Azif [1]
por Arrahel 

No encuentro mi sombra, debe haber escapado. Cuatro paredes me rodean herméticamente. La humedad las recorre, es difícil respirar y el pestilente olor se torna insoportable. Escritas al parecer por varias manos presentan dibujos, frases, oraciones sin sentido, testamentos.

Recibimos porciones pordioseras de comida y soportamos fríos intensos. Desconozco el infierno pero debe asemejarse; ¿O es acaso peor?

Le conocí con una Luna redonda mientras el cielo lloraba pesadas lágrimas. Transitaba las sendas empedradas del cementerio, un gran atajo entre mi departamento y el lugar donde trabajo, una vieja editorial.

Las lápidas, los monumentos, las flores, algunas marchitas, resultaban familiares.

Apresuré el paso a fin de llegar temprano para la película de las diez. Una delgada silueta, de mujer, me distrajo. Era hermosa.

La cubrí con el paraguas, sonrió sin mencionar palabra. Considere posible que estuviese orando y no deseaba interrumpirla. Tras algunos minutos se santiguó.

Caminamos hacia un portón enrejado y oxidado, la salida. Simplemente nos despedimos.

Nuestros encuentros fueron recurrentes casi planificados. Día tras día pensaba en ella.

Cierta tarde acordamos vernos en la plaza, en uno de esos bancos blancos, casi despintados cercados por palomas. El reloj me desalentaba, pasaba la gente y los minutos.

Llegó con la noche, llorando. Intenté hablarle, el silencio fue respuesta. La acaricié, sus ojos parecían de vidrio triturado pero esbozó una sonrisa agonizante. Comencé a besarla. Los pájaros congelaron el vuelo, quede atrapado entre el cielo y la tierra, entre dos eternos latidos.

Desperté solo, ya no estaba, se había ido. Dejó una nota “no puedo” simplemente “no puedo”. Quise matarla y mutilar el cuerpo mentiroso.

Pretendo olvidar los días siguientes, extensos, borrascosos. Demasiados pecados, demasiadas copas, demasiado dinero, demasiado seudo- amor. Gastaba horas vanas pensando como hubiese sido nuestra vida, las salidas de los fines de semana, los estrenos del jueves en el cine, tal vez hijos, habría sido estupendo sentarnos a discutir a que colegio irían nuestros niños. Hubiese sido estupendo. Temía a la noche, a sus sonidos, a su soledad que me enfermaba, a la cama vacía, a los recuerdos, a los sueños que me perseguían hasta que despertaba sudando, deseando no volver a dormir. 

El grado de inconsciencia no me permitía distinguir la realidad, oía voces mezclándose en el aire del bar., la de un tipo grande de rasgos marcados llamo mi atención. Una nube de tabaco lo contorneaba. – ¿A quién intentas olvidar?- preguntó mientras se acercaba. Pasamos horas discutiendo de la vida, de la muerte, de Ella. Perdió mi credibilidad cuando ofreció comprarme el alma a cambio de una “gracia”. Era ateo y estaba ebrio,  no tenía nada que perder. Le pedí que  ella regrese conmigo.

Espabilé en el camposanto, abrasado a una lápida de mármol negro, rodeado de mí vomito.

Volvió, más bonita que antes. Cumplió más deseos que el de su sola presencia. Nos mudamos a los pocos meses, debí trabajar horas extras, pero era feliz…acordarse hace más horrible estar dentro.

El tiempo se apresuró demasiado, transformo lo bello en agonía. El sueño en pesadilla.

Por obsesión, desconfianza o simple idiotez, seguí sus pasos una tarde de julio, alimentado por la sospecha de que me era infiel. Algunas pistas fueron determinantes: el olor a cigarrillo en su cabello, el perfume de hombre.

Conseguí un arma, barata y sin mucho esfuerzo. No soportaba la idea de que estuviese con otro hombre, el solo imaginármela mientras se revolcaba, mientras me crecían los cuernos, me causaba nauseas. Después de todo lo que había hecho por ella.

Dos disparos en la cabeza alcanzaron. La escondí en el jardín, debajo de unas chapas para que los perros no pudiesen desenterrarla.

Podía escucharla en las noches, desenterrándose, podía oler la tierra húmeda, podía sentir sus frías manos, intentando estrangularme.

Entregue mi libertad a la justicia a cambio de la redención, o por lo menos para sentirme menos culpable. Es increíble lo egoístas que somos.

Al principio visitaba mi celda todos los días. Ahora ella es solo un cálido y frío recuerdo.

Acá, no hay pasado ni futuro, el tiempo es solamente aquello que nos recuerda que todavía no somos libres, que los años pueden ser interminables, que el peor de los momentos puede ser aún peor.

Rezo mucho y conseguí  una Biblia, la leo casi a oscuras. ¿Tengo fe? No se, solo comprendí que nadie puede intervenir en el destino creado por Dios, ni siquiera el Diablo.

Ya no temo a Las Parcas y aunque estoy viviendo el Erebo en la tierra creo que es un precio razonable para un lugar en el Cielo. 

[1]Azif es el término utilizado por los árabes para designar al rumor nocturno producido por los insectos y que se suponía era el murmullo de los demonios.

Arrahel

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