1. Imaginen la Ciudad de México a mediados de los años 70. Imaginen
un Volkswagen lila, lleno de bollos, aparcando encima de la acera.
Imaginen a una joven cargada de libros que sale del coche. Si ya han
imaginado todo esto, no les costará imaginar ahora que un extraño
impulso les llevaría a entablar una verdadera amistad con esta joven
resuelta, con esta letraherida despistada y genial. Así nos describe
Pedro Serrano, profesor y crítico, director del Periódico de
Poesía, a Ida Vitale el día que la conoció.
2. Quisiera apuntar, antes de abordar qué es la poesía para nuestra
escritora, tres aspectos que admiro en su personalidad literaria y
que me hacen sentir privilegiada por el exquisito regalo que supone
siempre escribir sobre su obra.
En primer lugar, su curiosidad —esa virtud
fundamental para los griegos que empezaría a penalizarse más tarde
con la expansión de la religión católica—,
una mente inquieta que he ido descubriendo a lo largo de los últimos
años, primero como lectora a la distancia de sus imprescindibles
poemas, ensayos, prosas; después como conversadora, interlocutora,
ávida oyente gracias a haber sido su antóloga hace dos años con
motivo de la concesión del Premio Reina Sofía de Poesía
Iberoamericana. Dice la poeta:
Un niño extrae a la larga más y
mejores modos de diversión de una lupa que de un triciclo. De su
atención detenida, de su naciente curiosidad nacen muchas cosas:
para empezar, su propia intimidad. Yo diría que en ella renace
la civilización.
Si la insaciable curiosidad de Montaigne, agudo analista de su
tiempo, lo llevó a atravesar sin reposo la atormentada Europa del
siglo XVI
en busca de nuevas interrogantes, un mecanismo similar empuja al
sujeto Vitale a viajar, a interesarse por la realidad, a adentrarse
en profundidad en la otredad y la identidad cultural ajena, pero
también a constatar, por ejemplo, los peligros de un futuro
atrozmente tecnológico, escasamente crítico, vuelto de espaldas a
una naturaleza que grita "como no lo hace el hombre", o de la crisis
de valores generalizada y de la cultura —también
de la cultura uruguaya— en particular. Nada
de torremarfilismo o misantropía, pues, nada de ensimismamiento en
ella, sino más bien contacto inconformista con la realidad que rumia
en su rico mundo interior y del que nace tanto una reflexión cabal
sobre la cultura, la educación, la ciencia o la religión en sus
textos críticos, en sus entrevistas y declaraciones, como una poesía
lúcida, resplandeciente, pero también inquisitiva, oximorónica,
esforzada y cada vez más ajustada. Alguien
que nació y se formó "en un tiempo en que existían las cuatro
estaciones", no
puede menos que estar predestinada al cambio perpetuo, imantada por
lo inestable y el enriquecimiento, la celebración, la clarividencia
que esto supone —"El mundo puede ser todo
nuestro si somos curiosos", afirma—, pese al
nostálgico deseo de permanencia y sedentarismo puntual que puede
acuciar al sujeto melancólico que también es.
Su enorme vitalidad, su apertura constante a la maravilla y a lo
nuevo la hacen voraz en sus descubrimientos de otros poetas, otros
músicos, otros cineastas. Esa cualidad de niña asombrada es un
primer rasgo que desearía destacar de su espíritu, sin olvidar que
en relación a esta sed de conocimiento está, claro, su erudición, su
dominio absoluto de la tradición cultural. Ida Vitale es una
humanista y esto hoy día es ya, lamentablemente, más que
infrecuente:
Voy hacia mi límite sin modificar
el hábito infantil del asombro ante el mundo que acompaña
incluso a los humanos desentendidos de inútiles minucias.
Su riqueza prodigiosa posibilita una extensión del alma que hoy
pocas cosas ofrecen. La música, sin duda. La curiosidad une
partes desvinculadas del mundo y justifica al ser humano. Le
ayuda a ser un recreador de aquél, al refrendar su porqué, y a
preguntarse su propio para qué.
