado un ejemplo admirable de continuidad y de fidelidad a la propia obra. Un Jorge Guillén, doblado ya el cabo de los setenta años, continúa incansable su labor, y apenas terminado el segundo ciclo de su poesía, Clamor, ha empezado a trabajar en el tercero, que se llamará Homenaje.

Y la misma continuidad en Gerardo Diego, en Rafael Alberti —cuya poesía reverdece hoy a la clara sombra de las calles romanas—, en Dámaso Alonso, en Vicente Aleixandre. En plena madurez de su talento, Aleixandre publicó el pasado año dos libros de poesía: Presencias y Retratos con nombre. Desde que en 1928 apareció su primer libro, Ámbito, hasta hoy, han transcurrido treinta y ocho años de una obra que ha ido creciendo y enriqueciéndose con admirable continuidad, fiel a la divisa goethiana: sin prisa pero sin pausa. No es Aleixandre un poeta que se distinga por una producción abundante de libros, como es el caso de un Pablo Neruda en América o de un Gabriel Celaya en España, aunque pasan ya seguramente de una docena los que ha publicado. Sus libros son de gestación lenta, y entre la aparición de uno y otro suelen pasar varios años. Sería quizá exagerado decir que Aleixandre sigue también la divisa que Plinio atribuyó a Apeles, nuila dies sine linea, pero sí sabemos, por confidencia del poeta, que diariamente consagra unas horas a la tarea poética, trátese de escribir o corregir sus propios poemas, o de leer y aconsejar a los jóvenes poetas que le consultan.

Lo admirable de Aleixandre —y a lo que debe acaso hoy el sólido prestigio de que goza en la poesía contemporánea— es que posee como pocos el secreto de renovarse, de enriquecer su obra y hacer que evolucione con la historia de su tiempo y de su país, pero permaneciendo siempre fiel al espíritu y al estilo de su poesía. Como por deber de crítico y pasión de lector he seguido día a día su trabajo, mi sorpresa y mi admiración han sido constantes al contemplar a un Aleixandre superándose en cada libro, ensanchando cada vez más el ámbito y la materia de su poesía, pasando del paraíso a la historia, del corazón a la materia más humilde y usada, del hombre solitario a la gran masa viva de los hombres, de la pequeña ola silenciosa al bramido doloroso del mar inmenso que jadea sin descanso. En el último libro de Aleixandre, Retratos con nombre, continúa el poeta el acercamiento —que ya nos sorprendió en su libro anterior, En un vasto dominio—, a ia existencia concreta, histórica, del hombre, que implica un claro proceso de objetivación de la realidad, en el que el yo del poeta, como protagonista del poema, desaparece para dejar paso a la contemplación atenta, detenida, morosa a veces, de la realidad en torno, del vivir del hombre y de las cosas a lo largo del tiempo y del espacio. Para sus Retratos con nombre —la mayoría de ellos de personas conocidas, poetas y artistas, pero algunos de figuras anónimas: un albañil, un pregonero, un payaso...—, utiliza Aleixandre una técnica vivificadora, de pintura viva en movimiento, que nos recuerda a veces un grabado de Goya o una acuarela de Eduardo Vicente. Es el suyo un pincel cálido y penetrador, teñido con frecuencia de ternura y aun de piedad; otras, las menos, de ironía. Pero en esos poemas-retratos hay algo más que un logro artístico: una intención moral, de solidaridad con el esfuerzo del hombre, sea un gran artista —véase los admirables retratos de Jorge Guillén, de Dámaso Alonso, de Gerardo Diego, de Rafael Alberti, de Carlos Riba, del escultor Angel Ferrant...— sea una figura borrosa o ignorada —un obrero, una ramera— que cobra de pronto vivo relieve gracias al pincel iluminado del poeta. Ese tipo de poema-retrato no es puro capricho de un artista: obedece a ia estructura interna de una visión del mundo que llena la segunda fase de la poesía de Aleixandre, iniciada con Historia del corazón, y que se desarrolla en dos planos: el vivir humano en su totalidad, desplegándose en el tiempo y en el espacio, y el vivir concretísimo, individualizado, de una figura humana, conocida o anónima. La técnica entonces parece exigir a veces una pintura realista, de pormenor, de morosa descripción de la figura, con el sereno y espiritual realismo de un Velázquez. He aquí que el poeta ya no nos habla de sí mismo, de sus furias y penas, de su amor o su soledad, sino que dirige ahora su mirada a la realidad en torno, sobre todo a la realidad de los otros, sin los cuales, por otra parte, no existe el yo. El descubrimiento dei otro, como realidad esencial del yo, lo ha hecho primero la filosofía en nuestro tiempo, pero han sido acaso los poetas quienes han sabido dar a ese hallazgo trascendencia humana y luz profunda y enriquecedora. Solamente en un poema de Retratos con nombre —«Cumpleaños»— habla Aleixandre de sí mismo, al contemplar su propia vida, como en rápida imagen cinematográfica: primero la infancia andaluza con fondo azul marino, y luego la juventud, la madurez: hierro frío para el corazón o eí cuerpo sufrientes, y al cabo la alcanzada serenidad de una historia aún inconclusa: el alma manchada, «con toda su viva mancha», y el pecho tatuado con el transcurrir doloroso, o feliz, de los años.

