Borges, la cotidianeidad al servicio de la textualización.
Por Leonardo de León

Las lecturas que admite la literatura de Jorge Luis Borges son, como su obra, infinitas. Lewis Rosemblatt menciona la existencia de los textos como componentes directamente proporcionales a la existencia de los lectores, es decir, hay tantas obras como lectores de la misma existan. La transacción ente el lector y el texto constituye “un diálogo de almas”, como menciona Morosoli, donde se elaboran los significados, donde se gesta el llamado procedimiento semiótico. En todo tipo de trasferencia textual, el lector se enfrenta a obstáculos transaccionales, ya que los significados se adhieren a capas concientes construidas por las interacciones con la realidad. De esta manera, la lectura se convierte en un estado de constante referencia hacia el mundo cotidiano, se convierte en una lectura sustentada en un obstáculo mimético que recurre a imágenes ligadas a la conciencia. Pero no podemos obviar el hecho que así como el lector descifra la grafía y la somete a comparaciones de imágenes psicológicas que ha apre(h)endido en el trascurso de su existencia,  el escritor es también el primer lector de su obra, y no puede deslindarse de ese procedimiento de recurrencia hacia la cotidianeidad.

Así, la obra de Borges (especialmente la de Borges) se convierte en un testimonio textual de sus experiencias privadas. Los teóricos que han analizado los géneros literarios, han mostrado un ineluctable impulso hacia la creación de entidades textuales virtuales como son el narrador o el mal llamado “yo lírico”. La obra de Borges implica un deslindamiento de esas categorías, pues su obra se encuentra tan aproximada a su vida personal, que estas posturas teóricas se desvanecen. Por lo tanto, la teoría fenomenológica propuesta por Husserl que no encontró demasiadas bases concientes como para sustentarse a sí misma (algo parecido sucede con Derrida y su teoría desconstructiva) que plantea al texto como la manifestación gráfica de una conciencia suspendida, no es del todo ignorable en la lectura de Borges.

Creo que la mayor comprobación de esta postura, es la incesante aparición de Borges en sus textos. Podría enumerar los casos, pero eso sería un esfuerzo que prefiero haga el lector del presente artículo. Este comportamiento constructivo se aproxima a la temática del doble que deriva de vastas lecturas que el Borges real protagonizaba. Ahora bien, cada una de las referencias del Borges individuo al Borges ficcional o textualizado debe considerarse como entidades que constituyen parte del mundo inaprensible del escritor. Un rápido examen de su obra revela un despojamiento (sobre todo en la última etapa) de diversos componentes, sobre todo emocionales. De esta manera, la obra de Borges se convierte en una extensión del poema “Límites”, donde el componente motivador de la escritura es una imposibilidad de acceso hacia un mundo sensible que le está vedado por las limitantes de la vida. Una de esas cosas, es él mismo Borges; o una parte de sí que se personaliza o magnifica. De esta manera, el procedimiento mimético del que Aristóteles se basa para fundamentar al arte, se convierte en un procedimiento que duplica la realidad, que crea un “doble textualizado”. El mundo cotidiano del escritor evidencia un giro cognitivo que a través del filtro de la imaginación encuentra un reflejo textual, un doble que se enrosca en sí mismo, un espiral semántico en el que cada círculo representa una nueva interpretación de una misma temática, promovida por un mismo disparador: la restricción existencial. Por lo tanto, la obra de Borges implica una gran condensación epigramática cuyo núcleo es lo elaborado en el poema “Límites”, un tópico recurrente que se multiplica y se expande por los diversos géneros que el autor abordó. La teoría del “doble textualizado” es, de alguna manera, la teoría del reflejo, donde las anécdotas de la cotidianeidad encuentran duplicaciones gramaticales que han sido depuradas por los procesos psicológicos de la creación y (a veces) por condicionantes pragmáticas. Pero no debemos confundir estas dos posturas que intento disociar, ya que la teoría del reflejo puede utilizar “espejos” con diferentes molduras o disposiciones en el “espacio conciente”, y el pasaje que se produce de la realidad a la grafía textual puede modificar tremendamente los referentes vivenciales.