En segundo lugar, quiero subrayar su rigor formal y estético, su
exhaustividad que, sin embargo, no implica conformismo, pues es una
escritora que arriesga, que experimenta, que busca ontologías
nuevas, nuevas maneras de decir. Como creadora es versátil, nunca
monolítica y tiene libros muy diversos en prosa, en poesía
—aforismos, juegos lingüísticos, ludismos,
sentencias— siempre a la búsqueda "du
mot juste".
Pero la luz acecha
aun para lo enterrado
Insiste en dar con ella.
En tercer lugar, es preciso resaltar su talento inagotable porque
con curiosidad y rigor, pero sin talento, no tendríamos, como
tenemos, a una auténtica creadora, a alguien que domina el lenguaje,
percibe esa herida esencial y la plasma, con alta temperatura, en el
idioma.
3. En efecto, y pasamos ya al tema de este trabajo: la herida del
lenguaje marca a algunos seres desde la infancia y continúa siempre
ya abierta. "En el primer plano de la poesía debe estar el lenguaje,
ese es el tema. Lo que me mueve a escribirlo es él, la búsqueda de
lo que ya no se va a dar", declara Ida Vitale. Es una llaga gozosa,
en paradoja casi mística, porque es infinita. Como el ouroboros, la
escritura es una indagación constante, un círculo de revelaciones
incesantes, con una combinatoria inacabable, con posibilidades
siempre nuevas y eso proporciona un placer extremo al escritor, a la
escritora en ese caso. El mundo de Vitale gira en torno a la palabra
y el hallazgo de su justeza, de la máxima precisión y originalidad
en esa combinatoria: "Las palabras quedan vibrando como cuchillos
recién lanzados, y allí, en la vibración misma el texto se disipa, y
resucita la palabra" dice el crítico Alberto Villanueva sobre la
poética de la uruguaya. En Oidor andante, uno de sus libros
más experimentales, confirma la autora lo crucial que es para ella
la magia verbal y la exactitud:
La Palabra
Expectantes palabras,
fabulosas en sí,
promesas de sentidos posibles,
airosas,
aéreas,
airadas,
ariadnas.
Un breve error
las vuelve ornamentales.
Su indescriptible exactitud nos borra.
Esa constante indagación verbal, fruto de la herida esencial, de la
carencia, de la falta, tiene sus peligros pero el poeta no puede
sino asumirlos, no le queda más que asumirlos. Está predestinado al
oficio de escribir, como explico en la introducción de Todo de
pronto es nada al hilo de la conferencia de Vitale en la
Residencia de Estudiantes en 2008 que sigue a Lo que me ofreció
el mundo cuando empecé a escribir y que lleva por título el
programático y modesto: Lo que traté de hacer con ello. Ida
Vitale se presenta allí como el más perdido soldado raso en el campo
minado que es la poesía. Según
esto, quien se dedique a la que se considera más alta expresión del
lenguaje debe sortear peligros y dificultades que cuestionan, de
raíz, su tarea, cuando no ponen en jaque su propia existencia. Estos
escollos con los que se tropieza son de muy diferente naturaleza y
el soldado debe intuirlos, e incluso buscarlos como desafío y
acicate, manteniendo una claridad de rumbo —el
misterio guía—, pese a la inestabilidad e
incertidumbre que pueda embargarlo —sabido
es que la poesía nunca es estática y que lo medular en ella es
precisamente su vacilante distancia respecto al ideal.
Una segunda imagen para la poesía que utiliza nuestra autora es la
de "un puente pero no de seguro hierro, sino un puente dinamitado,
riesgoso, lleno de fisuras, harapos, angustias, fracasos y que tan
solo vale para el que lo crea", un puente que "se puede parecer al
puente Mirabeau desde el que saltó el atormentado Paul Célan hacia
la muerte". La figuración vuelve a incidir en las amenazas del
oficio, en el desafío que supone para el que lo ejerce, así como en
el escenario en ruinas, hecho de jirones y fragmentos del que está
hecho.
