El libro de Alencar Pinto |
Mateo en su maquinaria |
ESCRIBIR
SOBRE la vida de Eduardo Mateo es escribir sobre la imposibilidad de
comprender a Mateo. Cada episodio de su vida es difícil de
clasificar en una estructura "coherente" de pensamiento. Cada
testigo de su vida ofrece enfoques contradictorios, como si de diferentes
personas se tratara. Sin embargo, la obra de Mateo aparece tan
inconfundible que es, aun hoy, una referencia inalcanzable para la mayor
parte de los músicos populares nacionales. Fue
uno de los principales creadores del candombe-beat, síntesis musical aun
presente en la obra de los más importantes músicos nacionales actuales.
Y aunque no es conocido por el gran público, Rubén Rada lo considera "un
genio", "un Buda", "un John Lennon"; para
Fernando Cabrera es "una escuela musical"; para
Federico García Vigil "un individuo absolutamente necesario en la
historia de la música del Uruguay"; para Alberto Magnone un "Charlie
Parker" y para Jaime Roos alguien que " cristalizó y
simbolizó una música pop llevada adelante con un lenguaje
uruguayo". Para comprender la vida y obra de Eduardo Mateo, el brasileño Guilherme de Alencar Pinto registra paso a paso el inesperado movimiento del músico entre quienes lo conocieron. El sentido último de la vida de Mateo no aparece como una progresiva revelación, sino en cada uno de los momentos vividos. El resultado es también una visión histórica de la música nacional. AL
CONTRARIO. Hace ya algunos años, alguien caminaba entre las
mesas del Sorocabana y se chocó contra Mateo, que venía bastante
apurado. Del impacto, Mateo quedó mirando en sentido contrario al que venía.
Pero Mateo, en vez de darse vuelta y corregir el camino, siguió caminando
por donde había venido como si no hubiera pasado absolutamente nada. De
todas maneras, el choque contra otro hombre, el encuentro con alguien
conocido o quizás las ganas de ir al baño decidirían el próximo, otro,
imprevisible paso de Eduardo Mateo. Cuando
apareció Razones locas, el paso de Eduardo Mateo por la música
uruguaya, de todos lados volvieron a surgir todas las anécdotas que
alguien, alguna vez, tuvo con Mateo. Quién no las tuvo, un encuentro en
la calle, una conversación, un cuento, cualquier cosa. Mucha gente sabe o
supo de una anécdota de Mateo. Por mínima que fuera, siempre era un tipo
de experiencia. Quien
lea el libro de Alencar e intente descifrar alguna línea de
comportamiento oculta a través de toda su vida, alguna pista que revele
una forma específica de actuación en el mundo, quizás no encuentre
datos mas precisos y "coherentes" que los estrictamente
musicales, de por sí bastante complejos como para ser entendidos fácilmente
por los músicos que lo conocieron. O sólo entendidos en el acto mismo de
tocar, en la irrepetible "experiencia" de tocar con él. Fuera
de eso, la vida de Mateo no puede tomarse más que como sucesivas y
demoledoras muestras de sorpresa, ternura, admiración, humildad,
soberbia, mezquindad, desprendimiento, obsesión, renuncia, entrega,
genio, paciencia, necedad o delirio. |
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El
libro de Alencar resulta más un registro de cada uno de los infinitos
episodios de la vida de Mateo que la interpretación concluida de una lógica
intransferible. Al final del recorrido aparece un esbozo tan cierto como
el paso de Mateo entre las mesas del Sorocabana. UN
ÁLBUM. El libro da la sensación de haber consultado una tras
otra las fotografías de un álbum interminable, cada una de increíble
fidelidad y precisión. La mente insondable de Eduardo Mateo se define en
cada una de esas "fotos" y situaciones, de acuerdo a una lógica
perfecta en cada momento y por lo tanto irrepetible. Lo único que
se mantiene constante de una situación a otra es la estrecha relación de
Mateo con todos los personajes (y las cosas) que aparecen en cada
circunstancia, en un íntimo y estrecho acoplamiento con la experiencia en
particular. Si las situaciones cambiaban, entonces la experiencia
cambiaba. Y Mateo "cambiaba". O por lo menos eso era lo Si
la vida de Mateo sólo puede entenderse conociendo cada uno de los
entornos, Alencar recorre necesariamente esos caminos contiguos y describe
al final una inevitable visión histórica de la música popular uruguaya.
