Amigos protectores de Letras-Uruguay

 

Si quiere apoyar a Letras- Uruguay, done por PayPal, gracias!!

 

A Renzo Pi Hugarte, in memoriam: Nada de lo humano le fue ajeno

Marcia Collazo Ibáñez 
collazomarcia@gmail.com

 

Renzo Pi Hugarte

Sujeto, espacio y tiempo son categorías o conceptos en los que abrevan por igual la filosofía y la antropología.

Por quien me venza con honor en vosotros

En este mundo —moderno o posmoderno, según el punto de vista teórico que se adopte- atravesado por los laberintos borgeanos de la interdisciplinariedad, vale la pena detenerse a considerar esas categorías bajo la luz de lo que han dicho y seguirán diciendo algunas voces llamadas a echar luz sobre nuestras viejas y porfiadas confusiones.

Entre esas voces se cuenta, cómo no, la del ilustre antropólogo uruguayo Renzo Pi Hugarte, recientemente fallecido. Hemos asistido a su dolorosa

pérdida física; pero seguiremos gozando de su presencia intelectual, espiritual y académica.

Todas las personas suelen destacarse en algo, así sea en un rasgo aparentemente velado, nimio, casi desapercibido. Renzo descollaba o sobresalía en dos grandes virtudes que no siempre van juntas: la brillantez de su despejada inteligencia y la generosa calidez de su condición humana. En un mundo intelectual en el que no pocas veces campean las más variadas formas de la vanidad y el narcisismo, Renzo andaba por los caminos de la vida con su característica sencillez y cordialidad a cuestas. Y por eso es más grande aún su ejemplo y su legado. Y por eso también, vale para él el dictum rodoniano, puesto en boca de Gorgias: “Por quien me venza con honor en vosotros”, entendiendo por verdadero honor la superación, no en el intelecto por el intelecto mismo, sino en el hacerse y el gestarse del ser humano desde sus propias y viscerales raíces, en búsqueda de la verdad y del bien. Porque, en definitiva, el más hondo mensaje de un auténtico humanista, como lo era Renzo, es el de convertirse (y contribuir a convertir a otros) en un haz de humanidad pensante cuya finalidad última es la tan anhelada eudaimonía, felicidad o como quiera llamársele, de los hombres y mujeres de buena voluntad en esta sufrida tierra.

Sujeto, espacio y tiempo, pues, serán los temas de los que someramente me ocuparé en este artículo, en relación al pensamiento de Pi Hugarte; aclarando desde ya que, por un lado, se trata únicamente de una humilde contribución realizada desde tiendas filosófico-históricas, sin otra pretensión que la de contribuir a echar nuevas miradas disciplinares y hermenéuticas sobre el pensamiento de nuestro gran antropólogo (y aun así, temo perderme en la selva de las disquisiciones teóricas, por lo que pido perdón de antemano al paciente lector). Y por otro lado, intentaremos problematizar, aunque mínimamente, la categoría filosófica de sujeto para mostrar las diversas elaboraciones que se han realizado al respecto, y su relación con el pensamiento de Pi Hugarte.

Mucho anduvo Renzo por el globo terráqueo, en pos de esas tres dimensiones de sujeto, espacio y tiempo, enredándose en ellas, pensándolas, paladeándolas, como un orfebre o un alquimista. Recorrió, por ejemplo, extensas regiones de Latinoamérica: remontó el río Madeira, luego el Amazonas, presenció y vivió de primera mano los sucesos del Mayo francés y recaló durante varios años en Ecuador, entre otras muchas experiencias y coyunturas existenciales. Su erudición y memoria eran asombrosas, pero fue ante todo un estupendo narrador, capaz de dar a sus historias un temple y un alma de tal entidad, que lograba desplegar a los ojos y oídos del oyente todo un mundo de sabores, olores, colores y sonidos. Oyendo a Renzo, se vivían sus relatos, se asistía a la sangrienta corrida de toro con cóndor, se contemplaban las revueltas estudiantiles y las huelgas de trabajadores de París, se apreciaban los murales de Diego Rivera, Rufino Tamayo y Siqueiros en México, de Guayasamin en Ecuador, de Ricardo Carpani en Argentina; se aprendía el arte criollo del manejo del cuchillo (el cuchillito cola blanca, como él se encargaba de precisar), en el cual se ejercitó Renzo en su lejana infancia allá en Florida, utilizando un arma de palo con la punta tiznada; se disfrutaba, en fin, y uno salía siempre de aquellas veladas un poquito más completo, más reflexionante, más humano, de como había entrado.