En tercer lugar, la escritora nos ofrece otra metáfora de la
creación poética que es la del paisaje vivo: un pintor chino, nos
cuenta, aconsejaba buscar un muro en ruinas y extender sobre él una
seda blanca. A continuación, habría que apoyarse en el muro y
contemplar largamente a través de la seda hasta que se distinguieran
contornos, salientes, sinuosidades que trazarían el perfecto dibujo
de un paisaje vivo. Si el poeta acertara, todos verían en ese muro
el paisaje que antes no vislumbraban y ni tan siquiera intuían. El
oficio del poeta, por tanto, requiere valor y capacidad de
observación, exige cierta predisposición a lo visionario a partir de
una sensibilidad del espíritu para capturar o adivinar más allá de
lo tangible, de lo aparente, de lo convencional. El poeta ve un
paisaje vivo, a veces alógico o irracional, donde solo hay
escombros, despojos y cascotes o un páramo desolado; lo construye,
con esfuerzo y dedicación también, desde ese desmoronamiento previo
del edifico sólido ya conocido.
La poesía de Vitale, onírica y al mismo tiempo precisa en su lógica
interna, que parte de la pura materia, de lo cotidiano para
trascenderlo y adquirir otros vuelos, remite a la pintura metafísica
de Giorgio de Chirico y de Giorgio Morandi —dos
de sus artistas de cabecera—, pues el
estremecimiento se produce en el receptor por un ejercicio de
descontextualización y desorden, por una nueva y enigmática manera
de ordenar la realidad. Hay una imagen de Magritte, pintor de
filiación surrealista, que me parece también inspiradora para
explicar la poética de Vitale. Se trata del lienzo "La memoria"
—del que hay variantes—
en el que un busto femenino, frío, de belleza parnasiana, exhibe una
herida de sangre en su frente, en su ojo. El contraste entre la
inerte piedra esculpida y la vida que sangra plasma muy bien esos
dos dominios que forman parte de la escritura para Vitale: razón,
meticulosidad, precisión formal —"La obra de
arte siempre nace por cesárea", dice Vitale—,
por un lado, secreto, placer-dolor, inspiración, por otro. Difícil
hallar sentencia más elocuente acerca de una determinada práctica
poética que la del parto por cesárea. El poema, como manifestación
artística, nacería, según esto, de manera artificial, a partir de
una operación quirúrgica y aséptica minuciosamente calculada
—"lúcido, depurado y elegante campo de
operaciones" llama Luis Muñoz a la poética de la autora en el
diálogo Cadena perpetua—,
programada hasta el mínimo detalle. La
frialdad y aparente neutralidad de un alumbramiento de estas
características solo en parte define la búsqueda de la alquimia del
verbo por parte de Ida Vitale, como adelantábamos. Desde temprano,
desde que fuera "criatura de ignorancia natural", la creadora se
percata de un "extravagante designio" que no es sino resignificar el
lenguaje, dotar de otros sentidos a las palabras, girándolas,
vaciándolas previamente, dándoles la vuelta, destruyéndolas y
reconstruyéndolas ad infinitum, mostrando otros prismas o
valores en una semántica poliédrica que se multiplica y
plurisignifica en contacto con otras palabras —"Las
palabras son nómadas. Lo que las vuelve sedentarias es la mala
poesía", dice la perspicaz Vitale. El sujeto elige "con la cabeza
fría", duda, vacila sin tregua entre "vocablos / vocaciones
errantes, / estrellas que iluminan / antes de haber nacido / o
escombros de prodigios ajenos"
que
a veces se sostienen en un equilibro casi imposible que bordea esa
precisión absoluta, máxima de su estilo: la exactitud, la cifra, el
paraíso; en
otras ocasiones, pese a todo, se esfuman —"las
palabras se espantan de mí como palomas"
dice
en "Mes de mayo" de Oidor andante. En definitiva, se trata
de dar otro giro, normalmente insólito, inesperado, a las "palabras
de la tribu", según designación que Mallarmé aplica en su poema a
Poe, para volverlas de nuevo significativas, para iluminarlas,
devolvérselas al lector en formas nuevas, transformadas,
enriquecidas de sentido, pero ese ejercicio de depuración meditada
exige el chispazo, el misterio.
