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Los desafíos del turismo solidario.
Una experiencia en África
por Jacques Barou

 
 

El África sub – sahariana atrae relativamente pocos turistas en comparación con la multitud de viajeros a nivel mundial. Tanto diversos gobiernos como diferentes organizaciones no gubernamentales, tratan de promover un turismo “solidario” o “equitativo”, respetuoso de las culturas locales y del entorno natural. Sin embargo, no es fácil conciliar la valorización de las tradiciones y el interés turístico.

Las diversas formas de turismo

Durante mucho tiempo, el turismo, en África sub - sahariana, permanece asociado al concepto de safari. Históricamente, la caza es la primera forma de turismo que se desarrolló en esa parte del mundo; y este hecho ocurre sólo desde la época colonial. El término safari se asocia, primero, con la caza organizada en vistas a obtener « grandes trofeos »: antílopes, jirafas, búfalos, elefantes, leones, etc. A comienzos del siglo XX, esos trofeos se encontraban todavía en todas partes, al sur del Sahara. Así, en 1913, el capitán Marc Schrader, a quien la administración colonial había nombrado alcalde de Tombuctú, describe en detalle la riqueza cinegética de la región, a los efectos de atraer a aquellos metropolitanos amantes de la caza mayor. Schrader acompaña su texto con fotos de jirafas e hipopótamos
[1]. Hoy, esta ciudad del norte de Mali, se ve invadida por la arena y los únicos animales que viven en el entorno son algunas manadas de gacelas. El

Mapa geográfico de África que muestra la frontera ecológica que determina a la región llamada subsahariana, que no se corresponde con las fronteras actuales de los países africanos ni con sus orígenes étnicos.

crecimiento demográfico y la degradación ambiental han hecho desaparecer una gran parte de la fauna, que sólo abunda hoy, verdaderamente, en los parques naturales. Y los más importantes están situados en África del Este y el Sur. El turismo cinegético existe siempre y un poco en todas partes, en el conjunto del continente. Pero los “trofeos” son muy limitados, a causa de los costos y de la imagen negativa que la caza mayor ha terminado por adquirir en Occidente. El concepto de safari, hoy, se relaciona con visitas a parques naturales y con las fotos de los animales que allí pueden encontrarse.

Esta forma de turismo puede desarrollarse, también, en países que han tenido, hasta hoy, poca infraestructura, siempre que sepan cómo mostrar el valor de la fauna que todavía está presente en su territorio. Es así como, en el curso de los últimos años, Rwanda ha logrado desarrollar una actividad turística en torno a la observación de los últimos gorilas de montaña, protegidos en el macizo de Virunga. En 2011, esta única actividad turística trajo al país 252 millones de dólares. Si la mayor parte de los estados se ha dotado de parques naturales, pocos son aquellos que han logrado luchar eficazmente contra los cazadores furtivos. Los principales motivos de la caza furtiva son, por un lado, las incesantes guerras civiles en ciertas regiones: la “carne silvestre” sirve para nutrir las milicias de los combatientes; por otra parte, la matanza tiene como estímulo el tráfico de productos extraídos a los animales muertos, como los cuernos de los rinocerontes o las defensas de los elefantes. Únicamente los países que han desarrollado parques naturales desde hace tiempo y que atraen importante afluencia turística, han conseguido el modo de impedir la caza furtiva.

Gorilas en el macizo de Virunga

Son estos mismos países, que cuentan con mayores espectáculos paisajísticos, los más susceptibles de atraer caminantes. Los macizos montañosos y los grandes lagos se concentran en África austral y oriental, mientras que el resto del África sub - sahariana está constituida por relieves y planicies y es pobre en grandes extensiones de agua. Por consiguiente, el turismo paisajista es rentable sobre todo para los países que tienen grandes parques naturales, lo que refuerza el lugar de África del Sur, de Kenia, de Tanzania y Namibia, de Botswana, en relación con el resto de la zona.

Acrópolis del gran Zimbabwe

Si el África sub - sahariana es rica en patrimonio natural, no está bien provista en lo que concierne al patrimonio arquitectónico y arqueológico. En la zona del Sahel, las construcciones se realizan en tierra seca, lo que exige un mantenimiento costoso y limita el número de monumentos que pueden ser de interés turístico. (El Sahel es una zona eco – climática y bio –geográfica de transición entre el desierto del Sahara, en el norte, y la zona sudanesa, en el sur.) Entre las mezquitas construidas en el conjunto de regiones del río Níger -Mauritania, Níger y Mali-, que constituyen los principales edificios hechos en tierra, no hay más de una decena que merezcan ser visitadas. En la zona tropical y ecuatorial, la humedad ambiente provoca la degradación acelerada de las construcciones. Fuera de la célebre acrópolis del gran Zimbabwe, hay pocas construcciones monumentales autóctonas, hechas en piedra y susceptibles de desafiar el tiempo. La arquitectura colonial, de inspiración árabe, luego portuguesa, francesa y británica, está presente en todas partes del continente; pero se concentra sobre todo en las ciudades portuarias.

