Un fantasma recorre Jaque: el fantasma de Juan Carlos Onetti


por Ruben Cotelo

No sólo Onetti escribe en estas páginas, sino que las impregna con sus recuerdos, sus dichos, sus anécdotas, su pasión literaria. Figura en las crónicas, tan sabrosas y vivaces, de María Inés Silva Vila, como protagonista y mentor de un pasado literario reciente. Su personalidad se cuela entrelineas por las notas de Carlos Maggi. Un cronista de cine, enfrentado ante una película argentina sobre un episodio de la Década Infame, debe perseguir una referencia hasta tropezar con el fragmento de una novela del maestro.

El fantasma de Onetti se introduce, sin que nadie sepa cómo, en una estupenda crónica económica de Claudio Rama. La mejor introducción actual sobre El astillero apareció impensadamente, en el número anterior de JAQUE, en ese paisaje de decrepitud, decadencia y derrota que es el cementerio industrial y laboral de Bocas del Rosario, departamento de Colonia, donde también ha muerto un astillero. No es un anuncio ni una
premonición, y menos que nada un documento literario. Es, nada más, que Onetti proporcionó imágenes para comprender el destino de nuestro país.

La semana pasada el jurado del Ministerio de Educación y Cultura le otorgó el Gran Premio Nacional de Literatura. Hemos querido, en esta página central, sumarnos al reconocimiento de una obra impar en nuestras letras, bocetando apenas dos o tres aspectos que nos parecen esenciales en su narrativa. Pese a la copiosa bibliografía de los últimos años, que marcan la cumbre en el prestigio de Onetti, mucho más queda por decir del hombre Onetti, su ética y su estética, incluso de sus ideas políticas. Otra vez, como hace treinta años, será preciso recuperarlo, tanto física como intelectualmente, para la literatura uruguaya. Cuando regrese de Madrid, donde buscó refugio hace once años, después de un desdichado incidente, el país se enriquecerá.

Claves, burlas, enigmas, para que todos contribuyan a la lectura

Como en el Dante, como en el Ulises de Joyce, la obra de Onetti está recorrida por alusiones, elusiones, bromas privadas, guiñadas cómplices, deleites exclusivamente personales, trampas, falsas pistas para el lector y suculentos misterios que jamás nunca se resolverán.

El que quiera entender a Onetti tendrá mucho que rumiar, porque él se deleita en confundirnos, en tomarnos y tomarse el pelo. Cambia de libro en libro, de declaración en declaración, de periodista a periodista. Es un mareo muy disfrutable, entre otros motivos porque él mismo es el primero que se divierte, ya que es el dueño (junto con Brausen) de su creación, a la que altere, dilata, transforma, confunde y, en definitiva, recrea constantemente. Al igual que su maestro Faulkner, es el único propietario de su condado de Yoknapatawpha y sus habitantes, al que llama Santa María.

Quien ha recorrido, y lo digo en el sentido más terrestre, la tierra de Faulkner, el verdadero condado de Jefferson, comprende con humildad, con agradecimiento, la burla y recreación que el gran maestro norteamericano operó sobre su contorno y sus habitantes.

Conversé con Onetti dos o tres veces, nada más. Iba preparado para no preguntarle nada, porque me constaban sus mentas. Pero al entrar a su apartamento del barrio Sur, hace ya más de veinte años, se me ocurrió bajar la guardia. Es que había visto, en el modesto vestíbulo, un bulletin board en el que estaban pinchados diversos recortes, fotos, leyendas, carteles, caricaturas y hasta notas y comentarios sobre su obra. Logré percibir, por su tipografía, que algunos de los recortes periodísticos habían sido escritos por mí y cometí la ingenuidad de inquerirle por algunas de mis perplejidades de lector, quizá de crítico. La respuesta fue sobria, lacónica, ligeramente burlona: “Pienso que todo creador debe tener sus misterios''. Aceptado, maestro, y disculpe el interrogatorio frontal; pasemos al vino.

