Nuestros grandes dramaturgos
 

Ernesto Herrera (Herrerita) (1889 - 1917)
por Ángel Curotto
 

Los hombres y los acontecimientos marcan las fechas de la historia.

 

Nuestro teatro señala, en ese sentido, o momentos muy importantes y significativos de la literatura dramática nacional.

 

En la primera década del siglo, nació como dramaturgo, triunfó y murió Florencio Sánchez. Y raras coincidencias... El autor de "Barranca abajo" falleció en Milán el 7 de Noviembre de 1910, dos meses después que la crítica y el público montevideano se sorprendieran ante los méritos de otro joven dramaturgo: Ernesto Herrera, a quien ya se conocía en el ambiente periodístico y de la bohemia rioplatense por "Herrerita".

 

Tenía veinte años cuando en la noche aquella del 10 de Setiembre de 1910, se reveló Ernesto Herrera como autor teatral y fue en el teatro Coliseo Florida -ubicado en la calle Florida entre San José y Soriano- estrenando su drama "El estanque", interpretado por la compañía Angela Tesada-Enrique Arellano. Es bueno recordar que este mismo binomio artístico, muy ligado a la vida escénica rioplatense, había estrenado ese mismo año otras comedias de prestigiosos comediógrafos nuestros como Alberto Lasplaces, Edmundo Bianchi, Ovidio Fernández Ríos, Orosmán Moratorio (Hijo) y Vicente Salaverry.

 

Resulta curioso constatar, en la historia, las proximidades de algunas fechas y así vemos cómo en un par de meses ocurren algunos hechos: Herrerita se inicia como dramaturgo en Setiembre de 1910; Florencio Sánchez fallece en noviembre del mismo año y un mes después, en Arcachon (Francia), se apaga la vida de otro importante escritor, Rafael Barret, quienes fueron, a su vez, tres camaradas marcados por las mismas angustias, rebeldías y sufrimientos y con un mismo destino final, cuando -con razón- tanto podía esperarse de ellos.

 

Si nos propusiéramos relatar el itinerario de Ernesto Herrera, necesitaríamos mucho más espacio del que disponemos.

 

En sus pocos veinte y tantos años de vida, su espíritu anarquista y errante, en el ambicioso andar de su bohemia literaria, lo llevó a desempeñar las tareas más sorpresivas: "niño cantor" de la Lotería Nacional, funcionario de la Contaduría Nacional, integrante de las Guardias Nacionales, corresponsal viajero a Europa en dos ocasiones -una vez lo hizo como polizón. . .- representando a distintos órganos de la prensa rioplatense; profesor de literatura en la ciudad de Mercedes; intérprete en Melo de su propia obra en el elenco de Carlos Brussa; autor de un libro de cuentos "S.M. el Hambre", relatos brutales en amargas crónicas...

 

Su labor como dramaturgo la cumplió entre los años 1910 y 1917, en que fallece en el Hospital "Fermín Ferreira", más conocido entonces por "el Lazareto". Cayó vencido por la enfermedad de la época -la tisis- que antes se llevaría a Florencio y a Barret.

 

Todas sus producciones testimonian auténticos y vigorosos valores dramáticos.

 

A "El estanque" siguieron otras que a veces reaparecen en nuestras carteleras, aunque con menos frecuencia de lo que merecen... En 1911, el elenco de Pedro Gialdroni estrenó en el Teatro Nacional -que estaba ubicado en la calle Florida entre Soriano y Canelones-, la pieza "Mala laya", un buen boceto dramático.

 

En agosto del mismo año, la compañía Arellano-Tesada, en el viejo y prestigioso Teatro Cibils estrenó la obra de mayor aliento del joven dramaturgo: "El león ciego", merecidamente calificada como nuestra gran tragedia nacional, no solamente por su asunto que encara con audacia y sobriedad la pasión guerrera con que se enfrentaban en nuestras revoluciones los blancos y los colorados. Con este drama, representado con gran éxito en Montevideo y posteriormente en la vecina orilla interpretado por el gran trágico Pablo Podestá, la prensa de la capital porteña saludó a Herrera "como el auténtico sucesor de Florencio Sánchez".

 

Y no hubo exageración en ese juicio.

 

En Noviembre de ese mismo año, en la ciudad de Melo, estrenó su comedia "La moral de Misia Paca", obra costumbrista que esconde una aguda sátira y que revela notables dotes de observación. Sus valores trascendieron y el público capitalino la conoce y la aplaude en nuestro primer coliseo pocos meses después, en una buena interpretación del destacado elenco español de Emilio Thiller y Rosario Pino.