En cambio, el patrimonio inmaterial de África sub-sahariana es extremadamente rico. Los numerosos ritos que ritman la vida de las sociedades africanas han sido objeto de estudios etnológicos. La recolección de objetos rituales, las grabaciones de cantos, de música y danza se han realizado en épocas en las cuales esas manifestaciones aún eran portadoras de un sentido evidente para las poblaciones que las practicaban. Algunos pueblos, que se volvieron célebres gracias a la difusión de los trabajos etnológicos que las concernían, decidieron utilizar sus tradiciones culturales con fines de atracción turística, con riesgo de alterar su sentido; así, ese patrimonio se ha transformado en una especie de folklore anticuado que ya no se inscribe en la realidad social que las había producido. Es el caso de los Dogones de Mali, estudiados por grandes etnólogos franceses como Marcel Griaule o Jean Rouch. Entre algunos pueblos dogones al menos, se realizan danzas de máscaras, cada vez que llegan turistas, en períodos que ya nada tienen nada que ver con las circunstancias en que debían producirse: comienzo o fin de los trabajos agrícolas, funerales, iniciaciones de jóvenes. Bajo la influencia occidental, se han desarrollado algunas formas modernas de valorización del patrimonio inmaterial, en particular en lo que concierne a los festivales donde, a veces, pueden desplegarse, juntas, las manifestaciones tradicionales y las creaciones contemporáneas.

Dogones de Mali

El patrimonio cultural inmaterial permanece como uno de los raros triunfos de las poblaciones más pobres para atraer un turismo que pueda serles directamente rentable. Conscientes de los efectos contraproducentes del turismo de masas, una cierta cantidad de actores asociativos o políticos, tanto africanos como extranjeros, han buscado formas de turismo cuya meta sea, a la vez, evitar la degradación del entorno, natural y cultural, de las poblaciones y aportarles un beneficio directo, en forma de bienes de intercambio con los visitantes. A este turismo se lo ha bautizado con los nombres de turismo solidario, eco – turismo, turismo equitativo o humanitario. Esta forma turística tiende hoy a encontrarse un poco en todas partes de África sub- sahariana. El turismo solidario representa una reacción contra las prácticas de ciertos viajeros que desarrollan la fórmula del all inclusive. Los mismos no disfrutan del contacto con las poblaciones locales ni son proclives a encuentros inter –culturales. Concentrado en las zonas balnearias, ese tipo de turismo permite una rápida rentabilidad de las inversiones y crea un cierto número de empleos locales. Pero, a menudo, tiene incidencias negativas sobre el entorno, con un consumo excesivo del agua potable por parte de los turistas, en detrimento de la población local; y una mercantilización de las relaciones con los autóctonos que, en casos extremos, llega al turismo sexual. Algunos estados africanos han reaccionado contra la degradación de las relaciones entre los turistas y los autóctonos, causada por una cierta irresponsabilidad de los primeros y una falta de preparación de los segundos. Sin embargo, estos gobiernos no desean disminuir la afluencia turística, que genera ganancias importantes, aun si éstas son muy mal re - distribuidas. Siempre a la busca de ayudas externas para asegurar el desarrollo de las zonas más pobres de los territorios que administran, estos gobernantes son sensibles a las oportunidades que pueden ofrecer las iniciativas de un turismo solidario o equitativo, aun si la mayoría de las mismas vienen de países occidentales y reflejan sobre todo las ideologías de desarrollo propias de la opinión occidental.

El advenimiento del turismo solidario en el marco de la cooperación francesa

Es difícil precisar en el tiempo las primeras iniciativas en términos de turismo solidario o equitativo, más aún cuando existen muchas palabras que se asocian a esta forma turística cuya meta es, a la vez, el desarrollo de las zonas visitadas, la preservación del entorno natural, la valorización de su patrimonio cultural y el permitir un encuentro, lo más auténtico posible, entre personas que vienen de contextos económicos, sociales y culturales extremadamente diferentes. Así, se habla de « eco - turismo » cuando se quiere poner el acento, especialmente, en la preservación del entorno; de “turismo humanitario”, cuando se trata de ayudar a las poblaciones locales a salir de su pobreza; o de “turismo cultural”, cuando se busca conocer un patrimonio inmaterial o material que, hasta hoy, sólo los etnólogos han podido apreciar en su originalidad. Se puede considerar, sin embargo, que el turismo equitativo o solidario ha aparecido como un componente del comercio equitativo, cuyo objetivo era, antes que nada, favorecer el desenvolvimiento económico en los países en vías de desarrollo, comprando su producción a un precio ventajoso. De ese modo, se trataba de evitar volverlos todavía más dependientes de las ayudas externas, distribuidas por los países “ricos”. Sin ser, directamente, el fruto del movimiento de “alter – globalización”, aparecido a comienzos de los años ‘80, en los países del sur contra la deuda de los países pobres; y, en los países del norte, en torno a la busca de alternativas en relación con el crecimiento destructivo y el consumo energívoro, el turismo solidario o equitativo se encuentra en la misma línea ideológica. Como la alter - globalización, se apoya, sobre todo, en organizaciones surgidas de la sociedad civil, que buscan reaccionar frente al tipo de globalización impuesta por los grandes actores de la economía, que los Estados parecen incapaces de controlar. Eso no impide que los actores institucionales se interesen por el turismo solidario, para intentar hacer un eje con sus políticas de desarrollo en dirección de los países partenaires.

