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La red de espionaje “Espinosa” en la Guerra Civil Española
Jorge Benavent
jorge.benavent@rocketmail.com

 
 

En el verano de 1936, al estallar la Guerra Civil Española, el mando militar sublevado el 18 de julio carecía de servicios de información o de inteligencia militar propios, por lo que hubo de apoyarse en aquellos agregados militares y navales, de las embajadas y consulados españoles en el extranjero, que decidían sumarse a su causa. Pasados los primeros meses del conflicto el mando nacional, ya unificado en su cúspide en la figura del general Francisco Franco (octubre de 1936), organizó el llamado Servicio General de Información y Espionaje (SGIE), dependiente del Estado Mayor de la Armada Nacional con sede en Salamanca, junto al Cuartel General del Generalísimo, el estado mayor de Franco.

A medida que se vislumbraba que el golpe militar del 18 de julio desembocaba en una guerra civil prolongada, este núcleo originario asistió al despliegue de nuevas secciones y centros de inteligencia militar dentro del bando nacional[1]. La oficialidad de la Armada, siguiendo una tradición más fuerte que la del Ejército en el desarrollo de la inteligencia militar, fue la primera en activar este campo de la lucha bélica, con la conocida como “Red Espinosa”, prácticamente operada por un único jefe y coordinador, el entonces CC (capitán de corbeta) Manuel Espinosa Rodríguez.

La Red Espinosa 

El jefe supremo de la reducida Armada del bando nacional, almirante Juan Cervera Valderrama, ordenó al capitán Manuel Espinosa en agosto de 1936 la creación y control de un servicio de información naval que vigilase los envíos marítimos de material de guerra desde la URSS a los puertos españoles del Frente Popular. Este servicio o red de espionaje debería cubrir las rutas marítimas entre el Mar Negro y el Mediterráneo occidental. Su misión sería la de recopilar información veraz y útil desde el punto de vista militar sobre el movimiento de buques cargados con material de guerra soviético hacia la España frentepopulista. Con la intención de recabar apoyos e infraestructura de los países amistosos hacia el Movimiento Nacional español (el bando liderado por Franco), Italia y el III Reich alemán, Espinosa se dirige en primer lugar a Roma, para reunirse con oficiales de la Regia Marina italiana en primer lugar. La idea de buscar el apoyo italiano estaba en parte fundamentada en las propuestas del agregado naval de la embajada española ante el gobierno de Mussolini. Sin embargo, la Regia Marina declinó apoyar el proyecto, por lo que Espinosa hubo de buscar un contacto alemán, y lo halló en la propia capital italiana: se trataba del capitán Lange, de la Kriegsmarine, agregado naval de la embajada alemana en Roma[2].

Por mediación de Lange, el capitán Espinosa es recibido en la administración central de la Kriegsmarine alemana, que decide prestarle su apoyo para que desarrolle actividades clandestinas sobre el tráfico marítimo en los puertos de cuatro países de las costas del Mar Negro: Rumanía, Bulgaria, Turquía y Grecia. Para ello le proporciona un pasaporte alemán con una identidad artificial germano-argentina, y avales que lo puedan acreditar, en caso de necesidad, como comisionado por el ministerio de marina alemán en una misión ficticia.

A cambio, Espinosa debía transmitir los datos recabados en sus observaciones (por sí o por personas reclutadas por él) a la Sección I del Abwehr, el servicio de inteligencia dependiente del alto estado mayor de la Wehrmacht alemana -y a través de la cancillería del Reich (Reichskanzlei), también sometido al ministerio de asuntos exteriores alemán, el Auswärtiges Amt-.

También como contrapartida a la cobertura prestada, la Sección II del Abwehr se reservó el derecho a encomendar misiones de sabotaje a Espinosa, aunque éste finalmente no tuvo que cumplir ninguna, pues no fueron exigidas por los alemanes[3].

Espinosa se estableció en primer lugar en la costa de Bulgaria, dando cuenta de los movimientos de los barcos que recalaban en sus puertos con destino a la España del Frente Popular, y de las operaciones de carga de armamento soviético y de otras procedencias, acompañando sus informes con fotografías probatorias. Con el tiempo se aventuró a contactar también con oficiales civiles de buques de países neutrales que, infringiendo las prohibiciones del Comité de No Intervención, transportaban material de guerra (checoslovaco, sobre todo) con destino al Frente Popular.

Por medio de sobornos, a cuenta de fondos enviados desde la España nacional, Espinosa entregaba claves a un capitán y un radiotelegrafista de un buque cargado con armas previamente sobornadas, para que las radiasen al llegar a la altura de las Islas Baleares a una frecuencia determinada. Las estaciones de radio de la Armada nacional, al recibirlas, enviaban buques de su Flota al encuentro del buque que las emitiera, conduciéndolo a una base naval nacional (Cádiz, en la mayoría de los casos); allí se decomisaría el armamento, y se dejaría que el buque siguiera su ruta sin mayores perjuicios, de acuerdo con las normas de “buena presa” establecidas en el derecho internacional marítimo.