El panorama musical alrededor aparece, todo él, como un absorto testigo
de la vida del músico, y ofrece testimonios muchas veces contradictorios
de la inaprensible "deriva" de Mateo a A
pesar de esa actitud del propio Mateo en relación al mundo, a veces
parece que él mismo fuera consciente de ese extraño efecto, de esa
fascinación que provocaba sobre el entorno. Y es entonces cuando todo se
complica, cuando ya no se sabe si su conducta era la de un ser demasiado
absorto en su contacto con el mundo o si el acoplamiento a la situación
era tal que se anticipaba con furia o ternura a cualquier reacción de sus
interlocutores. SEÑOR
DEL TIEMPO. Alguien podría relacionar ese acoplamiento al
mundo con su acercamiento a las religiones orientales. Alencar sugiere el
vínculo con la religión budista e hinduista como una forma de soportar
la crisis social del país a partir del año 73. Plantea
el surgimiento del Canto Popular como fenómeno de resistencia cultural,
al tiempo que desaparece el movimiento beat por algunas posibles
razones. En las notas al pie, explica por qué cree que Mateo nunca fue un
verdadero yogui, y confiesa ignorar si ese acercamiento fue
producto de su coincidencia, de una identificación, si fue “por
instinto" o por "una retirada accidental del Alma", citando
a Gandhi. Seguramente
Mateo no era un verdadero yogui, sino que parece se hubiera
apoderado de algunas "técnicas" como verdaderos insumos, de
manera de alcanzar por lodos los medios posibles el contacto con ideas
superiores e intransferibles, desde la lectura de los vedas hasta comerse
un guiso en la noche para soñar con pesadillas. Quizás su particular
percepción del mundo lo llevó a encontrar en esa filosofía una manera
de procesar y de adaptarse a la experiencia vivida, cotidiana y musical. Si
Mateo era un genio, un budista, un drogadicto, un vivo o un
"mendigo" es fácil saberlo. Fue todo eso de acuerdo a los
testimonios de quienes lo conocieron. Finalizado el libro, es claro que a
Mateo no le importaba absolutamente nada de lo que interesaba al resto,
mas que sentarse a componer o a tocar con todos los sentidos alerta. Si
además conseguía que alguien le diera de comer, mejor. Y si conseguía
que alguien le diera un porro, una pieza o una cama, mucho mejor. Pero si
no conseguía nada de eso, no era demasiado grave. La vida era una deriva
natural. LOS
TIEMPOS. Las síntesis no dejan contentos a los defensores de
cada una de sus partes. En aquella época (y seguramente hasta hoy) es
imposible explicar el beat a un candombero, explicar la milonga a
un roquero, explicar el "alucinante mundo de las drogas" a un
musicólogo de conservatorio o las enseñanzas de Buda al cantinero del
club Mar de Fondo. Esa síntesis era el resultado de un proceso de quien
fue algo mas que un testigo de su tiempo (Quizás en aquellas
circunstancias parecía algo menos que eso). Fue alguien que vivió, con
todos sus sentidos, en todos y en cada uno de los aspectos y conflictos
que hacen al mundo vivido, y en particular (o en general) al diminuto
mundo montevideano. Su acoplamiento al mundo le permitió percibir,
experimentar y luego procesar, en forma de música, un entorno demasiado
complejo y fragmentado para la comprensión de los demás. El
profundo trabajo de Alencar intenta descubrir en cada uno de esos gestos
un posible fundamento, centrando la atención en cómo los demás
percibieron a Mateo. Quizás
fuera necesaria una cierta mirada totalizadora, integradora, "sistemática".