En este sentido, el ars poética rimbaudeana se aviene muy bien con
esa alucinación inicial, con ese desarreglo de los sentidos o
videncia que es precisa para transmutar después, mediante una
permanente indagación fonética, léxica, sintáctica, la materialidad
del mundo en prodigio. Como afirma Michèle Ramond en la
contraportada de la edición de la obra completa de Vitale que Arca
Editorial emprende en 1992: "La poesía alquímica de Ida Vitale se
alza contra la poesía metafórica porque rechaza la idea de que el
trabajo poético no sea al mismo tiempo un trabajo sobre el mundo. Es
bastante evidente (aunque no sea del todo luminoso) que para Ida
Vitale lo poético […] es un melancólico trabajo de transmutación de
la materia, de toda la materia, no solo de la lengua". En
esa transfiguración se pretende encontrar el túnel secreto que
comunica las cosas todas entre sí: una sintonía, una afinidad o
identificación, un paralelismo casi simbiótico también entre la
realidad escrita y la realidad sensible, sea paisaje, letra o
música. El mundo y su belleza —con sus
múltiples lenguas y cifras, a través de sus diversas manifestaciones
artificiales
o naturales, como la pintura, la escritura, la música, la misma
naturaleza— ofrece, brinda, entrega, muestra
y el poeta, que nunca es ajeno a él y no escapa tampoco cuando
deviene prosaico, capta, penetra, aprehende, registra.
La antigua teoría simbolista de las correspondencias de Baudelaire
cobra forma y se revitaliza desde el espíritu palingenésico y
analógico de Vitale. Cálculo constante, corrección infinita,
sustitución y labor meticulosa de orfebre del verso
—il miglio fabro del parlar materno, según Dante—,
de cirujano que debe "establecer la justeza del corte primero y el
corte último", por un lado, pero
en combinación con el destello, el meteoro, el relámpago, la
inspiración —"Palabras: / palacios vacíos, /
ciudad adormilada. / ¿Antes de qué cuchillo / llegará el trueno /
—la inundación después—
/ que las despierte?".
El "bosque de símbolos" que "observa con miradas familiares" a un
sujeto que trata de descifrarlo es el trasfondo de su poética y no
podemos olvidarlo porque "la realidad que le sirve al poeta no es la
que todos ven sino la que él adivina tras un opacidad general", dice
Vitale. Así, las relaciones entre perfumes, sonidos y colores
pueblan su sensorial universo, pleno de sinestesias. La intuición y
la iniciación en un círculo secreto en el que se manifiesta una
facultad del espíritu para capturar un paisaje enigmático son
inherentes a su oficio, son el primer paso de una escritura que,
solo después, se puede valer de una racionalidad científica y un
aquilatamiento manifiesto. Por tanto, el poema nace por cesárea
finalmente, fruto de una operación, un ejercicio, un trabajo, un
oficio, pero se requiere el destello fugaz, la chispa espontánea, el
fogonazo o centelleo de la emoción, el "meteoro", para su
concepción. Para Wallace Stevens, un poema es un meteoro, esto es, o
se atrapa en un instante de iluminación o se pierde para siempre. La
obsesión hermenéutica por definir y explicar no puede aplicarse a
ese misterio, a esa gracia, a esa nebulosa previa que debe encontrar
las palabras precisas. Sin inspiración o gracia, sin misterio o
presagio —llámese ruido del viento, canto de
los pájaros, sonido del mar, de las hojas—,
por mucho quehacer lógico que haya, no hay poema vivo. El misterio
existe para ser desvelado o, al menos, para que se afronte el reto
de logarlo.