Como en el Dante, entonces, Onetti requiere cuatro sentidos o niveles de lectura: el literal, el moral, el alegórico y el anagógico. Son cuatro pisos llenos de recovecos, grutas, cuartos cerrados y puertas falsas, escaleras engañosas y ventanas ciegas. Habrá ductos y escaleras para los eruditos del futuro, no lo duden. Mientras llegan, adelantemos unos pasos en esa tarea, de comprensión, porque en el hipotético laberinto aguardan hallazgos y momentos muy disfrutables, de pleno humor. El viejo zorro, lleno de mañas, protege su guarida ante los inquisidores, incluyendo a los atentos análisis estructuralistas actuales, como serían los muy meritorios esfuerzos de la argentina Josefina Ludmer.

Para abreviar, tomemos su última novela, Dejemos hablar al viento (1979), cuyo contenido trágico/burlón, tierno/sentimental, hosco/patriótico ha sido pasado por alto por la crítica local, representante de los lectores uruguayos.

Al azar y de acuerdo con subrayados en el texto:

— Pág. 168: “Avenida General Latorre", tan obvio que no requiere explicación.

— Pág. 195: “Tuya, Héctor”, dice el comisario Medina al cabo. Será un dolor de cabeza para los traductores al inglés, al francés, al italiano, ignorantes del folklore futbolístico.

— Pág. 24: “Creo que toda mi literatura reiteraba la vieja y tonta necesidad de tener un amigo y confiar; aludía a la desconfianza impuesta, al secreto y la astucia”. Antes del punto y coma, abierta confesión, reiterada en toda la obra de Onetti, su verdadera clave psicológica; después del punto y coma, el arrepentimiento la anulación de tanta debilidad, pero reveladora de la fabulación artística, el fundamento mismo de la necesidad de narrar, mostrar y ocultar, decir y negar. El arte de Onetti estalla en esos dos miembros, en esa tensión bipolar. Confrontar esa frase con otras similares, casi iguales en cuanto a densidad valorativa.

— Pág. 15, título del primer capítulo: “Ite", en latín, "¡dos”, porque la misa ha terminado. Correspondería a un epílogo, en todo caso; puesta al principio, podría interpretarse el título como una expulsión del lector. Todo lo contrario: conociendo al viejo zorro, es un reclamo, una solicitud, un ruego. Quedáos, porque la misa comienza; es decir, el rito, el mito impuesto por Brausen. Por favor, no se vayan.

— Pág. 16: “ ...excitado y viril por la falta de sueño me apoyaba en la verja de la Embajada Argentina para esperar el ómnibus 125”. Estamos en Agraciada y 19 de Abril, en Montevideo/Lavanda. Por primera vez en su vida narrativa, Onetti se deja vencer por la evocación, la melancolía y abdica de su Santa María, su ónfalo, y meramente reconoce que estamos en nuestra propia ciudad. Si así fuera, bendito el exilio, porque le bajó las defensas y reconquistamos a Onetti para nuestro paisaje urbano.

— Pág. 26: “ ...la muchacha, mujer... ” Reprobación/afirmación, consentimiento/saludo a un crítico local que hace tiempo hizo girar su análisis a partir de esta distinción. Como Onetti repite más adelante, en su texto, ese deslinde, el crítico acepta el mensaje y así lo hace constar aquí mismo y con estas líneas, entre perplejo y abrumado.

— Pág. 34: “No debe olvidarse que Brausen me puso en Santa María con unos cuarenta años de edad... ” Pág. 38: “Nunca se enteró, porque el tiempo no lo quiso, que Brausen había dispuesto otra cosa... ” Pág. 50: “Yo buscaba un hermano, un descastado, un apátrida como yo; alguien que hubiera escapado de Santa María sin permiso de Brausen, por asco de Brausen y a todo lo que él significa”. Brausen es el alter ego de Onetti, su creador creado, el monstruo que fabricó Frankenstein, al que ama y repudia, elogia y denuncia. Apúntese telegráficamente: nos encontramos aquí ante uno de los abismos de Onetti, el tema del doble, entre metafísico y estético. Onetti es Brausen. Onetti creó a Brausen, pero éste a su vez creó Santa María; en consecuencia, Onetti lucha contra él, por sí y a través de sus personajes. Brausen es Dios, pero Onetti ha creado a Brausen/Dios, contra el cual se rebela, él y sus otras criaturas. Hay en Onetti, lo hemos dicho tantas veces, además de un sentimiento religioso y hasta una mariolatría (Santa María, Madre de Díos, una suerte de teología muy personal, la secreta y desmesurada ambición de recrear algunos capítulos de la Biblia, nada menos, entre ellos el episodio cainita. Hasta, por ahora, subrayarlo con fuerza, ya que más adelante aguarda otro enlace.

