Prólogo a "El mudo Benítez"

 
Antonio M. Dabezies, nacido un 24 de setiembre de 1942 en Montevideo, es ampliamente conocido por su incansable actividad periodística. Desde 1965 se ha desempeñado como secretario de redacción y director de numerosas publicaciones. En los años de la dictadura publicó las revistas "A" y "B" (1979/1980), estuvo al frente de varios diarios clausurados y fue alma mater de dos revistas humorísticas que hicieron época por su contenido contestatario y sus multitudinarias tiradas: "El Dedo" y "Guambia". De esta época cree guardar un récord: nueve publicaciones dirigidas por él fueron alcanzadas por el anatema de la clausura definitiva.

Más allá del humor periodístico, en sus tiempos libres Dabezies se las ha arreglado para escribir cuentos y aun alguna obra de mayor aliento (tiene dos novelas inconclusas), pero hasta ahora ha publicado un único libro, el que hoy presentamos en su tercera edición.

El mudo Benítez obtuvo una mención especial en el Concurso de Cuentos convocado por el diario "El Día" y la editorial "Acali" en 1980, y fue publicado ese mismo año. El jurado había estado integrado por Jorge Lafforge, Roger Mirza y Graciela Mántaras y esta última realizó una síntesis abarcadora y muy precisa de algunas de las características del libro, que merecen reproducirse: "Antonio María Dabezies, promotor de las Revistas "A" y "B", presentó uno de los textos más entretenidos, más llenos de inventiva y gracia que llegaron al Concurso. Son doce cuentos, narrativamente conclusos cada uno, pero que terminan hilándose como otros tantos capítulos de una narración más extensa. Cada uno lleva el nombre de uno de los meses del año, pero se repite febrero y falta marzo, y no sigue tampoco el orden cronológico convencional. Porque todo el conjunto es una especie de apoteosis de la inconvencionalidad. Marcada y gozosamente surrealista, la unidad de la obra se obtiene porque todo (o casi todo) ocurre en un mismo pueblo y a un grupo reducido, aunque diverso, de personajes. Si la mayoría de las desopilantes invenciones tienen historia literaria previa, el autor ha sabido entramarlas, dosificarlas y unificarlas con permanente acierto. Desde el agua bendita del cura que todo lo trastrueca (los purgantes estriñen, las planchas lanzan cubos de hielo, la bicicleta pierde aire por el manillar, etc.) hasta el Diablo instalado en el pueblo de cuerno (¿) presente que absorbe todo el calor existente y luego lo expande abrasando a medio mundo, para terminar procreando a un nuevo habitante. Desde el suicidio colectivo de los perros, hasta el éxito de una venta de un vendedor de gripes. Todo este (y bastante más) delicioso caos se arma con una lógica de apariencia (y sólo de apariencia) caótica. Y culmina en un excelente final que no vamos a contar.

El personaje del Mudo Benítez sobrevivió y pasó a frecuentar las contratapas de la revista semanal "Opción". Entre 1981 y 1982 se publicaron alrededor de cuarenta episodios con el Mudo y los demás protagonistas de aquel innominado pueblo, pero volcados a una actualidad en relación a la cual el personaje del Mudo adquiría todo un simbolismo que se agregaba a las tantas lecturas "entrelíneas" que debieron hacerse por esa época. El autor, sin embargo, con buen criterio, prefirió mantener en sus reediciones la unidad original del volumen y no incorporar esos nuevos episodios, que se jugaban más a la acción periodística entendida como parte del combate de todos los días contra aquella situación a la que por entonces comenzaba a vislumbrársele, aunque penosamente, un fin.

Graciela Mántaras destaca esa unidad, así como el sabor a cosa conocida que tienen algunas de estas doce historias. Porque El Mudo Benítez se enraíza en una tradición literaria que nace con los narradores de fogón y su culto por la mentira, pasa por Javier de Viana, el Espínola de Las veladas del fogón, Serafín J. García, Obaldía, Juceca, sin que se le pueda marcar una particular influencia de ninguno de ellos.

Dabezies evita sistemáticamente cualquier detalle folclórico y así como no le da nombre a ese pueblo en el que la realidad se subvierte, tampoco abunda en particularidades del lenguaje ni en imágenes o actividades más o menos tradicionales, no obstante lo cual alcanza un tono intransferiblemente nuestro.

En estos relatos el humorista sin duda está en primer plano pero ello no le impide superar limpiamente el carácter un tanto precario que suelen tener las creaciones periodísticas de esa índole, gracias a su capacidad para crear un grupo de personajes que se sostienen de uno a otro relato, en medio de situaciones que, más allá de su decidida incursión en el mundo del absurdo, se van realimentando hasta llegar a sumergir al lector en una atmósfera funambulesca que empieza a jugar con sus propias reglas.

Aunque el autor evite todo rasgo típico y se aleje por allí expeditivamente de la literatura criollista, no es menos cierto que ese pueblo carente de especificaciones nos resulta incanjeablemente familiar. Algunos de los primeros episodios, cercanos al cuadro costumbrista convencional, como el de los ciclistas o el de la campaña electoral, contribuyen tal vez a crear en el lector una sensación de realidad conocida y hasta consabida, que pronto será dada vuelta por la irrupción del Diablo, verdadero hallazgo que da al traste con todo el sistema de relaciones que se supone hacen a la convivencia de un tranquilo pueblo con su plaza, su cura, sus pequeños caudillos, su bajo, su puente y su río.

Dabezies sumerge así al lector en un cúmulo de situaciones insólitas, sin desvirtuar por ello personajes ni ambientes. Seguimos en el mismo pueblo, con las mismas mentalidades, intrigas y caracteres, pero las cosas se vuelven patas para arriba, hasta que, como si el absurdo se fuera agotando en sí mismo, la vida vuelve a su cauce gris de todos los días. La figura repetida del Mudo contemplando el río desde el puente nos depara entonces una última irrupción de lo fantástico, que cierra melancólicamente el recuerdo de tanta locura.

Heber Raviolo

Primera edición: Montevideo, Acali Editorial, 1980. Segunda edición. Montevideo, Yoea. 1995

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