La percepción de la Historia por Alejo Carpentier: su importancia y su inclusión en la novelística del autor

The Perception of History by Alejo Carpentier: its Importance and its Inclusión in the Authors Novéis

ensayo de Isabel Abellán Chuecos

isabel.abellan.chuecos@hotmail.com

Universidad de Murcia

Resumen: Alejo Carpentier es un autor que siempre estuvo preocupado por la Historia y la importancia que ésta tiene para la integración social. De esta manera lo expresará en sus escritos, tanto ficcionales como ensayísticos. Siguiendo los postulados, entre otros, de su compatriota José Martí, y atendiendo a ideas de pensadores como Mircea Eliade, Emil Cioran, Robin Collingwood, etc., podemos intentar acceder al pensamiento carpenteriano e inmiscuirnos en sus planteamientos, que nos llevan a pensar que en la Historia todo tiene un sentido. Carpentier igualmente se interesó por la mostración de América a través de sus propios habitantes, sin dejar que sus descripciones estuvieran planteadas únicamente por escritores provenientes de otro continente (como solía suceder con las Crónicas de Indias) y abogando por un pensamiento unificador que hiciera que Latinoamérica constituyera su identidad propia.

Palabras clave: Alejo Carpentier, historia, literatura, novela, finalidad

Abstract: Alejo Carpentier is an author who has always been concerned with History and the importance it has for social integration. He will express it this way in his writings, both fictional and essayistic. Following the postulates of his compatriot Jose Marti, among others, and paying attention to the ideas of thinkers such as Mircea Eliade, Emil Cioran, Robin Collingwood, etc., we can try to access Carpentier's thinking and interfere in his approaches which lead us to think that in History everything has a meaning. Carpentier was also interested in showing America through its own inhabitants, without letting his descriptions be set out only by writers from another continent (as it used to happen with the Chronicles of the Indies) and standing up for a unifying thought that would make Latin America constitute its own identity.

Keywords: Alejo Carpentier, History, Literature, Novel, Purpose

Introducción

Alejo Carpentier es uno de los escritores cubanos con más trayectoria y reconocimiento mundial. Su curiosidad e interés por la Historia le vienen dados desde sus comienzos, así como la inclinación hacia las cuestiones referidas a la arquitectura y la música.

Si la preocupación por la Historia estará siempre presente en la vida de Carpentier —siendo en todo momento un autor comprometido con lo social—, la arquitectura le vendrá de la mano de su padre, arquitecto francés, así como la música aparece en su vida por medio de varios familiares: su abuela (pianista, discípula de César Frank), su padre (que tocaba el violoncello) y su propia madre que también hacía incursiones en el piano. El propio Alejo Carpentier, además de estudiar Bachillerato en La Habana, cursa simultáneamente estudios de teoría musical. Estas dos vertientes familiares, música y arquitectura, serán dos temáticas que veremos constantemente en sus escritos.

Alejo Carpentier, como decíamos, siempre estuvo interesado en la Historia; este interés y dedicación se muestra tanto en sus escritos como en su propia vida. Entre otros casos, precisamente por seguir sus propios valores, firmó el Manifiesto Minorista —como uno de los integrantes del Grupo Minorista que era— contra el gobierno de Gerardo Machado. Este hecho lo llevó a pasar una temporada en la cárcel, pues fue acusado de comunista y encarcelado. Allí, entre rejas, será donde escriba la primera versión de su primera novela Écue-Yamba-Ó (1933), que publicaría años más tarde, corregida y aumentada, en Madrid.

Como bien señala Selena Millares en su estudio Atejo Carpentier.

