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Lectura de la escritora Dina Díaz  en la presentación de “Aunque es de noche” de Jaime Monestier (21 octubre de 2010)

en la Sala José Pedro Varela de la Biblioteca Nacional.

En primer lugar debo agradecer a Jaime Monestier que me haya honrado con esta presentación y al mismo tiempo no puedo agradecerle que me haya llevado a asumir esta responsabilidad. Porque Monestier tiene una tradición de escritor que no necesita presentación de nadie. Y este libro sigue la historia del excelente nivel de su escritura. Son tres novelas breves, con maestría en el diseño de tramas con acento muy importante en la intriga es decir, y esto también es importantísimo, obligan al lector a  no abandonar la lectura. Pero el interés fundamental está en personajes fuertes y complejos, extraordinariamente complejos, y a pesar de ello, totalmente creíbles, cosa muy difícil de lograr. La carátula, con esa enigmática foto de medio rostro ya nos sugiere el lado secreto de los humanos. Así cómo el título ese hermoso título “Aunque es de noche” que anuncia proyectar la inalterable condición humana y su cono de sombra.

Se dice que traduttore, traditore pero se podría afirmar también lettore, traditore. Porque el lector puede decir del texto cosas que el autor no querría oír o callar lo que las orejas autoras aspiran recibir. Y aquí comienza mi delicada actividad como lectora.

La estructura aparente de los tres relatos se funda en la acción. El misterio del violín en el primero, Para violín solo que lleva a  sus personajes a una serie de aventuras riesgosísimas; el accionar contradictorio del protagonista en el segundo texto, Retrato de Ernesto y una historia de desamor y amor con un trasfondo oscuro de asombrosas casualidades que nos recuerdan  la gran novela decimonónica en Aunque es de noche.

Y ahora me rectifico, lo que se declara es la acción y lo que se calla es el proceso profundo de los personajes  pero que reconocemos a través de sus acciones. No son los personajes shakesperianos que monologan sobre sus dudas sino que éstos crecen oscuros y no declarados en sus dificultades. Pero la racionalidad parece predestinada a perder, son espíritus que no aspiran a la sofrosine, el equilibrio no surge como centro de su preocupación. En la contratapa –las contratapas  suelen estar de acuerdo con el pensamiento del autor-, se dice algo que confirmaría mi sospecha: Inermes ante las pulsiones eróticas como ante las tanáticas, corren desorientados al impulso de sus pasiones, de sus errores, de sus miedos, de sus culpas, al mismo tiempo que también de sus virtudes y bondades, de su inocencia. Y en un a modo de prólogo del propio Monestier se dice  y hasta cierto punto podría leerse, sin intención del autor, como subliminales ensayos morales. (No quiero hablar de sin intención del autor porque daría lugar a una larga digresión)

Considerados  subliminales ensayos morales quedo bastante confundida de lo que se dice de  la capacidad del hombre para orientar algo de su destino. Lo que aparece en estos textos con mayor fuerza es cómo sucumbe el ser humano a sus pulsiones básicas y salvo el personaje femenino de Aunque es de noche en el que se percibe claramente el conflicto íntimo, los otros se despeñan sin la menor autodefensa. Se cumple la condición de obnubilación, de ceguera ante la fuerza de sus pasiones del héroe trágico griego pero en estos casos sería del anti héroe o simplemente del infeliz humano.

Más allá de las distancias evidentes de las historias que se relatan, estos textos se diferencian  fundamentalmente por la mirada desde la que son narrados. Desde el punto de vista de las formas narrativas, creo que la mayor originalidad y maestría de los textos se muestra en el tratamiento de las voces narradoras. Tenemos el hábito de considerar el relato en 3ª persona cómo el más habitual de todos. El del narrador privilegiado, el de los cuentos de hadas, “érase una vez”. Aceptamos la convención de que no se mira desde alguien, sino que se nombra algo y el milagro ocurre, ese algo existe, se nos hable de una calle, del interior de una casa, de la belleza o fealdad de una mujer  o de lo que piensa un personaje y ahí está. Hay un misterioso pacto, que viene de los orígenes del relatar, cuando el yo no aparecía  diferenciado de la comunidad, entre el lector y/o el escucha y el narrador. Si se nos dice que hay un árbol o que un personaje tiene grandes orejas, así es. Porque la condición indispensable para que la narración exista, es ese implícito acuerdo entre narrador y lector. Y una vez aceptado, todo es posible, Remedios puede salir volando como en Cien Años de soledad porque alguien ha creado un mundo posible paralelo al nuestro y por ahí navegamos.

