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Nuevos cronicones montevideanos
 

El Café Moka y Roberto de las Carreras
Manuel de Castro   

Se hace harto difícil reconstruir algunos Cafés y cenáculos literarios de principios de siglo, pues la mayoría de ellos han desaparecido sin dejar vestigios y sólo queda de los mismos el testimonio de algunos sobre vivientes a los que hay que recurrir para reanimar su ámbito dentro de la vida montevideana de entonces, caracterizándolos por su fisonomía  espiritual y la calidad de sus contertulios. Tal se ha hecho en libros y publicaciones diversas en diarios y revistas con los Cafés "Polo Bamba" y  "Británico" y "Tupi Nambá"

Pero en lo que se refiere a uno de los más antiguos Cafés literarios, denominado "Moka", ubicado allá por 1900 en el mismo lugar en que más tarde levantara su edificio don Vicente Costa y que luego lo ocupó el diario "La Mañana" en la calle Sarandí, pocos datos se conocen al respecto, habiendo sido su dueño el padre del extinto general Julio A. Roletti. Allí tenía su cenáculo el poeta Roberto de las Carreras, dandy, libertario, tenorio y espadachín y al que concurrían Alberto Zum Felde que se escudaba en el sonoro seudónimo de Aurelio del Hebrón, Carlos María de Vallejo, Natalio Botana, José G. Antuña, Florencio Sánchez, Leoncio Lasso de la Vega y otros intelectuales. También eran clientes habituales los políticos Domingo Arena, Anacleto Dufort y Alvarez y Domingo Mendilahrsu. En otro sector tenían sus reuniones diarias los mozos "calaveras" de aquella época, los cuales se habían bautizado a sí mismos, como integrantes de la "Band Noir", no porque pertenecieran a la raza de color, sino porque allí fraguaban sus planes de diversiones nocherniegas alterando sus parrandas entre el Café de Camareras y la célebre "Pensión de Artistas" llamada, "La Pinota". Estos contertulios eran Eduardo de Castro, Rafael J. Maggio, Santiago Giufra, Octavio Lessa, Arteaga y Alberto Zumarán.

Concretándonos al aspecto literario, diremos que Roberto de las Carreras concurría al Café "Moka" con su sombrero de alas anchas dejando asomar una cabellera ensortijada y rubia y bigote levemente enarcado en sus extremos. Usaba cuello altísimo, circunvalado por una corbata de doble lazo y rematada en un nudo displicente a la manera de Lord Byron y de Alfredo de Musset. También lucía un chaleco de inmaculado piqué y una gardenia, de singular encanto finisecular, en el ojal. Y para completar su pose de "arbiter elegantiorum" unos guantes color crema y un bastón de una delgadez inverosímil, hecho de caña de bambú y que revoleaba con suma elegancia. Le acompañaba siempre, un memorialista "ad honorem", a quien llamaban familiarmente "el negro Barboza", que era un remolón estudiante de abogacía que perdía con frecuencia sus exámenes por estar más atento a las sutilezas y frases que le dictaba Roberto de las Carreras que a los abrumadores textos de literatura forense.

Y fue precisamente por las inmediaciones del Café "Moka" que el poeta del amor libre y de los "Psalmos a Lina Cavalieri" fue herido de dos balazos, a causa de un intríngulis amoroso con una dama de la sociedad montevideana, cuyo marido lo atacó inopinadamente en plena calle Sarandí. Al irlo a socorrer Aurelio del Hebrón y Carlos María de Vallejo, aquél les dijo con acento teatral: "Un discípulo de Petronio no muere de dos balazos". Y levantándose del suelo se fue por sus cabales hasta el propio Sanatorio.

Roberto de las Carreras en la época del Café "Moka' se escudaba también en el seudónimo de "Alcibíades", muy de acuerdo, por otra parte, con su paganismo griegizante y sus actitudes desenfadadas contra la sociedad. Tenía una particular aversión a uno de los habituales contertulios del mencionado Café, mozo joven de buen talante, aunque con una nariz desmesurada, a tal punto que nuestro poeta lo bautizó festivamente con un latinazgo: "Nasus unicus", remoquete que se propaló entre la clientela del café. Pero he aquí que este personaje, tenía también sus ínfulas tenoriles y dió en galantear a la misma dama que cortejaba Roberto de las Carreras, al pasar ésta, a la hora del crepúsculo, por la calle Sarandí. Esta actitud acrecentó la inquina del poeta contra el narigón de marras.

Cierta vez el autor de "Amor Libre" pasó por una talabartería de la zona central y adquirió una cola de yegua que se usaban ioh, tiempos! para colocar allí los peines una vez utilizados. Ya en su casa, cortó algunos trozos de cerda y luego agregó a los mismos, formando rudo contraste, varios mechones de su sedoso cabellera rubia. Y en un elegante y primoroso paquete envió a la dama en disputa ese raro e imprevisto presente, acompañado de una esquela que decía: "Podrá Ud. elegir, gentil dama de mis pensamientos, entre las cerdas que forman el cabello de "Nasus unicus" y las finas guedejas rubias que adornan la áurea cabeza de Alcibiades".

Como Roberto de las Carreras era un acérrimo partidario del amor libre, credo que propalaba y practicaba como una excentricidad más de su singular carácter, cierta noche se presentó en el Café "Moka' con un botín de una clase y otro disímil. Al reparar en tal detalle, uno de sus admiradores, el poeta Carlos María de Vallejo, le expresó:

- ¡Un dandy como Roberto de las Carreras usando botines de distinta clase!

Oído lo cual y verificado el aserto de su admirador, el poeta, sin inmutarse, contestó:

-Doy fe que uno es de mi pertenencia; el otro debe ser del amante de mi mujer l

por Manuel de Castro   
Almanaque del Banco de Seguros 1960

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