En Francia, su desarrollo está vinculado a un cierto reajuste del modelo de cooperación que se había desenvuelto a partir de los años ’60 con los países llamados de “campo”, es decir, las antiguas colonias de África sub - sahariana. Esta cooperación, que se hacía esencialmente de Estado a Estado, se volvió, con el tiempo, el objeto de numerosas críticas de orígenes diversos. La izquierda la acusó de existir, antes que nada, para mantener la influencia francesa en las instancias internacionales, aun a riesgo de favorecer la conservación de regímenes dictatoriales en tales colonias. La derecha le reprochaba su ineficacia en relación con los objetivos de desarrollo económico. Sin cuestionar de nuevo fundamentalmente una cooperación que, de todos modos, ha asegurado una relativa estabilidad a los países africanos y permitido a Francia la conservación de una cierta influencia en el plano internacional, se ha decidido facilitar una mejor definición de los objetivos de desarrollo y de actuar más directamente junto a las poblaciones en cuestión. Para ello, ha parecido pertinente delegar una parte de la responsabilidad en las colectividades territoriales: regiones, departamentos, comunas, comunidades de comunas, etc. La Agencia Francesa de Desarrollo, principal instrumento del Estado francés en materia de cooperación, justifica así el recurso a la « cooperación descentralizada »:

« Con la multiplicación de los procesos de des - centralización que se están desenvolviendo en numerosos países en desarrollo, el papel de las colectividades francesas se ha vuelto cada vez más pertinente, a causa del apoyo que aportan a sus homólogos para asumir y reforzar sus competencias. A la legitimidad política se agrega, en efecto, aquella de la experiencia concreta. La cooperación des - centralizada reconstruye, igualmente, los intereses comunes para beneficio de los dos territorios partenaires. Permite intercambios entre agentes territoriales, electos y sociedades civiles. A través de esas solidaridades y de esas relaciones humanas, la cooperación descentralizada permite re – encontrar vínculos, comprensión y estima.»[2]

La ley del 25 de enero de 2007, en su artículo L1115-1, precisa así, los derechos y responsabilidades de las colectividades locales.

«Las colectividades territoriales y sus agrupamientos pueden, en el marco del respeto a los compromisos internacionales de Francia, concertar convenciones con autoridades locales extranjeras, para llevar a cabo acciones de cooperación o de ayuda al desarrollo. Esas convenciones tornan preciso el objeto de las acciones enfrentadas y el monto preventivo de los compromisos financieros.»

Si bien las colectividades locales mantienen la responsabilidad que les confiere la definición de las acciones de cooperación, a menudo la delegan a organismos especializados, en general Organizaciones No Gubernamentales, cuya competencia ya han experimentado en sus territorios.

Así, en la región Ródano-Alpes, cerca de 300 colectividades locales se han hecho partenairs con diversas colectividades africanas, principalmente con Mali, Senegal y Burkina Faso. Cerca de 1500 organismos están implicados en las diversas actividades generadas por esas cooperaciones y, entre ellos, algunos se especializan en el turismo solidario. Originariamente, esos organismos han trabajado en Francia, en el medio rural, para desarrollar allí un turismo de proximidad, destinado a proporcionar ingresos complementarios a aquellos agricultores que albergaban a los visitantes, los recibían a su mesa y les explicaban la vida rural. Las regiones de montaña, donde la agricultura da un rendimiento bajo, se han beneficiado particularmente con este turismo de proximidad, que se orienta, asimismo, a la valorización de las tradiciones locales, organizando encuentros y festivales en torno a acontecimientos vinculados con los ritos de las estaciones, como la fiesta de la trashumancia, que tiene lugar, cada año, en ciertas comunas situadas al pie de los Alpes, en el momento en que los rebaños parten hacia las pasturas, en alta montaña. Ese savoir faire, ha podido contribuir a mejorar el nivel de vida en las zonas rurales desheredadas, y a evitar la desaparición de las tradiciones asociadas con los ritmos de la vida de montaña. Por consiguiente, apareció como proclive a ser exportado hacia aquellas regiones de África con las cuales las colectividades Ródano – alpinas habían desarrollado una relación de partenaires. Sin embargo, las diferencias entre las regiones menos desarrolladas de Francia y sus homólogas africanas no dejan de ser considerables. Las culturas tradicionales de la Francia rural sobreviven sólo a un nivel folklórico, susceptible de generar espectáculos atractivos y más o menos rentables. Pero tales celebraciones ya no ponen en juego la cohesión social de la comunidad. En cambio, en el África sub - sahariana, aunque el hecho esté disminuyendo, las tradiciones se encuentran vivas; sus modos de expresión reflejan los valores y creencias de las sociedades que las producen. Transformar esas tradiciones en recursos turísticos supone el riesgo de tener impactos negativos sobre las sociedades en cuestión, aun si el despliegue de sus ceremonias les permite mejorar sus condiciones de vida material.

