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La defensa de las costas orientales españolas, 1520-1680
Jorge Benavent
jorge.benavent@rocketmail.com

 
 

La piratería islámica en las costas españolas

Sus repercusiones históricas

Los Presidios españoles en el Norte de África

La guerra marítima y los corsarios españoles

Las defensas terrestres: castillos costeros y torres vigía

Los problemas de la organización defensiva en el Reino de Murcia

Conclusiones

Notas

Bibliografía

 

A partir de 1520, las costas mediterráneas españolas van a sufrir la presión de una nueva piratería islámica, impulsada por el auge otomano bajo el sultán Solimán I el Magnífico. Hasta la década de 1680, el terror continuado de las incursiones piráticas exige crear un sistema de defensa costero en los Reinos de Valencia y Murcia. En ese contexto se inscribe la iniciativa de construir puntos fortificados de observación, torres y fortalezas en las costas valencianas y murcianas, que han llegado a nosotros en diverso estado de conservación. Por desgracia, la falta de entendimiento político entre la Corona de España y las grandes familias que monopolizaban el poder político en los Reinos de Valencia y Murcia acabó por frustrar todos los intentos de convertir los recursos existentes en un sistema defensivo eficaz de las costas frente a los piratas. 

La piratería islámica en las costas españolas

La presencia militar española en el Mediterráneo occidental tuvo en la larga Guerra de Granada (1481-1492) su primer estreno a gran escala: flotas castellanas bloquean con éxito el litoral español bajo control nazarí y apoyan desde el mar el avance de los ejércitos castellanos cuando éste se realiza en paralelo a la costa. Estos éxitos se verán posteriormente ampliados por una política de expansión por el litoral rifeño, argelino y tunecino, lanzada por Isabel la Católica en la década de 1490, y continuada por su marido Fernando el Católico y el cardenal Jiménez de Cisneros en la década de 1500. En este contexto la esfera de influencia española en el Norte de África choca con la acción pirática de los hermanos Horuc y Hairedín Barbarroja, situados bajo la protección del sultán Solimán I el Magnífico (1520-1566). Los puestos adelantados de Orán y Bujía, conquistados por España en la década de 1500, pasan a constituir la primera línea de defensa frente a las cada vez más decididas incursiones de los piratas argelinos contra las zonas marítimas bajo control español, nucleadas en torno al Mar de Alborán y sus costas. La presencia de importantes poblaciones islámicas en los Reinos de Valencia, Murcia y Granada, convirtieron el peligro de los piratas musulmanes en un problema estratégico: el Islam poseía con esas poblaciones una plataforma terrestre en las costas españolas, que se pondría a su servicio si lanzase un plan decidido de invasión de España. Las diversas rebeliones populares de estas poblaciones "moriscas" a lo largo del siglo XVI constituyeron siempre peligros mucho más serios que si no hubiese existido la posibilidad de que apoyasen un hipotético desembarco turco en las costas próximas a sus localidades[1].

Sin embargo, la distancia geográfica entre Constantinopla y los puertos españoles, la existencia de Italia como foco de atracción pirática, el carácter discontinuo de la agresión naval contra España, y las oportunas contraofensivas hispano-italianas —como la que llevó al éxito de Lepanto en 1571— impidieron que el endémico problema de la piratería se convirtiese en una ofensiva estratégica a lo largo del siglo XVI. Con mucho retraso, la eliminación de la plataforma territorial islámica en el sudeste español se realizaría en 1609, al decretarse la expulsión de los moriscos. Aunque se ha hecho mucho hincapié —quizá excesivo, y debido a motivaciones ideológicas exclusivamente— sobre los perjuicios sociales, económicos y demográficos que tal medida implicó, es indudable el rédito estratégico que generó frente a su limitado coste financiero y militar. De hecho, toda una serie de fenómenos bélicos de baja intensidad, a medio camino entre la criminalidad y la guerra organizada, fueron cortados de raíz con la expulsión de los moriscos. Tampoco debe olvidarse que la opinión pública la respaldó de manera unánime; casi todos los municipios de los Reinos de Valencia, Murcia y Granada se sintieron respaldados por ella, y lo manifestaron de manera elocuente[2].

Como todas las guerras de baja intensidad, la guerra contra los piratas en las costas mediterráneas de España se sustentó sobre usos consuetudinarios, como la existencia de principios de reciprocidad en lo tocante al despliegue consciente de la crueldad con los vencidos; o la captura, canje y rescate de cautivos[3]; o el desarrollo de la guerra como una forma de negocio o actividad económica permanente; o, por último, la existencia de agentes clandestinos que cruzaban las líneas de ambos bandos y servían de mediadores entre ellos. Al mismo tiempo, la guerra en el Mediterráneo, especialmente en el siglo XVI, reposaba sobre una serie de principios tácticos, estratégicos y logísticos que la hacían muy distinta de la de otras épocas y teatros bélicos. La galera, protagonista de la guerra ofensiva, constituía la columna vertebral de todas las flotas de guerra. Pero la limitada autonomía de las escuadras de galeras y su dependencia de bases fortificadas en las que aprovisionarlas y hacer aguada —el agua potable era esencial, debido a los nutridos grupos de hombres que formaban remeros, tripulantes y soldados embarcados— impedían el control del mar exclusivamente por medios navales. El dominio de costas e islas y su fortificación era tan imprescindible como contar con adecuados recursos navales, lo que relativizaba el carácter meramente defensivo de las fortificaciones terrestres. Finalmente, el elevado coste económico de las flotas y la alta cualificación de sus tripulaciones —no sólo de los "trozos de defensa y abordaje", sino sobre todo de los marineros y los especialistas en multitud de oficios que requerían, que constituían unos recursos preciosos por lo costoso y lento que resultaba formarlos y reemplazarlos— explican la renuencia de los almirantes —a menudo empresarios y propietarios de las flotas que mandaban— al servicio de España ante la posibilidad de empeñarlas en combate[4]. Todo ello hace comprensible el predominio de las estrategias de desgaste, de las incursiones de escasa envergadura y de la guerra de corso, con un horizonte estratégico más dirigido a la maximización de las ganancias coyunturales que a la resolución estratégica del conflicto[5].

La presión sobre la costa mediterránea española distó de ser estable en el amplio arco cronológico que va de la década de 1520 a la de 1680, y es preciso establecer una mínima cronología para comprender su evolución. Tras la aparición de los piratas Barbarroja en el Mediterráneo occidental —y sobre todo desde su instalación como poder estable en la ciudad de Argel— la situación militar española cambió radicalmente, pese al apoyo a España de la República de Génova frente a la alianza formada por Francia y el Imperio Otomano. Las flotas argelinas de los Barbarroja lanzan desde 1525 incursiones de importancia contra las costas valencianas y murcianas —en ocasiones para embarcar en sus naves a moriscos deseosos de exiliarse en puntos previamente concertados[6]—. En la década de 1530, la intensificación de la colaboración otomana con Francia hizo que la presión argelina fuera creciendo, mientras las autoridades españolas veían cómo los recursos del imperio de Carlos V se desviaban a otros frentes, o que cuando se dirigían a África, se derivaban hacia Italia el Mediterráneo central, como  la expedición a Túnez de 1535[7]. El Desastre de Argel de 1541 fue seguido de una feroz ofensiva musulmana en el período 1555-1565, que dio lugar a un rosario de derrotas muy duras para los Reinos de Valencia y Murcia, cuyos efectivos y recursos se habían empleado a fondo con la esperanza de frenar el avance otomano sobre el Mediterráneo occidental[8]. La situación llegó a ser tan amenazadora, que hacia 1560 España decide situar en el Mediterráneo occidental un teatro de guerra estable, introduciendo para ello cambios en sus prioridades estratégicas. La gran confrontación que España y el Imperio Otomano libran en el decenio de 1565-1575 significó el alejamiento definitivo de la posibilidad de un ataque a gran escala sobre las costas valencianas o murcianas, de una escuadra de desembarco musulmana, pero no acabó con las continuas agresiones lanzadas sobre la región[9]. Más bien al contrario, entre 1580 y 1605, la presión musulmana contra los Reinos de Murcia y Valencia se recrudeció, al incrementarse de forma notable las posibilidades ofensivas de las escuadras berberiscas, que habían comenzado a adoptar modelos de buques más robustos y capaces, empleados en la navegación atlántica. En la costa de Murcia, el protagonista de aquella época sería sin duda el pirata Murat Agá, conocido por los murcianos como "Morato Arráez"[10]. La década de 1585 a 1595 traería nuevas circunstancias, igualmente preocupantes para la seguridad de las costas españolas: los ataques de los corsarios británicos, que alcanzarían su culminación con las incursiones de Francis Drake y el Duque de Essex a Cádiz en 1586 y 1596 respectivamente, fueron la más significativa. Aparecía un nuevo peligro proveniente del Atlántico que extendía su presencia por la zona marítima del Estrecho de Gibraltar.

En el extremo más occidental de Mediterráneo aparecen por esta época a menudear los barcos ingleses y holandeses, fuentes de peligro para la población española litoral, debido a la enemistad de sus estados con España. Aunque los preocupados vigías españoles no podían saberlo, los buques anglo-holandeses no estaban interesados en atacar las costas españolas, sino en comerciar en las grandes ciudades portuarias, donde existían notables colonias de comerciantes franceses, británicos, flamencos y neerlandeses[11]. Esta actividad comercial se vio favorecida por el sistema general de treguas que se impuso en Europa occidental entre 1599 y 1609, pero en las décadas de 1610 y 1620, la inseguridad en el mar volvió a instalarse en el Mediterráneo occidental, al concluir dichas treguas y reanudarse las guerras de religión, sobre todo en Alemania con la Guerra de los Treinta Años (1618-1648). Los antiguos comerciantes procedentes de las riberas del Mar del Norte comenzaron a actuar como corsarios frente a las costas con las que habían comerciado anteriormente. Los estados enfrentados de España, Francia, Gran Bretaña y las Provincias Unidas, sin embargo, que obtenían mayores ganancias del comercio que de la piratería, dejaron a un lado sus diferencias religiosas y político-militares en el escenario europeo para combatir conjuntamente la piratería incontrolada en diversas ocasiones. En otro orden de cosas, pero por la misma época, las  operaciones de expulsión de los moriscos iniciadas en España en 1609, terminan en 1614. La piratería islámica norteafricana ve engrosar sus filas por los expulsados, carentes de recursos y de arraigo en sus nuevos lugares de asentamiento. Su buen conocimiento de las costas españolas y de las comarcas que habían habitado les proporcionó oportunidades de sustento como guías y marineros en las flotas piratas. El refuerzo que supusieron los moriscos españoles permitió a los turco-berberiscos lanzar una serie de ataques renovados contra los Presidios españoles en el Norte de África en la década de 1620. En la de 1630, los ataques se extendieron contra las costa murcianas y valencianas, cuyo sistema defensivo quedó fuera de combate a partir de 1634, dando pie al terrible Saqueo de Calpe de 1637[12] y a una larga serie de incursiones menores, que sembraron el pánico entre las autoridades locales españolas e impulsaron el debate sobre las llamadas "grandes flotas argelinas". A partir de 1650, la presión pirática sobre las costas españolas se moderó un tanto, pero los ataques contra los Presidios norteafricanos se incrementaron. Las incursiones de los piratas contra las costas españolas perdieron envergadura, pero el peligro de las razzias a pequeña escala se mantuvo. Si bien podían resultar demoledoras a nivel local, no suponían un peligro grave contra el sistema defensivo español y, paradójicamente, merecieron menos atención por parte de las autoridades españolas de las que deberían haber despertado. Por fortuna, el fenómeno de la piratería nunca llegaría a desencadenar catástrofes como la de 1637 en Calpe, pero continuaría existiendo hasta el siglo XIX[13]. El mayor peligro para las costas españolas del Mediterráneo cambiaría a partir de la década de 1680, recayendo sobre la flota francesa del rey Luis XIV (1665-1715). Construida en origen como puntal de una expansión colonial frustrada, fue empleada finalmente como elemento puramente terrorista en el Mediterráneo. Su peor ataque fue el bombardeo de destrucción que lanzó contra el puerto de Alicante en julio de 1691, que prácticamente arrasó la ciudad[14]. Como sus acciones estaban moderadas por los intereses políticos y diplomáticos de la Corona francesa, fue un peligro muy intenso, pero fugaz, conjurado por la ascensión al trono de España de Felipe V de Borbón (1700-1746), que convirtió a Francia y España en aliados.

