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Canto al hornero


Luis Díaz Seculich

Árboles sin flores y sin frutos; sin encajes de encantos... Alineados en fila india a orillas del camino como un cerco de frescura.

Árboles que no pudiendo darse en el halago del fruto, se humillan tendiéndole al cansancio del viajero una cobija de sombras para emponchar una siesta.

Árboles que elevaron al cielo la plegaria temblorosa de sus hojas, hechas lenguas balbucientes en el paladar rojizo de un crepúsculo.

Árboles que se hicieron brazos retorcidos de angustia en un poético afán de entrometerse en las nubes, para luego recogerse florecidos con un puñado de estrellas. Quizás la hoz de la luna en su cuarto menguante, a medida que se acercaban a su intento podó sus copas y sus ansias.

Árboles del camino, alardes de la naturaleza que .únicamente florecieron en pájaros y trinos, y que, sin embargo, supieron sonreír tímidamente a su suerte por la boca inocente de un nido.

En sus ramazones el hornero, —pájaro gaucho pobre en ropaje y en cantos,— hizo rancho y querencia.

Balanceando su inquietud en la puntita de una rama, esperó días y días que el mal tiempo le ensuciara la cara al cielo. Cuando apareció una nube buchona de agua, la agujereó con luna clarinada de triunfo! Con la lluvia bajó al camino a embarrar su entusiasmo. La festejó chapoteando traviesamente en los charquitos. Contoneándose muy oronda sobre su andar, le festoneó sus huellas a la cinta ajada del camino.

Más tarde, en el abrazo tierno de una horqueta, modeló su horno... cuna de adobo arrullada con suspiros de brisa; salpicón del camino que el aliento del sol ampolló en burbuja; panal donde los pichones elaboran la miel de un canto; ventosa aplicada al árbol con la emoción de un beso!

Relleno de sombras, con caricias de plumones por entrañas, cada nido es un vientre fecundo de la madre tierra abortando aletazos de vida!

Los pichones salen como el camino: color indiferencia! Al asomarse por vez primera en la boca del nido, el sol los bautiza sal picándoles el pecho con chispazos de luz. Luego, al arriesgarse en un vuelo, el nido asemeja la mano entreabierta de un campesino sembrando el espacio de semillitas de barro, —de pájaros nuestros,— para que la Primavera haga cosecha de cantos y el verano se abanique con sus alas.

El hornero, de tan laborioso, no gasta el tiempo en un trino. Construye a picotones. En su pico cada gota de barro es una nota, que en el pentagrama de los alambrados se hace música de cuna, gorjeo al trabajo!

Precisa de su compañera para derrochar su alegría a gritos. Con un regocijo de alas desparrama una carcajada que ella, festeja con los compases retozones, de su risa convulsiva.

De centinela en las tranqueras, espera al viajero para denunciarlo con un alerta. Si se demora en llegar, en un vuelo sale a su encuentro. Precediéndolo, viene de poste en poste pasando la noticia de «u llegada. De comedido patrulla el monte y acecha en los atajos. Donde se aposta, todos los rumbos pasan por sus oídos. Si hasta el silencio quisiera eludirlo en puntitas de pies para no hacer ruido, en un «¿Quién vive!!» estallaría su grito.

Con todo, es más blando que el barro mismo. De estar junto al camino se hizo filósofo. De ahí que cuando un tordo se gana en su nido, no entre a sacarlo. Quizás piense que en la lucha destrozaría el prodigio de sus huevos. Quizás se le antoje que en su nido sobra espacio, y en el campo lombrices para criar un hijo ajeno.

Por eso y por grande pasa por zonzo y él, parece burlarse de los fuertes cuando a falta del árbol amigo le acomoda, irónicamente al musculoso poste de «ñandubay», el puño manso de su nido.

...Nido que en las crucetas de las columnas telegráficas el Progreso atrapa entre sus hilos, dando la impresión ¡de un mensaje, de un poema de nativismo que el hornero gaucho, le enviase al gorrión pueblero!

Ver, además: Lección del hornero del libro "Nuevas fábulas",de Adolfo Montiel Ballesteros

EVOLUCIÓN DE LA CONSTRUCCIÓN DE UN NIDO DE HORNEROS EN MAGDALENA, PCIA DE BS AS

 

poema de Luis Díaz Seculich
Revista Hiperión Nº 87

Montevideo, s/f

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