El Grupo Minorista debe su nombre al ensayista Jorge Mañach, y nace el 18 de marzo de 1923 con la “Protesta de los Trece”, documento que firma un grupo de intelectuales -Rubén Martínez Villena, Juan Marinello, José Zacarías Tallet, etc.-contra el secretario de justicia del gobierno de Alfredo Zayas, que discurrió entre 1921 y 1925. En años sucesivos el grupo ve sus filas engrosadas por otros nombres, entre los que figurará el de Alejo Carpentier, el más joven de todos. (Millares, 2004: 14)

El Grupo Minorista tendrá una gran relevancia en la sociedad cubana y en la formación ideológica del propio Alejo Carpentier, colaborando a la configuración de las páginas referidas a la propia Historia de Cuba. En 1927 Martínez Villena redacta la Declaración del Grupo Minorista, que resulta ser un manifiesto que imbrica las preocupaciones políticas y culturales, abogando por erradicar las tiranías, la corrupción, el imperialismo y el neocolonialismo, postulados que más tarde se asimilarían a los que Fidel Castro propugnara para que pudiera darse el triunfo de la Revolución Cubana. El Grupo Minorista, como también haría la política castrista, se preocupaba por una educación popular y la reforma universitaria, la idea de la existencia de un arte vernáculo que se debía promocionar y la lucha por una cultura que aglutinara la identidad nacional con el universalismo, cuestión que evidentemente se manifiesta en la literatura carpenteriana.

Alejo Carpentier expresará asimismo sus opiniones sobre el Grupo Minorista y lo que ello supuso años después, cuando se diera a la escritura de La música en Cuba en los años cuarenta:

Sin que pretendiera crear un movimiento, el minorismo fue muy pronto un estado del espíritu. Gracias a él, se organizaron exposiciones, conciertos, ciclos de conferencias; se publicaron revistas; se establecieron contactos personales con intelectuales de Europa y de América, que representaban una nueva forma de pensar y de ver. (Carpentier, 1972: 305)

Señala David Becerra Mayor en el “Estudio preliminar” a La consagración de la primavera para la editorial Akal que “el novelista cubano es uno de los escritores que mayor coherencia ha mantenido entre sus textos de elaboración teórica y su escritura” (Becerra Mayor, 2015: 40).

Como no podía ser de otra manera, dadas sus inquietudes, Alejo Carpentier novela el tiempo, los tiempos, el paso de ellos, la constitución de historias en Historia. Como Vicente Cervera indica en La palabra en el espejo. Estudios de literatura hispanoamericana comparada (1996), “Historia y Literatura se alían en amoroso compás de espera, en sortilegios legendarios y en románticas sacudidas, abriendo el horizonte de un discurso esclarecedoramente literario” (Cervera, 1996: 13). Y, también en la obra de Alejo Carpentier, Historia y Literatura aparecerán en un abrazo perpetuo.

La importancia de la mostración: epifanía externa en la novelística de Carpentier

Carpentier asume la tarea fervientemente defendida del narrador como cronista de Indias, aunque, eso sí, un cronista contemporáneo. Sería el propio Alejo Carpentier quien señalara que nunca había podido “establecer distingos muy válidos entre la condición de cronista y la de novelista” (Carpentier, 1981: 25). Por tanto, como indicábamos, para él Historia y Literatura vienen unidas.

Los cronistas dan voz y realidad al mundo desconocido para Europa; es la epifanía externa o manifestación del Nuevo Mundo frente al Viejo Mundo. Sin embargo, Alejo Carpentier habla de la tarea que el novelista hispanoamericano debe asumir, y es retomar la función del cronista, pero yendo más allá, ya que la epifanía no debe ser sólo externa sino también interna.

Será Vicente Cervera quien explique estos conceptos de epifanía interna frente a epifanía externa en el volumen mencionado, donde indica: “[p]or delicadeza empieza a descubrirse a sí misma América, en un proceso de automanifestación, de epifanía interna, que es paralelo, aunque de signo inverso, al “descubrimiento” o epifanía externa de que fue objeto la cultura americana en el siglo XVI” (Cervera, 1996: 14). Se trata de conocerse a sí mismos, una mostración de América para América y no pensando solamente en mostrarse para el continente externo que es Europa. “Conocer es resolver” (Martí, 2004: 161), diría José Martí en “Nuestra América”, y precisamente es ese “conocerse” por el que aboga Carpentier asumiendo los parámetros ideológicos de su compatriota.