Sus repercusiones históricas

Durante casi dos siglos la guerra contra el Islam fue una constante en la definición de la identidad histórica de valencianos y murcianos, al tiempo que vertebraba el ideario político-militar de sus respectivos Reinos como partes integrantes de España. Los topónimos y las advocaciones, muy frecuentes en honor a la Virgen del Rosario, constituyen la principal huella en la actualidad de aquel fenómeno. Por otra parte, en su definición política, la nobleza y las élites urbanas valencianas y murcianas reivindicaban su función como directoras de la defensa de la costa española frente a los piratas musulmanes. La municipalidad de Murcia y los nobles murcianos contaban entre sus principales méritos con su implicación directa en la guerra contra los piratas musulmanes, y la Corona de España los premió institucionalizando esa función defensiva, eximiéndolos de otras obligaciones debidas a la defensa nacional. Los nobles valencianos, en cambio, no lograron igualar a sus vecinos, y la reivindicación de su papel contra la piratería nunca obtuvo la misma consideración[15]. Una actitud paralela se daba entre los municipios del Reino de Valencia que, en sus relaciones con la Corona, no dejaban de recordar los peligros que los amenazaban por causa de los piratas islámicos, y el papel que desempeñaban en la defensa contra sus ataques, a fin de demandar tanto subsidios para construir torres defensivas y de vigilancia, o subvenciones en grano para garantizar el suministro de sus poblaciones en caso de asedio, como exenciones fiscales o autorizaciones para ejercer el corso marítimo, y exenciones fiscales sobre posibles presas o botines.

A lo largo del siglo XVII los municipios costeros quedaron exentos de la principal obligación militar del Reino de Valencia, la contribución a la Milicia Efectiva, ya que debían atender prioritariamente a los ataques provenientes del mar, los llamados "rebatos costeros", formando la llamada Milicia de la Custodia[16]. La persistencia de la guerra, y los efectos acumulados de la brutalidad de las incursiones piráticas, moldearon en parte la identidad colectiva de valencianos y murcianos, que a través de esta circunstancia se sintieron hermanados con los reinos cristianos medievales y herederos del legado heroico de la Reconquista de los siglos XIII al XV. El ideal y el modelo que representaba la Reconquista sería capitalizado también, a través de la guerra contra los piratas islámicos y contra el Imperio Otomano en Europa Central, por la Casa de Austria. Carlos V sería ensalzado por sus apologistas como continuador de la obra de los Reyes Católicos en la lucha contra el Islam, lo que contribuiría a su lucha propagandística tanto frente a los protestantes como frente al Imperio Otomano. A su vez, la Casa de Austria guardaba entre sus devociones más íntimas su especial veneración de la Vera Cruz, con reminiscencias tanto cruzadistas como imperiales, y asumió plenamente ese papel, pues fue la más firme defensora de la Cristiandad católica romana frente al Islam y al desafío protestante en el noroeste y el centro de Europa[17]. El largo reinado de Felipe IV (1621-1665) daría culmen a esta tradición con varias iniciativas político-religiosas de rango estatal, como la elevación a los altares del rey Fernando III de Castilla (1199-1252), conquistador de Sevilla, o la promoción del dogma de la Inmaculada Concepción. Como signo visible de esta vocación de lucha actuaba la presencia física de los cautivos cristianos rescatados del Norte de África por la Orden de la Merced y sus campañas de captación de fondos para pagar nuevos rescates. Los pregones preceptivos que anunciaban la llegada de las comisiones mercedarias a las ciudades españolas, la predicación de su misión humanitaria, y la existencia de limosnas, cofradías y fundaciones que colaboraban con el rescate de cautivos influían en la opinión pública española casi tanto como las acciones de gracias, procesiones y celebraciones litúrgicas que patrocinaban las asociaciones de rescatados[18]. El número de cautivos podía ser muy alto en algunas ocasiones, como sucediera en 1637 en Calpe, y sus testimonios engrosaban la épica de la guerra moderna entre cristianos y musulmanes librada en las costas españolas. La misma existencia de esta guerra hacía que ciertas localidades valencianas y murcianas adquiriesen un perfil heroico por su situación en una de las fronteras bélicas en activo de la Cristiandad católica. Notables ejemplos de este fenómeno lo constituyen casos como el de la villa murciana de Mazarrón, a cuya patrona, la Virgen de la Campana, se atribuía la salvación del pueblo durante el ataque que los piratas lanzaron contra él en 1585[19]; o el de la localidad valenciana de Villajoyosa, que sigue agradeciendo a su patrona, Santa Marta, la victoria frente al desembarco otomano ocurrido el día de su festividad, en el año 1538[20]. Por otra parte, la permanencia en suelo valenciano y murciano de poblaciones residuales moriscas después de 1609-1614, engrosadas eventualmente por piratas capturados durante las incursiones del siglo XVII, algunos de ellos moriscos expulsados, servía también como signo visible y permanente del estado de guerra existentes entre cristianos y musulmanes, manteniendo una clara separación entre sus comunidades[21].

Más aún, la presencia de los musulmanes no se limitaba a las comunidades moriscas residuales, sino que era un todo continuo con el peligro de los piratas en el mar y la adscripción colectiva de los cristianos al recuerdo heroico de la Reconquista. Las autoridades locales españoles tenían muy presente el tema de la lucha contra el Islam, y hacían ostentación de él tanto como podían, exhibiendo en lugares públicos signos visibles de sus éxitos; como era costumbre en aquellos siglos, las cabezas de los piratas muertos en batalla —o ajusticiados posteriormente— eran clavadas en picas y exhibidas en plazas como la de la Seo de Valencia[22] De igual forma en las fiestas populares, en los actos públicos oficiales y en las conmemoraciones cívicas —especialmente de importantes victorias militares, como la de Lepanto de 1571— la presencia de la guerra contra el Islam agresor es constante. En todas las fiestas patrocinadas por la Corona de España, Te Deums y misas de acción de gracias, procesiones y rogativas por el éxito de las armas españolas, se actualizaba la identidad del pueblo valenciano y murciano con la misión de España frente a la agresión musulmana. Este fenómeno se prolongaría en los siglos XVIII y XIX, formando una parte importante del discurso público y cívico popular[23]. El tema tenía también su utilidad como argumento para defender posiciones políticas, iniciativas administrativas o reivindicaciones locales. El virrey de Valencia lo empleaba frecuentemente para poner paz entre los estamentos valencianos, casi siempre enfrentados por rencillas de escasa importancia y muy difíciles de unir para una empresa común de todos los valencianos. El recurso a la identidad de todos como cristianos y españoles resultó especialmente valioso en Murcia, donde la guerra abierta entre las familias de la nobleza hacía estragos en la década de 1560: ésta sólo pudo ser momentáneamente aplazada cuando a raíz del estallido de la Guerra de las Alpujarras en 1568, toda la nobleza del Reino de Murcia se aprestó a congregarse bajo los estandartes del rey de España para ir a guerrear a tierras granadinas[24]. La identificación del Reino de Murcia como estado fronterizo militante iba a moldear no sólo el discurso institucional de la municipalidad de Murcia en el seno de la Corona de Castilla, sino también la práctica política y la vertebración territorial murciana. A diferencia de los reinos de la Corona de Aragón, los de la Corona de Castilla eran estados con escasa autonomía. Desde el reinado de los Reyes Católicos, la anexión del marquesado de Villena y del puerto de Cartagena al Reino de Murcia integraron dos realidades territoriales muy distintas en un único estado, dominado por ciudad de Murcia. La necesaria cooperación entre estos tres centros de poder para la defensa de la costa, y su colaboración en el llamado Servicio de los Millones de 1589, acabaría dando su definitivo contenido político-institucional al Reino de Murcia.

A partir de la década de 1580 la ciudad de Murcia, apoyada sin fisuras por las localidades de la costa y del sur del Reino, impuso la tesis de que la defensa del litoral era una responsabilidad común y solidaria de todos los murcianos, por lo que los poderes locales del interior, y especialmente el marquesado de Villena, debían contribuir a la defensa, tanto con aportaciones económicas como con reclutas de hombres para las guarniciones. El debate jurídico que se originó, y la oposición de los municipios del interior a contribuir a una defensa que poco les reportaba de manera directa fue la prueba de fuego en la que se fraguó la solidaridad de los murcianos con su propio territorio. Pese a la impopularidad de las levas y las contribuciones económicas, el peso de la necesidad evidente de defenderse de los piratas, y el punto de vista sostenido por la ciudad de Murcia, en pro del bien común, se impusieron con la ayuda que le otorgó la Corona, quedando así consolidado institucionalmente el Reino de Murcia. En el Reino de Valencia, la defensa de la costa frente a la piratería islámica también tuvo un papel dinamizador e integrador de las instituciones y la sociedad. Pese a la articulación institucional heredada desde la fundación del Reino en el siglo XIII, el rechazo de los valencianos a enrolarse y pagar impuestos en pro de una empresa militar común era casi insuperable. Por lo tanto, la edificación de sistemas de alerta y defensa, que necesitaban de la contribución de todos los municipios valencianos por su alto coste económico, debía vencer fuertes resistencias y nunca podía darse por concluido con resultados satisfactorios. Los sucesivos virreyes de Valencia entre 1523 y 1707 tuvieron en la defensa del litoral valenciano una asignatura siempre pendiente y un motivo de frustración constante, al ver cómo los valencianos no hacían ningún esfuerzo por garantizar su defensa común.

