Ellos dos, los primeros
Leonardo de León

I (Egoísmo)

Adán y Eva descansan bajo la sombra del árbol. Por entre la hierva se aproxima la serpiente y los convence de probar el fruto prohibido. Cuando sucede el primer mordisco, se oye un alarido que proviene de ninguna y de todas partes.

-¡¿Por qué nos haces esto?!- interroga Adán a la serpiente.

-Porque antes de que tú llegaras, Adán era yo 

II (La venganza)

Adán penetra a Eva. Disfruta de sus alaridos. Siente las piernas contraídas que le presionan las nalgas. Esconde su cabeza entre los pechos inflamados, jadeantes, y cierra los ojos para acuciar los sentidos. Las breves contracciones suceden. Ella ya no gime, parece tomar aire con desesperación, sus bocanadas se interrumpen. Adán comparte su éxtasis, y comprende que acaba de protagonizar la primera coordinación perfecta entre dos cuerpos (ya está harto de inaugurar cosas). Los músculos se relajan, él cae con todo el peso del cuerpo sobre ella.

La mira sonriendo. Primero ve los ojos abiertos e inertes. Después identifica la marca de los colmillos en el cuello, y advierte a la asesina que reposa enroscada allí cerca. La serpiente abre la boca, y le dice:

-¿Por qué no comiste el fruto? 

III (Literatura)

Adán y Eva gozan del paraíso terrenal. Ya han matado a la serpiente con una piedra sobre el cuerpo, y han cortado de raíz al árbol de la tentación.

Los días se dan paso unos a otros, y el tedio empieza a nacer en el mundo. Luego de fatigar las aguas con el nado, la tierra con los paseos, y las estrellas con las miradas, ambos sienten que deben hacer otra cosa, que deben crearse una misión.

Así comienzan a imaginar historias, acontecimientos en los que ellos siempre son los protagonistas. Entretienen los días contándose uno a otro precarios argumentos.

-Me lanzo al amanecer desde un peñasco elevado- cuenta Adán a una Eva asombrada- y me sumerjo en el agua. Solo asomo la cabeza al llegar la noche.

Eva aplaude, festeja, y admite su turno.

-Me tiendo en la hierva, y con mis manos robo una estrella del cielo para que me ilumine el camino en las noches en las que la luna está enojada.

Adán aplaude, pero advierte que ella es mejor que él. Así, se esfuerza y dice.

-El árbol cortado renace con frutos jugosos.

Ella festeja la fantasía del otro, mientras advierte cómo el relato se hace realidad.

Ambos se acercan al árbol que crece ante sus ojos. Las ramas se estiran y los frutos revientan entre las hojas. Él arranca una manzana y dice

-Comemos la manzana y nada pasa. 

IV (Los sueños)

Adán sueña ser Eva, y Eva sueña ser Adán.

El sueño se cumple.

Cuando despiertan y advierten el cambio, se dan cuenta que nada ha cambiado. 

V (la amistad)

Adán y Eva se hicieron amigos.

Cuando Adán tuvo la primera erección, el sentimiento dejó de existir para siempre. 

VI (La consecuencia)

La manzana está podrida en la tierra. Por la zona del mordisco, asoman gusanos blancos y móviles.

Hay silencio.

La serpiente observa el cielo en la espera de alguna señal. Mira la manzana. Repta entre los dos cuerpos que yacen cercanos. Se aburre. Emprende su huída.

Siente un pinchazo. Es la primera espina. 

VII (El sacrificio)

-¡No!- dice Adán- ¡No lo haré!

- La serpiente se muerde a sí misma por la desesperación. Nunca pensó que el muchacho con el taparrabo fuera tan obstinado. Los colmillos le inyectan su propio veneno. Siente que la sustancia fatal le recorre el cuerpo. El hombre se arrodilla junto a ella y succiona el veneno. Lo traga sin querer. Ahora es él quien experimenta convulsiones y la cercanía de la oscuridad (Adán piensa que es de noche, no conoce otras tinieblas). Eva se arrodilla junto a él y succiona el veneno. Lo traga, sin querer. Siente la convulsión del mundo que tiembla y se desmorona. 

IX (La leyenda)

La historia admite dos desenlaces.

Cuando el sol abandonó el cielo del primer día, sumergiéndose en el agua clara; Adán y Eva sintieron el verdadero miedo, ese que ocasiona el abandono y la soledad inherente a él.

Cuando el astro renació al otro día, sintieron felicidad y envidia.

Se miraron y se dijeron todo con el silencio.

Se metieron al agua. Nadaron sin saber lo que hacían. Creían que bastaba penetrar en el agua y sumergir los cuerpos, para luego renacer bellos e incandescentes de vida. Estaban tomados de la mano. Lloraron antes de tragar el agua que inundaría los pulmones y los volvería sangrantes. Lucharon. Perdieron.

Algunos dicen que Dios lloró en alguna parte de ese mar, del cielo despejado, de los árboles jadeantes al viento. Otros dicen que Dios no existía, y que nació llorando en ese instante. El sol se hizo una de sus pupilas, y el mar una lágrima unánime que mide, como un péndulo, el tiempo del duelo.

El origen de los ingenuos suicidas, según la segunda hipótesis, se ignora.

Leonardo de León

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