Asimismo, David Becerra señala en el “Estudio preliminar” a La consagración de la primavera que con Alejo Carpentier y los autores de la época se tiende hacia una “América Latina que lucha, también desde la literatura, por conquistar su segunda independencia a través de una mirada propia, descolonizada” (Becerra Mayor, 2015: 41), y añade: “América se va a narrar desde la misma América” (45).

Ya José Martí en el siglo XIX apuntaba en el ensayo referido, “Nuestra América”, que las civilizaciones, cansadas del odio, empezarían como sin saberlo a probar el amor. Cuando esto sucede, comienza a darse el hermanamiento, el conocimiento mutuo, la consideración de una América para sus propios habitantes, para quienes siempre han pisado su suelo, su tierra, viéndose con sus propios ojos y no con los falsos ojos con que los han querido o los quieren mostrar.

Expone Martí: “Se ponen en pie los pueblos y se saludan” (Martí, 2004: 164), se hermanan, se dan la mano, se conocen. “‘¿Cómo somos?’, se preguntan, y unos a otros se van diciendo cómo son” (Martí, 2004: 164). Ésta es la clave. Los pueblos americanos no son como —desde los tiempos de la colonización y las Crónicas de Indias— les han dicho que son, como otros los han descrito, sino que tienen su propia idiosincrasia que ellos mismos deben conocer y manifestar. No son la barbarie frente a la civilización, sino que —como indica Martí— constituyen la Naturaleza frente a la falsa erudición[1].

Por tanto, esta función del cronista americano sería defendida por Alejo Carpentier durante toda su vida. En relación a ella, una de las facetas más importantes es su función como periodista. Carpentier pensaba que el periodista debe ser un cronista que muestra los acontecimientos; a partir de esa labor como periodista, surge para Alejo Carpentier la de novelista. Él es el cronista que presenta el mundo ante los ojos de los demás, teniendo en cuenta la realidad histórica, una visión que aparece acrisolada y prismada por la suya propia. Como señala Alexis Márquez Rodríguez, “[s]e trata [...] de un compromiso social profundamente penetrado de historicidad" (Márquez Rodríguez, 1982: 540), y “[e]n relación con la historia, [...] nos interesa observar principalmente el comportamiento colectivo" (74).

En su idea de la Historia, Alejo Carpentier se muestra como un novelista que no solamente cuenta. De esta manera, en su narrativa aparece toda una descripción de modos de ser, de comportamiento de personas o pueblos. No hay solamente un epos (palabra, narración, cuento), sino que también hay un ethos (comportamiento, conducta). Alejo Carpentier, además, incorpora un telos (fin). su idea de la Historia tiene una finalidad, una teleología. La Historia no es solamente algo que ha sucedido, sino algo que ha sucedido para algo; lo que ha sucedido en la Historia sucede por algún motivo, no es algo que se dé por azar.

La finalidad en las obras y los hechos: la teleología del modo de ver carpenteriano

Como hemos comentado, los sucesos que van aconteciendo en la Historia deben tener un sentido, una teleología, aunque no podamos ser conscientes ni estar presentes en ocasiones en ese cambio. Aunque a veces en las novelas de Alejo Carpentier pueda parecer que nos encaminamos hacia un eterno retorno, hacia una repetición insalvable, un absurdo, un sin porqué, una morfología de la historia que se repite periódicamente[2], sin embargo debemos pensar que finalmente todo tendrá una razón de ser. La clave para entender la perspectiva de Carpentier la encontramos con El mito del eterno retorno (1949) de Mircea Eliade, donde el ensayista rumano opone a la visión del eterno retorno de Heráclito y Nietzsche (que es una visión fatalista) la perspectiva teleológica del cristianismo y el marxismo[3]. Así, del círculo del eterno retorno nos vamos hacia una concepción lineal, sucesiva, finalista.