La única norma foral valenciana que preveía obligaciones económicas destinadas a la defensa del litoral afectaba únicamente a los municipios costeros, con lo cual nunca había fondos suficientes para mantener en condiciones de operar las torres de vigilancia y las fortalezas defensivas que se habían ido levantando lentamente desde el siglo XV[25]. Por lo tanto, la construcción de sistemas de vigilancia y defensa en los que participaran solidariamente las diferentes instancias políticas del Reino de Valencia constituyó siempre una prioridad para los virreyes de Valencia. De hecho, junto con los "agravios de contrafueros", la organización militar de la defensa litoral sería uno de los principales motivos de la constitución de las llamadas Juntas Estamentales. Incluso llegó a generar instituciones valencianas más o menos estables. En ese sentido propició una una centralización de la cadena de mando militar y de la dirección política del Reino que no sólo revirtió en la consolidación de la autoridad del virrey —que veía potenciada su capacidad coordinadora— sino también de las Juntas y de otras instituciones de los estamentos valencianos que con el tiempo se convertirían en sus interlocutores y oponentes políticos.

Los Presidios españoles en el Norte de África

La participación de murcianos y valencianos en la guerra contra los piratas islámicos no se limitaba a la defensa del litoral de sus reinos. Los Presidios del Norte de África se consideraban plazas fuertes dependientes militar y económicamente de los reinos españoles más próximos a ellos. El principal Presidio norteafricano que dependía del Reino de Valencia era el de Bujía, en la costa argelina. El cronista aragonés Jerónimo de Zurita (1512-1580) insistió en la inserción de la plaza de soberanía de Bujía en el ámbito de la Reconquista de Aragón, es decir, las tierras pobladas por musulmanes que, tanto en España como en el Norte de África, debían estar reservadas a la expansión de la Corona de Aragón por los acuerdos suscritos por los reyes cristianos españoles en los Tratados de Tudillén, Cazola, Almizra y Monteagudo[26]. Tras la toma de Bujía y Orán, Fernando el Católico otorgó preeminencia a los reinos de la Corona de Aragón en el reparto de cargos, mercedes y responsabilidades para el futuro gobierno y sostenimiento económico de ambas plazas fuertes[27]. Esta política no sólo respondía a los intereses personales de Fernando el Católico en aquel preciso momento, necesitado del apoyo de la Corona de Aragón cuando triunfaban sus adversarios en Castilla, sino que formaba parte de la línea estratégica iniciada con anterioridad en las llamadas Guerras de Italia, donde el rey obligó a castellanos y aragoneses a luchar y a contribuir juntos como españoles, imagen que quedó plasmada con pleno éxito en la percepción de los italianos[28].

Una vez consolidado el control español sobre Bujía, el rey Fernando otorgó la capitanía de la plaza fuerte al noble valenciano Ramón Carrós. Éste era miembro de una destacada familia de Valencia dedicada al servicio de la Corona —Luis Carrós, hermano de Ramón, servía por entonces como embajador en la corte de Londres— lo que facilitó el rápido envío de una expedición de socorro militar cuando Bujía fue atacada por una escuadra de Horuc Barbarroja en 1515. El Socorro de Bujía de 1515 representó una ocasión excepcional de unión entre valencianos y mallorquines al servicio de un proyecto español: desde Valencia, Mallorca y otros puertos valencianos y mallorquines, se llevó a cabo a toda prisa la reunión de una escuadra y un pequeño ejército que, bajo el mando de Galcerán Carrós, contribuyó a levantar el asedio impuesto por Barbarroja y una fuerza expedicionaria otomana. El éxito de la misión de socorro sería una de las últimas noticias que recibiría el ya anciano rey Fernando antes de morir en 1516, al tiempo que constituiría una suerte de canto de cisne de la influencia de la Corona de Aragón en el Mediterráneo[29]. El mantenimiento de la actividad en el Norte de África, y con él la administración y la defensa de Bujía, recayó durante el reinado de Carlos V en nobles y funcionarios de la Corona de Castilla, pero significativamente en la década de 1550, cuando el almirante turco Salah Rais lanzó el ataque que acabaría con su dependencia de España, en Valencia se suscitó una reacción favorable al envío de una expedición de socorro, recordando las hazañas de los Carrós y sus compañeros de armas.

El Reino de Murcia tenía como principal misión la defensa de las plazas fuertes situadas en la costa occidental de Argelia, especialmente las de Orán y Mazalquivir (Mers-el-Kebir). El binomio formado por estas dos plazas de armas contaba con una nutrida guarnición, reforzada por la adhesión de algunas facciones argelinas tradicionalmente aliadas de España, pero sus fuerzas combinadas eran insuficientes para hacer frente a un ataque decidido de los piratas de Argel. Si éste se producía, el capitán general de Orán llamaba en su socorro a todas las fuerzas que se pudieran reunir en el Reino de Murcia. Las galeras que estuvieran en ese momento estacionadas en el puerto de Cartagena y los barcos y compañías de soldados que se pudieran enviar de urgencia desde el Reino de Granada y el de Valencia constituían toda la fuerza de socorro que podía presentarse en Orán con suficiente rapidez para contribuir a su defensa. Hasta 1596 esta fuerza de socorro estuvo compuesta por compañías reclutadas ad hoc por las ciudades del Reino de Murcia, puestas bajo el mando de capitanes de la nobleza murciana y enviadas a toda prisa. Estas compañías, llamadas Voluntarias, siguieron siendo llamadas en diversas ocasiones a lo largo del siglo XVII para sostener los Presidios españoles, destacando su intervención en los episodios de la conquista de La Mámora en 1614 y la victoria sobre los Judíos de Orán en 1669. Pero a partir de 1596 se estableció en la Corona de Castilla un cuerpo militar semiprofesional con niveles de instrucción y armamento superiores a los de la tradicional fuerza de socorro murciana, valenciana y granadina: la llamada Milicia General. Levantada a partir de circunscripciones locales de reclutamiento, integrada por voluntarios y mandada por oficiales nombrados por el Consejo de Guerra —el máximo órgano militar de España, directamente dependiente del rey—, la Milicia General se convirtió prontamente en un cuerpo de notable valor operativo no sólo para la defensa de las costas españolas, sino también para repeler rápidamente cualquier ataque islámico contra los Presidios del Norte de África. Tanto es así que aunque institucionalmente perdería su ámbito territorial global en la década de 1620, en Murcia continuaría operando y vería aumentados sus efectivos de una a dos compañías por esa misma época.

En el Reino de Valencia, el virrey Francisco Gómez de Sandoval-Rojas y Borja, marqués de Denia y futuro duque de Lerma, organizó en 1596 la llamada Milicia Efectiva del Reino de Valencia, compuesta por una plantilla teórica de 10.000 soldados voluntarios, que en tiempo de paz no estaban obligados a servir en armas, pero que tenían el deber de adiestrarse periódicamente y estar listos para enrolarse en cualquier momento. Contaban con armamento y una cadena de mando suficientes, y gozaban de diversos privilegios y exenciones por el hecho de pertenecer a la Milicia Efectiva. Pero el cuerpo estaba, en consonancia con la legislación foral valenciana, destinado exclusivamente a la defensa del Reino de Valencia. Pese a ello, durante el siglo XVII la Corona solicitó que fuera movilizada para combatir fuera de los límites del Reino. Felipe IV pidió que fueran movilizados 2.500 de sus hombres para contribuir a levantar el asedio de Fuenterrabía en 1638, y que al menos fueran enviados hasta Alcañiz, donde efectivamente llegaron para unirse a otras fuerzas reunidas allí con destino a la ciudad asediada por las tropas del rey Luis XIII. Tras dos meses de combates, Fuenterrabía fue liberada. Apenas dos años después estalla la Guerra de Cataluña (1640-1652), y el rey vuelve a pedir el concurso de la Milicia Efectiva, esta vez para participar en la reconquista de Tortosa en 1650, ocupada por tropas francesas desde 1648[30]

La guerra marítima y los corsarios españoles

La creación de recursos navales resultaba muy difícil ante la imposibilidad material de controlar el tráfico marítimo en el Mediterráneo occidental. Sin embargo, en el Reino de Valencia hubo diversos proyectos para crear y mantener escuadras de galeras para la defensa litoral. Durante buena parte del siglo XVI, la tradición de la dedicación al corso entre los marinos valencianos fue aprovechada para promover la defensa costera, especialmente a partir de la Pragmática promulgada por el rey Carlos V en 1523 regulando el corso, que establecía exenciones fiscales sobre el botín que se hiciera asaltando embarcaciones musulmanas[31]. La formación de pequeñas escuadras contra los piratas islámicos, con apoyo de las instituciones del Reino de Valencia, fue bastante frecuente, protagonizada por mercaderes o aristócratas, como Ginés de Ribes, Jeroni Almunia o Vicent Penyarroja, así como por las ciudades costeras, como Valencia, Vinaroz o Villajoyosa. Pero menos éxito habría a la hora de organizar una escuadra permanente y estable para la defensa de la costa valenciana. Se redactaron multitud de proyectos y planes a lo largo de los siglos XVI y XVII, pero rara vez fueron llevados a la práctica. El problema esencial radicaba —para los que podían financiarlos— en que no se quería que la escuadra valenciana, caso de formarse, fuese enviada por el rey a operar lejos de las costas valencianas. En la lógica de las grandes familias valencianas que poseían cargos políticos, si había que pagar el alto coste que suponía equipar y mantener una fuerza naval, debía estar por encima de todo al servicio de los que la pagaban, y no de la Corona. Como los estamentos valencianos nunca estuvieron en condiciones de rechazar un requerimiento del rey sobre su proyectada fuerza naval, simplemente no accedieron a su construcción. Esta lógica egoísta se cobró muchas vidas en el Reino de Valencia, puesto que sus costas permanecieron mucho tiempo desguarnecidas frente a los piratas islámicos. La única fuerza naval próxima a Valencia era la pequeña escuadra de las Galeras de España, que con frecuencia era desplazada lejos del litoral mediterráneo español —su zona operativa originaria— en misiones militares definidas por el Consejo de Guerra, y que no estaba disponible cuando atacaban los piratas musulmanes.

