Sobre la nueva biografía de Jorge Luis Borges “Borges, una vida” de Edwin Williamson, Editorial Seix Barral, 2006 (638 pág). Traducción de Elvio E. Gandolfo

Por Leonardo de León

El oficio perpetuo

Desdichas hay muchas. Están aquellas que no prefiguran su llegada y en consecuencia siempre sorprenden; están las que arriban con aviso pero no con menor intensidad; aquellas que se forjan tras algún gesto deleznable de un igual, y las que nos sorprenden sin razón aparente en un día soleado, perfecto en apariencia.

También están las otras: las misteriosas, las que rehuyen de una clasificación, y se refugian en una zona oscura del intelecto o el sentido. Acaso esta última e inefable desdicha fue la que acompañó a Borges durante toda su vida, hasta construir un vínculo cercano a la simbiosis. Tan fuerte fue la relación, que cuando la desdicha daba respiro al hombre este parecía salir en su búsqueda. Podemos pensar en una enfermedad, en una suerte de adicción patética, incluso en un impulso masoquista; pero si leemos con atención la nueva biografía del maestro argentino, revelaremos la triste historia de un desdichado ingenuo.

Edwin Williamson es el responsable de la más extensa y minuciosa biografía que hasta ahora se ha publicado sobre Jorge Luis Borges. A diferencia del biografiado, el autor no peca de ingenuo, y logra construir un libro interesante, ameno, riguroso, que adiciona nuevas aristas a no ser obviadas para la elaboración de una vida escrita.

Hablar de Borges es hablar (como lo dijo Adolfo Bioy Casares) de literatura las veinticuatro horas. Quizás ese apego a un destino literario, ese esbozo de cárcel ante los libros y sus laberintos interiores, condujeron al Borges íntimo a la desaparición. Williamson, no olvidando este axioma de vida, encara su trabajo en dos planos que se superponen con talento; el plano de la vida, y de la obra. El trabajo de equilibrar los materiales de una vida extensa con los de una obra vastísima, constatan la dimensiones del libro.

De tal palo, tal astilla

Es conocida la estrecha relación intelectual que Borges compartía con su padre. De pequeño, el joven Georgie (así llamado por sus allegados) entretenía las tardes en la lectura de autores varios que el padre acercaba sin emitir opiniones. Su postura como progenitor era única; creía que son los padres quienes deben aprender de los hijos, y no en el convencional proceso inverso.

Según Williamson, Jorge Guillermo Borges habría querido ser un escritor, pero ante la imposibilidad de alcanzar esa empresa utilizaría a su hijo para aprehender un destino que a él se le había escapado. Esto provocó, quizás a un nivel inconsciente, cierta competencia intelectual entre padre e hijo. El Borges ya mayor le temería al fracaso, a la idea de no elaborar una vida literaria, de serle deshonesto a esa aspiración, le temería a la desdicha que él había presenciado en su padre.

Dos fueron los errores que cometió el padre del escritor. El primero puede ubicarse en la temprana infancia del futuro y memorable escritor. Ante las burlas de sus compañeros de colegio, Borges acude a su padre en busca de protección. Este toma un cuchillo, se lo extiende al niño y anuncia “tomá y hacete hombre”. El niño tomó el puñal, pero el coraje, la sangre combatiente de su ancestros, no lo acompañó en el uso del puñal. Esa suerte de cobardía lo hostigaría siempre. El segundo caso, podemos pensarlo en la adolescencia del biografiado, en la ciudad de Ginebra. Un Borges sin experiencia sexual es enviado por su padre a una casa de cita donde una meretriz espera su llegada. En el trascurso del viaje hacia el burdel, Borges deduce que la mujer que lo aguarda ha sido también compañera del padre. Un profundo conflicto asociado a su personalidad sexual comenzaba a nacer.

Las circunstancias hablan de un padre ingenuo que no buscó la desdicha del hijo, pero que fue partícipe de ella a pesar de esa ingenuidad. Los momentos serían propulsores de arduos conflictos internos y también (para fortuna de los lectores) de indelebles obsesiones literarias.    

Norah Lange

El nombre de Norah Lange es obstinado en la prosa de Williamson. Según el biógrafo, esta mujer fue el amor de la vida de Borges, un amor que no solo fue intenso en la juventud del joven ultraísta recién llegado de Ginebra y un fatigoso periplo europeo, sino una figura representativa del amor eterno, un arquetipo del sentimiento más resistente.

Williamson aborda la relación con vigilancia, y expone la intensidad del contacto entre los eternos amantes. El amorío parece haber sido potente para Borges, no así para la muchacha. Mientras él planeaba un casamiento, un proyecto de vida con ella a su lado, el poeta Oliverio Girondo, escritor de vanguardia, aristócrata, e incipiente enemigo de Borges, no perdía el tiempo. Mientras aquél se perdía en ensoñaciones y protagonizaba una encarnizada pugna ante los tabúes  sexuales de su inconsciente, Girondo ganaba terreno con Norah, y obtuvo la victoria.

A partir de aquí, Williamson examina los sutiles síntomas de la obra de Borges (a lo largo de cuatro largas décadas posteriores a la ruptura) que hacen referencia a la pelirroja Norah Lange. Tanto es así, que hasta se exhiben asociaciones en cuentos como “El aleph”, que estaría dedicado a Estela Canto, posterior pareja de Borges.

¿Novela o biografía?

El libro adopta nuevas posturas de construcción. Toda biografía es, en esencia, una exposición ordenada de información. No obstante, Williamson agrega a dicha muestra de información, una serie de inferencias, de suposiciones que se desprenden de la documentación analizada. Quizás por esta razón, el analista no deja de fatigar los verbos “supongo”, “calculo”, “Infiero”, “concluyo”.

Esta biografía de Borges cobra a veces un matiz tan conjetural que parece tornarse en ficción, y por momentos olvidamos las dimensiones del libro, obviamos su perfil de escritura, y nos sumergimos en él como en una novela.

Leonardo de León

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