He vuelto a charlar con el poeta en su retiro estival de Miraflores de la Sierra, el bello pueblecito serrano próximo a Madrid donde Aleixandre ha escrito casi todos sus libros desde hace más de treinta años. Recojo a continuación, para Mundo Nuevo, algunas de mis preguntas y sus interesantes respuestas.— J. L. C.

*****

JLC: Hace siete años, en una entrevista que te hice para Cuadernos, afirmabas que tu libro Historia del corazón abría una nueva etapa de tu poesía, en la que ya no era la Creación y su unidad fusio-nadora el tema central de tu obra, sino e! vivir del hombre, su existencia total en el transcurrir histórico e individual. Tus dos libros últimamente aparecidos, Presencias y Retratos con nombre, ¿deben considerarse como pertenecientes aún a ese segundo ciclo de tu poesía?

VA: Sí. Esa segunda etapa, que se inicia en la última parte de Sombra del Paraíso, con su primer libro completo en Historia del corazón, creo que llega hoy efectivamente a Retratos con nombre. Al lado de la visión totalizadora del vivir humano a que aludes, puede el poeta considerar la visión analítica de la parte, del pormenor (el «detalle» del cuadro) y este segmento ser ahora tal criatura, tal hombre, tal mujer, que al particularizarse e individualizarse llegan a la caracterización, apareciendo el retrato. Tal es, me parece, el proceso natural y el origen de Retratos con nombre en el conjunto de mi trabajo. En cambio Presencias, el otro volumen a que te refieres, es una antología temática que persigue «lo otro» como tema poético, a través de mi labor sucesiva.

JLC: El panorama de la nueva poesía española que esbozaste en aquella entrevista de 1959, ¿te parece que sigue vigente en 1966, o algo ha variado en él? Entonces estimabas que el gran tema de la nueva poesía era «la consideración del hombre histórico, del hombre fluyente, inmerso en un aquí y un ahora». Y observabas que de los subtemas resultantes, el de la angustia había remitido, el de la esperanza se había intensificado, pero sólo en su vertiente social, pues en su vertiente religiosa perdía fuerza. Y en cuanto a la poesía social, ya entonces en boga, la juzgabas enteramente legítima y necesaria, si conseguía la expresión idónea. ¿Piensas hoy igual que entonces? ¿Qué es, a tu juicio, lo que ha cambiado en nuestra poesía, y cuáles son los signos más característicos qúe cualifican la obra de nuestros mejores poetas jóvenes?