Ante este estado de cosas, la necesidad de plantar cara a las incursiones de las escuadras islámicas se vio canalizada en el Reino de Valencia hacia la construcción de defensas terrestres. Eso sí, en 1610 uno de los muchos proyectos que circulaban para la creación de una pequeña flota defensiva cuajó momentáneamente, y durante un corto período de tiempo, recabó el apoyo de la Generalidad, el municipio de Valencia y el virrey marqués de Denia, suficiente para darle virtualidad; pero pronto la tradicional desunión entre las instituciones valencianas y las grandes familias que las dominaban volvió a aflorar, y el proyecto terminó abandonado una vez más y de manera definitiva[32]. Mucho más débil en población y recursos, el Reino de Murcia no tenía tampoco una organización suficiente para organizar una flota propia. Por tanto sus oportunidades de recibir apoyo naval dependían enteramente de la oportuna proximidad de una escuadra real, y las tres flotas más próximas a su litoral eran la de los Bergantines de la Carrera de Orán, y las de Galeras y Galeones de la Guarda del Estrecho. Sin embargo, ni siquiera la presencia de estas flotas garantizaba la seguridad del litoral murciano; un caso especialmente grave se produjo en 1618, cuando los piratas argelinos abordaron con notable éxito a un convoy de tropas españolas con destino a Italia, cerca del Cabo de Palos[33]. Las acciones antipiráticas en el Reino de Murcia se basaban en la existencia de una cierta tradición marinera entre una parte de la nobleza de Cartagena, con familias como la de los Garre. Frente a la presencia de naves islámicas solían armar uno o dos bajeles pequeños, que zarpaban para repeler a los intrusos. En ocasiones incluso armaron navíos grandes para salir en corso, no tanto contra la costa africana como en persecución de las naves islámicas que pudieran encontrar. Otras veces, esas acciones sirvieron para encubrir operaciones de espionaje y reconocimiento en las costas argelinas. En todo caso, por los testimonios que se conservan, los combates que se entablaban cuando estos corsarios improvisados daban caza a un barco musulmán eran de una dureza extrema, lo que contrastaba con la moderación que era costumbre cuando cuando los piratas desembarcaban en la costa española con la intención de cazar cautivos. Los corsarios cartageneros eventuales eran durante la mayor parte del tiempo transportistas del cabotaje español, pero cuando se decretó la expulsión de los moriscos tomaron las armas para convertirse en tratantes de esclavos, ya que los moriscos expulsados no estaban protegidos legalmente en mar abierto, y los capitanes que los transportaban no tenían ningún interés en defender sus vidas, así que los entregaban sin ofrecer resistencia a los murcianos[34].

La Corona de España se ocupó en las primeras décadas de combatir decididamente la piratería en sus costas, y la colaboración eventual de Francia, Gran Bretaña y las Provincias Unidas contribuyó no poco al éxito de sus esuferzos. La protección de los estados implicados en la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) a sus nacionales dedicados al corso estimuló el proyecto de convertir Cartagena en una base naval corsaria contra la navegación comercial holandesa. La iniciativa estuvo liderada por el mercader Julián Launay Longavan, y venía a participar del proyecto de guerra económica trazado por el Conde-Duque de Olivares —quien llegó a plantear la apertura de bases corsarias contra el tráfico holandés en las costas bálticas, en los puertos alemanes de Wismar y Stralsund, tomados por el general Wallenstein, del bando  imperial católico, en 1629—. Sin embargo, el declive de las armas españolas en Alemania con posterioridad a su último gran éxito en la Batalla de Nördlingen en 1634, frustró los ambiciosos planes de Olivares, arrastrando consigo a los de Launay y sus socios[35]. El posterior episodio de la Flota de Cartagena organizada a impulsos de la familia de los Imperial, comerciantes genoveses, fue una clara muestra des deseo de los grupos mercantiles por intentar sacar un rédito económico del cada vez más necesario armamento de sus embarcaciones.

Las defensas terrestres: castillos costeros y torres vigía

La amenaza de los piratas islámicos quedó finalmente incontestada en el mar, pero en tierra firme aún existían opciones para la defensa del litoral. Sin embargo, pese a sus en teoría enormes recursos económicos, España apenas dedicaría recursos a la defensa de sus costas. En el caso del Reino de Valencia existía a la altura de 1640 una red de torres y castillos que habían sido levantados entre el siglo XV y la década de 1610, que cubría toda una serie de enclaves estratégicos situados tanto en la línea costera como en el interior del territorio valenciano. Lógicamente, las fortalezas del interior estaban bastante más desatendidas que las del litoral —salvo en casos de excepción, como los de Morella y Játiva—, entre las que destacaban los castillos de Peñíscola, Cullera y Alicante. Las obligaciones de los alcaides de estos castillos incluían todo lo relacionado con el mantenimiento de una pequeña guarnición en su fortaleza, aunque con una tarea mucho más relacionada con la vigilancia y la alerta temprana que con la defensa activa. En momentos de "rebato costero", todas las esperanzas se cifraban en la pronta comparecencia de la Milicia Efectiva o la Milicia General, pero debido a los largos períodos de guerra abierta que sostuvo España contra otros estados europeos, la Corona tendió a destinar recursos económicos para dotar a los castillos costeros de Valencia y Murcia de guarniciones permanentes. La paga de estas tropas, sin embargo, no podía ser costeada íntegramente por la Real Hacienda, de modo que se imponía la necesidad de negociaciones entre los virreyes y los estamentos murcianos y valencianos para crear impuestos o solicitar donativos con los que completar las nóminas. Lo mismo ocurría a la hora de emprender obras de consolidación, reforma o mejora de las fortalezas, o de dotarlas de cañones, artilleros y todos los recursos materiales necesarios para mantener activos sus fuegos artilleros. Por otro lado, la creación de cuerpos militares profesionales a sueldo de la Corona siempre era protestada por los estamentos, sobre todo en Valencia, nuevamente por la previsión de que el rey acabase endosando su coste a las grandes familias valencianas, que no querían contribuir si no tenían el control absoluto de la tropa. Ocasionalmente se desplegaron algunas de las llamadas Lanzas de Castilla (tropas de infantería y guarnición) en las fronteras terrestres del Reino de Valencia, con la misión de acudir a la costa si ésta resultaba atacada por los piratas islámicos; en otras ocasiones fueron enviadas compañías de infantería española a los lugares más amenazados de la costa, como ocurrió en 1534, financiadas por la Tesorería General de la Corona de Aragón. No obstante sólo con la colaboración entre la administración real y las instituciones estamentales valencianas pudo levantarse un sistema defensivo mínimamente operativo.

Para el Reino de Murcia, la ausencia de apoyos financieros y la falta de recursos defensivos era más grave si cabe. La Corona sólo pagaba los salarios de una pequeña compañía de doce hombres destinados en el Castillo de Cartagena, más los funcionarios de la Real Casa en el puerto cartagenero: un veedor o inspector, un contador o administrador contable, y un proveedor de armadas, con funciones de coordinación ante los mercaderes dedicados a los suministros navales. La repetida constatación de que no había medios para mantener un cuerpo armado profesional en las décadas de 1570 y 1580 dio paso a una política de construcción de torres de vigilancia y pequeñas fortalezas, que para principios del siglo XVII había cubierto la mayor parte de los puntos habituales de desembarco de los piratas islámicos en la costa murciana. En total se erigieron, o se expropiaron y habilitaron como puntos fortificados, cerca de una decena de inmuebles, cuyas dotaciones se financiaban en base a un impuesto sobre las pesquerías y los pastizales más próximos a los puntos fortificados[36]. Éstos estaban sometidos a la jurisdicción del Capitán Mayor del Reino de Murcia, cargo que recaía de forma hereditaria en los marqueses de Los Vélez, el más prominente de los nobles del Reino de Murcia. La red de puntos fortificados completaba el designio defensivo que había puesto en pie la Corona, y cerraba así una línea sólida —aunque permeable— proyectada para llegar a cubrir todo el litoral desde el Cabo de Rosas hasta la Bahía de Cádiz. Como puntos principales de la defensa del Reino de Murcia se fortificaron las dos localidades más prominentes de la costa: Mazarrón y Cartagena[37]. Pese a la erección de una importante línea fortificada en Cartagena en la década de 1570, los fondos se agotaron antes de estar concluida, por lo que pronto perdió gran parte de su valor defensivo. Durante la Guerra de Sucesión Española (1700-1714) su rápida conquista por las tropas austracistas, y su igualmente rápida reconquista por las borbónicas en 1706, muestra hasta qué punto había perdido operatividad.

La ausencia de tropas dependientes de la Corona hizo que la defensa recayese en los poderes locales. En los Reinos de Valencia y Murcia esto fue unido a una notable capitalización política de las instituciones regionales que debían liderar la movilización de hombres y recursos. Sin embargo, en ningún momento la Corona estuvo dispuesta a delegar plenamente el ejercicio del control militar en manos de estas instituciones. Los agentes del rey reclamarían siempre la última autoridad sobre el control de las fuerzas movilizadas. Sería la continua negociación entre el rey, representado por el virrey de Valencia, y las instituciones estamentales —Juntas Estamentales, Generalidad, municipalidades— lo que marcaría el despliegue del sistema de torres y castillos del litoral. Éste, desde los primeros años del reinado de Carlos V se limitó al empleo de reducidos equipos de guardias, escasos pero profesionales, la promoción de las milicias urbanas y nobiliarias, la fortificación de castillos y puertos, la creación de arsenales y parques de artillería y finalmente el despliegue de una red de alerta y vigilancia basada en las torres vigías del litoral. En primer lugar, y aunque los fueros valencianos consagraba la obligación de todos los habitantes del Reino de defenderlo, desde prácticamente la década de 1520 se constató la necesidad de contar con un núcleo de tropas profesionales bien armadas e instruidas. A partir de 1525, y en estrecha relación con la vigilancia sobre la población morisca, sometida a decretos de conversión forzosa a partir de aquel mismo año, se organizaron pequeñas compañías de infantería y caballería, con la misión de patrullar por los caminos y las zonas costeras. Poco a poco esas compañías, financiadas y controladas por las instituciones regionales, se fueron consolidando como cuerpos armados estables, y hacia 1550 se los dotó de monturas a casi todos ellos para aumentar su movilidad y autonomía. Naturalmente, por sí solas, estas pequeñas unidades militares no eran ni mucho menos suficientes como tropas de combate frente a un desembarco pirata, pero servían como vigías, enlaces y personal de alerta, y como núcleos de encuadramiento si había que movilizar a las milicias urbanas y nobiliarias, nutridas pero carentes de adiestramiento y armas adecuadas, y de un valor militar más que dudoso.

