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La clase magistral
Hugo de los Campos

Aquella Universidad de Derecho, era en alto grado de reconocido prestigio. Los que en ella se doctoraban, eran distinguidos y diferenciados, en esa rama del saber.

De su calificado cuerpo docente, él era el mas destacado, sin cuestionamiento alguno de sus pares, pues  junto a su  profundo conocimiento en el ámbito de lo jurídico, ostentaba una cultura enciclopedista.

Sus exposiciones tenían un  predominio marcado en lo conceptual, expresadas con una dicción clara, y con empleo acertado en cada término. Su lenguaje se expresaba con un buen decir, que hacían que sus ideas, planteadas con rigurosa precisión científica, eran de fácil comprensión para todos.

Los estudiantes, guardaban un silencio absoluto, y le prestaban toda su atención, pero lo hacían bajo la paz que inspiraban sus palabras.

Era por esas condiciones distinguido entre sus iguales, pero a tal grado que no generaba envidia, contrariando la regla de lo que sucede siempre en estos casos.

La forma de dictar sus clases desborda conocimiento, pero a la vez fluía con una sorprendente claridad en el despliegue de las ideas.

Siempre afirmaba que las disertaciones complejas, llenas de citas y referencias técnicas, que hacen difícil su comprensión, ocultaban el cabal conocimiento del tema, por parte del que las dictaba. Solía explicar que la verdad, salvo en contados casos, es sencilla, y así debería ser  expresada. –“ el buen docente al enseñar – decía- debe hacer algo similar a lo que hacen los pájaros, que alimentan a sus pichones regurgitando en sus picos el alimento ya digerido por ellos, de modo que se le haga más fácil su asimilación a los pequeños -”.

Para él el Derecho era una ciencia, y negaba – salvo contadas excepciones - la existencia de dos o mas bibliotecas, como tan usualmente se plantea para justificar la existencia de varias opiniones en, torno a un mismo caso.

- Hay –afirmaba – una sola, y es la que contiene la verdadera solución  de cada problema. Las demás están formadas por los planteos erróneos, o deliberadamente expuestos hacia el logro de un fin extrajurídico, lo que agravia a la neutralidad que debe tener el conocimiento -”.

 

Cuando se apersonó al Rector con su renuncia- que le había anunciado mucho antes que presentaría al cumplir cuarenta años de docencia, este no pudo ocultar su contrariedad.

- A pesar de que hace ya me lo había advertido, -le dijo respetuosamente -siempre abrigue la esperanza de que cambiara de parecer. Usted es consciente de que deja a esta Facultad sin el concurso de alguien considerado uno de los mas calificados docentes, no solo de este Instituto, sino, según muchos otros, en los que usted ha dictado clases y conferencias, de modo que me permito rogarle que modifique su decisión.

- “Hoy se cumplen los cuarenta años de mi ejercicio docente”- contestó como si no hubiera escuchado el pedido del Rector.

Éste ensayó un nuevo intento, inquiriéndole si la renuncia era indeclinable. El Profesor, serenamente le contestó que esa adjetivación de su voluntad de cesar no era pertinente, aunque se le usara con frecuencia.

-“Mi renuncia es solo eso” - contestó con una sonrisa,  – “Por lo demás pienso que ha llegado la hora de que mis alumnos, los que ya formé y los que todavía cursan,  me pierdan a mí, para con libertad, puedan entonces encontrarse a sí mismos”-y agregó pensativo- “Esa considere siempre que era mi misión, y no dudo que muchos de ellos, un día me superaran”-

- “Voy a hacerle un único pedido, - dijo el Rector asumiendo que no habría forma de torcer su decisión- No puede Ud. culminar su brillante trayectoria, solo con la presentación de esta carta” -  Y levantó delante de sus ojos la escueta renuncia que en una sola frase había escrito.-. –“ Solo le ruego que lo haga con una última clase, en la que exprese a todos los que concurran, la esencia misma de lo que considere han buscado sus enseñanzas”-

Viendo que podría interpretarse como algo presuntuoso negarse a ello, asintió con un movimiento de cabeza.

       

El anfiteatro estaba atiborrado de asistentes. 

Había muchos estudiantes, y también un gran número de otros ya doctorados. En las dos primeras filas se ubicaron numerosos profesores de la Facultad.

Todos con indisimulada atención, habían concurrido a la espera de escuchar de los labios del maestro, los más profundos y esenciales principios del derecho, y las bases mismas del conocimiento del mundo de lo jurídico.

Nadie dudaba de que quien tanto había enseñado en sus clases, desbordaría en ésta, su postrer conferencia, la esencia misma de su saber.