La actividad del poeta que acepta y postula la existencia del
misterio es tan razonable como cualquier otra tarea. En su
imperfección respecto a su propio ideal, la poesía encierra sus
inquietudes y obsesiones, también su propia esencia. Como Arnaut
Daniel, el trovador provenzal, es consciente la poeta de que sin
limar y pulir la joya hasta la perfección, o lo más cercano a esta
que sea posible, no hay arte, pero también lo es de que es precisa
la mirada lúcida alrededor, la materialidad, las cosas concretas, ajenas
al ensimismamiento o la introspección solipsista y, en esa mirada,
tiene que surgir un fulgor, un detonante, un vislumbre inesperado,
revelador, iluminador. La
Vitale iluminada exploraría, indagaría en un ejercicio placentero,
pero también igualmente arduo, tortuoso, doloroso; busca registrar
la luz con palabras en medio de la oscuridad, de la opacidad o
niebla del lenguaje. Sin embargo, una vez creada, la poesía es ya
una realidad en sí misma, autónoma y casi suficiente, y no es
preciso pasar la realidad toda, absoluta y de manera total por el
lenguaje. El poeta, una vez que se deja llevar por ese instante
secreto irracional, extraño, inexplicable —"la
belleza que, inalcanzable, fugitiva, pasa" ,
se sobrepone al peso de lo real para hacerlo más real por la poesía.
Es vital, pues, el centelleo, el misterio inicial, a veces
irracional o con sus propias razones, aunque luego haya rigor,
trabajo, oficio. De alguna manera, el servicio del poeta debe ser
"acompañar al misterio" y hacer partícipes del mismo a los
potenciales lectores: el misterio es una llamada a la participación
del poeta en lo real y del lector en el poema. A partir de lo
conocido, en vuelo o rapto y con trabajo, nos regala imágenes de lo
desconocido, del misterio, de lo arcano.
La poeta —también su lector—
debe estar alerta a todo lo que se mueve a su alrededor, sus
sentidos despiertos, tiene
que mostrarse dispuesta/o a tambalearse siempre, a vivir en la
cuerda floja y ser consciente de la fragilidad e insatisfacción
constitutiva a su labor, de que va a acercarse solo en ocasiones
puntuales a lo sublime o inefable, de que la creación constituye,
precariamente, "la interrupción noble del silencio"
—desde la mística sabemos que lo dicho importa menos que lo
que se dejar por decir. Hasta para nombrar la nada hay que
esforzarse. Sobresalto
y contención, meteoro y depuración son ambas, como venía diciendo,
operaciones necesarias. La poesía es la forma particular de ordenar
el misterio en una abstracción de los recursos habituales y la
métrica tiene ahí mucho que decir pues el elemento constructivo es
vertebrador de lo demás. En ese "ritmo o andar que le es propio a la
poesía", en palabras de la autora, y que puede ser personalizado
—en el caso de Vitale para ser cada vez más
despojado o fluido, más delicado, aéreo y elegante a partir de
encabalgamientos e hipérbatos—, hasta
hacerse inconfundible está la clave. Esa búsqueda obsesiva de la
perfección formal, de la precisión absoluta a través de la
experimentación, esa ansia de exactitud semántica y métrica en el
poema trabajada desde la autocorrección, la revisión constante,
puede desembocar en ocasiones en un hermetismo surreal consciente y
en una dificultad latente. Su gran tema es, entonces, el lenguaje.
Cualquier distracción le hace perder la inspiración y ya no hay
trabajo posible, dice en la veta metaliteraria, metalingüítica que
invade muchos de sus poemas.
Por otra parte, justo es reconocerlo, la escritura proporciona una
felicidad y plenitud infrecuentes o infrecuentemente confesadas, las
palabras "acunan" y "suplen los destrozos de los días", como afirma
en el poema "Accidentes nocturnos"; son "infinito alimento", pero
también duelen y quiebran, son perfume o luz fugaz, destello
inapresable, "imposición repentina del misterio": "Campo de la
fractura, / halo sin centro: / palabras, / promesas, porción,
premio. / Disuelto el pasado, / sin apoyo el presente, / desmenuzado
/ el futuro inconcebible";
"una espina es una espina es una espina / y dura mucho más que la
rosa precaria". Son
los riesgos de la revelación y de la incapacidad del lenguaje para
apresar le mot juste más que en el instante del cuchillo
vibrante que mencionábamos antes, del "dardo a quemarropa" que nos
deja en silencio.
