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El Sorocabana de la Plaza Cagancha, según el memorialista Alejandro Michelena
 
 

Crónica de un Montevideo que ya no es
Alina Dieste

 
 

La primera vez que Alejandro Michelena pisó el Sorocabana de la Plaza Cagancha no fue para tomar el clásico café que tantas veces degustó años después, embrujado por la leyenda de las tertulias literarías de la generación del '45 y el pluralismo político que reunía en sendas mesas a Luis Alberto de Herrera, Luis Batlle y Emilio Frugoni. Ese día de fines de los '60 en que entró por casualidad a la peluquería que había en el fondo del local, el lugar le pareció oscuro y penumbroso. Algo le atrajo, sin embargo, porque la magia del mítico café le dura hasta hoy, cuando hace años que el Sorocabana no engalana con su señorial presencia el ala norte de la plaza.

Para honrar la historia del Gran Café de la ciudad, símbolo de un Uruguay lejano, pero también para que las generaciones futuras no se queden sólo con el recuerdo nostalgioso de su glorificada Impronta, Michelena (Montevideo, 1947) escribió Crónica del Sorocabana, un libro que acaba de publicar Cal y Canto y que, también incluye fotografías de Alfredo Testoni. Memorialista convencido de la necesidad de rescatarlos distintos aspectos que hacen a la identidad, Michelena repasa la azarosa existencia; del Sorocabana, devela algunos de sus secretos (como la movida nocturna de fauna variada que supo tener en una época), enumera los personajes que lo visitaban con contumaz lealtad y se detiene en anécdotas que evocan, con aroma de café, el Montevideo del siglo XX.

Esta semana Michelena conversó con Búsqueda sobre su investigación.

—Ud. menciona la posibilidad de que el Sorocabana reabra en la Plaza Cagancha, en los bajos del edificio de la antigua Onda, donde la Suprema Corte de Justicia hoy construye sus oficinas. ¿Qué chance hay de que eso se concrete?

—Es un proyecto hipotético, pero no pierdo la esperanza. El Sorocabana de la Plaza Cagancha abrió en setiembre de 1939 y cerró en noviembre de 1998, cuando se trasladó a la calle Y¡. Cuando cerró ese local a mediados del 2000, el entonces concesionario de la firma Sorocabana S.A., Juan Carlos Olivencia, confiaba en que el café volvería a la plaza a partir de gestiones que habla realizado el hoy fallecido profesor Washington Reyes Abadie, el habitué más viejo que conozco, que frecuentaba el café desde los años '40. Reyes Abadie había hablado con los ministros de la Suprema Corte para que el café ocupara el ex local de las encomiendas de la Onda, con entrada por la calle San José y por la plaza. Incluso llego a existir un esbozo arquitectónico del nuevo café. Todo quedó en suspenso luego de un percance económico de Olivencia, que le Impidió montar ningún tipo de negocio, y de la crisis económica del año pasado, que tiene parada la obra del edificio de la Corte. Pero el proyecto no está muerto. Luego de que mi libro estuviera editado, me contactó José Olivencia, hermano de Juan Carlos, para comunicarme que tenía la concesión y que estaba haciendo tratativas para reabrir. Según él, la promesa de la Suprema Corte se mantiene, pero por ahora no hay nada seguro porque reabrirlo supone una inversión muy grande, no sólo en el local sino también en el mobiliario. Las mesas y sillas del viejo café fueron incautadas por la Justicia para pagar deudas a mozos y mozas. Eso determinó también el cierre como tal del cafó Sorocabana que desde mediados del 2000 a mediados del 2002 funcionó en la Sala Zitarrosa. La lMM rescindió la concesión cuándo se remataron los muebles y se dejó de servir el cafó elaborado por la empresa Sorocabana.

—El tradicional Sorocabana de la Plaza Cagancha surgió en el marco de una campaña mundial de promoción del café de Brasil, pero tuvo sucursales en otros barrios, en el Interior del país y en Argentina. ¿Era una cadena?