Muchos de los que habían decidido asistir, llegaron incluso a tratar de buscar acierto en el  tema que iba a tratar, planteando casi en tono de apuesta, los mas intrincados asuntos propios a las ciencias jurídicas.

Meditaban , reflexionaban con atención y extremo cuidado, mas no llegaban a acuerdo sobre el contenido del discurso, porque nadie desconocía los brillantes enfoques y las originales tesis que solía plantear, en las cuales muchas veces destruía con sus proposiciones reflexivas, lo que durante muchos años se admitía como incontestable.  

      

Estaban expectantes. Reinaba un absoluto silencio.

Cuando entró se pusieron de pie, y un aplauso entusiasta lo recibió. Un asistente le indico el sillón ornamentado en el centro de los otros, ocupados por los miembros del Consejo.

El Rector tenia en sus manos varias hojas que se proponía leer como introducción, detallando la trayectoria del profesor y la excelencia de sus dotes de docente. Pero un segundo antes que se levantara hacia el atril, el profesor tomándole ligeramente de un brazo, lo detuvo diciéndole:

–“Usted me pidió que diera una ultima clase, y eso haré. Le agradezco el discurso preparado, pero quizás  alguien piense que lo hace  para aumentar mi lustre”-

Inmediatamente se levantó, y lentamente bajó los tres amplios escalones que le llevaban al nivel bajo de los que asistían. Luego comenzó a caminar por el pasillo central observando el recinto repleto, como queriendo abrazarlos a todos.

Sobre su alejamiento no dijo palabra alguna.

Luego con su habitual serenidad principió : -“ Voy a comenzar haciéndoles una sola pregunta, una sola, pero de su contestación correcta, a mi juicio, depende el  cimiento de todo saber

Se detuvo unos instantes y continuó –“ Es obvio que para el aprendizaje del derecho se requiere un largo y profundo estudio de su origen, su evolución y el conocimiento del mundo normativo que lo forma. Pero, – meditó–“lo que quisiera que nos respondiéramos, es que es lo esencial, lo primero, lo imposible de faltar, para poder dominar el ámbito de lo jurídico.

Luego de algunos minutos de silencio, uno levantó su mano y contestó:

– “Creo que lo esencial es conocer el derecho todo, es decir que además del contenido de la especialización de cada cual, mantenerse informado de toda las normas y de su evolución. Sé que es una tarea muy trabajosa, pero la única que permite  mantener siempre una visión totalizadora”-

-“Muy bien-” dijo el profesor, que siempre alentaba así a sus alumnos, -“ pero creo que existe algo que debemos saber antes que eso, algo que lo precede y que debemos seguir buscando”-

Volvió a reinar la pausa, hasta que otro, ya graduado, se animó a intervenir.

-“ Todas las leyes que integran el derecho, tienen una fuente anterior a las que deben ceñirse estrictamente, un cuerpo de normas superiores que las enmarcan por razón de su superior jerarquía. Lo que debemos saber completa y profundamente es el contenido, en su correcta interpretación, de todo lo que contiene la  Constitución de la República”-

-“ Muy bien, muy bien,”- exclamo en tono entusiasta el profesor”- Luego pensó, o simulo que hacía, y atenuó su afirmación con el -“pero” que todos esperaban.

-“ Tener un cabal conocimiento del texto de la Carta Magna, es totalmente imprescindible, mas mi pregunta tiende a buscar, algo que deben saber antes de ello, algo que es primordial y le precede”-

La dificultad de contestar la pregunta se hacia cada vez mas notoria. Ya todos dudaban. Paso un tiempo cuyos limites parecieron mas prolongados que el de su natural decurso. Algunos comenzaron en baja voz a intercambiar opiniones entre ellos. Por fin alguien, arriesgó otra respuesta.

-“ No es fácil pensar en algo que preceda a la Constitución. Mas al tenor de su insistencia solo queda aludir a las normas del derecho natural. En ellas se contienen, sin texto alguno que las aprisione, los derechos del hombre que nacen de su propia dignidad, que el texto normativo máximo no puede violentar, y ni siquiera indicar que los consagra, de tal modo que los nombra al solo efecto de referirse a las obligaciones del Estado, de establecer las garantías para que esos derechos se cumplan efectivamente. Estimo –dijo denotando dudas sobre su propia opinión- que lo primero y esencial que debemos saber, son los principios que nacen del derecho natural, o sea los contenidos del jusnaturalismo”-

“- Has contestado bien,- dijo el Profesor animadamente-. Nunca olviden que digno es lo que tiene valor por si mismo, y que esa condición solo la tiene el hombre. Tanto que a todas las otras cosas, que participen de esa naturaleza, es porque el hombre se las ha otorgado, y por ende puede luego quitársela, como sucede entre otros a los símbolos patrios, a los elementos con los que se practica la liturgia religiosa y todo objeto de culto. Es mas tan otorgada por el hombre está esa cualidad, que en algunos elementos para muchos existe esa dignidad, pero para otros no. Y ni que decir que eso varia con las etapas históricas con las diversas culturas, y con la subjetividad de cada uno.