Vive Vitale, diurna y nocturna, entre palabras. Su infierno es de
papel y lenguaje y es, también, paraíso. La escritura es luz en el
laberinto, desvío,
trampa al fin, "sobrevida"
Notas:
En Lo que me ofreció el mundo cuando empecé a escribir,
conferencia deliciosa sobre su iniciación lectora y su inmersión en
la vida, diserta con una mirada abierta, con una actitud permeable,
dúctil y adaptativa acerca de los "fascinantes y abrumadores cambios
tecnológicos" que asedian al "metafísico animal de la ausencia"
—en frase del pensador Sloterdijk citada por
la poeta para referirse al individuo contemporáneo—,
pero que no van acompañados, sin embargo, por un espíritu crítico o
escéptico que alerte de excesos y carencias, rechace lo absoluto y
vuelva los ojos al universo todo. La preocupación ecologista se
revela, asimismo, creciente en el pensamiento panteísta y la
cosmovisión sumamente consciente de Vitale.
Ida Vitale, como Montaigne, es humanista también por su interés
en la naturaleza y agencia libre del ser humano, por su aprecio por
la cultura y mitologías grecolatinas y por su cultivo de las
humanidades en sentido amplio —pensamiento
crítico, artes, ciencia. No en vano es poeta, prosista, traductora,
ensayista, crítica ácida o sutil, editora, periodista cultural de
Asir, La licorne, Marcha, Jaque,
Letras libres, etc.
A continuación, cito entrecomilladas algunas frases de Ida Vitale
sobre su formación intelectual extraídas de la conferencia citada
anteriormente. El recorrido por la poesía y biografía de Ida Vitale
se puede completar mediante el acceso al diálogo-entrevista titulado
Cadena perpetua que tuvo lugar el 21 de octubre de 2008 y
que se encuentra en línea a través de la página web de la Residencia
de Estudiantes de Madrid.
Ida Vitale, De plantas y animales. Acercamientos literarios,
México, Buenos Aires, Barcelona: Paidós, 2003, pág. 17.
Ida Vitale, Mella y criba, Valencia: Pre-Textos, 2010,
pág. 69.
Poema perteneciente a Oidor andante (1972),
Todo de
pronto es nada, Salamanca: Ediciones Universidad de Salamanca,
pág. 145.
Ambas conferencias fueron dictadas en el marco del ciclo "Poesía
en Residencia", celebrado en la Residencia de Estudiantes de Madrid
los días 13 y 28 de octubre de 2008, y son de libre acceso y
visionado a través de la dirección electrónica citada en la
bibliografía.
La conversación Cadena perpetua entre Ida Vitale y Luis
Muñoz tuvo lugar en la Residencia de Estudiantes de Madrid el 21 de
octubre de 2008 y puede verse en el link correspondiente citado en
la bibliografía.
Ida Vitale, "Palabras II",
Cerca de cien. Antología poética,
Madrid: Visor, 2015, pág. 82.
"A veces las palabras / entran en un acorde, / las cascadas
ascienden, / rota la ley de gravedad. / Luna muy poderosa, / la
poesía acoge desoladas mareas / y las levanta donde puedan /
arriesgarse hacia el cielo". Fragmento III de "Palabras", ibid. pág.
83.
"Mes de mayo", página 59 de esta edición.
Ida Vitale, Obra poética I, Montevideo: Arca Editorial,
1992.
En esto se acerca al creacionismo de Vicente Huidobro.
Esa voluntad perseverante, esa tenacidad reflexiva que nace de
la consciencia de los límites se observa muy bien en el título de la
segunda de las conferencias que imparte en la Residencia de
Estudiantes: Lo que traté de hacer con ello.
