La virgen de la Servilleta

Su tradición — Su historia

por Fray Ambrosio de Valencina

Este es uno de los cuadros que más fama dieron al inmortal Murillo, y la denominación vulgar con que se le conoce la recibió del lienzo sobre que se halla pintada, que es en efecto una servilleta, según lo refiere la tradición y se deduce de sus dimensiones, pues mide sólo sesenta y ocho centímetros de alto, por setenta y tres de ancho. Esta lindísima joya de arte es de extraordinario mérito, y de él dice Sevilla Mariana año II, pág. 333), lo que sigue: La cabeza de la Virgen es bella, con esa belleza peculiar de las Vírgenes de Murillo. El rostro es hermoso, en el, además de la gracia, se refleja ese carácter propio y exclusivo del suelo andaluz; sus ojos grandes, rasgados y negros, expresan vivamente el gozo de que se halla inundada, por la satisfacción de tener al Niño Jesús en su regazo. Este se halla dibujado, con una habilidad extraordinaria, y su cabeza se ve animada por una alegría pura, infantil y encantadora; su actitud es tan expresiva, que parece quiere lanzarse del cuadro, y arrojarse a quien lo mira. Todo el lienzo en fin, tiene aquella magia de colorido, que tanto distingue a su autor; la entonación es suave y vigorosa al propio tiempo, la más dulce en su género, que se admira en el pintor de la Virgen María.

Acerca de su origen, existen dos tradiciones ambas verosímiles y autorizadas, que pueden muy bien conciliarse, según veremos después, tales como han llegado hasta nosotros. Sabido es que aquella venerable Comunidad, empleó a Murillo con el fin de que adornase su templo con variedad de pinturas para todos los altares; y al efecto se hospedó en el convento una larga temporada, porque las dimensiones de los lienzos exigían una habitación espaciosa y de buenas condiciones de luz, circunstancias que no suelen hallarse fácilmente en las casas particulares. Para su asistencia designó el P. Guardián a un religioso lego, de excelente carácter, afable, y servicial en extremo, por cuya razón llegó a simpatizar tanto con el Maestro sevillano, que casi siempre se hallaba a su lado, observándolo en sus tareas, absorto de admiración con sus inspiradas obras. Próximo ya a terminarse éstas, llegó a observar Murillo determinadas veces en él, cierto deseo, que no se atrevía aquel a manifestarle. Adivinando al fin, que querría para recuerdo alguna obra suya, exploró su voluntad, no sin dejar de hacer bastante esfuerzo para conseguirlo. Averiguada al fin, oyó gustoso su demanda, a la vez que la imposibilidad de corresponder a ella; pero esto no sirvió de obstáculo, puesto que Murillo estaba prendado de su benevolencia, y hasta cierto punto agradecido del esmero que había usado con él, en lo relativo a su asistencia personal. Dispuesto ya á complacerlo le pidió un lienzo a propósito para su obra, y apurado el Lego por no poderle facilitar ni aún eso, le dijo si podría suplir una servilleta, que era tan sólo de lo que podía disponer.

Aceptóla Murillo, y fijándola en un bastidor, después de prepararla convenientemente, pintó sobre ella la Imagen graciosa y encantadora de la Madre del Salvador del mundo, sosteniendo en sus brazos amorosos al Niño Jesús, risueño, y como estremeciéndose de alborozo. El Lego, al verla terminada, se consideró afortunado con tan preciosa dádiva, y con la correspondiente licencia de los Superiores de la Orden, la poseyó en su celda cual rico tesoro, todo el resto de su vida. Hasta aquí lo que generalmente se refiere por muchos; pero los religiosos que existieron hasta los tiempos de la exclaustración, solían contar el hecho de otro modo, según lo hemos oído de uno muy autorizado, que asegura ser la tradición de la manera siguiente:

Después de haber estado Murillo en el convento, haciendo las obras que se le encargaron por la Comunidad, para el ornato de la Iglesia, acostumbraba de vez en cuando ir a misa a ella, y luego visitaba al P. Guardián y demás religiosos que habían estado en contacto con él, durante su residencia en aquellos tranquilos y penitentes claustros. Entre ellos, siempre ocupó un lugar distinguido en su estimación, el lego destinado á su asistencia particular, y este era el que solía servirle un ligero desayuno en el refectorio, obsequio que le hacía reconocida aquella pobre comunidad. Otras veces solía pasar algunos días festivos, y apacibles tardes, en tan agradable compañía, y entonces se esmeraban más los religiosos en agasajarlo con toda clase de finezas. Sucedió en uno de aquellos días en que fue invitado a desayunarse, que el lego echó de menos la servilleta qua le había puesto en la mesa, y después de buscarla con la mayor diligencia, se persuadió sin que le quedara la más leve duda, de que Murillo se la había llevado, ya hubiera sido por chanza, ya por distracción. Entonces con grande sentimiento suyo, se vio precisado a dar cuenta al P. Guardián de lo ocurrido, y a oírle este, le respondió al lego que no era posible creer semejante cosa del maestro Murillo; que la buscase, que tal vez por olvido suyo, donde menos creyese la encontraría. En tan apremiante situación se encontraba el Lego, que no pudo menos, después de hacer lo que le mandaba el Prelado, que exclamar: Padre, tengo la seguridad de que en el refectorio no ha entrado nadie más que el maestro Murillo y yo; es así que yo le puse la servilleta, y a poco que salió fui a recogerla y ya no estaba allí; luego el maestro se la ha llevado.

Al oír esto el Guardián, le mandó bajo de santa obediencia, que no dijese a nadie lo acaecido, para que no padeciese el buen nombre de Murillo, puesto que la honradez y acrisolada virtud del maestro era conocida no solo de toda la comunidad, sino de Sevilla entera; y no era justo que por cosa tan insignificante, sufriera algún detrimento su buena fama. Obedeció aquél, guardando profundo silencio, mas no sin dejar de reinar continuamente en aquella idea; porque sabía muy bien y le constaba la probidad del maestro, como tuvo ocasión de experimentarla, todo el tiempo que estuve dedicado á su servicio; y por otro concepto estaba persuadido hasta la evidencia, de que él había sido, quien había sustraído la servilleta del refectorio, contribuyendo á confirmar su juicio, el que no hubiese vuelto desde entonces al convento.

Pasados algunos días, se presentó como de costumbre, llevando consigo un lienzo tapado y dirigiéndose al dormitorio, lo colocó sobre la tarima del Padre Guardián, diciendo: Aquí queda este recuerdo, para que la comunidad de capuchinos no tenga que decir nada de mí. Al verlo el lego, que le seguía lleno de ansiedad, observó que era una imagen de la Virgen, pintada sobre la servilleta que había echado de menos aquel memorable día, y corrió presuroso a referir al P. Guardián su sorpresa por el hallazgo. Lo mismo éste, que toda la comunidad, quedaron admirados de la belleza encantadora de la imagen de la Santísima Virgen con el Niño, y aún más todavía, al publicarse la historia secreta de su origen, que trasmitida como acaba de referirse, de unos religiosos a otros, llegó hasta nuestros días.

Decíamos antes, que ambas tradiciones podían conciliarse, por que pudo Murillo hacer su promesa al lego, durante su permanencia en el convento, y después cumplirla de la graciosa manera que acaba de referirse, que por su procedencia nos parece digna de crédito. Hasta aquí Sevilla Mariana; oigamos además a un biógrafo de Murillo.

«Ahora nos toca referir la tradición más autorizada que conserva Sevilla, respecto al cuadro de la Virgen con Jesús Niño en ¡os brazos, intitulada de la Servilleta, un día blasón de aquella comunidad edificante, y al presente joya de nuestro museo provincial en el salón llamado de Murillo.

Dejamos contado en otro lugar, que se había puesto a disposición de Bartolomé por orden de sus superiores, un hermano lego, extremadamente servicial, por demás sencillo, y cautiva su voluntad de las prendas del maestro sevillano, cuyas tareas seguía sin perder ápice, embebecido en cándida admiración de sus obras. La bondad nativa de Esteban le movió a familiarizarse con aquella mansa y agradable criatura, que le creía de naturaleza superior, le trataba con una especie de rendimiento sumiso y saboreaba con delicia y en contemplación silenciosa los misterios del arte que van envueltos en cada rasgo y en cada toque de una mano inteligente y diestra. Alentado el lego por la disposición comunicativa de Murillo, y cediendo poco a poco al estímulo de la simpatía y o la influencia de la afabilidad, entró en conversación con el artista, cada vez más franco y chancero, hasta que tomando confianza con él, sostenía diálogos prolongados y frecuentes, en que dejaba penetrar el fondo de su alma ingenua, como distingue la vista el lecho pedregoso de un arroyuelo al través de su escaso pero limpio raudal.