Como el propio Eliade indica en el citado El mito del eterno retorno:

Tan sólo gracias al descubrimiento de la Historia, y más exactamente, al despertar de la conciencia histórica en el judeocristianismo y su desarrollo con Hegel y sus sucesores, tan sólo gracias a la asimilación radical de esta nueva manera de ser en el Mundo que representa la existencia humana, se pudo superar el mito. Pero se duda en afirmar que el pensamiento mítico haya sido abolido. [...] ha logrado sobrevivir, aunque radicalmente cambiado (por no decir perfectamente camuflado). Y lo más chocante es que perdura especialmente en la historiografía. (Eliade, 1994: 120-121)

De esta manera, como sabemos, nos encontramos en Alejo Carpentier tanto con ese tiempo mítico circular que tiene que ver con el eterno retorno y con el mito de Sísifo, como con el hecho de poder avanzar hacia adelante, de poder resarcirnos del peso infinito de esa piedra. Carpentier indica que nuestras acciones deben llevarnos a un futuro en el que éstas tengan algún sentido.

Como señala Roberto González Echevarría en Alejo Carpentier: el peregrino en su patria (2004), “[l]a doble visión del Retorno, atributo del viajero permanente, es el punto de partida para la obra madura de Carpentier, que habría de comenzar en los años cuarenta” (2004: 142). Esta visión del retorno en la que se mira al pasado para poder proyectar en el futuro, y en donde se ha “retornado” a América tras haberla contemplado desde Europa.

En este aspecto, cuando dé la sensación de que todo se repite, podrá ser simplemente por falta de perspectiva temporal, pues siempre encontraremos, si lo observamos con minuciosidad, un punto de fuga hacia la línea, una vía de escape, una línea oblicua, que nos salva de la filosofía circular, del sin sentido. Alejo Carpentier nos expresa que hay que revisitar el pasado, la historia, con una idea finalista.

Podemos pensar en textos como Écue-Yamba-Ó (1933), con el nacimiento de Menegildo hijo, que dará una nueva oportunidad a los pueblos, al contrario de lo que sucedería con el nacimiento del último vástago de la estirpe de los Buendía en Cien años de soledad, ese niño con cola de cerdo que vendría a marcar el fin de la saga y el fin de la novela, porque “las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra” (García Márquez, 2007: 471).

Igualmente veremos esta idea en El reino de este mundo (1949) donde, tras la pérdida de esperanza, Mackandal devuelve al pueblo haitiano la ilusión, la energía suficiente para seguir combatiendo, y donde, precisamente, se observa que las acciones que acometamos deben tener una proyección y redención en el reino de este mundo, como el propio título indica. Esa filosofía teleológica señala que nuestras acciones tendrán sentido, aunque éste sea indeterminado en el momento en que las realizamos y nunca lleguemos a saber cuál sea su concreción en el seno de la historia.

Este pensamiento aparecerá asimismo en El siglo de las luces (1962), donde finalmente encontremos la decisión de Sofía de unirse al levantamiento popular cuando esté viviendo en Madrid, a pesar de haberlos evadido anteriormente en varios casos. Así, podemos leer:

“Los franceses han sacado la caballería”, clamaban algunos, que ya regresaban heridos, asableados en las caras, en los brazos, en el pecho, de los encuentros primeros. Pero esa sangre, lejos de amedrentar a los que avanzaban, apresuró su paso hacia donde el estruendo de la metralla y de la artillería revelaba lo recio de la trabazón.Fue ese el momento en que Sofía se desprendió de la ventana: “¡Vamos allá!”, gritó, arrancando sables y puñales de la panoplia. Esteban trató de detenerla: “No seas idiota: están ametrallando. No vas a hacer nada con esos hierros viejos” “¡Quédate si quieres! ¡Yo voy!” “¿Y vas a pelear por quién?” “Por los que se echaron a la calle -gritó Sofía-. ¡Hay que hacer algo!” “¿Qué?” “¡Algo!” Y Esteban la vio salir de la casa, impetuosa, enardecida, con un hombro en claro y un acero en alto. (Carpentier, 2006b: 746)