—Después de haber tenido que tirar café al mar para mantener los precios, el gobierno de Getulio Vargas decidió aprovechar los excedentes de la cosecha subvencionando empresas que sirvieran café brasileño en distintas ciudades del mundo. Acá esa empresa, que también tenía capitales argentinos y brasileños, se llamó Sorocabana, evocando a la ciudad de Sorocabá, en el área cafetera de San Pablo. La particularidad del Sorocabana fue que se mantuvo más allá de esa campaña. El primer Café Sorocabana fue el de la Plaza Cagancha, pero en la década de los "40 se abrieron locales en la Plaza Independencia, en la Ciudad Vieja, en la Unión, en Goes y en Colonia, Salto, Paysandú, Mercedes, Durazno, Minas, Treinta y Tres, Melo, Rivera y Rocha. También había Sorocabanas en Buenos Aires, Córdoba, Rosario y Santa Fe. Al principio todos eran gestionados por la empresa Sorocabana, pero en los años '50 algunos fueron dados en concesión, siempre con la exigencia de mantener las características esenciales. Todos los locales tenían la misma decoración estilo art decó con mesitas redondas de mármol y butacas semicirculares y mostrador y columnas forradas de madera oscura. Y todos servían la misma mezcla de café, de sabor suave pero gustoso y aromático —los que gustaban del café expresso no soportaban el del Sorocabana—. Pero no todos los locales tenían el mismo perfil.

—¿En qué se diferenciaban?

—El de la Plaza Cagancha tenía un aire bohemio y cultural, que un poco compartió con el de la Plaza Independencia porque allí iba mucha gente de la Comedia Nacional y profesores del IPA, que entonces estaba en la Ciudad Vieja. Pero el local de la Plaza Independencia, que estaba en los bajos del Palacio Salvo, donde hoy está Movicom, era más de paso. El de la Ciudad Vieja reunía a abogados y a agentes de Bolsa y cerraba a las 20 hs. como todos los cafés de la City. Los otros eran bien de barrio. Y la mayoría de los del interior, salvo el de Salto, que tuvo cierto perfil cultural, eran el típico café de la plaza.

—¿Cuándo cerraron?

—El de Goes y el de la Unión en la década de los '50, el de la Plaza Independencia en el 70, y el de la Ciudad Vieja a mediados de los '90. En el interior dejaron de ser cafés Sorocabana como tales a fines de la década de los '60, cuando a la empresa no le servía mantener filiales. El de Durazno, hace años que no es lo que era, pero todavía conserva los mismos muebles. Afines de los 70 me pasó una cosa curiosa. En la plaza de Córdoba encontré un bar con decoración como el Facal de Montevideo, pero que seguía sirviendo café Sorocabana, importado y preparado de la misma manera que antes.

—¿Por qué fue novedoso el estilo de café que inauguró el Sorocabana?

—Porque contrastaba con los grandes cafés de entonces, que venían de fines del siglo XIX y principios del XX, como el viejo Tupí Nambá y el Británico en la Plaza Independencia, La Cosechera de 18 y Convención, el Ateneo de la Plaza Cagancha, el elegante Montevideo de 18 y Yaguarón, adonde iba toda la gente de "El Día", el Brasilero de la Ciudad Vieja. Todos tenían 50 años cuando abrió el Sorocabana, que traía un concepto empresarial muy moderno, con sucursales, con servicio de cafetería para banquetes y eventos sociales, con vendedores en la Rural del Prado, en el Estadio Centenario. Otra de las diferencias era que esos cafés servían alcohol, mientras que el Sorocabana recién empezó a servir cerveza, que fue el único alcohol que sirvió, a fines de los '60. En el Sorocabana tampoco se servían comidas.

—A juzgar por la lista de habitúes que Incluye en el libro, el Sorocabana era un recinto muy masculino.

—Cuando surgió el Sorocabana y hasta los '60, los cafés eran lugares eminentemente masculinos, aunque en los '50 eran menos masculinos que lo que habían sido en los años '20, cuando las mujeres no iban a cafés sino a confiterías, como La Americana, El Telégrafo, las Conaproles y otras. Pero voy a quebrar una lanza por el Sorocabana porque desde el principio fue un lugar más propicio para la mujer que los cafés tradicionales, quizás porque no servían alcohol ni había billares, pero también porque estaba rodeado de centros educativos adonde iban mujeres. El maestro Joaquín Torres García, por ejemplo, tenía muchas discípulas en su taller en los bajos del Ateneo, donde hoy está el Teatro Circular. Y todas las estudiantes del Instituto Magisterial Superior, que estaba en el hoy Museo Pedagógico, iban al Sorocabana, incluso las clases seguían en las mesas del café. A fines de los '40, cuando todavía era raro ver una mujer sola en un café, Idea Vilariño iba al Sorocabana sola y a nadie le llamaba la atención.