Lo que es, es, y lo que no es, no es

Desde la disciplina Historia de las Ideas en América, y más precisamente, desde la antropología filosófica, lindante a su vez con la historia, quiero referirme a la producción intelectual de Renzo Pi. Aristóteles definía así a la verdad (y, por ende, a la realidad): “Lo que es, y lo que no es, no es”. Palabras son estas que parecen tan demasiado simples, a primera vista, como para sospechar que se trata de una tautología, como cuando alguien dice: un perro es un perro. Y sin embargo, son palabras profundamente sabias, en su hondura de rotunda y radical evidencia.

Renzo Pi llevó adelante, como científico que era, los extremos de la racionalidad y la lógica, aplicándolos con rigor no solamente en lo que atañe a su propia ética (me refiero a la dimensión de la razonabilidad práctica, que orienta las acciones humanas con arreglo a la libertad e integralidad), sino también en el campo de la antropología, desde la razón pura kantiana y su apremiante “sapere aude” (atrévete a pensar). A modo de ejemplo, realizó la crítica -analítica, lingüística, metódica-, del fundamentalismo de una o varias corrientes u orientaciones ideológicas surgidas en torno a la cuestión indígena, a las que denominó “charruísmo”, cultivadas por determinados expositores en nuestro medio. Denostó así, desde su muy calificada posición académica, abonada entre otras cosas por su propia producción bibliográfica , lo que consideró era “el dogmatismo más inflexible y la ignorancia más total, que cualquiera creería que se habían superado para siempre” ; posturas que, de perseverar, implicarían caer en la denuncia y descalificación de la propia ciencia. Agrega que en algunos aspectos, tal charruismo no hace otra cosa que jugar “con las sombras de memoria que en un lector más o menos avisado puedan haber quedado de penosos acontecimientos de la historia”.

Entre el mythos y el logos

Traigo dicha cuestión a modo de mero ejemplo, sin pretender entrar en polémica alguna, con el único fin de demostrar la rigurosidad metodológica del pensamiento de Renzo Pi, que actuaba —repito- como verdadero científico comprometido con la causa de la búsqueda de la verdad, sea cual sea la misma y caiga quien caiga. Renzo defendió siempre la necesidad ineludible e indiscutible de llevar hasta sus últimas consecuencias los procedimientos científicos que deben orientar cualquier estudio etnográfico e histórico que pretenda inscribirse en el sentido de la objetividad. Por eso nos alertó más de una vez contra los peligros que suelen rondar las tiendas de la antropología, intentando introducir planteos pseudo científicos, las más de las veces delirantes y fundamentalistas. No se trata, ni siquiera, de intentos de introducir al mythos en el territorio del logos, dado que del mythos y sus variadas manifestaciones también se ocupa la antropología (al igual que la filosofía); se trata de la simple y llana confusión, casi siempre burda y no pocas veces manipuladora, entre la ciencia y lo que no es ni será nunca ciencia. Una cosa es lo que existe en el área de la ciencia, bajo la forma de hallazgos, descubrimientos, datos, indicios o hipótesis racionalmente fundadas; y otra cosa es lo que nos gustaría que existiera en tal terreno. Podemos, si lo deseamos, crear un sistema normativo para introducir el deber ser en el mundo del ser, y decir, por ejemplo, que “a partir de hoy se decreta que tal o cual comunidad indígena del pasado practicaba tal o cual ritual, afirmación que devendrá en indiscutible”; ya que, a falta de pan, buenas son tortas; pero no podemos pretender hacer pasar por dato o hipótesis científica a lo que no es dato o hipótesis científica, porque un perro es un perro y nunca será un gato (lo que es, y lo que no es, no es.). En tal sentido, Renzo habló más de una vez, de esa especie de nuevos inquisidores que han aparecido, no solamente en nuestro país sino en el mundo entero, dispuestos a silenciar a quienes no acepten “sus veleidades”, y empeñados en imponer un nuevo sistema de creencias sin asidero científico alguno. Vale la pena recordar aquí a Herder, el pensador alemán del siglo XIX que dio origen, junto a otros como Goethe, Schiller, Schelling, a la primera generación romántica de cuño historicista que hizo germinar una nueva rama de la filosofía, la que desembocará en la hermenéutica y en el existencialismo, centrados en el hombre y en sus formas de comprensión del mundo. Denunciaba Herder la tendencia a presentar el pasado, desde una pseudo ciencia, como si se tratara de una novela dotada de un personaje narrativo central, al que denominaba “Progreso” (y existen, como es obvio, quienes confunden la novela con la ciencia, creyendo que la narración del mundo puede sustituir a la realidad fenoménica del mundo). El autor de la novela (léase grupo social, político, cultural o académico empeñado en poner de relieve determinada visión del mundo), en su afán de mostrar las excelencias de su protagonista, construye e inventa hechos, y oculta o deforma otros, idealizando determinados hitos, figuras y momentos, existentes o no. Es cierto, repetimos, que desde el enfoque hermenéutico, todos narramos o interpretamos el mundo, y es imposible no hacerlo, desde el momento en que poseemos un lenguaje y con ese lenguaje designamos las cosas y describimos acontecimientos. Sin embargo, la toma de postura ante hechos singulares, propios de las ciencias humanas, debe encauzarse siempre dentro de los estrictos márgenes de la racionalidad, en una visión libre de fanatismos, so pena de degenerar en algo que podrá asumir las más variadas formas de la expresión humana (como la literatura, la mística, la metafísica), pero que ya no será ciencia. La antropología contemporánea se nutre, en buena medida, en estos grandes conceptos filosóficos.