El negocio era redondo, y los sobornos, sustanciosos, lo que hizo que el trato fuera aceptado por bastantes capitanes y radiotelegrafistas civiles. Buena parte de las patrullas de la Regia Marina italiana que, bajo la apariencia de colaborar con el embargo de armas del Comité de No Intervención, interceptaron buques neutrales que escondían armas destinadas al Frente Popular, fueron guiadas hasta éstos por medio de este subterfugio establecido por Espinosa[4]

En los puertos franceses donde se embarcaban armas con destino al Frente Popular también se empleó esta misma argucia, tentando en cada caso al capitán y al armador del buque al que se pretendía detener. Cada uno recibiría de los agentes nacionales españoles el equivalente al 10% del valor de la carga en armas que se decomisara, si el buque realizaba el aviso radiotelegráfico acordado y en la clave prescrita, a la frecuencia de la Armada Nacional[5].

El buque sería respetado, y podría realizar el resto de su ruta sin mayores inconvenientes. Nuevamente, muchos capitanes y armadores se dejaron tentar por la seguridad y la rentabilidad de la jugada.

Cuando Espinosa consolidó una red de suficiente entidad en los puertos búlgaros, amplió sus actividades a los de Rumanía, recibiendo apoyo de los funcionarios diplomáticos españoles en Bucarest, partidarios del bando nacional. Estos diplomáticos fueron instruidos por Espinosa y con el tiempo asumieron las funciones observación y seguimiento de buques, e intento de soborno a sus capitanes y radio-operadores. Mientras realizaba toda esta labor, Espinosa tuvo conocimiento de que el Frente Popular español estaba en tratos con un inversor griego para importar munición de guerra desde ese país, y de abrir una planta de municiones y explosivos para su propio suministro en territorio griego.

El proyecto de los frentepopulistas, bastante rocambolesco, tenía un defecto grave: el inversor griego adquiría los explosivos y la munición a empresas italianas y alemanas, y luego fingía que los producía en Grecia, engañando a sus clientes españoles.

Espinosa alertó al mando nacional español, y éste cursó instrucciones para que sus representantes en Berlín y Roma solicitasen de Hitler y Mussolini órdenes de prohibición de vender a este empresario para las empresas implicadas, lo que se consiguió tras duros regateos. Éstas finalmente acataron las órdenes de sus respectivos gobiernos de interrumpir sus ventas al intermediario griego. De este modo, éste tuvo que abandonar su fraudulento negocio con los frentepopulistas poco tiempo después de haberlo iniciado[6].

En general, los intentos del Frente Popular de adquirir armas, municiones y equipo bélico en el mercado internacional produjeron un importante derroche, y numerosos fracasos como el aquí descrito. La desorganización y la ineptitud de sus agentes, así como su corrupción y la de los tratantes de armas del mercado negro internacional, a los que el Frente Popular recurrió de manera impenitente, supusieron una sangría económica a cambio de un armamento prácticamente inservible, como ha demostrado el historiador Lucas Molina Franco en sus recientes estudios sobre el armamento extranjero en la Guerra Civil Española. Esta conclusión desmiente las tesis esgrimidas por otros historiadores, empeñados en defender una insostenible “teoría de la conspiración” que impidió al Frente Popular adquirir, en condiciones aceptables, armamento en Europa y América durante la Guerra Civil Española.

En buena medida, el fracaso de las adquisiciones internacionales de armamento fue responsabilidad del propio Frente Popular y sus agentes, más preocupados en amasar fortunas personales que en velar (aun mínimamente) por la eficacia de sus gestiones. Por otra parte, también hay que reconocer que la imagen pública del Frente Popular en los ambientes diplomáticos y entre los gobiernos de Europa y América era muy mala, y que las presiones británicas para bloquear las iniciativas de ayuda bélica a los gobiernos de Largo Caballero y Negrín encontraron un fértil terreno en el que prosperar.

Nuevamente en Rumanía, el capitán Espinosa logró impedir que un buque mercante llamado “Sylvia” zarpara del puerto de Constanza con un cargamento de armas checas, con destino al Frente Popular, operación en la que uno de los diplomáticos españoles en Bucarest tuvo un papel destacado. Los medios empleados en ésta y otras operaciones destacaban por su precariedad y creatividad, salvando obstáculos como el escaso alcance de las transmisiones radiotelegráficas de la época.

La Red Espinosa contó, entre otros, con una estación de radio oculta en un yate privado, cedido por su propietario, y atracado frente al puerto de Montecarlo. Manejada clandestinamente por un radio-operador del Ejército del Aire nacional, la emisora, reforzada en potencia para alcanzar las estaciones de las Islas Baleares, transmitía los datos relativos al movimiento de buques cargados con armas hacia los puertos frentepopulistas en los puertos del sur de Francia (sobre todo Marsella).

La estación receptora en Mallorca (más otra en Irún) transmitía por cable la información, primero a Salamanca y después a Burgos, donde radicaba la sede central de la Armada, junto al cuartel general del mando nacional. Para mantener el total secreto sobre esta emisora clandestina del yate, el radio-operador vivió recluido en él durante dos años, ya que se pretendía dar la apariencia de que había sido abandonado por su dueño, y debía restringirse al mínimo el movimiento en torno a la embarcación[7] [8].

