Carlos Brussa, una vida al servicio de nuestro teatro
Ángel Curotto

Fue lo suya una larga y auténtica vida de teatro, no heredando de sus mayores la vocación que marcó su destino.

Nacido en un hogar humilde, vivió sus primeros años en la pequeña población de Joanicó, que estaba entonces constituida por unas pocas casas y chacras, habitadas por gente de paz y trabajo, en el Departamento de Canelones.

Los movimientos revolucionarios que azotaron al país en los últimos años del siglo pasado, obligaron a muchas familias campesinas a abandonar sus tierras y acercarse a Montevideo. Las revoluciones armadas se hacen siempre para ganar o perder... Muchas fueron las familias que, en esos movimientos, todo lo perdieron. Entre ellas, la familia Brussa. Por eso, un día vinieron a Montevideo, instalándose por los alrededores de Paso del Molino.

Y ocurre, entonces, que mientras los padres y hermanos mayores trabajan, los menores, entre ellos Carlos —nacido en Joanicó el 11 de febrero de 1887— asisten a los cursos escolares de la escuela del barrio. Primero, a un colegio de religiosas; después, a la Escuela de los hermanos Artecona. No olvidemos que uno de ellos, Braulio Artecona, es un nombre ilustre en la historia de la pedagogía nacional.

Al terminar sus estudios primarios, Carlos Brussa se une a sus hermanos en las responsabilidades del hogar. Y comienza a trabajar, de la mañana a la noche, en la fábrica de tejidos de Salvo y Campomar. El ruido de los telares en marcha no logran ahogar a aquel adolescente, las inquietudes de su corazón y de su espíritu... Hasta altas horas de la noche, lee las novelas por entregas que compran sus mayores, que le hablan de sueños y aventuras. Y los fines de semana, solo o con algún amigo, toma el tren en la estación Yatay o Bella Vista y llega al centro, a descubrir un mundo de vidrieras y de luces. Y de teatros... El primer espectáculo al que asistió fue para él una revelación. Y una puñalada mortal, que le dejó —por suerte— una herida abierta para siempre.

¿Qué ere todo aquello? ¿Qué mundo descubría desde el rincón de un paraíso aquel adolescente, en los escenarios del Solís, Urquiza, Politeama, Odeón o San Felipe? ¿Y aquel entusiasmo del público que quemaba sus manos en aplausos...?
Como una mujer, el teatro fue atrapando a aquel muchacho, con su misterio, con su deslumbramiento, con su seducción... Que cosa hermosa es el teatro!

Y después de aquella primera noche de espectador, fue Carlos Brussa asistente infaltable a los teatros capitalinos, en su "fiebre del sábado a la noche".

Por un par de "reales", con sus diez y ocho años, aplaudió a los grandes de la época, que pasaban por Montevideo, como Enrique Borrás, Sarah Bernhardt, Giovanni Grasso, María Guerrero... Aplausos que brindó, muchas veces, sin entender una palabra, por tratarse de elencos extranjeros. Pero el teatro tiene un idioma universal que siempre llega; como el circo, a cuyos espectáculos también asistía... Y fue en la pista y escenario de los Podestá que Brussa descubrió, una noche, a los Vittone y los Petray... Y se estremeció frente a Juan Moreira, en su lucha a facón limpio defendiéndose de la injusticia y de la prepotencia... Fue entonces que conoció un teatro nuestro, actores nuestros al servicio de obras nacionales; un teatro que en el texto y en las interpretaciones, tenía cosas que llegaban muy cerca...

Sacudido por tantas emociones, nuevas ilusiones despertaron en su espíritu, ilusiones y ambiciones... Y un día se acercó a uno de los más importantes cuadros filo dramáticos llamado "Juventud Unida", dirigido por Andrés Alonso, de larga trayectoria en el género; y es allí, cuando Carlos Brussa da sus primeros pasos en la escena. Después, con otros compañeros de la fábrica —los hermanos José y Manuel Martínez Reina— forman su propio conjunto de aficionados, debutando en "La Fraternal Unida" de la calle Millán, allá por el año 1905.

El sabor de los aplausos, fue la trampa mortal que conoció Brussa y de la que no pudo salir más, definiendo su camino en la vida. Rudas jornadas de trabajo y ensayos nocturnos para realizar una función semanal o dos, en distintas pequeñas salas de Pando, Colón Sayago, Unión... ¿Repertorio? Los grandes títulos que habían entusiasmado al público montevideano: "Juan José" de Dicenta, "1º de Mayo" de Pietro Gori, "La Pasionaria" de Cano y otras.

El éxito es una caricia que se brinda generosamente y el pequeño conjunto capitaneado por el joven Brussa, extiende sus actividades llegando hasta la sala del Teatro Stella D'ltalia. El entusiasmo no decae y se cumplen posteriores actuaciones en ciudades del interior, como Minas, Florida, Treinta y Tres, Melo... Viajes sacrificados, difíciles, por malos caminos, cruzando arroyos... Noches en diligencias y a veces, en postas, que aprovechan para ensayar... Las actuaciones se prolongan semanas, en cada plaza. El público, que en muchos lugares asiste al teatro por primera vez, los acompaña con simpatía. En algunas circunstancias, los rumores de una inminente revolución, obligan al conjunto a retornar precipitadamente a la capital.

