En las alas al viento
M.ª Ángeles Bernárdez

Tuyo es el corazón que exhalo al viento /mi alta orilla. Tuya la añoranza /que me  hace vibrar / cual cuerda de mágico arpa; /y  la dulce nota, y el verso / que te declama amor /mi amada Galicia...” 

Tenorio (Cotobade), Pontevedra. Septiembre, 2003

Al bisabuelo Jesús Bernárdez, a quien nunca conocí.

Aquella tarde, disfrutábamos de una taza de buen caldo gallego. No me refiero a un guiso de cazuela sino al que se obtiene de la vid, o, llámese también vino de la tierra, junto a unos familiares en animada charla, cuando la tía Pilar nos abordó. Apenas había conseguido contactar con ella en años, durante mis visitas al pueblecito de Combarro. La tía Pilar se me escurría como un congrio en el agua, y, creo, más debido a su falta de comunicación entremezclada de pudor, pues desde jovencita me conocía y siempre me mostró un especial aprecio, que a su falta de interés por mi persona; quizá el transcurso de los muchos años sin vernos nos había distanciado. De hecho, aquella tarde, al igual que otros días, no esperaba de ella un acercamiento, aunque este se produjo. Me debió ver pasear, junto a quienes me acompañaban, por entre las recónditas y reducidas veredas que atraviesan el centro histórico del pueblo. Estos vericuetos y pavimentados senderos quedan al abrazo de adosadas casas de piedra, pequeñas plazoletas con antiquísimos cruceiros, y particulares y reducidas huertas con enormes calabazas, altos tallos de coles y de maíz. Por uno de estos estrechos senderos, en algunos trechos de su recorrido los altos tallos de maíz pueden llegar a ocultar la apacible alfombra de plata de las aguas de la ría, habíamos llegado a un pequeñito bar con terraza y arbolitos de verdes hojas con olor a lluvia. Saboreando un excelente Albariño, en animado diálogo, nos encontró la tía Pilar. Con movimientos apenas perceptibles, por su templanza, halló la manera de sentarse junto a mí. Me agradó el acercamiento y se lo dije. Me sonrió entre triste y alegre y comenzó a relatar historias de su juventud, y de los años en los que mi padre estuvo viviendo en la casa de su hermana Auria. Pilar y Auria, eran hermanas de mi abuelo Avelino, al igual que otros cinco hermanos, de quienes poco o nada se sabía y que habían partido desde Galicia hacia al otro lado del océano en busca de nuevos horizontes. Yo no conocí al abuelo y mi padre nunca me habló de él, acaso porque quedó huérfano siendo muy niño; aunque sí me habló de su amor a Galicia, la tierra de su padre, de sus gentes, de sus paisajes, de su belleza incomparable...

Puse un gran empeño en escuchar a la tía Pilar, ya que me hablaba a media voz. Para no faltar a la verdad, he de decir que a su nombre nunca le antepuse el sustantivo de tía; la solía llamar Pilar.  -El año pasado enterré a mi hijo - me hizo saber-.  Nada os dijimos porque estáis en la otra punta de España. -¿De qué murió...? -De una mala enfermedad en la sangre..., nada más llegar de Chile. Allí, trabajó cinco años en una naviera; así es la vida... ¡una pena...! Yo..., yo ya no me voy a quitar el luto mientras viva. No sé ni cómo me mantengo en pie. A mi edad aún arreglo mi pedacito de tierra y le saco provecho... y ya tengo mis años aquí donde me ves. Tú eras muy joven cuando viniste la primera vez, pero te debes acordar de mi hijo; era el más chico... y tú solías acunarlo.  - Lo siento, Pilar - le contesté en un principio...-. Aunque..., si lo pienso detenidamente..., sí..., creo recordar a un niño espigado. Le veía salir de tu casa como un potro desbocado y correr calle abajo hacia el puerto, o, bajar como una cabra loca por la empedrada callejuela... -Ese era él... -quedó callada y cambié el rumbo de la conversación sin pretender herir sus sentimientos-. -¿Avelino -le pregunté- nació aquí...? -Mis padres nacieron en Tenorio. ¿No lo sabías...? Jesús y Encarnación, eran mis padres y tus bisabuelos. Mis hermanos, Avelino, Benito, Juan, Marina, Visita, Auria-contaba con los dedos mientras los nombraba-, José... -hablaba con la mirada perdida-. Ya todos se marcharon. Unos quedaron por esos mundos...; otros... Mi padre, Jesús, se fue a hacer las Américas... Quién sabe qué le ocurrió; nunca más le vimos el pelo por estas tierras. Formaría otra familia..., se olvidó de nosotros, o, desapareció... Éramos muy niños cuando vinimos a Samieira, más tarde a Combarro. En Tenorio tienes familia; no los conoces.¡Ni tu padre lo sabía! Mi hermana Auria nunca se lo mencionó y yo seguí su ejemplo. Para qué..., perdimos el contacto con Tenorio cuando vinimos aquí; en aquellos años las distancias eran muy grandes y no teníamos medios..., ya me entiendes. Pero sé que hay una rama bastante lejana de la familia por allá...; descienden de hermanos y de primos hermanos de tu bisabuelo... En Tenorio hay muchas personas que tienen tu mismo apellido -mi asombro fue mayúsculo... y mi interés aún más...-. -Y mi padre- alegué- siempre creyó que era un apellido difícil de repetir. -En Tenorio -continuó-, lo difícil es no encontrarlo repetido.