Como lo ha observado UNESCO en su programa « Cultura, turismo y desarrollo», lo que se pone en juego entraña riesgos. En el mencionado programa, la propuesta es « luchar contra las disparidades regionales, estimular un desarrollo durable y equitativo para una valorización equilibrada de los patrimonios de las comunidades»[3]. No obstante, para responder a esos criterios de respeto, rentabilidad y equidad para las poblaciones locales, que debe ser, asimismo, de ética, educación y solidaridad, este programa estipula que el turismo debe adaptarse a las Culturas anfitrionas. Ahora bien, las exigencias de las industrias turísticas no son sistemáticamente compatibles con esos criterios. El turismo industrial puede llevar a la “folklorización”, hasta a la marginalización de aquellos patrimonios que estructuran, profundamente, las sociedades de las que surgen. Más allá de la toma de conciencia, todo queda para hacer. El ejemplo que expondremos a continuación ilustra bien la complejidad del turismo equitativo, con sus oportunidades de encuentro entre culturas pero con sus riesgos de herir a las más frágiles.

Parque Nacional de Niokolo Koba

Senegal oriental: una región económicamente pobre pero culturalmente rica.

En el marco de su programa de cooperación des-centralizada, el departamento de Isère ha desarrollado durante cerca de veinte años, una relación de partenaires con la región de Senegal oriental, hoy escindida en dos regiones autónomas, la de Tambacunda y la de Kedugú. Esta zona, rica en agua y en bosques, ha permanecido marginal en relación con el conjunto del país, a causa de su lejanía, de su escasa tasa de urbanización y de una economía, que se mantuvo por mucho tiempo limitada a la agricultura, a la caza y a la recolección. Un parque natural, llamado de Niokolo Badiar, se creó en 1956, en los últimos años de la tutela francesa, sobre la frontera con Guinea. Sin ser tan rico como sus homólogos de África del Este, este parque abriga una fauna bastante numerosa, en un decorado de espesuras tropicales que se extiende sobre un relieve de colinas. Durante muchos años, el mismo ha sido el único atractivo turístico de esta región que, hasta hace veinte años, todavía era de difícil acceso. Tal parque resultaba, sin embargo, bien conocido para los etnólogos franceses, quienes encontraron, allí, un terreno ideal para estudiar a poblaciones que habían permanecido aisladas durante largo tiempo. Desde los años ’50, el equipo de antropología del Museo del Hombre, que entonces dirigía Robert Gessain, desarrolla un programa de estudios de grupos humanos aislados, el cual envía al sitio a varios investigadores, especializados en genética de las poblaciones, antropología cultural y lingüística. Como terrenos de estudios se eligieron la región oriental de Senegal, la costa este de Groenlandia y un pueblo de la Bretaña armoricana. Junto con las poblaciones presentes en todo Senegal -como los wolof-, o en toda África del oeste -como los peúles-, se encuentran pequeñas etnias, las cuales reagrupan algunos miles de individuos que viven todavía de la caza y la recolección en los años ’30 ; y que han mantenido, desde tiempos muy antiguos, numerosos rituales vinculados a su concepción del mundo y al modo en que organizan el tiempo humano y el de la naturaleza. Estas poblaciones hablan lenguas lejanamente emparentadas con el mandinga, que hoy se ha difundido en una gran parte de la zona correspondiente al Sahel. Y forman el grupo etno – lingüístico llamado tenda. Viven en pueblos instalados sobre la cima de las mecetas. Algunos han conocido un hábitat de tipo troglodítico hasta hace poco tiempo. Los Bassari, los Bédick, los Coniagui y los Badyaranké constituyen las principales etnias que hablan las lenguas del grupo tenda y comparten el mismo sistema de creencias. Refractarios a la islamización, que ha impregnado al conjunto de Senegal, la mayoría practica ritos religiosos vinculados con el culto de los espíritus de la naturaleza, los cuales les garantizan la prosperidad de los suelos que habitan. Durante mucho tiempo, se opusieron militarmente a sus vecinos peúles, los que intentaban sacarlos de sus territorios frondosos para desbrozarlos y desarrollar allí la ganadería bovina. Tales conflictos no impidieron el mestizaje entre las diversas poblaciones, como lo han revelado los análisis genéticos realizados por los investigadores del museo del hombre.