Cerca ya de rematar las obras del templo en la mansión de los capuchinos, Bartolomé conocía que el buen hermano luchaba por contener una impaciencia difícil de reprimir, y que se traslucía un deseo angustioso en sus frases, cortadas por el embarazo en la mitad de su balbuciente emisión. Se propuso hacerle hablar a costa de toda especie de tácticas, y como Esteban no presumía de hombre de mundo, ni entonces obtenía favor el tipo de los diplomáticos caseros, tomó el partido de abordar la cuestión derechamente; conviniendo en que la línea recta es la más corta, y en que cada uno debe andar por el camino que sabe. Sus exploraciones dieron de sí el apetecido fruto, y... supo en fin que el hermano sirviente, el que podía firmarse con más razón que Gregorio el Magno «siervo de los siervos del Señor», el compañero inseparable del pintor ilustre en el claustro seráfico... ambicionaba un cuadro suyo, que hiciese juego con el triste ajuar de un mendicante de la más pura observancia.

El hermano había obtenido la honra de ser destinado a la asistencia inmediata del maestro. Gozaba de sus continuos favores y se envanecía de merecerle una confianza fraternal... Había menester un testimonio imperecedero de aquella amistad; que los pinceles del Zéuxis sevillano le consagraran una memoria halagüeña; que durante sus días poseyera la prueba inconcusa de su comercio amistoso con el Apeles cristiano, y legar al convento por su muerte una perla más, caído de aquella paleta incomparable, para que la recogiese una mano tímida, trémula de emoción. Ah! ¿Por qué la tradición sevillana, conservando los pormenores de este episodio curiosísimo, no se cuidó de indagar, retener y trasmitir el nombre y patria de este servidor de la comunidad capuchina?

Murillo averiguó finalmente que el lego suspiraba por la posesión de una obra de su mano; y accediendo al punto á sus votos, quiso apurar en broma la materia, «clamando al desconcertado sirviente el lienzo en que había de pintar una imagen sagrada con destino al adorno de su celda. Aquí de los apuros del pobre hermano; mas... por fortuna conservaba una servilleta nueva y preguntando si podía servir al efecto, y siéndole respondido que sí, la entregó á nuestro héroe. Murillo cumplió su palabra, y la servilleta, estirada en el bastidor, imprimada con esmero y objeto de una atención escrupulosa, recibió la imagen risueña de la Madre del Salvador del mundo, sosteniendo en sus amantes brazos al Dios Niño más encantador y gracioso que concibiera nunca la fantasía del último genio de la escuela sevillana, en que pareció agotar sus recursos la naturaleza». Hasta aquí el Señor Velázquez y Sánchez, y hasta aquí la tradición y la leyenda: ahora vamos a la historia.

¿Qué hay de histórico y verdadero en estas leyendas populares? Es cierto, históricamente hablando, que Murillo estuvo aloxado con sus oficiales en el convento de Capuchinos, como se probó anteriormente. Es también rigorosamente histórico que en el convento había un lego, de ilustre familia llamado Fr. Andrés de Sevilla, apasionadísimo de Murillo y de sus cuadros, hasta el extremo de haber recogido de limosna él sólo entre sus parientes y amigos cerca de 50,000 reales para pagar las obras que el artista realizaba en el Convento, según consta de los libros que en el mismo se conservan. Es asimismo indudable que al servicio de Murillo y sus oficiales estuvieron algunos legos de la Comunidad para arreglarles las celdas, servirles la comida, etc., y que el principal y el mayor de los hermanos encargados de servir a Murillo fue, el venerable Fr. Andrés de Sevilla que ya era de avanzada edad. Estos hechos son rigurosamente históricos y absolutamente ciertos; y de ese terreno de la certeza, pasamos ahora al de las conjeturas y probabilidades.

Entrando, pues, en este segundo terreno, pregunto: ¿Cuál fue el leguito, para quien pintó Murillo la Virgen de la Servilleta? A mi juicio, (y conste que lo he formado leyendo y releyendo los libros conventuales,) fue el hermano Fr. Andrés de Sevilla. Este, prevalido de la amistad que tenía con el Maestro, cuando le vio recoger los pinceles para irse á su casa, le dijo en broma que no lo dejaría marchar sin que le diera antes un recuerdo hecho por su propia mano. Murillo, siguiendo la broma, le contestó que el Hermano pusiera el lienzo, ya que él iba á poner su trabajo, y Fr. Andrés, ni corto ni perezoso, corrió a la despensa y tomando una servilleta nueva, de cañamazo fuerte, se la presentó al artista, deseando que la broma se convirtiera en realidad. Murillo se guardó la servilleta, marchó á su casa, y algunos días después volvió con ella transformada en cuadro de hermosísimo aspecto. Esta es mi opinión, y repito que la he formado en la atenta y estudiosa lectura de los libros que en el archivo Provincial se conservan.