Tenorio es una parroquia pequeñita donde todo el mundo se conoce. Antes de despedirse de nosotros, la tía Pilar, dio buena cuenta de un enorme tazón de vino de Ribeiro. A pesar de los años transcurridos, en su rostro se adivinaban los bellos rasgos de una luminosa juventud pasada. Dos enormes rosetones coloreaban sus mejillas, contrastando con el blanco terso de su tez y el color azul turquesa de sus ojos. Tenía, Pilar, una mirada vivaracha y huidiza, un dulce semblante que, sin embargo, cuando quedaba en silencio y sumida en sus pensamientos dejaba entrever su escondido y sangrante dolor, el dolor de una madre herida de muerte. Se evaporó como había aparecido, en un abrir y cerrar de ojos, por entre los estrechos senderos de Combarro. Al día siguiente de mi conversación con Pilar, cuando dirigía mis pasos hacia Tenorio, pensaba en lo feliz que hubiera hecho a mi padre aquel descubrimiento. Pero ya no era posible debido a la enfermedad que lo mantenía en un oscuro rincón, perdida la memoria. Yo lo haría por él. Él me enseñó a querer esta bella tierra, a sentirme parte de ella; también por el abuelo que nunca conocí, por el padre que él nunca conoció. Me hubiese gustado tenerle a mi lado aquella mañana... Tenorio es una pequeña parroquia del municipio y arciprestazgo de Cotobade, provincia de Pontevedra, y diócesis de Santiago. Días antes de acercarme hasta Tenorio, me informé sobre el lugar gracias a la bondadosa ayuda del Padre Jerónimo, monje bibliotecario del Monasterio Mercedario de San Juan de Poyo (Pontevedra). Lo primero que hice nada más llegar a Tenorio fue acercarme hasta su iglesia. Tras subir una empinada cuesta, a la que se accede por una de sus calles, bajo una fina capa de lluvia, me topé con la vetusta fachada en piedra, de extraordinaria simplicidad, desprovista de toda monumentalidad estructural en donde a primera vista se aprecia una total falta de simetría, producto evidente del aprovechamiento de edificaciones anteriores. Esta pequeñita iglesia pertenece al cenobio Benedictino que da nombre a la parroquia de San Pedro de Tenorio. Reparé en un hombre de mediana edad que paseaba frente a la fachada de la iglesia. No había nadie más por allí, por lo que deduje que en el interior se estaba celebrando la Eucaristía. El recinto de Tenorio lo componen la iglesia, que ocupa el lado norte del complejo, y, emplazadas en su costado meridional, las dependencias integrantes del monasterio propiamente dicho; al otro costado de la misma hay un antiquísimo cementerio local de reducidas dimensiones. Los rasgos faciales de aquel anónimo lugareño me eran familiares. Estuve un buen rato mirándole a hurtadillas y supe a quien me recordaba cuando le miré fijamente la parte superior de su cara: frente, nariz, las entradas de su negro cabello a la altura de las sienes... ¡Tenía un gran parecido con mi padre!  Ahora, desde la distancia, me suelo preguntar qué pensaría aquel hombre al advertir mi comportamiento, al verme ir hacia él de manera tan decidida; en su lugar no sé qué hubiera pensado, hecho o dicho... En los breves segundos de mi peculiar abordaje sobre su persona, se me quedó mirando fijamente sin decir esta boca es mía...