Durante mucho tiempo, la mayoría de la población senegalesa consideró con desprecio a estos grupos, a causa de sus costumbres « primitivas » (semi – desnudez, prácticas religiosas animistas y totémicas, hábitat rudimentario). Pero, progresivamente, fueron adquiriendo el estatuto de espacio donde se conserva la autenticidad de las culturas sub- saharianas. Por consiguiente, son objeto de interés marcado en los medios intelectuales africanos, que quieren ver en ellos a los testimonios vivos de una civilización casi desaparecida.

Al mismo tiempo, esta autenticidad se considera como fuente de atractivo turístico por las autoridades locales, que han visto en ciertos rituales descritos y analizados por los etnólogos, una dimensión potencial de espectáculo. Dichos rituales aparecen como susceptibles de ser puestos en escena para los visitantes. Las poblaciones mismas no son insensibles ante la posibilidad de obtener algún beneficio de esos ritos. En las diferentes etnias, ciertas personas, a menudo hijos de notables instruidos, que habían servido de intérpretes a los etnólogos, comenzaron a acondicionar campamentos, destinados a los turistas; y a proponer sus servicios como guías especializados para hacer descubrir la cultura local. En 1994, se abre una ruta que une Dakar, la capital, con el lugar céntrico regional, Kedugú. La misma ha permitido llegar, en menos de una jornada, a esta región, que permaneció largamente alejada. Las personas que habían tomado la iniciativa de acondicionar campamentos para acoger turistas, pudieron contar con olas de visitantes más regulares y más importantes aunque, de todos modos, las visitas han permanecido muy limitadas a causa de las condiciones de vida más bien espartanas que reinan en los pueblos que habitan la brousse (una sabana cubierta de matorrales).

Del rito al espectáculo

Es cuando se realizan ritos que reúnen la danza, la música y otras manifestaciones festivas, la afluencia de turistas aumenta, aunque raramente superen algunas decenas de personas. El rito más conocido y el más espectacular, es el de la iniciación de los jóvenes varones, practicado, especialmente, por los Bassari.

Bassari Initiation Part I

 

Bassari Initiation Ceremony Part II

 

Ese rito, llamado  koré, tiene lugar en los últimos días de abril y los primeros de mayo que, para los Bassari, marcan el fin de la estación seca. Los Bassari son una población del grupo etno – lingüístico tenda, que se dan a sí mismos el nombre de Belyan. Tal población, que ha vivido mucho tiempo aislada en un hábitat troglodítico, ha conservado una organización de tipo matrilneal, estructurada en clases etarias. Sin embargo, este rito no aparece sino tardíamente. Posiblemente, empezó a practicarse en el siglo XIX, después de la invasión del país bassari por los Peúles, venidos de Fouta Jallon. Algunas de sus fases, como las llegada de las máscaras al pueblo, tienden a recordar la invasión guerrera de los peúles. También, los combates organizados entre los jóvenes iniciados y las máscaras, que vienen a subrayar la capacidad de resistencia de los jóvenes Bassari contra los eventuales invasores. A las mujeres les está prohibido ver la mayoría de las fases de este ritual. Según los relatos tradicionales, esta interdicción se debe a que un hombre reveló las etapas de ese rito a las féminas. Y, como consecuencia, las desgracias se habrían abatido sobre los Bassari y su país habría sido invadido por los Peúles, los que los obligaron a replegarse a las cavernas de la montaña durante varios años. Para conjurar la falta cometida por el hombre que reveló los secretos de iniciación a las mujeres, era necesario sacrificarlo. Todos los pueblos Bassari disponen, en la brousse, de un lugar sagrado, llamado E-keb, constituido por un montón de piedras, bajo las cuales estaría enterrado el cadáver del joven indiscreto. La víctima expiatoria simbólica pertenece, casi siempre, al clan de los Bianquinch (o Beyanxedi, según algunas ortografías), constituido conforme con la tradición de extranjeros raptados de su pueblo original y asimilados a los Bassari. En consecuencia, son también los miembros del clan de los Bianquinch los que deben oficiar sobre el E-keb para redimir la falta de sus ancestros. La presentación de los jóvenes iniciados al E-keb de su pueblo, es una etapa importante en el ritual de Koré. Hasta hoy, permanece estrictamente prohibido a los varones iniciados, el contar a las mujeres lo que han vivido durante la iniciación; y las mujeres no deben ver los combates que oponen los iniciados a las máscaras. Se considera que ellas deben huir, atemorizadas, cuando tales máscaras llegan al pueblo. Esta prohibición se extiende, asimismo, a las mujeres extranjeras, que no pueden asistir a los combates. En consecuencia, está prohibido filmarlos, por temor de que las mujeres puedan verlos. De hecho, todo evoluciona mucho. Las mujeres bassari saben bien en qué consiste la iniciación de los hombres quienes, en cambio, no saben con precisión en qué consiste la iniciación de las jovencitas, la cual se ha mantenido secreta y, al parecer, hasta ahora, nunca ha sido estudiada por los etnólogos. En lo que concierne a los turistas extranjeros, si pagan un precio alto, su presencia puede aceptarse, sin inconvenientes, alrededor del círculo donde tienen lugar los combates.