El deber universal de prestar el servicio de hueste —conocido en el Reino de Valencia como de "host i cavalcada"— afectaba tanto a los habitantes de las ciudades como a los vasallos de la nobleza. Este servicio militar obligatorio y universal se concretaba en cada municipio en patrones organizativos muy similares, salvo en la Gobernación de Orihuela, al sur del Reino de Murcia, en la que se mantenían vivas antiguas tradiciones medievales: la nobleza urbana servía a caballo aportando todo su armamento, según los usos tradicionales castellanos originarios del siglo XIII. En todo caso, la movilización del servicio de hueste debía ser decretado por la Corona, estaba estrictamente limitado a casos de defensa del Reino, y tenía muy restringidas las posibilidades de traspasar sus fronteras. Además, se recurría siempre que fuera posible —tal como establecía la legalidad foral y remachaba el egoísmo político de los estamentos— de las huestes de las localidades más próximas al foco del conflicto; ahora bien, si la agresión revestía la gravedad suficiente, la milicia de la capital, presidida por la enseña del Reino —en el de Valencia, la "Senyera de lo Rat Penat", seguida por la antigua compañía del Centenar de la Ploma— se constituía como núcleo del ejército en pie de guerra. Pese a que el mando supremo correspondía en teoría al rey de España, y por delegación, al virrey y capitán general, la compañía de cada localidad estaba mandada por su propio capitán autóctono, cargo que recaía en algún funcionario o cargo electo con experiencia en el servicio de armas, como el justicia —jefe local de policía, con ciertos rasgos próximos a los sheriffs de otras épocas— o alguno de los ediles o jurados con una carrera militar a sus espaldas en sus años de juventud. Esta peculiar situación estaba respaldada por las tradiciones medievales, de carácter marcadamente local y feudal, del servicio de hueste.[38]

En el Reino de Valencia, las repetidas tentativas de organizar los socorros de la costa contando con las huestes y milicias de las localidades del interior —empleando un patrón organizativo común y uniforme— eran siempre esterilizadas por el localismo: los habitantes de un municipio, ante la perspectiva de ir a luchar para salvar a los de otro pueblo, nunca acudían; los oficiales de la Corona conocían este hecho, y sabían que enviar una orden de movilización a un municipio que no se veía directamente amenazado por un ataque pirata era inútil: nunca era obedecida[39]. La creación de la Milicia Efectiva del Reino de Valencia quiso responder esta insolidaridad imperturbable, ofreciéndola como refuerzo a la Milicia de la Custodia financiada por los municipios costeros; precisamente la pervivencia de ambas Milicias a lo largo del siglo XVII, sus diversas reorganizaciones y el mando de la vigilancia costera ejercido por una Junta de Electos de los Estamentos serían los principales catalizadores de la operatividad del sistema defensivo litoral durante gran parte de su historia. La Milicia Efectiva sufrió diversas reorganizaciones a lo largo del siglo XVII, impulsadas por los sucesivos virreyes de Valencia, cuyo mandato duraba sólo un trienio: en 1629 impulsó una el virrey Don Luis Fajardo, marqués de Los Vélez; la segunda, decretada en 1643 fue obra de otro virrey de Valencia, el Duque de Arcos; otra más, en 1665, fue decidida por el entonces virrey, el Marqués de Astorga; y la última, emprendida en 1692, fue impuesta por el Marqués de Castel Rodrigo. Las reorganizaciones afectaron a la distribución geográfica de las circunscripciones de reclutamiento, al tamaño de las plantillas, a las normas disciplinarias, organizativas y jurisdiccionales, y a los privilegios y exenciones que se ofrecían a cambio de enrolarse en el cuerpo. Las reorganizaciones fueron reduciendo cada vez más el tamaño de la plantilla de la Efectiva, cifrada originariamente en 10.000 hombres: en 1629 fueron reducidos a 8.000; y en 1643, a 6.000. A raíz las algo erráticas agresiones bélicas de la flota y el ejército de Luis XIV en el Reino de Valencia —como el bombardeo de Alicante de 1691, que no respondió a otro designio táctico que no fuera la mera destrucción de la ciudad, lo que no revestía más que un perjuicio estéril y sin beneficio alguno para las armas francesas frente a las españolas— fue promulgada una Pragmática en 1692 que agregaba una fuerza de 1.300 jinetes a los 6.000 infantes de la Milicia Efectiva, como fuerza de respuesta rápida. El mayor obstáculo a la eficacia operativa de la Efectiva fue el conflicto político que afectaba a su mando supremo: los virreyes de Valencia y sus oficiales, en lugar de estar apoyados por la llamada Junta de Elets de la Costa, eran frontalmente combatidos por ésta. La Junta se oponía por sistema a cualquier orden o decisión del virrey, y trataba de monopolizar el mando de la Efectiva por sí sola. Al final, la enemistad entre los oficiales del virrey y los de la Junta acababa por desbaratar hasta las más sencillas iniciativas. En las Cortes de 1645 se puso de manifiesto que la Corona no iba a permitir que la Junta controlase libremente a la Milicia, tal como pretendía: pese a que le fueron reconocidas sus atribuciones y el trabajo de sus miembros, se resolvió que la Junta debía someterse al mando militar del virrey de Valencia, sobre todo en caso de movilización y entrada en acción. La Corona, como no podía ser de otro modo, reservó para el virrey las atribuciones relativas a inspección y mando efectivo, cosa que la Junta no quiso acatar, pasando a tomar una actitud de franco boicot a partir de entonces. Una vez mas se impuso el tradicional egoísmo político de las grandes familias valencianas y sus representantes en las instituciones del Reino, cuya actitud faccional redundó en la pérdida de vidas y bienes al conjunto de la sociedad valenciana.

Las torres vigía y los castillos costeros constituyeron otro frente en el que los estamentos valencianos y la Corona de España convinieron en volcar sus esfuerzos. El mantenimiento y modernización de los recintos amurallados de las localidades más grandes del litoral valenciano fue una de las pocas iniciativas que dio algún fruto. En primera línea de playa fueron actualizados los amurallamientos de Peñíscola, Vinaroz, Denia, Jávea, Alicante y Villajoyosa; en segunda línea, algo más retiradas en el interior, se realizaron importantes obras en los recintos defensivos de Gandía, Valencia, Castellón y Villarreal, emplazados a cierta distancia del litoral y conectados con éste por medio de arrabales, cargadores y barrios pesqueros y portuarios extramuros. La adopción de las nuevas técnicas de fortificación difundidas en el Renacimiento y vulgarmente conocidas como de "traza italiana" fue un hecho desde la misma década de 1520, aunque las innovaciones introducidas hasta la década de 1550 serían muy criticadas por los ingenieros del rey Felipe II posteriormente, partidarios de sistemas defensivos más completos, pero de un coste económico difícilmente asumible. No obstante, los muros de obra nueva, terraplenados y engrosados, y los cubos de torre redondeados, edificados en Peñíscola, Cullera y Alicante, dieron en general buenos resultados y se demostraron suficientes frente a la limitada potencia de fuego que desplegaban los piratas islámicos[40]. La fortificación iba unida a la constitución de un parque de artillería apropiado. Desde la década de 1530 los virreyes de Valencia trataron de gestionar la creación de arsenales que incluyeran cañones adecuados para emplazarlos en los lugares más amenazados. Lo mismo hizo la Generalidad que, presionada por la Corona para que realizase inversiones en la defensa costera, organizó una fundición de artillería en 1543 y reunió un notable arsenal. Las armas portátiles de infantería y caballería, tanto blancas (picas) como de fuego (arcabuces primero, mosquetes con posterioridad) eran la otra cara de esta constitución de arsenales, que implicó un notable grado de colaboración, y aun emulación, entre la Corona y la Generalidad. De hecho fue ésta última institución la que se encargó de adquirir, entre 1595 y 1605, las armas que portarían los miembros de la Milicia Efectiva, obligación que mantendría hasta la década de 1690, como demuestra el compromiso firmado en 1692 de distribuir entre la recién reorganizada Efectiva hasta 12.000 arcabuces y mosquetes.

Finalmente, el eslabón del sistema defensivo más próximo a la línea marítimo-terrestre era la red de viglancia costera. Inicialmente estuvo apoyado en vigías y atalayas locales bajo control municipal, ligeramente coordinadas desde la municipalidad de Valencia. Pero a mediados del siglo XVI se decidió dotarlas de una organización regular y centralizada. Ésta se articularía en torno a un servicio militar y administrativo bastante completo —con un catálogo de especialistas bastante amplio: guardias, vigías, atalayas, atajadores, requeridores, visitadores etc.— que estaría sometido a una Ordenanza única, inspirada, como todo el conjunto del sistema de alerta, en el que ya existía en la Costa del Reino de Granada. Todo dependería de las autoridades de la Corona y los estamentos, centralizadas en Valencia. Esta reforma organizativa, unida a un activo período de construcción de torres vigías, supuso un cambio decisivo en la naturaleza de la defensa costera valenciana, que se asimiló a las experiencias y soluciones probadas con éxito en las costas granadinas de la Corona de Castilla[41]. La revisión de este sistema, con la construcción de nuevas torres, el mantenimiento y reparación de las existentes etc. sería una actividad constante pero lenta y vacilente a partir de la década de 1560, prolongándose hasta bien entrado el siglo XVIII, persiguiendo la lejana meta de cerrar una línea defensiva continua desde las bocas del río Cenia en el norte hasta las del Segura en el sur[42].

Los problemas de la organización defensiva en el Reino de Murcia

Mucho menos desarrollado, el sistema de defensa murciano se basaba igualmente en la movilización de las milicias locales del Reino. Entre la década de 1570 y la de 1590 se propusieron modelos modernizados y desarrollados, que se inspiraban en las compañías de Caballería de Costa levantadas en el Reino de Granada tras la Guerra de las Alpujarras. Esencialmente, su razón de ser consistía en mantener tropas de gran movilidad con el producto de un impuesto colocado sobre los moriscos. Pese a los ensayos que se intentaron en este sentido, pronto la oposición de las ciudades forzó al abandono de cualquier reforma. También fracasaría en 1603, tras un par de años de ensayos, el desarrollo de un sistema de rotación entre las diversas milicias enviadas por las poblaciones del interior para atender "rebatos costeros". La movilización aparecía así plenamente ligado al principio de pertenencia al Reino de Murcia. De hecho, la sociedad murciana era una población mucho más armada que lo habitual en el conjunto de España por aquel entonces. Entre las área costeras y las de interior se puso en práctica un complejo sistema de avisos, basado en una red de fogatas que permitía activar con relativa facilidad y rapidez a las fuerzas de socorro. La organización de esas fuerzas de defensa se realizaba según demarcaciones territoriales: cada municipio debía contribuir con un número determinado de hombres armados según su población; se consideraba que era una obligación de todos los pecheros del Reino.