También veremos este planteamiento en Los pasos perdidos, donde el musicólogo protagonista pensará que no hay una segunda oportunidad, que nunca podrá volver al Valle del Tiempo Detenido por haberse dejado llevar por la intelectualidad y la necesidad del papel y la tinta para seguir creando, en lugar de vivir para siempre en ese Paraíso Terrenal que era para él la selva. Sin embargo, de vuelta a su Itaca, el signo de las tres V estará escondido bajo el agua. Pero aún queda la esperanza. cuando el agua baje, la brecha queda abierta, los ojos se iluminan. por si se quiere pasar.

En relación a este caso, apunta Javier de Navascués en “La representación teatral en la historia de Alejo Carpentier”:

Es verdad que una nota de esperanza queda flotando en las aguas cuando Carpentier termina la novela diciendo que la corriente empieza a dejar ver un Signo marcado a punta de cuchillo en uno de los troncos del bosque. Pero en el caso de que se abriese el camino, ¿qué aguardaría al viajero tras este Signo? ¿Obtendría el amor de Rosario de nuevo? ¿Se repetiría lo excepcional, lo que por definición es único, no sólo en sí mismo, sino sobre todo en la óptica del Espectador? (De Navascués, 2005: 102)

Otro caso será el de Vera en La consagración de la primavera (1978), quien —tras haber huido en múltiples ocasiones de la Revolución— acabará formando parte de la Revolución Cubana, queriendo saber qué sucede en cada momento aunque se haya marchado hasta la ciudad de Baracoa, pero sin dejar de prestar atención a los acontecimientos en los que sus propios amigos —Gaspar Blanco, sus alumnos de la escuela de baile, etc.— estaban participando, y habiendo cambiado por completo su pensamiento frente a la lucha revolucionaria.

Por tanto, el concepto del eterno retorno será transformado en una idea lineal de la Historia, donde ésta tiene un fin que no es la repetición, sino la idea de cambio, de posible transformación, que no tendría sentido en una filosofía del eterno retorno donde nada cambia, donde todo es un círculo constante. La idea occidental introduce la línea, la temporalidad, pero esta temporalidad puede ser entendida tanto de forma positiva como negativa.

Cambio y transformación sería también lo que prometiera la Revolución Cubana, de la que Alejo Carpentier era partidario. Esta cuestión se verá igualmente en su novelística y escritura, desde el hecho de que su primera novela, Écue-Yamba-Ó fuera escrita durante su cautiverio por haber firmado un manifiesto contra el gobierno de Machado (la Declaración del Grupo Minorista de la que hemos hablado anteriormente), su huída de Cuba con pasaporte falso (gracias a Robert Desnos) hasta las costas europeas, su vuelta a la isla antillana cuando triunfara la Revolución, sus puestos distintivos gracias al gobierno castrista y sus ideas que siempre fueron acompañando estos postulados.

Carpentier abogaba por los derechos sociales, por una educación de calidad para todos, y por esa idea de integrar una identidad nacional y americana con otra que fuera universal, como demostraría constantemente en su literatura. Veía la Revolución como la propuesta para el cambio, para que todos los hechos realizados pudieran tener un sentido, un camino, un futuro. salir de la inacción. Esta idea abordará sus textos y podremos verla sobre todo de manera influyente en una de sus últimas novelas, La consagración de la primavera ('978), donde Vera, la protagonista femenina, pasará de huir de una revolución (la Revolución rusa) a interesarse por otra (la Revolución Cubana) y a pensar finalmente que un cambio es posible.

De este modo, volviendo a lo que señalase Mircea Eliade, éste indica que cuando salimos del círculo entramos en la línea, y con ello en el tiempo sucesivo y la vida personal. El tiempo con que nos encontramos es el de nuestra vida, la línea del propio individuo, y ahí es donde puede darse la idea de la caída, que implica salir de la circularidad, de la eternidad, y entrar en el tiempo, en la historia. La visión positiva es que tenemos una existencia propia, pero también hay un sentido negativo, y es que esa salida tiene un principio y un final. Es la idea de la caída en el tiempo, en la Historia, como también describirá Emil Michel Cioran en La caída en el tiempo ('964).