Luego se detuvo, apoyo su mentón en la mano derecha, levanto la mirada y , volvió a pronunciar el “pero”........que a esa altura tenia ya un resabio de angustia para los presentes.

Muchos llegaron a pensar que el profesor estaba aplicando el método socrático, y entonces seguiría preguntando frente a cada afirmación, en pos de una verdad, que cada vez se volvía mas difícil de acertar.

El serenamente se tomo el mentón  con la mano derecha, sosteniendo el codo de su brazo con la izquierda, bajó la cabeza por unos instantes que a todos les pareció, sin serlo, muy  prolongado, luego con movimientos de rotación paso varias veces una mano dentro de la otra, y continuó:

-“Estamos cerca muy cerca de la contestación correcta. liberen la visión, aspiren a encontrar algo simple que deban saber previo a cualquier conocimiento concreto, algo general que abarque a cualquier ciencia, no solo la del derecho, dejen de lado las cuestiones enmarañadas de difícil comprensión, busquen entre lo natural, descarten lo complicado, recuerden lo que tantas veces he enseñado sobre que de común, la verdad se viste con el ropaje de la sencillez -”.

Y repitió,¿-“ que es lo primero, lo que antes que nada deben saber?”-

Un gran silencio siguió a la pregunta. Todos estaban como vencidos, Pasó un espacio de tiempo, que midiéndose en minutos, pareció interminable. Entonces, alguien tomó aliento y proclamó la derrota.

-“Profesor”, - manifestó denotando total seguridad – Ya muchos contestaron y usted asintió a cada respuesta, reiterando luego la inquisitoria. A esta altura creemos – utilizo un plural que todos admitieron – que nos es imposible el acierto.

El profesor pareció perder su mirada en el vacío. Luego, para compensar el desanimo serenamente dijo:

 -“ No se preocupen, han buscado bien. Muchos quizás los mas, pasan toda su vida sin tomar en cuenta  que lo primordial de toda ciencia, es tan básico y elemental. Yo estoy absolutamente seguro, que para todo conocimiento verdadero, el único cimiento, lo que antes que nada deben no pecar de ignorancia, como principio y raíz de todo lo demás es , dijo elevando su voz :

-“Saber pensar”- Y reiteró el aserto- “Saber pensar

Todos quedaron en silencio. Podía verse fácilmente el asombro de los rostros de los asistentes. Era evidente que el mensaje no era de fácil comprensión. Muchos consideraron que esa afirmación proclamaba algo de absoluta obviedad.