-¿Es usted de Tenorio? ¡Si me pudiera ayudar...! -no me respondió- ¿Es usted de aquí, de Tenorio -insistí-...?- -Sí - creyó que andaba perdida-, ¿hacia donde va?-  -Busco a una familia -le contesté casi al unísono-, que se apellida Bernárdez. La familia de Jesús Bernárdez, ¿la conoce usted? Espere.., haber... -inspiré-. Jesús era mi bisabuelo. Soy bisnieta de Jesús, padre de Avelino. Avelino era mi abuelo, y fue bautizado en esta parroquia cuando nació - ni yo misma sabía muy bien lo que estaba diciendo, o me lo pareció al ver la cara de este buen señor cambiar de color-. -Es decir, soy descendiente de Jesús  Bernárdez y Encarnación Paz...-tal era mi nerviosismo-, y soy nieta de su hijo Avelino... e hija de Gabriel...- -El paciente señor rompió a reír; pensé que se reía de mí. -Mire, ¡señora o señorita...!- -Dígame... -sin dejar de reír-. -Mire..., resulta que yo me llamo Jesús y mi primer apellido es Bernárdez, pero, claro, ¡es evidente que no soy tu bisabuelo! -No pude contestarle.- Mi madre - me decía el desconocido- está en misa; ésta ya está por terminar...  Transcurridos unos minutos, en los que no supe qué hacer o qué decir, un reducido grupo de personas entre las que iban dos mujeres, una de ellas totalmente vestida de negro, traspasaron el umbral de la iglesia y se nos acercaron. En este grupo de personas iba la madre y la esposa de Jesús. Entre ellos hablaron en lengua gallega. Su madre no me quitaba el ojo de encima y yo a la anciana señora tampoco. El párroco se unió al grupo que formábamos. Cuando quedaron enterados de mi historia, entrecruzaron sus miradas. La madre de Jesús se vino hacia mí y tras abrazarme profusamente me cogió de la mano y me llevó a conocer el interior del reducido campo santo. Tras hacerme recorrer unos cuantos metros entre fosas y nichos, me mostró más de una sepultura de hombres y mujeres apellidados Bernárdez. Me quería hacer entender que alguno de ellos podría ser antepasado mío. Yo le negué con gestos a esta buena señora que no sabía si quienes allí yacían desde principios del año mil novecientos, y de años anteriores al siglo veinte, podían estar emparentados  conmigo. De vuelta al exterior supe, tras explicarle a todos los allí presentes mi precedencia de forma más serena, que la madre de Jesús, el hombre que encontré al llegar, de forma casual paseando por Tenorio, estaba emparentada en línea directa con mi bisabuelo. Se sucedieron besos y abrazos, y algún que otro chiste por la confusión de nombres y de apellidos... Recuerdo con gran ternura su familiar trato hacia mí, una autentica desconocida para ellos a la que creyeron sin reservas; al partir les prometí seguir en contacto. Al atardecer del mismo día, me acerqué hasta el paseo marítimo de Combarro. Tienen y tendrán su lugar en mi memoria y en mi corazón aquellas buenas gentes; al igual que Tenorio, y otros tantos bellos enclaves gallegos; y esta mi tierra del sur. Quedé un tiempo oteando el horizonte y deseé alcanzar las alas del viento para con ellas superar las distancias que separan a mis dos orillas..., o, ser ave de tránsito a través del tiempo...  

M. Ángeles Bernárdez

Directora de Revista Literaria La Fuente

www.revistalafuente.org

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