Diego Beeguer, un narrador agazapado
Por Leonardo de León

En la ciudad de Minas se gesta una obra inédita que, con la benevolencia del destino, será recordada y releída por mucho tiempo. Mientras que el papel concita ese texto fantástico, el autor que realiza la tarea alberga, sin saberlo, la esperanza de los mayores. Resucita en él la idoneidad de un Tolkien, y (sin saberlo, pues también alberga la modestia de los virtuosos) escribe con placer mientras el resto de las personas de su edad piensan en cumbia, en comida chatarra, en chistes verdes, en alcohol, en Tinelli.

Se llama Diego Beeguer, y tiene apenas quince años de edad. Nació en Montevideo, donde vivió en el barrio “Pueblo Ferrocarril” hasta los días finales del 2004, cuando se mudó a nuestra ciudad junto con su madre. Entretiene las horas del día en la lectura de autores varios, en la compañía de la radio, y en el cultivo de la tierra. No es adepto a los vehículos, y con los pies llega a todas partes. Cuando desea emprender arduas travesías y estimular el sentimiento de aventura, deja los pies colgando en una silla, y usa la imaginación. La muñeca y el lápiz, hacen el resto.

La novela (de título aún ausente) que fatiga las tardes de Beeguer inicia en un escenario de Nada, en un vacío absoluto posterior a la aniquilación del mundo, consecuencia de las irracionalidades y excesos de los humanos. Los únicos personajes que aparecen flotando en la Nada de un universo extinto son los querubines que aguardan las órdenes de Dios. Entre ellos está Ánimon. El Dios ordena a cada uno de sus súbditos dispersarse en el universo para que forjen nuevos mundos lejanos que lo pueblen. Cuentan con setecientos años de labor, antes de que Aquel santifique los nuevos orbes. Ánimon es el desdichado que debe crear a la Tierra, y el solo objetivo de su misión lo convierte en protagonista.

Es significativo la elección de la naturaleza del protagonista. La idea de un ángel gobernante, nos remite a textos antiguos de origen árabe, donde se describe al mundo sostenido por un ser santo y alado (que admite analogías con Atlas). Como es evidente, desde el inicio de la narración se instala una atmósfera fantástica que no ignora la tradición literaria que nutre y concibe a la literatura actual.

Ánimon comienza creando un castillo que le ofrece refugio y un mínimo de hospitalidad. Emprende su tarea con ímpetu, y logra crear un mundo pacífico y perfecto. Luego de transcurridos arduos seiscientos cincuenta años de labor, Beeguer agrega: “Pero siempre hay un pero cuando todo es perfecto, y si todo lo es, lo más mínimo lo quebranta” La noción de perfección, como bien lo advierte el narrador, vuelve al objeto que goza de esa cualidad en un componente fácilmente corrompible. Cuándo más cristalino es el cristal, más frágil se vuelve, y a veces hasta una caricia puede destruirlo. “Ocurrió que desde un lugar, seguramente desde afuera del reino, una niebla de contrastes sombríos llegó por alguna razón y se detuvo en un sitio determinado. Luego de crujir con horrorosos sonidos nunca antes escuchados en el reino, largó delgadas y cortas gotas de lluvia, como hojas de navaja (...) y cayeron sobre la casa (...) del médico de la ciudad. Este personaje salió estremeciéndose, exhortando impresionantes alaridos y dolores. Parecía que la lluvia había penetrado en su alma y lo estaba controlando. De pronto, le empezó a brotar un humo espectral, y su cuerpo se desmaterializó derritiéndose en un líquido oscuro.”

Lo relevante de la cita es el procedimiento o artificio que emplea el autor para introducir en el relato a la fuerza maligna, adversaria a la dicha generalizada del mundo de Ánimon. La aparición es abrupta y evanescente (“una niebla”), lo que nos conduce a un extrañamiento, a una búsqueda por entender la súbita presencia de la malignidad. Para Beeguer el mal es infundamentado, su presencia no se somete a parámetros lógicos; tampoco avisa o preseñala su llegada; el mal aparece por que sí, porque es inherente al mundo, porque donde hay bienestar también hay un contrario que lo debate. La novela es, en su esencia, una lucha de estas fuerzas abstractas fundamentales.

La confrontación exacerba sus recursos literarios gracias a un uso casi surrealista e imaginativo de las imágenes. Así, luego de sucedida la desintegración del médico por la acción de la lluvia misteriosa, la princesa acude en su ayuda y “Brotó de la mancha la cabeza de la víctima, pero transformada en una forma terrorífica. Esa cabeza era ahora una lanza, y atravesó el pecho de la princesa quebrándole, al mismo tiempo, el pendiente que llevaba puesto.”

Así comienzan las peripecias de la historia, y a partir de aquí se desarrollarán las circunstancias más diversas. Ánimon será encarcelado dentro de una copa. La misión de crear el mundo antes del vencimiento del plazo tendrá nuevos portadores. Fenómenos como la telepatía se volverán útiles.

La responsabilidad de los protagonistas será el valor más resaltado. Beeguer expone, a través de sus criaturas de ficción, una sustancia casi perdida; la capacidad de preocuparse y entregarlo todo para cumplir con un destino propio y colectivo. La historia no es otra cosa que una alegoría del hombre del provenir, del hombre que se hace necesario en un planeta actual que acopia un destino similar al del inicio del relato de este adolescente.

Mientras tanto, el autor continúa imaginando, sin apuro, la sucesión de capítulos que lo justificarán ante el arte que presume divertido. “Me divierte mucho esto”, me dijo una vez mientras leía su novela y reía con algún pasaje.

Sin embargo, no deja que la literatura corrompa sus intereses estudiantiles, lo que habla de un control bien calibrado, de una sabiduría que no se reprime únicamente a la escritura. No sabe que es muy bueno haciendo lo que hace, no sabe que la literatura le corre en la sangre, y su ignorancia lo hace reírse cada vez que recibe un halago.

Nosotros sí sabemos.

Leonardo de León

Ir a página inicio

Ir a índice de Periodismo

Ir a índice de León, Leonardo

Ir a mapa del sitio