En el caso de la ciudad de Murcia, las tropas se reclutaban según un reparto basado en la red parroquial, con once circunscripciones. Cada una de las compañías parroquiales se organizaba bajo el mando de un cargo electo del municipio, un jurado, tenía su propia bandera y reunía a todos los hombres hábiles para combatir. Las parroquias sólo podían movilizarse mediando orden previa del ayuntamiento de Murcia y, una vez concentradas, esperar la orden de salir hacia el punto de la costa que se les indicase. Las comarcas más  occidentales del Reino de Murcia, menos pobladas y carentes de un puerto marítimo importante, tenían como cabecera militar la ciudad de Lorca, que era a la vez el punto de concentración de las tropas que se movilizasen en cada caso[43]. La organización militar dependía sobre todo de los regidores municipales, los cargos electos de mayor rango, y contaba con una notable capacidad de movilización[44]. El sistema de reclutamiento y concentración tenía hasta cuatro escalones o reservas, con sus respectivas líneas de activación defensiva. La primera línea de respuesta y movilización en el Reino de Murcia abarcaba a todos los municipios situados a menos de 90 millas de la costa: de ellos se esperaba socorrieran al punto que fuera atacado por los piratas, pero no con el 100% de sus hombres con capacidad militar, sino con compañías concretas levantadas específicamente para responder al rebato. Más allá, el grado de implicación en la movilización se diluía. Si se llegaba a movilizar las milicias de los municipios situados a más de 120 millas (unos 150 km) de la costa, sólo era para responder a un ataque de grandes dimensiones, que se esperaba que se materializara con varias semanas de anticipación. En esos casos se reclutaban unas pocas compañías sólo más o menos voluntarias, y a menudo en medio de duros enfrentamientos y resistencias a la orden de movilización[45]

Junto a las fuerzas de socorro ordinarias se podía contar con otros cuerpos sujetos a estatutos jurídicos particulares, como el de los llamados Caballeros de Cuantía —disuelto en la década de 1620— y los Cuerpos de Hidalgos, de los que se esperaba que se sumaran voluntariamente a los llamamientos de movilización. Sin embargo, rara vez se apresuraban a llegar al lugar del ataque todas las compañías locales movilizadas, sino que en cada municipio se tomaban su tiempo para completar la concentración y sólo enviaban a la zona de guerra a aquellos hombres que se mostraban dispuestos a ir, remoloneando el resto hasta que pasara el peligro[46]. Sólo en caso de "peligro inminente" se ordenaba el envío de todas las fuerzas, que solían ir acompañadas por la bandera de la localidad y el pendón real, máximo símbolo de la autoridad real y de las instituciones municipales[47]. La creación y el mantenimiento de la Milicia General tras una serie de ensayos fallidos en las últimas décadas del siglo XVI, dotó de una notable autonomía y capacidad de respuesta a la defensa de la costa, ya que los milicianos de la General estaban mejor adiestrados, mejor armados y más dispuestos a acudir a los llamamientos de las autoridades reales que las viejas milicias municipales. Esto los convirtió en la punta de lanza de la defensa costera, mientras que las milicias municipales y parroquiales iban perdiendo su escasa operatividad a lo largo del siglo XVII. Sin embargo, en 1636 la Milicia General fue enviada al frente franco-catalán, por lo que la defensa costera volvió a recaer sobre todo en unas milicias locales cada vez menos entusiastas, pese a que hasta la década de 1690 se pudo contar de nuevo con la General aunque cada vez más debilitada. Ante este vacío y la crisis en que cayó el sistema defensivo costero en la década de 1630, se realizaron diversos intentos de reforma, que buscaron de nuevo aplicar el modelo granadino de compañías móviles de caballería. En la década de 1640 se fueron creando diversas compañías de jinetes para servir de refuerzo a la antigua Compañía de Atajadores de Mazarrón. Pese a ello, en la década siguiente la costa de Murcia dependía de un sistema defensivo que cada vez recordaba más al que existía antes de la creación de la Milicia General, con todos sus problemas y deficiencias, pero aún menos eficaz si cabe, por lo que se acabó por recurrir cada vez más a tratar de obtener el concurso de los tercios del ejército español.

La defensa de la costa del Reino de Murcia hizo que entre las diversas autoridades implicadas hubiera un continuo conflicto por ejercer el mando sobre las fuerzas que se pudiera movilizar. Esta era la principal fuente del poder de los municipios, por lo que se convirtió en el principal punto de fricción entre el teórico responsable, el Capitán Mayor del Reino de Murcia, y los equipos de gobierno municipales, apoyados en sus respectivos corregidores —funcionarios de la Corona encargados de defender los intereses del rey en las municipalidades—- Si bien una vez entregadas las tropas para la defensa de la costa éstas pasaban a obedecer al Capitán Mayor, el debate se centró en la cuestión de quién podía dar la orden de movilización, si las autoridades municipales ordinarias o el Capitán Mayor y sus subordinados. Los ayuntamientos, encabezados por el de Murcia, se enfrentaron con ferocidad a los intentos de los sucesivos Capitanes Mayores, los marqueses de Los Vélez, por consolidar el control exclusivo en materia militar y acceder al título de Capitanes Generales del Reino. El conflicto llegó en diversas ocasiones —como sucediera en 1611, 1625 y 1632— a desatar una pequeña guerra civil a nivel local en la ciudad de Murcia, enfrentando a las compañías parroquiales con la Milicia General y las huestes de Los Vélez. Cada vez que llegaba desde Cartagena, centro del sistema de alerta costero, la noticia de que se iba a producir un ataque pirata, o se tenía la certeza de era inminente, estallaba el conflicto; incluso llegó a extenderse fuera de la ciudad de Murcia y a afectar a otras localidades del reino murciano. Ante los peligros que esta constante disensión causaba, en 1636 el Consejo de Guerra apoyó al ayuntamiento de Murcia desautorizando las pretensiones de los marqueses, con lo que el conflicto quedó decidido y cerrado de forma definitiva[48].

El alto grado de participación social que solía producirse en los socorros que se decidía enviar para defender la costa murciana, al menos en las poblaciones de la primera y segunda líneas de defensa —las situadas a menos de 100 millas del litoral— alimentó durante generaciones la imagen de una guerra constante contra los piratas y del peligro permanente que éstos suponían. Aunque en muy pocos casos los improvisados milicianos murcianos, lorquinos o yeclanos llegaran a disparar de manera real sobre los piratas islámicos, la idea de que lo que se esperaba de ellos era que combatieran juntos al agresor común, sirvió como un punto de unión y de identidad entre todos los murcianos, tanto del interior como de la costa. Este elemento de identificación colectiva comenzó a erosionarse cuando, a partir de 1634 comenzaron a realizarse reclutas forzosas para ir a servir con los ejércitos españoles en frentes alejados de suelo murciano. Justamente fue por esa misma época cuando, ante la escala colosal de la implicación española en la Guerra de los Treinta Años, la Corona presionó al Reino de Valencia para que movilizase la Milicia Efectiva y la enviase fuera de su territorio. Al verse España forzada a movilizar más hombres de los que era capaz para mantener su apuesta estratégica en Alemania, trató de arrancar a los reinos regionales españoles sus cuerpos armados territoriales, y ello no dejó de tener importantes consecuencias políticas y sociales[49]

Conclusiones

Pese a sus diferencias legales e históricas, los Reinos de Valencia y Murcia se enfrentaron a un enemigo común: la piratería islámica. Esto hizo que buscaran soluciones similares dentro de marcos institucionales diferentes. Existieron modelos de funcionamiento afines, que recuerdan a los desarrollados en otros territorios costeros de Europa y América, expuestos igualmente a posibles agresiones procedentes del mar. Realizaron una vertebración operativa de sus territorios orientada a responder de manera satisfactoria a una amenaza marítima, pero sin llegar nunca a conseguirlo. El principal obstáculo fue político y radicó en la negativa de las élites regionales, parapetadas en sus instituciones tradicionales, a integrarse en una organización militar unificada, dirigida por la Corona de España y su estructura de mando. Ante la desunión y el individualismo de las noblezas y los municipios, la Corona trató de dar una solución independiente al problema, plasmada en las diferentes Milicias que creó entre 1560 y 1620: la de la Custodia, la General y la Efectiva.

Sin embargo, su insuficiente aportación de fondos económicos y la negativa de los estamentos regionales a colaborar, esterilizaron en buena medida estas iniciativas. El fracaso de estas Milicias llevaría a un estadio de militarización profesional, que se desarrollaría progresivamente en el Reino de Murcia a lo largo del siglo XVIII, y en el de Valencia tras la ocupación militar borbónica de 1707-1708, producida por la Guerra de Sucesión Española. En cuanto a los sistemas defensivos, ninguno funcionó de manera óptima: no hubo prácticamente flotas guardacostas; las torres y castillos que se construyeron, muchas veces carecieron de guarniciones y de cañones en condiciones de disparar; y los mecanismos de movilización para repeler los desembarcos de los piratas, simplemente no funcionaron. De tal suerte, los piratas islámicos aún pudieron mantener su sangrienta actividad, empleando unos recursos muy modestos, hasta bien entrado el siglo XVIII. La desunión de los españoles acabó imponiéndose a todas las iniciativas tendentes a prevenir y combatir dicha actividad; así, la historia de la defensa de las costas de Valencia y Murcia frente a la piratería islámica es la historia de un fracaso secular: sencillamente, nunca llegó a unos niveles mínimos de eficacia.

Notas

[1] La más grave y extensa de estas rebeliones fue la llamada Guerra de las Alpujarras (1568-1571), que afectó a las comarcas interiores del Reino de Granada, pero menudearon a escala local durante todo el siglo XVI tanto en el territorio granadino como en los Reinos de Valencia y Murcia. Un ejemplo valenciano, bien estudiado por el profesor Pardo Molero, es el de la Guerra de Espadán de 1526: v. Juan Francisco Pardo Molero, La Guerra de Espadán (1526), una Cruzada en la Valencia del Renacimiento. Segorbe, Ayuntamiento de Segorbe, 2001. En el ámbito murciano pueden destacarse los siguientes estudios: V. Sánchez Ramos y J. F. Jiménez Alcázar, "El resurgir de una frontera: Lorca y el Levantamiento de las Alpujarras (1568-1571)", en La Organización Militar Española en los siglos XV y XVI. Actas de las II Jornadas Nacionales de Historia Militar. Málaga, 1993, pp. 121-127; A. Calderón Dorda y M. T. López López, "La ciudad de Murcia ante la sublevación morisca de Las Alpujarras", en ibidem, pp. 137-142.