El hombre universal y sus peculiaridades

Varias son las contribuciones que, con ayuda de la metodología científica, realizó en tal sentido Renzo Pi Hugarte. En primer lugar, el sujeto del que se ocupa en su obra, es muy variado: unas veces aborda el problema de los trabajadores colombianos en Ecuador; otras, los cultos de posesión en el Uruguay; otras, la cuestión indígena y la tan debatida orientación “charruística”; ello demuestra que, en definitiva, su material de trabajo no es otro que el ser humano a secas, ya sea indígena, europeo, afrodescendiente, o mestizo (en sus múltiples y ricos cruces étnicos). Ser humano al que la filosofía ha pretendido categorizar, por lo menos desde la Epoca Moderna, dentro del concepto nuclear de sujeto.

Ese sujeto es universal, y aunque se manifieste siempre en la diversidad (de culturas, de colores de la piel, de rasgos físicos y de asentamientos geográficos), no debería perderse de vista la dimensión absoluta de su facultad racional, que lo hace igual a sus semejantes. Ya en 1550 sostenía Fray Bartolomé de Las Casas, en ocasión de la polémica suscitada en Valladolid respecto al indio americano, la necesidad de su libertad absoluta y de la erradicación de los métodos de explotación y abuso practicados por los españoles; y lo hacía sin distinguir entre grupos, etnias o comunidades. Su gran contribución fue, desde el enfoque de la antropología filosófica, la doctrina sobre la unidad específica del género humano, basada en la igualdad natural de todas las personas y pueblos. Modos de violentar la dignidad humana, los hay, y muchos. De todos ellos, ninguno tan peligroso como la sustentación de ideologías basadas en la discriminación étnica, sea cual sea la misma; pues tal discriminación constituye el germen de los dogmatismos, que descansan en construcciones arquetípicas opuestas a la realidad de la diversidad cultural y étnica de la humanidad, y a la racionalidad que exige coherencia, universalidad del pensamiento, de los métodos del pensamiento y de los resultados del mismo.

Piénsese en la imposición del modelo eurocentrista, que dominó (y aún domina, en buena medida) en América Latina. Piénsese también que no es el único modelo que porfía en la proclamación de su propia y exclusiva visión del mundo. Lo que cambia es la envoltura del discurso, y lo que permanece es el rechazo a todo lo que no entre en la construcción arquetípica de los cultores de ese, o esos, fundamentalismos.
Al respecto, Pi Hugarte manejó una perspectiva que, sin desconocer la historicidad de los sujetos, tomó como objeto de estudio su peculiaridad cultural (o más bien se sumergió en ella, como le correspondía por su oficio, vocación y temperamento), rescatando una visión antropológica de lo humano, es decir, una visión “que reconoce lo humano a partir de diferentes circunstancias”, como expresa Ruben Tani , pero que no pierde de vista la universalidad. Así, cuando Pi Hugarte se refiere a los cultos de posesión surgidos en Brasil y afincados en el Uruguay a fines de la década de los 60, está poniendo en contexto la espacialidad y la temporalidad de determinados sujetos, no desde una categorización histórica, sino “desde los elementos estructurales de su cultura, que exceden los límites de una época y de una religión concreta” . De tal modo, lo que pretende Renzo Pi no es únicamente mostrarnos tal o cual expresión religiosa, sino favorecer la comprensión amplia del fenómeno de la religiosidad popular en sí misma, a través de una de sus peculiares manifestaciones.