Esa es la diferencia entre los narradores y los que no los son. Los malos narradores  no logran que pactemos con ellos, no creemos en su mundo, y el pobre mundo se derrumba, el acuerdo no halla asideros.

Pero por supuesto nosotros no estamos en el comienzo de los tiempos, ni vivimos en el sólido mundo burgués de la segunda mitad del XIX  sino en un mundo diversificado en sus valores, resquebrajado en toda posibilidad de unidad, lo que ha llevado a la clara diferenciación de las miradas que relatan. Lo que percibe el yo no es lo que ve el tú. De ahí  un problema grave, cómo compaginar nuestra mirada actual tan subjetiva con ese creador omnisciente constructor de verdades indiscutibles característico de la historia de la gran novela. En un momento en que hasta la ciencia reconoce a la mirada subjetiva como esencial en la observación, el narrador omnisciente todopoderoso es un salto hacia el vacío muy difícil de asumirse por parte del escritor contemporáneo.

El trasladarse al yo de un personaje es un remanso para el escritor, el otro, ese otro por más disímil que sea del autor, es humano y existirá en este mismo universo caótico.

(Un caso diferente sería el del narrador en 1ª persona solo testimonial “heterodiegético” que intenta ser tan objetivo como la 3ª persona del narrador privilegiado.)

Pero la función más compleja de la 1ª persona, (el yo que cuenta) el uso pleno de su posibilidad se da cuando la mirada subjetivísima del personaje filtra a través de esa subjetividad, la realidad. Habíamos observado sobre la necesidad de un acuerdo de credibilidad entre narrador y creador. Aquí perdura ese acuerdo, pero de manera diferente, no nos apoyamos en la verosimilitud de lo que el personaje dice, sino en la verosimilitud del personaje como tal. Debemos creer en la posibilidad de existencia de esa criatura, debemos creer en ella  más allá de las contradicciones de su personalidad. Y el lector suele sentir empatía con el personaje narrador, es lógico se hace casi un amigo, convive con sus aventuras y desventuras.

Pero volvemos a Monestier. ¿Cómo resuelve el tema Jaime Monestier?

En los tres relatos hay tres respuestas diferentes. Vayamos al primero Para violín solo. Un protagonista narrador que conquista nuestra simpatía, que acompañamos en sus amores y en sus disgustos, con el que percibimos el mundo, hasta el punto que llegamos a creer que lo que él dice es la verdad. Porque afectivamente hacemos con él también un pacto de fe en la verosimilitud de lo que dice. Pero en determinado momento empezamos a no estar de acuerdo con las autojustificaciones que hace el personaje.  Nos pasa como podría pasarnos con un amigo en quien hubiéramos creído y de pronto hiciera algo que nos desconcertara  y nos llevara a sospechar la oscuridad de su sombra. Este personaje, el del relato, va cayendo progresivamente en errores, en egoísmos, codicia, hasta llegar a las mayores ruindades. Pero lo interesante  es que él no lo ve así, autojustifica sus bajezas y habla de diversión, distracción, gusto por la aventura. Seguramente relata los hechos sin deformarlos pero él se miente así mismo sobre la razón de sus acciones. Esto es interesantísimo. ¿Qué puede pensar el lector?