Como el propio Emil Cioran indica en el ya mencionado La caída del tiempo ('993: '59-'70), existen: “la caída en el tiempo", que supone entrar en el tiempo, en la Historia, es decir, lo que los filósofos han denominado “la expulsión del Paraíso"; y, por otra parte, está “el caer del tiempo", que se refiere a entrar en una eternidad, pero una eternidad negativa. El hombre siente que no puede avanzar, que no puede proyectar; es la caída en un estado de vacío (lo que los psiquiatras llaman depresión), la caída en un pozo. Es salirse de la conciencia de la temporalidad y entrar en un estado de parálisis.

En el protagonista de Los pasos perdidos, de Alejo Carpentier, podremos encontrarnos con ambas. El protagonista ha caído del tiempo y siente que no puede avanzar ni proyectar, ya que ha fallado a su vocación primera y verdadera y ha sucumbido al infierno de la sociedad que lo esclaviza. sin embargo, como un “Altazor", intentará rebelarse contra esta situación, y precisamente sentirá la necesidad de proyección que siempre tiene el artista, que además se enlaza en Carpentier con su función social. Por otra parte, el protagonista también cae en el tiempo, en la historia, pero esto le sirve precisamente para salir de la situación de eterno retorno y poder conducirse hacia la linealidad.

Como señala Vicente Cervera en “Otro mundo de ficción: el mito poético de la ‘caída’", ésta supone uno de los universales poéticos, y en el caso de Altazor, “ya no se trata del motivo tradicional de la “caída" como consecuencia lógica y moral de una actividad transgresora de los límites humanos, sino de algo mucho más original y moderno: la caída como proceso de desarticulación de aquello que es distintivo o sello de la especie [...], su propia dimensión esencial" (Cervera, 1996a: 477). Esta “caída" que también sufre el protagonista de Los pasos perdidos en la selva —como hemos indicado— y en donde desarticulará lo establecido para poder llegar a su propia esencia.

Por otra parte, cuando se entra en el tiempo puede entrarse de igual manera en la angustia. Nada va a volver. Entramos en una dimensión que puede ser nihilista —en esa conciencia desesperada, angustiosa, donde hay un vacío, una nada—, o bien existencialista —la vida como existencia y no presencia, que tiene su principio y su fin—.

Igualmente, esta idea puede relacionarse con el cristianismo, en tanto con él se imbrica la cuestión de la redención. El cristianismo representa la primera religión que rompe con la idea de una visión cíclica y repetitiva, y que, además, se basa en la redención y en el hecho de que los actos de nuestra vida tienen una repercusión en el más allá. Es un sentido teleológico de la existencia; diferente, por supuesto, al significado que establece Carpentier en su teleología, que no se verá realizada en el reino del más allá sino en el más acá, en el “reino de este mundo”[4].

En este sentido, Robin George Collingwood indica en Idea de la historia (1952) que con el cristianismo surge un nuevo posicionamiento, en el que “el proceso histórico no es la realización de los propósitos humanos, sino divinos, propósitos éstos, que son un propósito para el hombre, un propósito para ser realizado en la vida humana y a través de la actividad de la voluntad del hombre, y donde la parte de Dios en el proceso se concreta a la predeterminación de los fines” (Collingwood, 1952: 63).

Asimismo, esta idea de la línea, de la temporalidad, se relaciona con el marxismo o materialismo histórico, refiriéndonos a la fe que éste postula, que cree en el reino de este mundo (todo lo que va sucediendo en la historia de la humanidad va a tener una finalidad). Todo sucede mediante una serie de encadenamientos, en base a unas tesis y antítesis, en una dialéctica de la historia que persigue un fin.