De hecho, esta prohibición, impuesta a las mujeres, de ver y saber en qué consiste la costumbre masculina se vincula, más bien, a al surgimiento reciente de un poder masculino en el seno de la sociedad bassari. Esta sociedad ha practicado, durante mucho tiempo, la sexualidad colectiva y los hombres alineaban sus comportamientos según las exigencias femeninas.

En oportunidad de una misión que tuvo lugar en 2004, para asistir a un rito «koré», pudimos constatar que los rituales  tendían a adaptarse al interés turístico. Los representantes de los jefes tribales, conocedores de la cultura, habían establecido las tarifas para las fotos y los filmes. Asimismo, habían elaborado una lista de lo que se podía o no filmar y fotografiar. Sin embargo, el número de turistas presentes apenas si superaba la docena de personas
[4].

Éstas sólo pueden ver una parte del ritual, el cual se desarrolla a lo largo de varias semanas y permanece cargado de numerosas significaciones, marcando el pasaje de los adolescentes a la edad adulta. Los adolescentes son preparados durante mucho tiempo para este acontecimiento. Pero sólo descubrirán su sentido en el momento en que vivan sus diversas etapas. Sus padres construyen para ellos una casa colectiva, llamado ambofore, donde habitarán durante la duración de la koré. Llevan los cabellos trenzados y reciben un equipamiento que utilizarán durante el combate o que, simplemente, les servirá de ornamento. Portan un arco con cuerdas tendidas en diagonal, que utilizarán como escudo durante el combate. Bajo la axila, llevan un sable de hierro enfundado en una vaina ricamente trabajada. De hecho, como han ocurrido accidentes graves en el tiempo en que utilizaban ese sable de hierro, lo guardan como puro ornamento y se sirven de uno de madera.

Los otros actores de la koré son las máscaras, llamadas lukuta. Los lukuta se disimulan en los matorrales hasta el día del combate. Llegan al pueblo dando gritos guturales que, supuestamente, asustan a la población y, corriendo, ganan el claro donde debe desarrollarse el combate. No se puede ver sus rostros, que disimulan bajo una especie de capuchón con un agujero, alrededor del cual fijan un gran culo de fibras vegetales, lo que les da un aspecto solar. Se los elige entre los miembros de la clase etaria de los O-dyar, compuesta por jóvenes adultos de 27 a 33 años, lo que les otorga una neta ventaja física en relación con los adolescentes.

Llegan en fila india, con el cuerpo untado de ocre rojo, llevando en la mano un gran bastón y una fusta hecha con una rama flexible. Tienen la cintura rodeada de hojas de karité (un árbol de África occidental) y las piernas cubiertas con cortezas. Su estampa resulta, efectivamente, impresionante. Atraviesan corriendo el pueblo para llegar al gran claro que, de ante mano, ha sido protegido por diversos rituales. Los mismos buscan asegurarse la benevolencia de los «biyils», los genios invisibles que reinan en ese espacio. Se dice que, en aquellos pueblos donde los jefes han descuidado hacer sacrificios a los biyils del claro, ocurrieron accidentes mortales en el curso de los combates.

Los espectadores forman un amplio círculo. Un hombre recuerda que los ancianos del pueblo se reservan el derecho de interrumpir el combate si éste toma un cariz muy violento. Los adversarios entran luego en el círculo. Cada iniciado debe afrontar dos máscaras. De hecho, los adversarios abandonan muy rápido bastones, arcos y fustas y se entregan a una lucha a mano abierta, cuyo fin es poner de cabeza al adversario o proyectarlo fuera del círculo. Los combates duran algunos segundos y no comportan mucha violencia

Después de la lucha, los iniciados y las máscaras pasan al pueblo y reciben toda clase de ofrendas de parte de las familias, en particular cerveza de mijo, hidromiel y postres a base de pasta de maní. Los iniciados deben permanecer impasibles, no sonreír y no dirigir la palabra a las mujeres. Por otra parte, aquellos que han participado en el ritual –máscaras o iniciados- quedan sometidos a la abstinencia sexual durante toda la duración del ritual. En lo que concierne a los iniciados, se considera que esa obligación debe mantenerse durante los dos años que siguen a la koré.