Si consideramos entonces al texto como un doble o una manifestación gráfica o verbal del sujeto civil, debemos tener en cuenta las características de este concepto. Existe el término Alemán”doppelgaenger” que se refiere al doble que camina junto con nosotros a todas partes. También el término escocés “fetch” que es la figura idéntica a nosotros que vemos antes de morir, y la postura judía que considera la aparición del doble como la manifestación o el síntoma del acceso a un estado profético. Todas estas posturas se aplican al Borges individuo. Pero el examen de su obra final nos conduce hacia la adhesión del segundo planteo, pues el despojamiento que se expresa en las últimas instancias de creación nos introduce a un Borges cansado, obsesionado con el olvido y la evanescencia del mundo (lo que nos introduce en la corriente filosófica idealista que prefiero no mencionar o explicar), con una visión aislada de sí mismo. 

“El señor Borges” es un buen libro para explorar ese mundo cotidiano, plagado de limitantes, de humor, de picardía. Un abordaje a las fuentes tenidas en cuenta para su libro “Historia universal de la infamia” nos hace dilucidar la inexistencia de las mismas, ya que son inventadas. Este hecho motivó engaños varios que se prolongan hasta el día de hoy, y que hacen recurrir a lectores de diferentes partes del mundo a pedidos por e-mails y llamados telefónicos en busca de libros irreales. Al mismo tiempo de generar un efecto similar al tratado en “Tlon Uqbar, orbis tertius” donde la realidad textual se transfigura en realidad vivencial, esta anécdota instala una reflexión sobre la personalidad picaresca y burlona del autor.[1]

Uno de los testimonios más certeros del Borges rutinario es el de su ama de llaves Epifanía Uveda de Robledo (Fanny) quien compartió muchos años a su lado, y sobre todo, los últimos. Estos testimonios se colocan en nuestras ansiosas manos por la acción de Alejandro Vaccaro, hombre conocedor de la obra, y que a pesar de muchos comentarios que anteceden a este, incorpora mucho del significado de esa obra en este libro. Si el lector adopta una postura contraria, teórica, y de desprecio ante las biografías o sus fuentes testimoniales, estará activando el procedimiento psicológico que Freud dio en llamar “compulsión a la repetición” y pensará desde la primera línea que lee una biografía más, es decir, una recopilación de datos que se abstiene de una elaboración semántica más compleja. Pero el libro sugiere una serie de interrogantes que se entrecruzan con problemas borgeanos. Vaccaro dedica unas cinco páginas a narrar las diferentes anécdotas, incluso casualidades que llevaron a Fanny hacia “el señor Borges”. Pero la presencia de estas secuencias no se justifican en una mera actividad recopiladora, sino en una forma de mostrar las concatenaciones anecdóticas que conducen el destino propio y ajeno; es decir, una obstinación propia de Borges.

El libro de Vaccaro entonces, es una de las tantas muestras de la cotidianeidad al servicio de la textualización.[2]

Referencias:

[1] El mismo procedimiento de invención bibliográfica puede encontrarse en la última sección del Libro “El hacedor”.

[2] Debo a Borges mi amor por la literatura. En los días grises, siempre me llevo a mi trabajo una pequeña antología de sus poemas (editada por Alianza) para hacer tolerable la mañana y recordar que existe la literatura. Nunca lo conocí, murió cuando yo aún era pequeño y no sabía (al menos concientemente) que sus escritos modoficarían mi vida y pondrían un cristal de figuras, un caleidoscopio, un aleph, a mi visión del mundo. El 24 de agosto es su cumpleaños, el presente artículo (esbozado apenas) pretende ser un homenaje.

Leonardo de León

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