Collingwood indica de igual manera en su Idea de la historia que “[p]ara el filósofo, el hecho que reclama su atención no es el pasado por sí solo, como acontece para el historiador, ni tampoco es el pensar del historiador acerca del pasado por sí solo, como acontece para el psicólogo. Para el filósofo el hecho es ambas cosas en mutua relación” (Collingwood, 1952: 13). La mutua relación que debe establecerse, según indica Carpentier, entre los hechos del pasado y el presente, para poder aprender de ellos y no repetir aquello que no convenga en el futuro. Los tiempos se superponen y hay que saber interpretarlos para poder llegar a un mejor fin.

Conclusiones

Alejo Carpentier muestra en su literatura, y respecto a su idea de la Historia, que hay un progreso posible, pero es probable que este progreso no lo vean los que luchan por él, sino las generaciones posteriores. Es una fe proyectada a la Historia, no al más allá. Hay una fe que permite haber salido de los arquetipos y superar el horror de la Historia a través del reino de este mundo. Puede que el hombre sea un ser miserable y que nunca llegue a ser totalmente feliz, pero va a proyectar su tarea más allá, aunque no en un más allá de los cielos sino en un más allá de la Historia, como reza al final de su novela El reino de este mundo:

Y comprendía, ahora, que el hombre nunca sabe para quién padece y espera. Padece y espera y trabaja para gentes que nunca conocerá, y que a su vez padecerán y esperarán y trabajarán para otros que tampoco serán felices, pues el hombre ansía siempre una felicidad situada más allá de la porción que le es otorgada. Pero la grandeza del hombre está precisamente en querer mejorar lo que es. En imponerse Tareas. En el Reino de los Cielos no hay grandeza que conquistar, puesto que allá todo es jerarquía establecida, incógnita despejada, existir sin término, imposibilidad de sacrificio, reposo y deleite. Por ello, agobiado de penas y de Tareas, hermoso dentro de su miseria, capaz de amar en medio de las plagas, el hombre sólo puede hallar su grandeza, su máxima medida en el Reino de este Mundo. (Carpentier, 2006a: 474-475)

Alejo Carpentier se fija en el pasado para actuar en el presente y con el fin de que estas acciones puedan tener una proyección en el futuro. Como hemos indicado, a veces puede parecer que todo se repite, pero hay un resquicio por el que poder escapar, esa pequeña y sinuosa vereda que queda abierta y que permite que se entrevea la teleología de la que nos habla Carpentier, aunque quien la esté viviendo quizás no sea consciente de ella. Es ese “por algo", “para algo", que no siempre puede verse pero que siempre está ahí. Es la mirada hacia el pasado, hacia el legado histórico, la pervivencia en el presente y la proyección al futuro.

Alejo Carpentier asegura de esta forma en una de sus múltiples entrevistas —compilada por salvador Arias en Recopilación de textos sobre Alejo Carpentier ('977)—:

el presente es adición perpetua. El día de ayer se ha sumado ya al de hoy. El de hoy se está sumando al de mañana. La verdad es que no avanzamos de frente: avanzamos de espaldas, mirando hacia un pasado que, a cada vuelta de la Tierra, se enriquece de veinticuatro horas añadidas a las anteriores. (Carpentier, 1977a: 24-25)

Como un Jano bifronte, debemos mirar constantemente hacia atrás y hacia adelante, al mismo tiempo, pensando en el pasado —que se nos acumula— pero también en el futuro que está por llegar. Hay que mirar al pasado para poder actuar en el presente, y que esas acciones, como ya se ha comentado, tengan un sentido.

Además, no podemos olvidar la tarea de exhaustiva documentación que siempre realizaba Carpentier. Con su retrospección, no solamente miraba sino que observaba minuciosamente, estudiando cada pequeño detalle. Para cada obra, la documentación por parte del autor es conocida; el propio Carpentier nunca ocultará esta tarea e incluso se sentirá orgulloso de ella. Documentación que puede ser tanto intrínseca como extrínseca, tanto en la biblioteca como en el recorrer río arriba el Orinoco, los lugares de Haití, los distintos conciertos, descubriendo y fotografiando parajes y paisajes nunca antes vistos por sus ojos, descubriendo la maravilla —visual y cultural—, disfrutándola, conociendo las tribus e incluso a las personas que inspirarán los futuros personajes de sus novelas.