 

[2] El universo bélico-criminal del sudeste español durante el siglo XVI es analizado por interesantes estudios como el de F. Chavarría Múgica, "Justicia y estrategia: teoría y práctica de las leyes de guerra en un contexto fronterizo: el caso de la Jornada de San Juan de Luz de 1558", en Mélanges de la Casa de Velázquez, Nouvelle Série, 35 (1), 2005, pp. 185-215.

 

[3] El comercio y la comunicación que se realizaba a través de las capturas de elementos humanos militares y civiles, y las negociaciones entabladas en torno a su canje y devolución, han atraído un gran interés de los historiadores; su problemática prolongó en cierta forma las formas de la guerra fronteriza anterior a la caída del Reino de Granada en 1492, según los estudios clásicos al respecto: v. J. García Antón, "Cautiverios, canjes y rescates en la frontera entre Lorca y Vera en los últimos tiempos nazaríes", en Homenaje al Profesor Torres Fontes. Murcia, Universidad de Murcia, 1989, pp. 547-561.

 

[4] Véanse los numerosos testimonios en este sentido recogidos por la historiografía: Fernand Braudel, El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II. 2 vols. México, FCE, 1976; A. C. Hess, The forgotten frontier: A history of the sixteenth-century Ibero-African frontier. Chicago, University of Chicago Press, 1978; J. F. Guilmartin, Gunpowder and Galleys: changing technology and Mediterranean warfare at sea in the sixteenth century. Annapolis, U.S. Naval Institute, 2003; J. H. Pryor, Geography, technology and war: studies in the maritime history of the Mediterranean 649-1571. Cambridge, Cambridge University Press, 1988. Sobre la marina de guerra española en el Mediterráneo, es imprescindible el trabajo de F. Olesa Muñido, La organización naval de los estados mediterráneos y en especial de España durante los siglos XVI y XVII. 2 vols. Madrid, Museo Naval, 1968; recientemente publicado, no carece de interés el libro de E. Mira Ceballos, Las armadas imperiales. La guerra en el mar en tiempos de Carlos V y Felipe II. Madrid, La Esfera de los Libros, 2005.

 

[5] Los estudios sobre el corso y su persecución en el Mediterráneo son muy numerosos desde la década de 1990, destacando los producidos en Italia, como el de S. Bono, Corsari nel Mediterraneo. Cristiani e musulmani fra guerra, schiavitù e commercio. Milán, Mondadori, 1993; M. Mafrici, Mezzogiorno e pirateria nell' età moderna (XVI-XVIII). Nápoles, E.S.I., 1995; el más reciente es el de V. Favarò, "La Sicilia, fortezza del Mediterraneo", en Mediterranea: Ricerce Storice, 1 (2004), pp. 31-48.

 

[6] M. A. de Bunes Ibarra, Los Barbarroja: corsarios del Mediterráneo. Madrid, Aldebarán, 2004; M. A. de Bunes Ibarra y E. Sola (eds.), La vida y la historia de Haradín, llamado Barbarroja. Granada, Universidad de Granada, 1997.

 

[7] Así lo interpreta, realizando una sólida argumentación, V. Montojo, "Configuración del sistema defensivo de la Cartagena moderna", en Historia de Cartagena, vol. VII. Murcia, Mediterráneo, 1994, pp. 489-544.

 

[8] Esta época de reveses y peligros tiene su espacio propio en el detallado estudio sobre la transición de la España de Carlos V a la de Felipe II debido a M. J. Rodríguez Salgado, Un imperio en transición: Carlos V, Felipe II y su mundo, 1551-1559. Barcelona, Crítica, 1992; sobre el sangriento ataque pirático de 1561 a Cartagena, que marcó profundamente al Reino de Murcia en este período, v. V. Montojo, op. cit., y F. Velasco Hernández, El otro Rocroi: la guerra naval de Felipe IV en el Mediterráneo Sudoccidental (o Mancha Mediterránea). Cartagena, Aglaya, 2005.

 

[9] A. Grandal López, "Los siglos XVI y XVII", en Manual de Historia de Cartagena, Cartagena, EAC-UM-CAM, 1996, pp. 161-220.

 

[10] A. Grandal López, "Un ejemplo de incursión corsaria en la costa murciana: el desembarco de Morato Arráez en Portmán en octubre de 1587", en Cuadernos del Estero, 11-12 (1996-1997), pp. 161-176.

 

[11] V. Montojo, "Mercaderes y actividad comercial a través del puerto de Cartagena en los reinados de los Reyes Católicos y Carlos V (1474-1555)", en Miscelánea Medieval Murciana, 18 (Murcia, 1994) pp. 109-140; J. J. Ruiz Ibáñez y V. Montojo, "Entre el lucro y la defensa: las relaciones entre la Monarquía y la sociedad mercantil cartagenera", en Comerciantes y corsarios en el siglo XVII. Murcia, R. A. Alfonso X el Sabio, 1998, cap. 2; V. Montojo y J. J. Ruiz Ibáñez, "La communità mercantile di Genoa e di St. Malo a Cartagine, porta della Castiglia", en G. Motta (dir.), Mercati e viaggiatori per le vie del mondo. Milán Franco Angeli, 2000, pp. 75-90.

 

[12] En esta famosa incursión, los piratas capturaron a un total de 296 españoles, incluyendo elementos civiles, mujeres y niños, y masacraron a las exiguas que les hicieron frente y al resto de la población; véase los estudios de C. Tornel Corbacho y A. Grandal López, "El peligro de las grandes flotas y la defensa de Cartagena", en Homenaje al Prof. J. Torres Fontes, Murcia, Universidad de Murcia, 1987, pp. 1657-1672; y M. Vila López, Bandolerismo y piratería en el Reino de Valencia durante el reinado de Felipe IV (1635-1645). Valencia, Universidad de Valencia, 1984.

 

[13] F. Velasco Hernández, El otro Rocroi: la guerra naval de Felipe IV en el Mediterráneo Sudoccidental (o Mancha Mediterránea). Cartagena, Aglaya, 2005, cap. 6.

 

[14] S. García Martínez, Els fonaments del País Valenciá modern. Valencia, Lavinia, 1968; J. F. Benavent Montoliu, El País Valenciano en el siglo de la Ilustración, cap. 1. Valencia, 7 i mig, 1999.

 

[15] J. F. Pardo Molero, "Imperio y Cruzada: la política de Carlos V vista desde Valencia", en J. L. Castellano y F. Sánchez Montes (coords.), Carlos V: Europeísmo y universalidad. 5 vols. Granada, S. E. C. Centenarios de Felipe II y Carlos V, 2001, vol. III, pp. 359-378;

 

[16] Pablo Pérez García, "La Milicia Efectiva del Reino de Valencia", en Fueros y Milicia en la Corona de Aragón, siglos XIV al XVIII. Valencia, Ministerio de Defensa, 2004, pp. 134-161.

 

[17] En la Corona de Aragón, las tradiciones cruzadista y milenarista estaba muy arraigada en torno a la dinastía reinante, y prendió con fuerza en la persona de Fernando el Católico, quien la transmitiría a Carlos V: v. A. Milhou, "La chauve-sourte, le nouveau David et le Roi Caché: trois images de l' Empereur des derniers temps dans le monde iberique", en Mélanges de la Casa de Velazquez, 18 (París, 1982).

 

[18] AA.VV., Actas del Congreso Négotiations et transferts: Les intermédiaires dans l'échange et le rachat des captifs en la Méditérranée, 16e-17e siècles. Roma, 2002.

 

[19] S. Alonso Navarro, Notas para la Historia de Mazarrón. Murcia, Ayto. de Mazarrón, 1974, p. 86.

 

[20] En el siglo XX, esta circunstancia dio pie a las actuales fiestas de Moros y Cristianos, que incluyen un desembarco de las comparsas Moras en el puerto de la localidad, recordando festivamente el sangriento ataque de 1538.

 

[21] R. Torres Sánchez, "La esclavitud en Cartagena durante los siglos XVII y XVIII", en Contrastes, 2 (Murcia, 1986), pp. 81-101; J. González Castaño, Una villa del Reino de Murcia en la Edad Moderna: Mula, 1500-1648. Murcia, R. A. Alfonso X el Sabio, 1992, p. 199.

 

[22] El caso se produjo en junio de 1519 y fue documentado por Pablo Pérez García, "Conflicto y represión: la justicia penal ante la Germanía de Valencia (1519-1523)", en Estudis. Revista de Historia Moderna, 22 (Valencia, 1996), pp. 141-198.

 

[23] Así lo pone de manifiesto el estudio de María del Pilar Monteagudo Robledo, El espectáculo del poder: Fiestas reales en Valencia en la Edad Moderna (siglos XVIII-XIX). Valencia, Ayto. Valencia, 1995.

 

[24] A. Díaz Serrano, Hannibal ad portas! La ciudad de Murcia ante el Levantamiento de las Alpujarras, 1556-1572. Murcia, Tesis de Licenciatura, Universidad de Murcia, 2003.

 

[25] P. J. Tarazona, Institucions dels furs e privilegis del Regne de Valencia. Valencia: Lambert Palmart, 1580 (ed. facsímil París-Valencia, Valencia, 1980); E. Belenguer (dir.), Felipe II y el Mediterráneo. 4 vols, Madrid, S. E. C. Centenarios de Felipe II y Carlos V, 1999, vol. II, pp. 481-500; L. P. Martínez, "La Historia militar del Reino de Valencia en la Edad Media", en Militaria: Revista de Historia y Cultura Militar, 11 (Madrid, 1998), pp. 29-75.

 

[26] Jerónimo de Zurita, Historia del rey Don Hernando el Católico, de las empresas y Ligas de Italia (A. Canellas López, ed.) 6 vols. Zaragoza, Gobierno de Aragón, 1989-1996, vol. V, pp. 611-615.

 

[27] A. Díaz Borrás, "La Casa de Contratación de Orán y el cambio en la filosofía de las transacciones entre Berbería y Valencia, 1510-1514", en Sharq Al-Andalus, 9 (Valencia, 1993).

 

[28] En este punto, el rey Fernando el Católico jugó con una cierta ambigüedad a la hora de adscribir gubernativamente la ciudad de Bujía a una ciudad de la Corona de Aragón, para poder movilizar así los recursos de Aragón y Castilla; no hay que olvidar que en un primer momento, la ciudad fue gobernada por los duques de Alba quienes, pese a no pertenecer a la nobleza valenciana ni tener vinculaciones con Valencia, se incluían entre los partidarios más leales que Fernando tenía en Castilla; véase R. Gutiérrez Cruz, Los presidios españoles del norte de África en tiempos de los Reyes Católicos. Málaga, Eds. Cdad. Aut. Melilla, 1997, pp. 77-79.