De todas maneras, el trabajo de Alencar es hasta el momento el más
decidido y el que llega más lejos en su intento por conocer a Eduardo
Mateo. LA
MAQUINA. Hay zonas de la vida y la obra de Mateo que son
imposibles de comprender. Su última etapa, la de
"La Maquina del Tiempo", no fue sólo el nombre de un mítico recital
en el teatro Millington Drake. Quizás esa etapa fue difícil de
comprender incluso para él mismo, porque no le dio la vida para alcanzar
un nuevo estado de síntesis -como el del candombe beat— vinculado esta
vez a la irresistible experiencia de las Para alguien que vivía la eternidad del instante, la dimensión del tiempo poco a poco aparecía con mayor insistencia. Quizás aquel muchacho del Buceo viera que la infinitud de caminos se abrían a cada instante en todos los instantes. Y empezó a construir su maquina de música para llegar hasta ahí. |
Amplio testimonio Roberto Appratto
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Cuatro de El Kinto: Ruben Rada, Eduardo Mateo, Walter Cambón y Luis Sosa, 1967. |
EL
LIBRO es un documento histórico, puntual e imprescindible, de la vida del
músico Eduardo Mateo (1940-1990) y de las múltiples conexiones que
fueron estableciéndose entre su música y la de tres décadas del
Uruguay. Capítulo tras capítulo, nota tras nota a pie de página,
Alencar Pinto (San Paulo, 1960, músico y crítico musical de Brecha) arma
el universo de Mateo como un rompecabezas de referencias artísticas y
vitales que el mismo Mateo se encargó de diversificar y desestructurar.
Como si se tratara de sujetar ese caos por el lado documental, el autor se
basa en testimonios personales y en el orden histórico de los hechos
biografiados. Todo lo que puede atestiguarse de la vida de Mateo (el medio
familiar, hábitos, contactos, amistades) es alineado por medio de las
declaraciones de protagonistas de su historia, apenas apuntalado o
conducido por el autor en función del interés principal del libro, el
rastreo de la formación musical de Mateo, que es también el relevamiento
de una zona de la conciencia musical uruguaya. Con
el único y lejano antecedente de Hear me Talkin´ To Ya, de los críticos
jazzísticos Hentoff y Shapiro, y que se tradujo parcialmente como Esto
es el jazz, la elección de este modo da a Razones locas una
fisonomía peculiar, entre obra teatral y acta judicial: hablan
amigos, maestros, familiares, músicos, testigos ocasionales, de lo que
hacía o quería hacer Mateo en cada período. A diferencia del libro de
Hentoff y Shapiro, donde todo está centrado en temas y los autores no se
manifiestan, aquí la voz de Alencar aparece para insertar cada dato en su
entorno histórico y estético, lo cual no sólo alimenta el interés de
la empresa sino que vivifica la lectura: esos materiales, recogidos
especialmente para el libro o de decenas de reportajes e investigaciones
anteriores, convierten a la vida de uno de los músicos uruguayos más
creativos y fecundos en una historia de la sensibilidad musical del país;
sus comentarios y notas ayudan a plantear su obra como un hecho estético
insoslayable. Este
libro es también una novela, o más estrictamente una novela-ensayo. Ese
paso más que toda biografía, que todo documento de un saber específico
necesita para salir del interés regional, o (en el caso de Mateo) de la
mitificación de lo marginal, lo da la voz conductora de Alencar Pinto: es
ese punto en que la impresión de trabajo inmenso (que es evidente) se
desvanece en favor de la lectura de un tiempo, de una manera de hacer y de
recibirla música popular uruguaya, que se hace conmovedora precisamente
por la unión de dos factores: la implacabilidad de los datos y la
creatividad del armado, que
permite narrar episodios, situar figuras, trazar el entorno de una
afirmación. Puede decirse que avanza por alrededores, hace pausas, gira y
profundiza: como la música (y la vida) de Maleo. No debe olvidarse que
Alencar Pinto es músico, y que es brasileño, su comprensión de Mateo
puede ir por encima de rencillas y miopías locales pan brindar un
panorama lúcido y convincente de lo que está en y a partir de su música.