—¿Por qué el Sorocabana de la Plaza Cagancha se transformó en un emblema cultural de Montevideo?

—El Sorocabana de la Plaza Cagancha era muchas cosas, pero sobre todo un espacio, por eso el café de la calle Yi nunca fue lo mismo. La esquina donde estaba ubicado, la forma del salón, llena de rincones donde la gente se refugiaba, con columnas para esconderse, los ventanales que interactuaban con la Plaza: esas características lo transformaron durante décadas en el Gran Café de la ciudad, un café adonde iba todo el mundo, desde el magnate al pordiosero, desde el ministro al ciudadano anónimo. Durante décadas fue el microcosmos del macrocosmos que era Montevideo. La sociedad montevideana se representaba en el Sorocabana, con sus inmigrantes de todos lados, sus ruedas culturales pero también empresariales, como la mesa de grandes financistas que tenía Eduardo Iglesias Montero —dueño del edificio neoclásico en cuyos bajos estaba el café y mecenas del lugar hasta su muerte en 1997—. Escritores, políticos, comerciantes, bohemios, profesionales, académicos, todos tenían su mesa, incluso los sordomudos. Y las mesas eran respetadas. La tertulia de Reyes Abadie de las mañanas tenía las tres mesas cerca de la primera ventana, y si por alguna razón alguien entraba y se sentaba allí, el mozo sugería cordialmente que las dejaran libres. A Marosa di Giorgio también se le reservaba un lugar.

—¿Cómo explica su cierre?

—La apertura del Sorocabana en el '39 coincidió con el corrimiento del Centro de la ciudad desde la Plaza Independencia a la Plaza Cagancha, fenómeno que duró hasta los '60, y de alguna manera, su decadencia fue paralela a la decadencia del Centro. Ya a fines de los 70, cuando no quedaba ninguno de los grandes cafés antiguos, el Sorocabana era un elefante blanco en un país en medio de una crisis política y económica que estaba cambiando sus costumbres. Desde el punto de vista empresarial, era difícil que pudiera mantenerse, porque el Sorocabana pertenece a un Montevideo distinto, en el que el Centro era importante como lugar de encuentro, de paseo, de compras, de entretenimiento. A mediados de los '80, el Sorocabana ya era un anacronismo. Podía haber derivado en un café como el Tortoni de Buenos Aires —ojalá—, pero faltó conciencia de la sociedad civil sobre !o que significaba como espacio tradicional de los uruguayos. Si reabriera en la Plaza, creo que lo haría con un criterio de calé tradicional de la ciudad, con conciencia de ser un lugar histórico culturalmente.

¡Café, café!

• Además del clásico café brasileño preparado al baño María en cafeteras cilíndricas, en el Sorocabana de la Plaza Cagancha había algunas especialidades clásicas. Una de ellas era el café helado que se servía en verano, en vaso de capuccino, con hielo y batido para que tuviera espuma. Otra eran las medialunas estilo porteño, que hasta los ´70 hacía especialmente una panadería.

• El café se servía en pocillo blanco, sin logo de ningún tipo. Servirlo en vaso era considerado un sacrilegio por los mozos, incluso el cortado se servía en pocillo. Lo que sí llevaba el logo Sorocabana era el envoltorio de los terrones de azúcar y, más tarde, el sobrecito de azúcar.

• Hasta los '70, el café que se servía en el Sorocabana era más barato que en otros lados. Como tomarlo parado costaba mucho menos que sentado en una mesa, había habitúes de mostrador, que lo visitaron por más de 30 años y nunca se instalaron en sus típicas butacas.


A. O.
 

Alina Dieste
Búsqueda (Montevideo, Uruguay)
Jueves 21 de agosto de 2003 - pág. 42

 

El presente reportaje fue cedido por el entrevistado, en papel diario. Fue scaneado, procesado y publicado por el editor de Letras-Uruguay.

 

 

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