Entre poderosos viajeros el corto viaje del ·cebollín
Xavier Duarte Artigas

I
Todo entre la presuntuosa aspereza
de melones grises,
melones con ostensibles rajas amarillas;
melones a codazos romos,
a panza y omóplato
hasta desplazar al ·cebollín· hacia la culata,
la culata del temblequeante carro y de ahí,
al transfigurado piso,
piso en el cual en pegajoso ovillo se juntan,
se juntan las almácigas tierras
con el terrón de origen.
II
Tras el ·plof· propinado a la víctima,
como si fueran frailes menores 
dispuestos en la primera fila,
en pos del don eucarístico
correspondiente a esa mañana melones;
melones satisfechos,
con el medio empleado resarcidos,
con el medio empleado para el logro
de impostergable apetencia,
pungente apetencia.
Melones que a la sordina
se acomodan en la caja del carro,
rústico carro,
bamboleante,
forcaz de horquilla
que re-busca antiguas huellas.
III
Ya irreprochablemente santos,
en el supuesto neutro
linde de la chacra
los grises melones de rajas amarillas,
al desenfundarse como gorro en la mano,
para el despavorido ·cebollín·
oblicuos y desdeñosos adioses musitan.
IV
Con la planicie cómplice en ese sitio,
hubo traqueteos,
transmudaciones,
algo que inexorable se altera,
se altera tocado por la varita mágica

del inexacto instante,
instante
en el neutro encordado de la naturaleza;
a semejanza de lubricada esfera
instante que resbala,
instante más volátil que el incesante vuelo
de un pájaro mosca,
mosca que desapercibida y ubicua
ensaya cambios,
cambios en el diapasón de las maderas.
V
En su última fulgurancia
de breve cielo,
el ·cebollín· que cae,
como tan sólo saben caer,
caer los objetos nimios,
enviajadamente 
en sus capas y caperuzas mientras tanto,
grabó la nueva osamenta,
(glándulas,
escamas,
pelo y plumas,
tegumento de pálido maíz,
carente de pintas,
niñas o santa marías a la vista);
grabó en sus ijadas el dolor,
tanto como la parturienta,
la parturienta que en soledad,
bajo la cerril y obstinada
vigilancia del silencio,
junto a la orilla del río y entre los ceibos,
en una lágrima graba su dolor.
VI
Habiendo juntado vestigios
de dentro y de fuera,
avitualló el nuevo ropaje de niebla
con el cual anónimo,
apagado y mustio dormitaría.
Por debajo dormitaría
de un dilatado campo de rastrojos,
inconmovible éste,
impasible,
próximo y ajeno.
Transido se dispuso para una vasta,
sospechosa y mezquina monotonía.

Xavier Duarte Artigas

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