Pero también puede hacer hincapié en lo estrictamente estético: las
descripciones de climas "mágicos" por parte de compañeros de
grabación y espectáculos se hacen indudables (sobre todo a partir de la
época de La máquina del tiempo) pero todo el libro sigue una línea
consistente en mostrar desde adentro la búsqueda, la experimentación,
como un hecho necesario en la evolución de un arte. Por eso, pocas veces
se habrá visto tan de cerca lo que pasa con un músico, con un artista, a
nivel de la forma, pocas veces, también, los hechos de una vida y una época
habrán recibido un tratamiento tan poco complaciente y, a la vez, tan
respetuoso del lector. RAZONES LOCAS. EL PASO DE EDUARDO MATEO POR LA MÚSICA URUGUAYA. Guilherme de Alencar Pinto. Metro/ Ediciones de la Pluma. Montevideo,1994. |
Una trayectoria |
ÁNGEL
EDUARDO MATEO LÓPEZ nació en Montevideo el 19 de setiembre de 1940, en
una familia de condición muy modesta, entre cuyos miembros hubo varios
vinculados al carnaval y a la música popular. Hasta su nombre tiene que
ver con la música: su madre, empleada doméstica en lo del compositor
Eduardo Fabini lo llamó como él, soñando con que algún día tocaría
el piano y el violín como don Eduardo. No hubo piano ni violín en la
infancia de Mateo, pero en el barrio donde se crió, en los alrededores
del Hospital Fermín Ferreira (donde hoy está el shopping del Buceo), salía
con las murgas de chiquitines y mostraba su precocidad rítmica con el
redoblante. Tenía 17 años cuando consiguió un cavaquinho y armó su primer conjunto en el molde de los Demonios da Garoa, que por entonces hacía furor en Brasil.
En 1959 nació El Bando de Orfeo, como resultado del
entusiasmo de aquellos muchachos por la música de Vinicius de Moraes que
habían escuchado en Orfeo Negro, la película de Marcel Camus.
Pero el impacto más fuerte fue el encuentro con Joao Gilberto y la "bossa
nova". La renovación armónica de Gilberto, su modo de utilizar la
guitarra y de manejar una voz que apenas susurraba, le dieron impulso para
componer sus primeras canciones y convertirse en un guitarrista que ya
llamaba la atención en los locales nocturnos por su swing endiablado. Sólo
faltaban los Beatles para que la mezcla básica sobre la que se sustentó
la renovación creativa de Mateo estuviera pronta. Y los Beatles llegaron
para Mateo en 1964, y bajo su impacto se armó el conjunto Los Malditos
que hacía los temas de los muchachos de Liverpool con arreglos bossanovísticos
y armonías diferentes debidas a Mateo. |
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Después
vendría su entusiasmo por Debussy y un empuje creativo que pudo
apreciarse en los Conciertos Beat que se organizaron entre 1966 y 1968 en
el Solís y el Odeón, donde se cantaron las primeras composiciones de
Mateo. Allí participó gente como Diane Denoir, Rada, Dino y el propio
Mateo en trío con Lagarde y Galetti, y con The Knight, nueva etapa
de Los Malditos. El
encuentro con Ruben Rada y la formación de El Kinto intensifican
otro ingrediente fundamental en la fusión musical de Mateo; su interés
por la música afro-uruguaya y la creación de un genero nuevo, el
candombe-beat, con tambores y tumbadoras. El Kinto (Rada, Mateo, Urbano
Moraes, Luis Sosa, Lagarde, Walter Cambón, más tarde Chichito Cabral)
tocaba en la boite Orfeo Negro, probaba todos los estilos musicales, y según
se dice, fue el primer conjunto en el Uruguay que hizo música beat en
castellano. Con Horacio Buscaglia,
Mateo comparte el deslumbramiento por el Sgt. Pepper de los Beatles, por
la música hindú, Ravi Shankar, la música africana, Piazzolla. Entre los