Veamos cuántos niveles tenemos: Un 1er. Nivel: Un escritor  con quién sí hicimos un pacto de verosimilitud nos cuenta que un personaje cuenta (2ºnivel). Con él no podemos hacer un pacto, es solo una voz y nosotros sabemos que toda mirada subjetiva es engañadora, manipuladora, autojustificadora, pero es la voz que nos está relatando y nos queda un resto de confianza en quien relata. 3er.nivel: Reconocemos lo que el personaje nos dice pero comenzamos a ponernos críticos con la interpretación que hace de su conducta. Los retóricos llaman a esto paralipsis cuando nosotros, los lectores, sabemos algo que el personaje no sabe, la fuerza de sus pulsiones le impide reconocer, sus terribles errores. Los antiguos hubieran dicho que los dioses lo cegaron, impidiéndole ver su conducta errada y precipitado su caída.

Monestier hace un intercambio de miradas inteligentes con sus lectores. El personaje nos  proporciona una interpretación de su conducta pero nosotros lectores debemos construir el texto a otro nivel de comprensión y quedamos liberados de todo pacto y compromiso con el personaje para juzgarlo con independencia en un acto de elaboración libre. Y lo juzgamos. Entonces comprendemos lo de subliminales ensayos morales de que habla el autor.

También a la pareja del protagonista la conoceremos a través de esa mirada deformante que seguramente consigue engañarnos y en uno de los cierres la novela (creo que tiene un doble cierre) se confirma que las motivaciones de esa mujer, eran diferentes de las que el narrador relator había querido presentarnos. Lo  que nos obliga a releer, por lo menos mentalmente, al personaje femenino y a reconocer que no era el que habíamos visto en nuestra primera aproximación. (Un capítulo aparte merecería el tratamiento de la pareja en las tres novelas que seguramente será motivo de análisis por la crítica.)

En la segunda novela Retrato de Ernesto también hay una notable utilización de la voz en 1ªpersona. Ernesto es un personaje de una conducta contradictoria a lo largo de su azarosa vida. El relato es una búsqueda a través de los más variados testimonios cartas, reportajes, algunas manifestaciones autobiográficas sobre quién era en realidad Ernesto. El resultado es el de la imagen en un espejo roto, se ha deformado, quebrado en mil pedazos pero sin embargo y aquí está la maestría del autor, el personaje existe.

En la tercera novela, Aunque es de noche hay una utilización de la 3ª. persona, es decir que un narrador ajeno a la trama, relata los acontecimientos. Sin embargo se apoya permanentemente en las primeras personas a través de monólogos interiores, diálogos muy explícitos sobre estados de ánimo, largos relatos de los mismos personajes sobre situaciones que enriquecen la trama principal y el reiterado uso del recurso de lo que llamamos estilo indirecto libre. Para los que no están en las minucias de la literatura, esta modalidad de expresión se refiere a cuando el narrador privilegiado se identifica con la emotividad  del personaje y cuenta en 3ª persona pero a través de él. Un ejemplo del texto. “A veces el cielo parecía despejarse; la tristeza se disolvía y aparentaba irse, pero pronto volvía condensada en una calima espesa. Debía sacudírsela de encima, podía, sí.” De la  pareja de este relato es difícil decir cual es protagonista, pero las pautas de la novela las dan los cambio emocionales de la mujer que reconoce sus conflictos afectivos. Es en único personaje en que hay drama ético.

Pero aquí la narración se juega a otro nivel, los silencios ingresan en el relato, se cuenta pero también se calla. El narrador privilegiado silencia pautas del proceso, deja oscuridades, el pacto con el lector continúa pero ese contrato tiene letra chica. De manera que la resolución del conflicto nos desconcierta y como el autor tiene siempre razón, nos vemos obligados a releer la narración y a reconocer indicios que habíamos descuidado.

En resumen tres relatos que muestran un dominio excepcional del arte de narrar. En cuanto a otros niveles sé que Monestier va a decir algo y los dejo en sus sabias manos. Gracias.                                                                                

Lectura de la escritora Dina Díaz  en la presentación de “Aunque es de noche” de Jaime Monestier (21 octubre de 2010)

en la Sala José Pedro Varela de la Biblioteca Nacional.

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