 

[29] J. F. Pardo Molero, La defensa del imperio: política militar en la Valencia de Carlos V. Valencia, Tesis Doctoral, Universidad de Valencia, 1997, cap. 4.

 

[30] P. Pérez García, "Origen de la Milicia Efectiva valenciana: las vicisitudes del proyecto del marqués de Denia para la creación, pertrecho y movilización de los Tercios del Reino de Valencia (1596-1604)", en Actes del Primer Congrés d'Administració Valenciana: De la Història a la Modernitat, Valencia, 1992; "La Milicia Efectiva del Reino de Valencia", en Fueros y Milicia en la Corona de Aragón, siglos XIV al XVIII. Valencia, Ministerio de Defensa, 2004, pp. 134-161; sobre la expedición a Tortosa en 1650, pp. 157-158. M. Vila López, La reorganización de la Milicia Efectiva del Reino de Valencia en 1643. Valencia, 1983, y "La aportación valenciana a la guerra con Francia (1635-1640)" en Estudis: Revista de Historia Moderna, 8 (Valencia, 1979-1980), pp. 125-142. En la década de 1590 se crearon diversas agrupaciones militares semiprofesionales en toda España para responder a la amenaza creciente que el país sufría en sus diversas fronteras y costas; véase J. J. Ruiz Ibáñez, "Monarquía, guerra e individuo en la década de 1590: El Socorro de Lier de 1595", en Hispania: Revista Española de Historia, LVII/1, 195 (Madrid, 1997) pp. 37-62.

 

[31] J. F. Pardo Molero, "Per terra e no per mar: la actividad naval en el Reino de Valencia en tiempos de Carlos I", en Estudis: Revista de Historia Moderna, 21 (Valencia, 1995), pp. 61-87.

 

[32] Francisco Requena Amoraga, La defensa de las costas valencianas en la época de los Austrias. Alicante, I. A C. Juan Gil-Albert, 1997, pp. 377-390.

 

[33] E. Manera Regueyra, "Importancia del papel de Cartagena como factor de apoyo en el Mediterráneo de la marina de guerra de los Austrias", en Historia de Cartagena, Murcia, Mediterráneo, 1994, VII, pp. 467-488; V. Montojo, "Entre el Mediterráneo y el Atlántico: participación de Cartagena e intervención regia durante el reinado de Felipe II", en E. Belenguer (ed.), Felipe II y el Mediterráneo. 4 vols. Madrid, S. E. C. Centenarios de Felipe II y Carlos V, 1999, vol. I, pp. 377-390.

 

[34] Sobre los comerciantes corsarios de Cartagena, véase F. Velasco Hernández, Comercio y actividad portuaria en Cartagena, 1570-1620. Murcia, Excmo. Ayuntamiento de Cartagena, 1989, cap. 5.

 

[35] Sobre el proyecto de guerra económica de Olivares, véase R. A. Stradling, Europa y el declive de la estructura imperial española, 1580-1720. Madrid, Cátedra, 1992 (ed. orig. inglesa: Londres, Allen & Unwin, 1981), pp. 119-157.

 

[36] J. J. Ruiz Ibáñez, "La frontera de piedra: el desarrollo del sistema de defensa de la costa de Murcia, 1588-1602", en P. Segura Artero (ed.), Actas del Congreso sobre la Frontera Oriental Nazarí como sujeto histórico (siglos XIII-XVI). Almería, I. A. C. Juan Gil-Albert, R. A. Alfonso X el Sabio, Inst. Estudios Almerienses, Excmo. Ayto. de Lorca, 1997, pp. 657-662; J. M. Rubio Paredes, Historia de las torres vigías de la costa del Reino de Murcia (siglos XVI-XIX). Murcia, R. A. Alfonso X el Sabio, 2000; J. D. Muñoz Rodríguez, "Torres sin defensa, defensa sin torres. Las fortificaciones en el Resguardo de la Costa Murciana a finales del siglo XVII", en Actas de las V Jornadas sobre Fortificaciones, Piratería y Corsarismo en el Mediterráneo, Cartagena, Aforca, 2006; puede encontrarse una visión general sobre el sistema defensivo general de las costas españolas en los estudios de la profesora Alicia Cámara Muñoz, "Las fortificaciones y la defensa del Mediterráneo", en E. Belenguer (ed.), Felipe II y el Mediterráneo. Madrid, S. E. C. Centenarios de Felipe II y Carlos V, 1999, vol. IV, pp. 355-376; y "Las torres del litoral en el reinado de Felipe II: una arquitectura para la defensa del territorio", en Espacio, tiempo y forma (UNED): Edad Moderna, VII-3 (Madrid, 1990), pp. 55-86, y VII-4 (Madrid, 1990), pp. 53-94.

 

[37] C. Tornel Corbacho, El gobierno de Cartagena en el Antiguo Régimen, 1245-1812. Cartagena, Excmo. Ayto. Cartagena, R. A. Alfonso X el Sabio, 2001, pp. 445-450; A. Gómez Vizcaíno y V. Montojo, "El elemento humano en la defensa de Cartagena durante el siglo XVI y principios del siglo XVII", en La organización militar en los siglos XVI y XVII: Actas de las II Jornadas de Historia Militar. Sevilla, Capitanía Gral. de la Región Militar Sur, Cátedra Gral. Castaños, 1993, pp. 317-328.

 

[38] L. Querol y Rosso, Las milicias valencianas desde el siglo XIII al XV: contribución al estudio de la organización militar del antiguo Reino de Valencia. Castellón, Sociedad Castellonense de Cultura, 1935; F. Sevillano Colom, El "Centenar de la Ploma" de la Ciutat de Valencia, 1365-1711. Barcelona, R. Dalmau, 1966; M. T. Ferrer Mallol, Organització i defensa d' un territori fronterer: la Governació d' Oriola en el segle XIV. Barcelona, CSIC, 1990.

 

[39] J. A. Herrero Morell, Política pacificadora y fortalecimiento regio en el Reino de Valencia (1581-1585). Valencia, Tesis de Licenciatura, Univesidad de Valencia, 1994, pp. 252-261.

 

[40] L. Arciniega García, "Defensas a la antigua y a la moderna en el Reino de Valencia durante el siglo XVI", en Espacio, Tiempo y Forma (UNED), Serie VII, Historia del Arte, 12 (Madrid, 1999); J. F. Pardo Molero, "Proyectos y obras de fortificación en la Valencia de Carlos V", en Estudis: Revista de Historia Moderna, 26 (Valencia, 2000).

 

[41] J. F. Pardo Molero, "Dos informes del siglo XVI sobre la Guardia de Costa del Reino de Granada", en Chronica Nova, 32 (Granada, 2006); A. Jiménez Estrella, Poder, ejército y gobierno en el siglo XVI: la Capitanía General del Reino de Granada y sus agentes. Granada, Universidad de Granada, 2004.

 

[42] V. Forcada Martí, "Torres de vigía y defensa de la costa en el distrito del 'Castell de Nules': los nombres de 'Beniesma', 'Moncófar' y 'Santa Isabel del Carrillo'", en Boletín de la Sociedad Castellonense de Cultura, 70 (Castellón, 1994), pp. 43-81; J. Pradells Nadal, "La defensa de la costa valenciana en el siglo XVIII: El Resguardo", en E. Balaguer y E. Giménez (eds.), Ejército, ciencia y sociedad en la España del Antiguo Régimen. Alicante, I. A. C. Juan Gil-Albert, 1995, pp. 241-270; J. Pradells Nadal, "Transformaciones en la concepción de la defensa de la costa: siglos XVI-XVIII", en A. Furió y J. Aparici (eds.), Castells, torres i fortificacions en la Ribera del Xúquer: VIII Assemblea d' Història de la Ribera. Valencia, Excmo. Ayto. Cullera, U. Valencia, 2002, pp. 175-193.

 

[43] J. García Antón, "La costa de Lorca y la frontera marítima", en F. Chacón Jiménez, A. J. Mula Gómez y F. Calvo García-Tornel (eds.), Lorca, pasado y presente: la formación de una comarca histórica. Tierras, pueblos y culturas. Lorca, Excmo. Ayto. de Lorca, 2006, pp. 235-249.

 

[44] J. F. Jiménez Alcázar, "La frontera mediterránea en el siglo XVI: el ejemplo lorquino", en C. M. Cremades Griñán (ed.), La Invencible. Córdoba, Univ. Córdoba, 1989, pp. 61-74.

 

[45] J. D. Muñoz Rodríguez, "Con plausible ejemplo y finísima actividad: La movilización de una ciudad castellana en socorro de la Monarquía. Lorca, 1688", en Claves, 3 (Murcia, 2003), pp. 189-198.

 

[46] El caso de Granada guarda algunas semejanzas por la obligación de los municipios del interior de movilizar sus huestes para la defensa de la costa; véase el estudio de J. Contreras Gay, "Las milicias de socorro del Reino de Granada y su contribución a la defensa de la costa a partir de 1568", en P. Segura Artero (ed.), Actas del Congreso "La Frontera Oriental Nazarí como sujeto histórico, siglos XIII al XVI". Almería, R. A. Alfonso X el Sabio, Excmo. Ayto. de Lorca, Inst. Estudios Almerienses, 1997, pp. 613-622.

 

[47] Sobre la salida de la bandera de la ciudad de Murcia y su llegada a Cartagena, véase F. Velasco Hernández, El otro Rocroi: la guerra naval de Felipe IV en el Mediterráneo sudoccidental o Mancha Mediterránea. Cartagena, Aglaya, 2005, pp. 238-242.

 

[48] A. Grandal López, "Las relaciones del Concejo de Cartagena con el Estado y sus representantes a finales del siglo XVI", en Nuestra Historia. Alicante, CAM, Excmo. Ayto. Cartagena, 1987, pp. 187-194; el desarrollo posterior de esta clase de conflictos se puede seguir en J. D. Muñoz Rodríguez, "El Gobernador de Lo Político y Militar: aparición y consolidación de una nueva figura administrativa en la defensa de las costas del Mediterráneo meridional (siglos XVII-XVIII)", en Actas del III Congreso de Historia de Andalucía. Córdoba, Univ. Córdoba, 2003, pp. 191-202.

 

[49] J. J. Ruiz Ibáñez, "Sujets et citoyens: les rélations entre l' État, la ville, la bourgeoisie et les institutions militaires municipales à Murcie (16e-17e siècles)", en M. Boone y M. Prak (eds.), Status individuels, status corporatifs et status judiciaires dans les villes europeénnes (moyen âge et temps modernes) / Individual, corporate and judicial status in European cities (late middle ages and early modern period). Leuven, Garant, 1996, pp. 129-156.

 

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Autor:

Jorge Benavent

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