Los lugares donde Carpentier asienta cada uno de sus textos (tanto reales como bibliográficos, y que suponen horas y folios de lecturas, conocimiento e investigación) son sobradamente conocidos. Carpentier vincula así su idea de la Historia con la propia Historia de su país y de Latinoamérica, de aquellos lugares que visitó o donde vivió, y con ello irá conformando los pasajes de sus novelas, dando un marco a éstas, estableciendo la evolución de sus personajes, así como presentando al lector importantes hechos de la Historia de América Latina que se van inmiscuyendo por entre las páginas y las letras del cubano.

Bibliografía

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Notas:

[1] Como bien se sabe, en el siglo XIX, Domingo Faustino Sarmiento introducirá la dicotomía entre civilización y barbarie en su obra Facundo. Civilización y barbarie (1845). La obra tendrá mucha fortuna precisamente en relación a estos conceptos establecidos. Para Sarmiento, la civilización es todo lo liberal que viene de la tradición europea, lo que permite romper con la colonia española y con la corona. Es lo que llega sobre todo de Francia y Estados Unidos. Por otro lado, la barbarie para él eran los gauchos, que se regían por modelos de actuación muy primitivos. Eran reseros que trabajaban y luego utilizaban las reses para alimentarse. Para Sarmiento, hasta que no se civilizara toda esa población no podría haber un progreso; sería un sistema de vida incívico aquel en que solamente se sabe lo básico: montar a caballo y resear. De aquí derivará al populismo, al culto a una figura, que surge con Rosas, y que es un “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”. Sin embargo, a finales del siglo XIX nos encontramos con José Martí, que en “Nuestra América” va a implementar una matización muy importante a esta dicotomía establecida por Sarmiento. Los argentinos llegaron a pensar que civilizar era poblar, llenar los territorios de Argentina de europeos. En 1891 Martí indica que “el libro importado ha sido vencido en América por el hombre natural. Los hombres naturales han vencido a los letrados artificiales. El mestizo autóctono ha vencido al criollo exótico. No hay batalla entre la civilización y barbarie, sino entre la falsa erudición y la Naturaleza” (2004: 160). Se pretende, por tanto, con esta afirmación de José Martí, defender al hombre enraizado en América; planteamiento que asumirá, por su parte, Alejo Carpentier.

 

[2] El concepto morfológico repetitivo de la historia sería instaurado en el siglo XVIII por el filósofo italiano Giambattista Vico. Posteriormente, en el siglo XX, se da con Oswald Spengler y su obra La decadencia de Occidente (1918-1923), así como en El mito del eterno retorno de Mircea Eliade, que será el texto que marcará las claves para entender nuestra aproximación al sentido de la Historia en Carpentier.

 

[3] Para un conocimiento más amplio de este tema véase Eliade, M. (1979): El mito del eterno retorno. Arquetipos y repetición. Traducción de Ricardo Anaya. Madrid / Buenos Aires: Alianza / Emecé, así como Eliade, M. (1994): Mito y realidad. Traducción de Luis Gil. Colombia: Labor.

 

[4] Alejo Carpentier publicaría El reino de este mundo en 1949.

 

ensayo de Isabel Abellán Chuecos

isabel.abellan.chuecos@hotmail.com

Universidad de Murcia

 

Publicado, originalmente, en: Revista Mitologías hoy | vol.16 | diciembre 2017 págs 71 -80

Revista de pensamiento, crítica y estudios literarios latinoamericanos

Departamento de Filología Española de la Universitat Autònoma de Barcelona

Link del texto: https://revistes.uab.cat/mitologias/article/view/v16-abellan

 

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