Del fragmento I de "Palabras",
Cerca de cien, op.
cit. pág. 81.
Vitale sabe que hay también una realidad cruda e injusta
—"Fortuna", "Dos pobres"—
que no tiene que ver con la exactitud del lenguaje, ni con la
trascendencia de la más alta expresión poética y cita, con
frecuencia, a Blanchot: "Hoy el escritor, creyendo bajar a los
infiernos, se contenta con bajar a la calle". Con todo, el poeta
debe proseguir su tarea, también necesaria y aunque ninguna vida
dependa de ello —afirma—
y escribir "como el médico sigue operando aunque caigan las bombas",
en Lo que traté de hacer con ello (28 de octubre de 2008).
"¿Desde cuándo un poeta debe someterse a la lógica, a otra
lógica que la suya interna?", se pregunta Vitale en Lo que traté
de hacer con ello.
"Ventanas, único paisaje", Procura de lo imposible,
op. cit. pág. 54.
Como lectora, en tanto crítica literaria, Ida Vitale se muestra
infatigable captadora de tendencias, de nuevos talentos que siempre
supongan un ir más allá de lo establecido. Si a lo largo de su
trayectoria ha comprendido y valorado la originalidad de "raros",
inclasificables y difíciles como Julio Herrera y Reissig, Felisberto
Hernández, Enrique Casaravilla Lemos o Francisco Espínola, en la
actualidad habla con pasión, por ejemplo, de la prosa irreverente de
Giorgio Manganelli.
Esta cita abre el poemario Procura de lo imposible,
México: Fondo de Cultura Económica, 1998: "Ah…/ tan dolorós esforç
per confegir i aprendre, / una a una, les lletres dels mots del
no-res!", Salvador Espriu.
"Mariposa, poema": "En el aire estaba / impreciso, tenue, el
poema. / Imprecisa también / llegó la mariposa nocturna, / ni
hermosa ni agorera, / a perderse entre biombos de papeles. / La
deshilada, débil cinta de palabras / se disipó con ella. / ¿Volverán
ambas? / Quizás, en un momento de la noche, / cuando ya no quiera
escribir / algo más agorero acaso / que esa escondida mariposa / que
evita la luz, como las Dichas", incluido en Sueños de la
constancia, pág. 88 de Todo de pronto es nada, op.
cit.
[…] "despertar frente a árboles no del todo familiares que nos
rodean con otros cantos, otros pájaros", revela en Cadena
perpetua.
"La mesa oscura", Procura de lo imposible, op. cit.,
pág. 61.
Del fragmento IV de "Palabras",
Cerca de cien, op.
cit., pág. 84.
"Salutación del herido", Procura de lo imposible,
op. cit., pág. 86.
"El día, un laberinto / donde solo tienes la luz / unos
minutos", pág. 117 de Todo de pronto es nada, op. cit.
El poema "Estilos" de Procura de lo imposible, op.
cit. acaba "Todo es mar de tu muerte. / Pide un desvío al paso,
/ a un tris del sí ya triste, / admite el espejismo, / todo fulgor,
/ del bosque, amén del mar / y entra a ese sueño", pág. 34.
"Dame noche / las convenidas esperanzas, / dame no ya tu paz, /
dame milagro, / dame al fin tu parcela, / porción del paraíso, / tu
azul jardín cerrado, / tus pájaros sin canto. / Dame, en cuanto
cierre / los ojos de la cara, / tus dos manos de sueño / que
encaminan y hielan, / dame con qué encontrarme, / dame, como una
espada, / el camino que pasa / por el filo del miedo, / una luna sin
sombra, / una música apenas oída / y ya aprendida, / dame, noche,
verdad / para mí sola, / tiempo para mí sola, / sobrevida". Ida
Vitale, "Sobrevida", de Palabra dada (1953). Poema citado
por Ida Vitale, Cerca de cien. Antología poética, Madrid:
Visor, 2015, pág. 24. |