¿Y en cuál de las dos épocas que estuvo en el convento pintó Murillo la Virgen de la Servilleta? Tampoco lo he podido averiguar con datos históricos; pero soy de parecer que fue en la última, porque en la primera, menciona la Crónica del convento el retrato del P. Francisco de Jerez, que Murillo regaló a la comunidad, y siendo de mérito mucho mayor el de la Virgen de la Servilleta, parecía natural que hiciera también mención de él, y no la hace.

Dejando ya a un lado el escabroso terreno de las conjeturas sigamos refiriendo la historia de nuestros cuadro?. El de la Servilleta fue colocado en lugar preferente del altar mayor, como arriba se dijo, y todos ellos permanecieron en sus respectivos sitios hasta la invasión de los franceses. Entonces, para librarlos de la rapacidad del Mariscal Soult, se encajonaron enrollados con otros del Cabildo Catedral, y a costa de dicha corporación se remitieron con la correspondiente seguridad a Gibraltar y de allí á Cádiz, donde se custodiaron hasta fines del año 1813, en que los invasores fueron arrojados de Andalucía. Luego se trajeron a Sevilla, y habiéndolos mandado restaurar a sus expensas el Cabildo Catedral, se devolvieron todos a su templo, de lo que agradecida la comunidad donó a la Santa Iglesia el precioso cuadro del Ángel de la Guarda, ya mencionado en su lugar correspondiente. Como los franceses, destruyeron gran parte del convento e iglesia de capuchinos, cuando ésta se rehabilitó, cambió de forma y aspecto su retablo Mayor, y se colocó la Virgen de la Servilleta, sobre la puerta del Coro, que está hoy detrás del templete romano, que se hizo entonces, permaneciendo el cuadro en aquel lugar, hasta la época de la exclaustración de los religiosos en 1835. En ese tiempo se incautó el gobierno liberal de todos los cuadros y bellezas artísticas de nuestras Iglesias y conventos, los que fueron hacinados en el Hospital del Espíritu Santo. Allí estuvieron, hasta que por diligencias del Sr. Deán López Cepero, se llevaron en 1836 a la Santa Iglesia Catedral, de donde fueron trasladados al convento de la Merced, erigido en Museo Provincial el año 1841, y allí están los cuadros de los Capuchinos entre otras creaciones de nuestro inspirado artista. Narrada así hasta el presente la historia de nuestros cuadros, acabaremos de narrar la de su insigne autor en el capítulo siguiente.

 

Murillo y Sevilla

Publicado el 9 feb. 2018

Murillo y Sevilla La UNED en TVE-2 Serie: Arte y exposiciones Fecha de grabación: 09-02-2018 En este Año Murillo se pretende profundizar en el conocimiento del pintor en el contexto urbano, cultural, social y simbólico del siglo XVII. Durante todo el 2018 podremos ver algunas de las grandes obras de Murillo en diferentes museos, salas e instituciones repartidos en diferentes puntos de su ciudad natal, además de poder realizar diferentes itinerarios y actividades que conmemoran el IV centenario del nacimiento del pintor sevillano. Participan: Alicia Cámara Muñoz catedrática Historia del Arte, UNED Benito Navarrete comisario exposición “Murillo y su estela en Sevilla" María Valme Muñoz comisaria exposición “Murillo y los Capuchinos de Sevilla” Pedro Jesús González Fernández adjunto comisario exposición “Murillo y su estela en Sevilla” Joaquín de la Peña Fernández adjunto a la comisaría exposición “Murillo en la Catedral” Ana Isabel Gamero González comisaria exposición “Murillo en la Catedral” Enrique Valdivieso González historiador del Arte Español Eva Díaz Pérez periodista y escritora

El catálogo de pinturas de Murillo

Museo Nacional del Prado

Publicado el 16 mar. 2015

Conferencia impartida por Enrique Valdivieso, Catedrático de Historia del Arte. Universidad de Sevilla. 9 de Julio de 2012. Duración del vídeo: 52 min.

 

por Fray Ambrosio de Valencina
del libro "Murillo y los Capuchinos" Estudio Histórico

Sevilla. Tipográfica de La Divina Pastora - 1908

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

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