Para los jóvenes, la iniciación proseguirá en las semanas siguientes, durante las cuales permanecerán retirados en la brousse. Allí todavía tendrán que superar una serie de pruebas y soportar varias novatadas ; también recibirán la enseñanza de los ancianos sobre el sentido que esos rituales tendrán que cumplir a lo largo de sus vidas, los medios de protegerse de los ataques de brujería, las prohibiciones que es necesario respetar, las costumbres que deben preservarse, etc..

El porvenir de la tradición

Es difícil saber lo que ocurrirá, en el futuro, con este complejo conjunto de rituales festivos cuyo sentido surge en relación con la división de las etapas de la vida y del año en estaciones. Hoy, dichos rituales ya casi no corresponden a las divisiones de la sociedad moderna, marcada por la generalización de la escolarización y el éxodo rural. Por ahora, los ancianos permanecen muy apegados a la preservación de ese patrimonio inmaterial. El interés de los turistas por su cultura los incita a no abandonar los diversos rituales. Es posible que éstos se transformen; pero perdurarán todavía durante un período difícil de determinar. El peligro que los acecha no viene tanto del riesgo de folklorización, vinculado con la afluencia turística, que parece bien improbable. Lo que percibimos como peligro mayor es el contagio con la cultura senegalesa dominante, marcada por el islam y la organización social y patrilineal de tipo sudanés. Un turismo inteligente puede, al contrario, contribuir a preservar la vitalidad de esas culturas minoritarias, valorizándolas a través de una cierta apertura. Desde hace tiempo, los Bassari han captado la necesidad de abrirse al mundo. Algunos chefs coutumiers ya han tenido ocasión de viajar a Francia, a Estados Unidos y a Brasil. En ese último país, han encontrado representantes de etnias amerindias y dicen haber quedado atónitos ante la semejanza entre esas culturas y las suyas. Las culturas minoritarias se organizan, hoy, a un nivel planetario, lo que es, sin duda, para ellas, el mejor modo de resistir a la presión de los grupos dominantes, quienes, en cada país, tienen tendencia , más o menos consciente, de ejercer una acción de nivelación de las diferencias.

La cooperación cultural comprometida entre el Consejo general de Isère y las autoridades de la región apunta a ayudar a esas poblaciones a conservar una cierta conciencia de su originalidad, sin dejar de percibirse como sociedades modernas, aptas para evolucionar y conservar sus identidades; y no como reliquias de sociedades arcaicas, condenadas a desaparecer en un plazo más o menos breve. Sin embargo, ciertas iniciativas que apuntaban a valorizar esas tradiciones en un marco moderno, han mostrado tener efectos perversos.

Las políticas culturales en los diversos países de África sub – sahariana han desarrollado numerosos festivales de danza o de música tradicionales. En general, estos festivales tienen lugar en las ciudades grandes e implican troupes ya relativamente profesionalizadas, hasta troupes  oficiales, del tipo del ballet nacional. Las autoridades regionales de Senegal oriental han querido inspirarse en ese tipo de organización de acontecimientos espectaculares, para crear un atractivo turístico en la región. Se pensó en movilizar las etnias locales más apegadas a sus tradiciones y se bautizó el acontecimiento con el nombre de « festival de etnias minoritarias ». La primera vez que el mismo se desplegó, fue en 2002, en el paraje de Bandafassi, sub – prefectura que se encuentra a la entrada de los territorios concernidos. De tal “estreno” emergieron graves dificultades. Las poblaciones no estaban muy entusiasmadas en participar y no entendían el sentido de un acontecimiento semejante. Fue necesaria una fuerte presión de parte de las autoridades locales para que el festival pudiese desenvolverse. La evaluación de dicho festival, que pudimos hacer dos años más tarde, dejó a la vista un cierto número de efectos perversos
[5].