Entonces él, conciente de que eso sucedería, continuó: -“Tengan por claro, que me refiero, a un saber pensar distinto al que descuento que ustedes mismos necesariamente practican . A no dudar cuando se estudia se reflexiona para encontrar el contenido de significación de aquello que deben recordar. Y asimismo se piensa para relacionar lo aprendido, con otros conocimientos ya adquiridos y que al poder enlazarse unos con otros adquieren una mayor dimensión, que al punto les contenta. Pero eso queda limitado a entender lo que otros pensaron. Y así el saber se congela y se petrifica, impidiéndose todo avance en la senda infinita del conocimiento. A lo que me refiero como exigencia primaria del saber pensar es al conjunto de ideas “propias” de quien piensa. Para eso deben incorporar ante cada solución ya proclamada, y que sin duda forma vuestro aprendizaje,- se detuvo un instante- el mecanismo de la sospecha. Sean humildes cuando acudan a todas las  fuentes de información que sobre un tema existen, así no dejaran ninguna fuera, mantengan esa condición y una total neutralidad cuando comparan y complementan unas con las otra, mas si recorrieron con esmerado cuidado  esa etapa, sospechen luego de todas las conclusiones existentes, y entonces no teman proclamar con orgullo la que es vuestra propia opinión. De otra manera, sin que lo adviertan vuestra formación estará cimentada en dogmas, o sea en esa absurda pretensión de reprimir para siempre el avance de la verdad. Ustedes estudian doctrinas, pero saben que en el correr de los tiempos estas han cambiado profundamente, estudian la jurisprudencia, pero la de ayer no es la de hoy, y de seguro cambiará ante nuevas razones.¿ Y saben porqué? Porque la historia de las doctrinas y la jurisprudencia-salvo muy pocas excepciones- es la historia de los errores que las nuevas encontraron en aquellas, del mismo modo que podría afirmarse que la historia de la medicina, es en gran parte la historia de los errores que en ella nuevas investigaciones han revelado.. Y así pasa con todo, con las viejas tradiciones, con las costumbres, en fin con todos los elementos culturales que tantas veces nos aprisionan por la absurda legitimación, que sin razón alguna les presta con obediencia la sociedad. Sospechen de todo eso, piensen con vuestras cabezas y aporten vuestros sentimientos, y así podrán cambiar lo que no tiene otro sentido que haberse acompasado con el creer de otras épocas. Desconfíen de las obras de erudición, que plantean muy exhaustivamente todo lo que en el mundo existe sobre un tema, y ganan con ello galardones y reconocimientos, pero que no transmiten lo principal, que es exponer sobre todo ello, la opinión de su autor. En esta rama del saber en la que han incursionado con vocación, estudien con el mayor esfuerzo a lo que se ha llegado con cada uno de sus contenidos, pero luego que hallan llegado a su entendimiento, recelen, sospechen, desconfíen, piensen con cabeza propia, y no tengan temor en desechar lo que no comparten, en cambiar aquello que no admiten y luego crear lo nuevo, lo que ha surgido de vuestras propias reflexiones, eso sí fundándolo acabadamente, sobre todo si significa  introducir algo por vez primera, algo que hagan nacer, o le den nueva vida. El que no lo hace, solo vegeta en el recinto limitado de lo que los otros hacen. No conoce el horizonte. Vive dentro de un espacio institucionalizado donde lo principal, la creación, se evapora-”.

Se detuvo un momento. Aquel alud sin pausa de su discurso, le había dejado casi sin aliento. Luego de algunos segundos, afirmó:

-“ En definitiva, quiero hoy  transmitirles, que al fin, al retirarse del ejercicio de su profesión, por mas que en ella hayan sido exitosos, habrán recorrido uno entre dos caminos, el haber sido fieles esclavos de lo que otros construyeron, o el haber sido libres, dignos, y por que no, haber contribuido en algo, por pequeño que fuese al avance de esta ciencia, que como todo necesita retoños nuevos para no permanecer anquilosada-”.  Luego rotando su cabeza a los costados y hacia arriba, como queriendo abarcar a todos con su mirada culminó:

“- Y en fin para ser consecuente con lo que les expresé, habiéndome escuchado con tanta atención, ahora recelen, sospechen y desconfíen de lo que les transmití. Solo estarán en condiciones de hacerlo, los que sepan pensar.  

       

Al instante todos se levantaron, y por un espacio que parecía no tener fin, aplaudieron con exaltación la conferencia magistral.

Él agradeció solo con un movimiento de su cabeza, volteó, y despaciosamente comenzó a retirarse, eludiendo respetuosamente los abrazos de sus colegas.

Salió por una puerta lateral.

            

El Rector, que había aplaudido de pié, con tanto o mayor entusiasmo que los demás, se sintió profundamente reconfortado.

-“Vean - comentó a sus mas cercanos ”-, se que nadie esperaba menos de él, pero no esperaba tanto. El merecido homenaje que no logre que aceptara, acaba de transformarlo en una clase inolvidable-”.

Y conversando animadamente se fue retirando con los otros profesores, que por un tiempo habían vuelto a la condición de alumnos.

Los demás asistentes también comenzaron a marcharse.

Todos sentían alguna transformación en ellos.

Habían pasado de ser oyentes de clases y lectores de libros, que repetían esos conocimientos en sus exámenes, a ser protagonistas críticos de esas enseñanzas.

No conversaban entre ellos, porque las transformaciones profundas se procesan en el silencio.

Muchos, que sentían cierta desazón  ante los esfuerzos que en ocasiones le exigían los estudios, llegando incluso a dudar de su vocación, retomaron el vigor con el que asistieron a sus primeras clases.

Todos siguieron marchándose sin prisa tal como disfrutando un poco mas aquel lugar, en el que se les había impartido, por primera vez, una lección de libertad.

Al salir sintieron sus cuerpos mas ágiles y ligeros, como tomados por la levedad.

Hugo de los Campos

drhdlc@gmail.com
De "El Océano Primordial y otros cuentos"

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