Finalmente, el gobierno rumano reconoció diplomáticamente al del general Franco en España como el legítimo, y el capitán Espinosa pudo abandonar su identidad falsa para pasar a actuar como agregado naval de la embajada española en Bucarest[8] . [7] Una vez consolidadas las redes creadas en los años precedentes, el capitán Espinosa promocionó en rango, recibió formación avanzada en Roma sobre espionaje e inteligencia militar, y finalmente fue nombrado agregado naval en Berlín.

Su aventura terminó en éxito, y fue convocado para dirigir la expansión del servicio de información naval de la Armada en años posteriores, una vez concluida la Guerra Civil Española.

Autor:

Jorge Benavent

jorge.benavent@rocketmail.com

Notas

[1] Michael Alpert: La Guerra Civil Española en el mar. Madrid, Siglo XXI, 1987, p. 175 (cit. J.R. Soler y F.J. López-Brea, p. 285, n. 1).

[2] Jose Ramón Soler y Francisco Javier López-Brea: Soldados sin rostro. Los servicios de información, espionaje y criptografía en la Guerra Civil Española. Barcelona, Inédita Eds., 2008, p. 92. Según estos autores, Espinosa había sido destinado, en una misión de formación en la marina de guerra alemana en 1930, durante un año aproximadamente, lo que le permitió establecer valiosos contactos con cierto número de oficiales navales alemanes. En general, en el presente trabajo seguimos la línea trazada por estos dos autores en su valioso e innovador estudio, del que hemos tomado buena parte de la información presentada.

[3] Ibidem. Tanto el Abwehr como el Auswärtiges Amt contuvieron en su seno, bajo el régimen de Hitler, núcleos de resistencia más o menos pasiva al nacionalsocialismo y sus erráticas políticas, tanto en la diplomacia como en las relaciones secretas con gobiernos extranjeros. A título personal, diversos altos cargos de ambos organismos (como el propio almirante Wilhelm Canaris, jefe supremo del Abwehr) utilizaron su acceso directo a centros de poder, en países neutrales o enemigos de Alemania, antes y durante la II Guerra Mundial, con el fin de dificultar determinadas acciones políticas y militares decididas por el propio Adolf Hitler o su ministro de asuntos exteriores Joachim von Ribbentrop, que consideraban funestas para el papel internacional del III Reich. Canaris pagaría con su vida estas actividades, siendo ejecutado por orden de Hitler justo antes de la rendición de 1945.

[4] D. Pastor Petit: Los dossiers secretos de la Guerra Civil Española. Barcelona, Argos Vergara, 1978, pp. 248-249 (cit. J.R. Soler y F.J. López-Brea, p. 285, n. 4).

[5] M. Casanova: La diplomacia española en la Guerra Civil. Madrid, MAEC, 1996, p. 127 (cit. J.R. Soler y F.J. López-Brea, p. 285, n. 6).

[6] J. R. Soler y F. J. López-Brea, op. cit., p. 93. Lo que el empresario griego hacía era comprar las municiones en Italia y Alemania y transportarlas a Grecia por tierra. Luego las cargaba en dos barcos, que utilizaba para consignarlas al puerto francés de Marsella, y desde allí, burlando los bloqueos de la Armada Nacional y del Comité de No Intervención en el Mediterráneo, debían llegar hasta el puerto de Barcelona. Espinosa hubo de enviar fotografías probatorias de las operaciones de carga y descarga de los buques griegos tanto en los puertos de Grecia como en el de Marsella para convencer a los gobiernos alemán e italiano de que prohibieran las ventas de municiones al jefe griego del entramado. Mientras las obtenía, fue detenido por la policía, pero logró ocultar el carrete en que las llevaba y sustituirlo por otro en blanco. Pese a su inicial inexperiencia en tareas de espionaje, el capitán Espinosa adquirió las cualidades necesarias para superar trances difíciles y situaciones peligrosas, dando muestras de una gran aptitud para la misión que se le encomendó (ver las conclusiones de Soler y López-Brea en la nota nº 7, a continuación de la presente). La mayoría de sus contrapartes frentepopulistas, por no decir la totalidad de ellas, fracasaron de modo estrepitoso en sus incursiones en el complicado mundo del espionaje.

[7] A. Paz (J. Centaño de la Paz): Los servicios de espionaje en la Guerra Civil Española 1936-39. Madrid, Ed. San Martín, 1976, pp. 233-234. En 1939, ante el temor de que los servicios de radioescucha de la Armada francesa localizasen la emisora del yate, se dejó de utilizar, y fue sustituida por otra radio, camuflada en un taxi, que emitía siempre desde distintos lugares, para evitar ser localizada por los radiogoniómetros militares franceses (cit. J.R. Soler y F.J. López-Brea, p. 285, n. 8).

[8] J. R. Soler y F. J. López-Brea, op. cit., p. 93: “La eficacia del trabajo de Espinosa, dada su inicial inexperiencia en temas de espionaje, es increíble.”

Jorge Benavent
jorge.benavent@rocketmail.com
 

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