Los miembros de las etnias que participaron en ese festival, Bassari, Bédik y Dialonké, subrayaron un cierto número de defectos en la organización del mismo. Los danzarines, venidos de lejanos pueblos ubicados en medio de la brousse, no fueron devueltos a sus hogares en auto, como se había acordado en un principio. A nivel financiero, hubo atraso y en algunos casos, hasta ausencia de pago por las prestaciones llevadas a cabo. Parece que ciertos intermediarios desviaron sumas destinadas a los participantes en el festival. Los participantes lamentaban, igualmente, la ausencia de visitas de cortesía a los ancianos, los jefes de los pueblos o los chefs coutumiers. Las personalidades venidas de Dakar o de Francia tenían agendas cargadas. Por lo tanto, sólo se quedaron unas horas a pronunciar un discurso y a aplaudir algunas danzas. No sacrificaron nada a los usos de la cortesía africana, que consiste en saludar a los ancianos. Esa falta de consideración hirió profundamente las susceptibilidades locales, al punto de suspender la prosecución de ese tipo de acontecimientos, que inicialmente, estaba previsto repetir todos los años. Ha sido necesario esperar a 2007 para que un festival del mismo tipo pudiera tener lugar.

Se identificaron otros efectos negativos entre las consecuencias del festival. Ciertos objetos rituales que se mostraron en el acontecimiento aun tienen valor sagrado para algunos ancianos. Por consiguiente, se produjeron conflictos en el seno de ciertas poblaciones. Algunos consideraban que era tabú exhibir las máscaras iniciáticas a un público de extranjeros, para los cuales tales objetos no tienen ninguna importancia. En la lógica tradicional de la acumulación de desgracias, luego de haber cometido una transgresión, una serie de acontecimientos negativos siguieron al festival: malas cosechas, sequías, epidemias, etc. Los mismos se interpretaron como la expresión de la venganza de los espíritus de la naturaleza.

Sin embargo, la idea de valorizar las tradiciones haciéndolas conocer a un público extranjero está lejos de ser rechazada por los chefs coutumiers de los diferentes grupos étnicos. Para ellos, la amenaza real que pesa sobre las tradiciones reside más bien en el desinterés de los jóvenes, que emigran más y más a la ciudad y son sometidos a la influencia de otras culturas y religiones. Conservar las tradiciones ubicándolas en un marco moderno, les parece el mejor medio de asegurarles su futuro.

El desenvolvimiento de un turismo cultural junto con poblaciones que permanecen frágiles es complejo de poner en práctica en el plano ético. Los partenaires institucionales y las ONG especializadas se encuentran ante una verdadera responsabilidad frente a las culturas minoritarias. El riesgo de dejarlas fijadas en una imagen de folklore y exotismo sigue siendo muy fuerte. Una tal consecuencia sería contraria al verdadero envite del turismo cultural, que es el de ayudar a las poblaciones beneficiarias a conciliar sus tradiciones con la modernidad. La cultura, aquí, debe hacerse útil. No es un fin en sí sino un medio para hacer que las poblaciones avancen y ayudarlas a resolver, modestamente, los problemas que enfrentan. En una zona rural, todavía marginada, como Senegal oriental, la cultura pertenece, aun, al campo de la tradición, muy ligada a la religión del terruño. En algunos casos, se opone a la modernidad. Por consiguiente, su integración a un festival debe hacerse con todas las precauciones necesarias.

Es por eso que las danzas, los cantos, las máscaras, no deben estar presentes sin explicación. En el marco de esta lógica, con créditos de UNESCO, se ha construido un eco - museo en el paraje de Bandafassi, a la entrada de los territorios habitados por las etnias minoritarias. Se compone de casas inspiradas en el hábitat tradicional de la región y construidas por los habitantes mismos. Las poblaciones locales han depositado un cierto número de objetos rituales, algunos de gran valor estético. La función de este despliegue es explicar a los visitantes los principales rasgos de las culturas locales y de volverlos atentos ante su fragilidad. A partir de ahí, pueden organizarse circuitos con guías calificados, provenientes de las propias etnias locales. No es posible asistir a los rituales tradicionales si no es en su marco habitual, en las fechas en las que se realizan tradicionalmente y después de haber recibido el asentimiento de los representantes de las poblaciones concernidas. Esta política busca tiene como meta el permitir un encuentro positivo entre los visitantes extranjeros y las sociedades locales, evitando los efectos perversos vinculados a la mercantilización excesiva de las culturas. Es evidente que sólo puede tratarse de un turismo relativamente elitista cuyo pasaje no aportará sino beneficios limitados en el plano financiero; pero tendrá un impacto favorable sobre la imagen de las culturas tradicionales, tanto ante aquellos que las integran como frente a los que vienen a su encuentro.

Notas: 

[1] L.Marc-Schrader, Quand j’étais maire de Tombouctou, Le tour du monde, tome XIX n°35, Paris, août 1913

[2] www.afd.fr  › L'AFD › Nos partenaires › Collectivités locales françaises décembre 2014.

[3] UNESCO, Programme « Culture, tourisme et développement », Axes stratégiques et propositions de projets, septembre 2004.

[4] J.Barou, rapport de mission au Sénégal oriental, mai 2004, non publié.

[5] J.Barou, Le festival des ethnies minoritaires de Bandafassi, 2002, informe inédito.
 

 

Jacques Barou

 

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