dos componen decenas de canciones y una serie para un disco que nunca llegó
a grabarse, aunque incluía temas emblemáticos como "El Príncipe
Azul". En esos años de finales de los sesenta, a través de Federico
García Vigil, toca en espectáculos de teatro de El Galpón como Libertad,
Libertad, Sin ton ni son, Fuenteovejuna y en otros de
Club de Teatro, con Buscaglia. El auge de El Kinto
se produjo con las Musicaciones, espectáculos vanguardistas de
poesía y música que se hicieron en El Galpón durante 1969 con la
participación de toda la gente del entorno de Mateo y que desplegaban una
creatividad deslumbrante. Sin embargo El Kinto
se disolvió sin haber editado nunca un disco. Admirado por un público
limitado, que lo convirtió en objeto de culto, fue para muchos (Jaime
Roos, los Fattoruso, Cabrera, Pippo) un eslabón imprescindible en la
conformación de un estilo propio en la música popular montevideana. Lo
único que queda en grabación es una recopilación que en 1971 hizo
Carlos Píriz, con el nombre Musicación 4 1/2 con material de
archivo. La bohemia incurable de
Mateo, su falta de toda ambición que no fuera la de la música,
influyeron para que su paso por aquellos años no tuviera la repercusión
pública que merecía. Su disco Mateo solo bien se lame (1972) fue
lanzado en un momento en que iniciaba su declive personal. Recién en 1979
se editó Mateo & Trasante, en colaboración con Jorge
Trasante. Enganchado con la droga, sus últimos tiempos lo vieron
trabajando en distintos lugares nocturnos en forma irregular, ofreciendo
algún recital (en el Anglo, en el Notariado, en La Candela), pero
sufriendo un aislamiento que se acentuó por su conducta errática, su
costumbre de "pechar" a todo el mundo (con cierto humor se definía
como "méndigo", con acento en la e). El vínculo con el
conjunto Travesía (Estela Magnone, Mariana Ingold, y Mayra Hugo)
para el que compone algunos temas, con Jaime Roos, con Fernando Cabrera,
permite un renacimiento de Mateo ya en la década de los ochenta. Había
grabado como solista Cuerpo y alma en 1984 (considerado por muchos
como su mejor disco), y en colaboración con Roos, la gente de Travesía,
Alberto Magnone y otros músicos organizó La Máquina del Tiempo
en el Anglo, un espectáculo considerado legendario, que tuvo dos
versiones posteriores y que daría origen a la casete Mateo/Mal tiempo
sobre Alchemia (1987). En ese mismo año grabaría con Fernando Cabrera el disco Mateo & Cabrera y con Ruben Rada Botija de mi país. Era un momento de estabilidad afectiva y familiar que no duraría mucho. En 1988 hace un espectáculo con Leo Maslíah en Centrocine con gran éxito de público y participa en el colectivo Solistas, también en Centrocine Con Hugo Jasa graba su último disco La Máquina del tiempo/La Mosca (1990). Detenido en más de una ocasión por consumo de drogas, su salud se quebranta cada día más. Internado en el Hospital de Clínicas con un diagnóstico de cáncer, murió el 16 de mayo de 1990. Jaime Roos dijo alguna vez: "Pero en Uruguay todavía no se dieron cuenta de lo que es Mateo. La gran anomalía, no solo a nivel uruguayo sino a nivel mundial. Es un genio. En Uruguay habría que darle la medalla de honor a Mateo, si fuera como en Inglaterra la medalla a no se qué: se la dieron a los Beatles por servicios prestados a la nación”. |
Eduardo Mateo - Mejor me voy |
Eduardo Mateo - esa tristeza |
Eduardo Mateo - Niña |
Leandro Delgado
El País Cultural Nº 288
12 de mayo de 1995
Digitalizado e incorporado a Letras Uruguay, por su editor, en el año 2003, primeros pasos del sitio en la web.
Editado por el editor de Letras Uruguay
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