Decálogo del perfecto impostor
Por Leonardo de León

El lector que descifra esta página ya me conoce y puede dar crédito de mis caprichos de escritura. Hoy no seré más caprichoso que otras veces, pero dejaré de lado las usuales recomendaciones librescas. Hablaré, eso sí, de literatura. 

Luego de que una figura literaria se consolida, es avasallada por la masa. El escritor pasa de ser un anónimo a ser una figura célebre de la intelectualidad y, en el peor de los casos, una víctima del espectáculo. De esta manera, el reconocimiento al talento promueve fanáticos, seguidores, súbditos ignorados; y el autor ya no debe tolerar la única carga de su obra, sino también la que originan sus lectores. Las palabras del literato se convierten en verdades, o al menos, en sentencias recibidas con atención.

Algunas de las opiniones más tenidas en cuenta son las que refieren a la escritura, es decir, aquellos consejos que los ya experimentados legan al resto que aun permanecen en la sombra y fatigan el ocio en la búsqueda de una voz propia que haga de sus producciones formas de felicidad. Estas reflexiones ante el lenguaje pueden incluso considerarse como el esbozo de un “arte poética”, entendiéndose por este término a las pautas de escritura e interpretación que un escritor manifiesta en  relación a su propia obra. 

El decálogo de Quiroga

El salteño Horacio Quiroga formuló hacia 1927 el “Decálogo del perfecto cuentista”, una enumeración de recomendaciones que han sido y serán recordadas como uno de los manifiestos más destacados en la literatura uruguaya.

El escritor comienza con una afirmación que oculta un homenaje: “Cree en un maestro- Poe, Maupassant, Kipling- como en Dios mismo.

Entre sus consejos posteriores (de imposible jerarquización) se encuentra el que profiere: “Resiste como puedas la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte”. Es patente la resistencia de Quiroga hacia la permeabilidad que todo escritor padece en su rol de lector, pero la salvedad que hace a continuación nos dice que posiblemente él tampoco ha podido resistir el impulso de la “copia”, la reverencia, y el halago hacia algún maestro.

En cuanto a la sintaxis y a la elaboración del texto, se explicita un consejo muy discutido: “No adjetives sin necesidad. Inútiles serán cuantas colas de color adhieras a un sustantivo débil”. La sugerencia, como puede advertirse, no se remite a la omisión del adjetivo, sino que desde un ángulo indirecto y lejano, se impone un consejo subterráneo que refiere a la adecuada elección de los sustantivos. Es probable, y no menos conjetural, que Quiroga haya utilizado este procedimiento de incluir más de un consejo en un único ítem por la imposibilidad de excederse a los diez postulados.

Mientras que en la primera cita Quiroga se concentra en los roles simultáneos que coexisten en el escritor, y en la segunda focaliza sus reflexiones en el texto como sustancia verbal; luego desplaza sus inferencias hacia el plano de la proyección, es decir, hacia las consecuencias del texto en un lector ajeno: “No pienses en tus amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia”. Quizás sea uno de los consejos más relevantes; pues se aborda la temática de la recepción como algo inexistente. En el momento de la creación no hay amigos, no hay impresiones externas, Los factores exteriores desaparecen en una bruma espesa de inconciencia de la realidad, y desde esa difusividad del mundo se materializa una historia. La escritura se convierte en una entrega que posee un fin en sí misma, y que en sí misma encuentra al amor. 

Quiroga y Onetti

Examinemos ahora algunos de los aforismos (o ideas condensadas) del decálogo escrito por Juan Carlos Onetti. El uruguayo, autor de “El astillero” y “La vida breve”, inicia su labor diciendo: “No busquen ser originales. El ser distinto es inevitable cuando uno no se preocupa de serlo”. Se profundiza aquí en la búsqueda de un ideal propio. Para Onetti, el hallazgo se consolida en la “no presencia” de la búsqueda, y parece deslizar la idea de que toda búsqueda, en realidad, nos extravía.

En algunos puntos, las analogías con lo dicho por Quiroga son notorias: “No escriban jamás pensando en la crítica, en los amigos o parientes, en la dulce novia o esposa. Ni siquiera en el lector hipotético”. La reiteración, la coincidencia de concepciones en autores tan relevantes, otorgan a los consejos un matiz axiomático, de verdad consolidada. Estas realidades unánimes son, en el caso de Onetti, más reiteradas que en Quiroga. Debemos agregar que mientras este último solo connota esta idea desinteresada del arte en un único ítem del decálogo, Onetti decide integrarlo de forma implícita en casi todas sus afirmaciones.

Si bien hemos advertido analogías, nada cuesta detectar disimilitudes: “No se limiten a leer los libros ya consagrados” El comentario puede pugnar ante lo referido en el inicio del decálogo de Quiroga; pues, si bien este no nos exhorta objetivamente a la lectura, el hecho de considerar a Poe, Kipling, y Maupassant como maestros deja esta observación como entendida.

En cuanto a la formulación de los decálogos, es digno de atención el procedimiento que utilizan en el tratamiento del lenguaje, obviando un tratamiento de “usted” que podría generar una sensación de distancia entre el escritor (o voz narrativa) y el lector. Por el contrario, el uso de “tú” contribuye a gestar un intimismo reforzado entre la voz consejera del decálogo, y el receptor.

Al mismo tiempo, resulta curioso que Quiroga conjugue los verbos en singular, imaginando un lector individual; mientras que Onetti lo hace en plural, como si le hablara a una masa numerosa, a los muchos “yo” que cada ser alberga.

Otra curiosidad no menos importante es la negación reiterada utilizada por Onetti (pues todos los consejos son encabezados por el vocablo “no”) que habla de una serie de consejos que se abordan desde los privado, desde lo prohibido. Quiroga, en cambio, opta por negar en ciertas circunstancias, y en afirmar en otras. 

Decálogo anónimo

Más allá de las riñas y las reconciliaciones, el oficio de la escritura supera en complejidad a cualquier decálogo. Los ejemplos que hemos visto son, como es lógico, condensaciones, un acopio esforzado de ideas. Cito a continuación un decálogo anónimo, que no está exento de esos axiomas de escritura, pero que logra congregar la seriedad, lo humorístico, y lo transgresor: 

Decálogo del perfecto impostor

I-     Cuando escribas, olvida que lo haces. Las verdades son inconscientes, y la razón solo las corrompe.

II-   Usa los adjetivos que desees. Al lenguaje le gustan nuestros caprichos.

III-  Las modas no sirven, viven menos que una mariposa. Que tus alas no se confundan con las de la mosca o las del avión. Para volar seguro y bien, debes hallar el aleteo que te diferencie de los otros de tu misma especie.

IV-  No escribas sin reflexionar lo que expresas. Las palabras vacías de reflexión divierten, pero se olvidan.

V-    Copia una idea de otro, la vanidad de creer que algo nos pertenece nos vuelve odiados. Además, de seguro a quien tú copias también ha copiado.

VI-  Si quieres escribir para lucirte ante los amigos, más vale que solo escribas cuentos verdes.

VII- No uses estupefacientes para acceder a nuevas realidades. Un sueño, o los efectos de un beso, superan al “delirium tremens” de cualquier sustancia.

VIII- Cuando pienses, escribe en tu cabeza. Practica mentalmente un borrador, elabora con cuidado los verbos, y luego habla. Haz esto hasta cuando compartas una ronda de mate y bizcochos.

IX-  Recuerda los libros que leíste. La lectura es el inicio de la creación.

Vive tus ficciones. 

Leonardo de León

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