Al principio de la segunda década del siglo, apaciguado el país, Carlos Brussa encara seriamente su futuro. Y forma entonces un nuevo elenco para servir un gran repertorio, pero un repertorio de obras de autores nacionales. Consigue de los comediógrafos del país los últimos éxitos y nuevas producciones. Ensaya sin descanso. Contrata un escenógrafo que se encargará de preparar los decorados para cada comedia —José Quintans— y que viajará con el elenco. Y también a un cocinero, porque el elenco alquilará una casa en cada lugar, donde vivirán. Todo un proyecto ambicioso que denota la inteligencia natural de este pionero del teatro uruguayo. En el elenco, figuran intérpretes de méritos surgidos de los escenarios filo dramáticos, artistas que más tarde integrarían, por sus valores, la primera plana de muchos teatros bonaerenses, como los hermanos Arrieta —Rosita, Santiago, María, Gioconda, Juancito y Aída— Martín Zabalúa, Carmen Méndez, Isabel Figlioli, María A. Reissig, José O. Fernández, y tantos otros...

Y de ahí en adelante —año 1913— la actuación de lo Compañía Carlos Brussa —único elenco auténtico del país en obras e intérpretes— entra en la historia de nuestro teatro. Muchas páginas llenaríamos si fuéramos a recordar las etapas cumplidas, llenas de sabrosas anécdotas y de episodios emocionantes. En 1923, nos incorporamos al elenco como director artístico y bien podemos decir que hicimos junto a Brussa nuestro bachillerato teatral, en una tarea de muchos años y de muchas emociones; de horas llenas de angustias y de satisfacciones inenarrables.

Durante dos décadas, Carlos Brussa fue la expresión del teatro uruguayo, sin dejar de actuar un solo día. De su elenco, salieron después de cumplir una escuela viva de la escena, decenas de intérpretes nacionales. Y puede afirmarse que su repertorio, fue una vidriera para todo el país, de todos los autores de la época: Florencio, Herrerita, Pérez Petit, Cortinas, Cione, Bellán, Favaro, Blixen, Imhof, Bengoa, Princivalle, Yamandú Rodríguez, Genta, Lasplaces, Scarzolo Travieso, Pelillo, Moratorio, Casas Araújo, Morosoli, Larriera Varela, Queirolo, Ribot, Castro, Varzi y otros que, involuntariamente, olvidamos. Actuaciones cumplidas en largas giras que en algunas oportunidades llegaron a los países vecinos y también a Paraguay, prestigiadas algunas temporadas con la presencia de los propios autores, como Ernesto Herrera, José Pedro Bellán, Francisco Imhof, Ismael Cortinas y otros.

Fue la vida de Carlos Brussa un ejemplo de conducta, que no varió en las horas duras y difíciles, pero siempre romántica... El público de tierra adentro esperaba año a año la visita de Brussa y su elenco, a quienes colmaban de atenciones. Al terminar su actuación en cada lugar, los despedían como a familiares queridos. Cuando se partía de una ciudad hacia otra, el tren se alejaba de las estaciones rurales entre gritos amigos y agitar de pañuelos... Esa fue una etapa de veinte años en que el país conoció el teatro, nuestro teatro, —y en muchos lugares por primera vez— conviviendo con sus artistas y sus autores.

Nunca tuvo Carlos Brussa subvenciones oficiales. Tampoco las pidió. Con su trabajo, supo siempre hacer frente a sus obligaciones.

A mediados de la década del 30, el teatro empezó a conocer nuevos enemigos: el cine nacional hablado; más tarde la televisión... Estos nuevos factores que dispersaban el interés del público, obligaron a Brussa a atenuar su lucha por el teatro y después, casi a abandonarla...

Se refugió en la radio. Fue uno de los primeros intérpretes en cultivar el teatro radial y también el teatro para niños, género lleno de encanto y poesía que realizó con su habitual dedicación por las expresiones nobles.

En algunos momentos, en sus últimos años, padeció dificultades económicas, pero no olvidó por eso su pasión por la escena ni sus deberes familiares, atendiéndolos hasta sus últimos días.

Pocos meses antes de su muerte, interpretando un personaje del drama histórico de Juan León Bengoa "La patria en armas", en una gira con el elenco de la Comedia Nacional, los espectadores de todo el país al descubrir su presencia en escena, lo saludaban con una imponente ovación. Y tenía razón el público al hacerlo, por que Carlos Brussa era quien durante décadas y décadas, le había llevado el teatro; cuando ningún otro elenco se atrevía a recorrer nuestra campaña.

Aquellos aplausos fueron la última satisfacción del romántico comediante; testimonio de fidelidad y de reconocimiento de ese público tantas veces calumniado. Con ese calor de palmadas, que sonaban a un tibio eco, su vida se apagó en el atardecer del 13 de septiembre de 1952.

Trabajó sin descanso; hizo fortuna; la perdió en las horas difíciles... Murió pobre, pero dejó un rico recuerdo; el recuerdo de una obra cumplida con amor, con honradez, con dignidad, con conducta, en favor del buen prestigio de la escena del país.

Sus despojos fueron acompañados por millares de personas; la prensa, que muchas veces fue dura e injusta con su trabajo, lo despidió con largas y elogiosas crónicas señalando la importancia de su obra; en el Parlamento, hombres de todas las fracciones políticas, tejieron emocionadas frases, destacando su fervor por nuestro teatro...

Siempre acontece lo mismo.

La justicia, con frecuencia, llega tarde...

 

Ángel Curotto

Boletín del Banco de Seguros del Estado - año 1980

 

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