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Poemas a Delmira Agustini
Rosa Dans

                          I

Delmira y el Amor se murmuraban
y aullando combatían.
Ella
como una perra "de pausados giros"
y El
como una sentencia y
se miraban
hasta vivir su guerra en los Salones
que en otros sitios arduos
acababan.

Delmira toda ramo y toda cintas
jugueteó con las niñas su distancia,
desplazó caballeros como peones
y era otro el juego
que en silencio oteaba. Buena olfateó
las presas de la horrible
cacería nocturna
donde vence
la glándula mayor
y se dibuja
el grito de la carne,

Oye, Delmira
¿es tan difícil la carrera exacta
que nos sangra de muerte?

                               II

Perdí en el laberinto de tus días
el Juego delicado y la cenefa
donde crecía tu gran mancha
roja.
¿Cómo saber si aquellos que miraste
eran de amor
de carne
o de basura?
¿Eran hombres, Delmira, o era el frío
que en tu espejo crecía
para darte
la cita impostergable?

                                III

Delmira
reconoce mi sombra
y reconoce que este amor es lo otro
y no es tu estilo.
Caminamos tanto, en tanto nos perdimos
que el horror de lo adentro
es lo que resta de tu mundo perdido.
Delmira,
mi amor es un martillo
en casa del bastardo
y es un trozo de trapo oliendo
a cloro.
Es lo que tú sabías. 

                                 IV

Hoy
hora exacta y "El Collar de Eros"
fueron con Mahler toda mi alborada.

¿Por qué, Hermana Mayor, la más prudente, 
la danzarina, tienes en el pecho 
una olla de Sangre?

                                    V

No era Delmira, eran sus libros
y eran
los trabajos del vientre y su cansancio
la apariencia menor. 
Pero, en lo oscuro, a trasluz del sonido y las palabras
estábamos en paz
con la mañana.
En paz con las delicias de la carne
y en paz con e! Terror.

                                    VI

En la quinta lejana y plagada de hortencias
te llamaban: —Delmira—
seres que nunca hablaron;
te adornaban la noche
con gemidos
con élitros,
con crótalos de carne.
Hembra del desatino ¿quién vivió tu opulencia?
y paseó en tus jardines tanta vida deseada.
¿quién trozó cual si fueran algo así,
como flores,
como amantes vestidos
por el rojo?

Tu muñeca malvada, como todas,
curiosa,
todavía contempla dulcísima una bala
—presuntamente un sexo—
Oh, más allá de todo lo humano,
que aún asusta,
quédate así, Delmira, que te voy
comprendiendo.

                                   VII

Basta ya de Delmira y sus palabras,
basta ya del Tarot de su destino,
basta de mí
de mi asolado encuentro
con su Barca imposible.
Basta de exclamaciones y silencios
y amores en el sesgo de una rosa
y billetes furtivos al nenúfar que crece en la solapa
de !a noche
de un descartable amigo.

Basta de tenis, hoy es Hiroshima
(y el horror -cisne errante de los sangrientos rastros 
era también el plinto de Delmira).

 

Rosa Dans

 

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