Las mantas
Joaquín Doldán

-¡Viene la pasma!.- gritó mi hijo cuando salíamos del cine.

Íbamos los dos muy tranquilos rumbo al coche, dispuestos a cruzar por la improvisada feria de mantas que los inmigrantes como nosotros, (o según el gobierno), casi como nosotros, tienen instaladas en las veredas que salen de los centros comerciales.

Sobre ellas, miles de películas y discos piratas esperan ser comprados o recogidos de apuro. 

Mi distracción crónica y yo, nos habíamos olvidado que hace años le había explicado esa situación, incluso le presenté a Jalib y a su grupo, una versión senegalesa de los Jackson Five. Lau se había quedado impresionado con el hecho de que la policía los persiguiera como delincuentes, y en cuanto vio una patrulla de lejos le gritó al primer mantero. El efecto dominó fue inmediato. Hasta la esquina todos tomaban las telas por las puntas y saltaban CD´s para todos lados, mezclando flamenco y pop, rock con baladas, y a Spilberg con Woody Allen.

Por un momento pensé: “Ojala no sea una ambulancia”, pero no, efectivamente, venía la pasma.

En la esquina Jalib y sus dos metros de alto estaban al lado de una pequeña ecuatoriana cada uno con sus mantas convertidas en bolsas al hombro, asustados, pensando en un lugar para esconderse.

-¿Ya hablará bien?-comentó mi niño.

-Lau, siempre habló bien, y varios idiomas, francés entre ellos. 

Era muy curioso ver la diferencia de altura entre nuestros dos manteros, de pie ella le llegaba a la cintura. Para disimular los llevamos en el asiento de atrás, dimos un par de vueltas a la manzana. Incluso nos dimos el gusto de seguir a una patrulla haciendo bromas al respecto.

-Tu niño no tiene acento argentino-comentó ella.

-Ni uruguayo-le dije-hace años que habla como el gato Jinks.

-¡Pero mirá que yo sé hablar en argentino che!-dijo Lau imitándome (cuando hace eso le sale un cordobés agallegado).

“Los llevo a algún sitio”, ofrecí.

“Tenemos que volver”, dijo ella. 

Al rato estábamos los cuatro estirando las mantas en la vereda y ordenando los discos. 

“Hasta luego Recoba”, me dijo Jalib (un día le tengo que explicar que el chiste no me da gracia).

Nos fuimos los dos “uruguayos con papeles españoles”, caminando de la mano y con una sensación de tristeza de fondo, muy tanguera por cierto. En ese lapso de película de acción, corrimos, escapamos, vivimos persecuciones, nos reímos. Me sentía culpable de dejar a nuestros compañeros ahí en la calle. Mi hijo miraba el CD de Shakira que le habían regalado sabiendo que no lo iba a dejar llevarlo a casa. “Se lo voy a regalar a alguna compañera que le guste”, comentó.

-Buen chico-dije.

Nos quedamos un rato viendo pasar la ciudad, lamentando el burbujeo del “primer mundo”, respirando su contaminación. Por un instante los imaginé en la sabana, en el altiplano… 

-Papi…

-¿Si?

-Otra vez viene la pasma.

 Joaquín Doldán

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