 

Al regreso de su segundo viaje a Europa, la compañía española de Josefina Mari y Esteban Serrador da a conocer en el teatro 18 de Julio su pieza dramática "El pan nuestro".

 

Obra escrita durante los meses que Herrerita vivió en España, refleja con fuerte crudeza las angustias de la clase media, en un cuadro de miseria y de dolor -y rencores humanos- a través de un diálogo espontáneo, vivo, sobrio pero agudo.

 

El acto segundo de "El pan nuestro" puede mencionarse como uno de los mejores aciertos de nuestro teatro en su expresión y realización, comparable, pon el hecho de desarrollarse en un solo diálogo, y por sus propios méritos, al acto segundo de "Le voleur" de Henri Berstein.

 

En Marzo de 1915, en el teatro Politeama -ubicado en Mercedes y Paraguay- la compañía de sainetes más prestigiosa del género, encabezada por los populares intérpretes Luis Vittone y Segundo Pomar, estrenó el sainete "El caballo del comisario", obra costumbrista, con tipos pintorescos muy bien trazados, de acuerdo a las exigencias de un estilo de teatro entonces muy en boga, el famoso género chico rioplatense.

 

Y en el año 1916, en la ciudad de Mercedes donde Herrera hacia periodismo en el diario "El Día" y ejercía su profesorado de literatura, dio a conocer por un elenco local, la que iba a ser su última obra teatral:

"La bella Pinguito", cuadro de trama simple e intrascendente, que mereció el aplauso del público.

 

También en la capital mercedaria, Ernesto Herrera comenzó a escribir su drama "Las fieras" en cuya suerte mucho confiaba, obra que quedó inconclusa.

 

Su salud, muy castigada, comenzó a alarmar a sus amigos. Pero su espíritu no cedió... Su carácter, su humor negro, se mantuvieron siempre vivos.

 

Y para matizar esta nota recordemos una anécdota de aquella vida tan fecunda y tan breve.

 

En los primeros meses del año 1911 al fundarse una nueva Sociedad de Autores Uruguayos, los comediógrafos Ismael Cortinas y Otto Miguel Cione visitaron a Herrera en la redacción de "La Razón", para invitarlo a integrar la Junta Directiva de la nueva entidad que presidiría el Dr. Víctor Pérez Petit y cuya comisión iba a elegirse en los días siguientes. La entrevista fue breve, muy breve... Expuestos los motivos, "dicen" que uno de los visitantes dijo:

 

-Estimado Herrenita, venimos a verlo para solicitar su aprobación a la lista que prestigiamos...

 

A lo que Herrera preguntó:

 

-Y yo, también, figuro en la lista...?

 

-Desde luego...! Usted va como primer suplente...

 

Y levantándose, contestó Herrera:

 

-Qué...? Suplente, yo? Eso jamás! Ni de ladrón acepto ser suplente...!

 

Mucho más podría decirse de la trayectoria del vigoroso autor de "El león ciego", coherente con los avatares de su corta y dolorosa vida. Pero siempre habrá que citarlo como un gran dramaturgo que legó a nuestro teatro obras de enjundia.

 

Un contorno dramático, grotesco, acompañó a Herrerita hasta en sus últimos momentos. Su vida, rodeado por unos pocos amigos, se apagó el 19 de Febrero de 1917, en un atardecer en que la algarabía del Carnaval estallaba en las calles montevideanas, aquellas mismas calles que Herrerita cruzara diariamente a grandes zancadas, como era su característico andar, con su sombrero aludo y su camisa negra, de franela, como lo inmortalizara en sus apuntes su amigo, el gran Rafael Barradas...

 

Trayecto que hacia diariamente entre la "peña" del Polo Bamba y la vieja redacción de su diario, donde escribía sus crónicas o encontrara -tantas veces!- el rincón donde dormir y tal vez soñar...

 

Sus restos mortales, fueron trasladados desde el Hospital "Fermín Ferreira" hasta el cementerio del Buceo en una humilde carroza tirada por dos caballos, seguida, lentamente por un tranvía de "La Comercial", que ocuparon una veintena de amigos...

 

Florencio Sánchez y Ernesto Herrera, siempre vigentes -continúan siendo en el tiempo, los primeros grandes dramaturgos de nuestro teatro.

Por Ángel Curotto
Almanaque del Banco de Seguros del Estado - 1986

Editado por el editor de Letras Uruguay

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