VA: El tema central sigue siendo el mismo, me parece: la acentuada consideración del hombre histórico, el hombre fluyente, en su aquí y su ahora. Creo, sin embargo, que si su núcleo no está agotado, muestra síntomas de cansancio en algunos de sus aspectos. La estricta preocupación social parece ahora haber menguado en cuanto proveedora de motivos poéticos. Quizá lo que exige la poesía consiguiente es una renovación expresiva, pues en verdad las inquietudes que originaron aquella preocupación están lejos de haber caducado, de haber siquiera disminuido. En cierto modo se han integrado, en su manifestación literaria, en una extensa preocupación ética general. Entre los jóvenes, esta evolución del contenido se acompaña de una traslación correlativa de la expresión, y el prosaísmo, como valor, antes en buena parte dominante, está siendo sustituido por una diferente exigencia en el cuidado de la forma, desde la que se modula la nueva poesía meditativa hoy creciente. La poesía, en los años pasados, y en sus momentos de mayor extremosidad, diríase que «se disculpaba» de existir, intentando, si no confundirse, acercarse lo más posible a los otros géneros, la narración, el ensayo. Una muestra más de la capacidad de renovación que la poesía lleva en sí misma, y que tan necesaria fue en ios años de referencia. Hoy buena parte de la juventud busca centrarse de otra manera, en un intento de mover su enfoque expresivo ensanchando por otro costado su acervo modulador. Reivindica, por ejemplo, a la imaginación como facultad creadora, tan empalidecida en el período precedente. Y los más jóvenes están incluso redescubriendo por su cuenta los valores sensoriales de la formulación poética. Se producen no pocas sorpresas.

JLC: ¿Estimas, pues, que el momento poético español en 1966 es fértil y supera a otros anteriores, permitiéndonos ser optimistas en cuanto al futuro próximo de nuestra poesía?

VA: Es inquieto, fértil y prometedor. Acentúa la sensación de traslación, de giro, y en este sentido me parece lleno de significación. Lo encabezan los poetas jóvenes de más probada personalidad, con obra y en posesión de la conciencia de estar buscando, hallando habría que decir, salidas renovadoras a una situación cumplida.

JLC: Tras tu libro Retratos con nombre, tan bien acogido por la crítica, me has dicho alguna vez que has empezado a escribir un nuevo libro, que quiere reflejar una contemplación del mundo, del vivir humano, desde una última madurez de tu espíritu. ¿Quieres decirme algo de ese libro que preparas?

VA: ¿Qué quieres que te añada? La preocupación temporal ha sido una constante en mi poesía desde hace años. Y dentro de una visión abarcadora, su materialización en lo concreto, hombres y cosas, una lucha contra la fluidez del medio impalpable. Pero en este libro quisiera intentar algo diferente. Algo más lírico, por una parte, a través de la vicisitud en que la instancia temporal sitúa al protagonista, y por otra parte algo que conlleve cierta consideración de la vida desde la altitud de la edad. Creo que no hay que aguardar a poner el pie en el último pico: cualquiera puede ser el último. Pero el libro no está concluso y parece prematuro divagar sobre él.

JLC: Por último, ¿cómo juzgas las restricciones a la libertad de creación y de expresión que algunos Estados imponen todavía a los escritores y a los artistas? El arte, la cultura, ¿deben ser libres, o estar controlados y mediatizados por el Estado?

VA: El escritor, hombre entre hombres, tiene naturalmente condicionada su libertad, su personalidad, por ia sociedad en que se expresa, y este condicionante, al darle límites, le revela. Cosa diferente es la construcción externa y que mediatiza la cultura. A veces con el aparato coactivo del Estado: otras, y es bien sabido, por medios más insidiosos y sutiles, ajenos a la evolución de algunas estructuras capitalistas. Si la construcción a que te refieres es en principio dudosamente admisible, de hecho se ha mostrado además, en la mayoría de los casos, como perturbadora y de resultados adversos. Creo que a la altura de nuestro tiempo, y en concordia con los deberes hacia la colectividad, cada vez hay menos alternativa a un supuesto que se presenta con creciente evidencia: ia necesidad de la libertad para el escritor y el artista.    

 

por José Luis Cano

 

Publicado, originalmente, en: "Mundo Nuevo" Nº 9 marzo 1967

Link del texto: https://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/3897

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

 

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