— Pág. 54: “Los muy hijos de puta congelaron los salarios"; pág. 87. Tiraron un diario doblado por encima de la cerca. Leí los títulos: parecía que ayer no habían asesinado a ningún estudiante, a ningún policía, no habían raptado a nadie". Las dos citas permiten situar la novela entre 1968 y 1970, o por lo menos la redacción de algunas de sus partes. De paso, autorizan a localizar, en armonía con otros textos y citas, una parte de las ideas políticas de Onetti. Son fragmentos nada desdeñables.

— Pág. 196: Díaz Grey, el médico, “a pesar de la noche tibia llevaba sombrero (Stetson, seguro, pensó Medina)... " Hace ya casi un cuarto de siglo, Carlos María Gutiérrez entrevistó a Onetti y se le ocurrió decir, que Onetti lo farreó, que el sombrero de la foto es un Stetson y que el agujero muy visible es producto de un balazo durante una misión periodística en Bolivia. Fue en Repórter, N° 25, 11.10.61 Al número siguiente, en una breve misiva Onetti se fingió escrupuloso en cuanto al detalle agujereado y dejó en paz la fantasía acerca del heroico balazo. Dos amigos se reían bonachonamente de la travesura, hoy recogida, como saludo personal.

— Pág. 200: “Varios libros atrás podría haberle dicho cosas interesantes... “Oh, historia vieja. Estuvimos un tiempo en una casa en la arena. Tipo raro, Hace de esto muchas páginas. Cientos" . Primera alusión, la casa en la arena, al cuento homónimo, publicado por primer, vez en el suplemento literario de La Nación de Buenos Aires, domingo 3 de abril de 1949, con ilustración de Alejandro Sirio. Al igual que en el Quijote, segunda parte, y el Martín Fierro, también segunda parte, el misterio de sus personajes, que han salido de la ficción, saben que son conocidos por el público, y reingresar, comentando su pasaje por el mundo de los; seres reales. Arte y artificio que ha seducido a críticos y comentaristas, ya que proporciona un doble fondo, una segunda significación a lo narrado. Se vincula con el Dios Brausen, apuntado antes.

La enumeración precedente, casi un balizamiento, debe detenerse aquí. Ha sido hecha a vía de ejemplo y casi al azar, sin pretensiones de un análisis orgánico, que algún día convendrá intentar.

Pero antes de cerrar, una comprobación urbana. La ciudad de Dejemos hablar al viento se llama Lavanda, extraño nombre. Sin embargo, la lectura atenta del primer párrafo de la pág. 26 despeja el enigma: “Era en Santa María, en un marzo húmedo y caluroso con apenas amagos, alharacas de tormenta, como si el tiempo hubiera aceptado la modalidad de los pobladores del otro lado, de Lavanda, río medio”. Queda entonces claro: Lavanda es la Banda Oriental y Santa María queda al otro lado del río. Claridad provisional, tal vez, puesto que Onetti, advertido, se ingeniará en borronear las huellas, en nombre de sus fueros de creador. ¿No es acaso un infatigable lector de novelas policiales? Le gusta la intriga.

Pero también le encanta confesarse. Al comienzo del párrafo citado, Brassen/Onetti dicen: “Mucho tiempo atrás, cuando todos teníamos veinte años o pocos meses más, cedí a la tentación de ser Dios, absurda, azarosa, y respetando mili límites. Era en Santa María... ”

Onetti es inagotable. Sobre él ha caído ya, como plaga de langosta, la implacable erudición universitaria norteamericana, cuyo lema laboral es una amenazante publish or perish, y en verdad ofrece tanto talento como tiempo libre; recursos financieros. Se lo han apropiado, casi. Por eso vale el esfuerzo de repatriarlo, física e intelectualmente. Si se lo llevan, nos empobrecemos.

Ver, además, Juan Carlos Onetti en Letras Uruguay

Ruben Cotelo
Revista Semanario "Jaque"
Montevideo, viernes 28 de junio al 7 de julio de 1985

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