En ese marco, se encarga también de precisar el alcance de una antropología científica, que solamente puede tener lugar si se supera la “extendida e inoperante” distinción entre cultura popular y cultura superior, elevada o erudita. Puede sostenerse, entonces, que Renzo incursiona en la dimensión hermenéutica de la antropología, al ocuparse de la forma en que la gente interpreta y vive sus propios sistemas de creencias y rituales, distinguiendo por lo tanto al sujeto en cuanto ser pensante, social e histórico que se reconoce a sí mismo mediante una praxis localizada en determinado contexto cultural atravesado por las dimensiones del espacio y del tiempo. La espacialidad es la dimensión conceptual que permite estudiar la exterioridad del cuerpo en sus manifestaciones particulares dentro de cierta comunidad, y la temporalidad es la dimensión que hace posible insertar esas manifestaciones en una continuidad diacrónica, pautada por sucesivos momentos creadores.

La tan debatida cuestión del sujeto

Para Foucault, en el terreno de las disciplinas humanas no hay sujeto u “hombre” propiamente dicho, lo que no significa que no existan individuos, éstos sí de carne y hueso, éstos sí seres pensantes y actuantes; es que el hombre no se ha ocupado nunca del hombre en tanto hombre, sino de las estructuras políticas, culturales, económicas y sociales en las que ese o esos hombres actúan. No habría, pues, un sujeto dador de sentido, tal como expresa el pensador mexicano Carlos Pérez Zavala . Y esto es así porque el hombre, en tanto sujeto, “es sólo una invención reciente, una figura que no tiene ni dos siglos, un simple pliegue en nuestro saber y que desaparecerá en cuanto éste encuentre una forma nueva”. El sujeto es, así, sólo un desgarrón en el orden de las cosas, en todo caso una configuración trazada por la nueva disposición que ha tomado recientemente en el saber.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Cruz, F., R., El hombre pregunta: hacia una antropología metafísica, México, Universidad Iberoamericana, 1994.

Ferrater Mora, J., El hombre en la encrucijada, Buenos Aires, Ed. Sudamericana, 1965.

Foucault, Michel. Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas. Siglo XXI. 1967

Pérez Zavala, Carlos. Arturo A. Roig. La filosofía latinoamericana como compromiso. Río Cuarto: Universidad Nacional de Río Cuarto y Ediciones del ICALA, 1998

Pi Hugarte, Renzo. Historias de aquella “gente gandul”. Ed. Fin de Siglo. 1999.

- Revelaciones de la literatura a la antropología. Anuario de Antropología Social y Cultural en Uruguay, v.: 1, p.: 46 - 57, 2007

- Sobre el charruismo. La antropología en el sarao de las seudociencias. Unesco. Anuario 2002-2003:103-121.

- Asimilación cultural de los inmigrantes siriolibaneses y sus descendientes en Uruguay. Anuario de Antropología Social y Cultural en Uruguay, v.: 1, p.: 53 - 58, 2005

- Elementos de la cultura italiana del Uruguay. Anuario de Antropología Social y Cultural en Uruguay, v.: 1, p.: 56 - 75, 2002

- La presencia del terruño en los nombres de comercio. Anuario del Centro de Estudios Gallegos, v.: 1, p.: 227 - 242, 1998

- Las sorpresas de la asimilación: una mae - de - santo gallega. Anuario del Centro de Estudios Gallegos, v.: 1, p.: 75 - 92, 1997

- Los cultos de Posesión en el Uruguay. Antropología e historia. Banda Oriental. 1998

- Los indios del Uruguay. Banda Oriental. 1993, y muchas otras que se describen en las referencias bibliográficas.

Tani, Ruben. La antropología filosófica de Arturo Ardao: sujeto, espacio y tiempo. Anuario de Antropología social y cultural enel Uruguay. 2004.

Unamuno, Miguel. Del sentimiento trágico de la vida. Editorial Biblioteca Nueva. 1999.

Valverde, C., Antropología filosófica, Valencia, Edicep, 2000.

Marcia Collazo - Escritora, analista, autora entre otros de Amores Cimarrones. Las mujeres de Artigas. Uruguay

Marcia Collazo 
collazomarcia@gmail.com

Publicado, originalmente, en "Bitácora", de la Agencia Uruguaya de Noticias Uy.press - Montevideo

30 de enero de 2014

http://www.uypress.net/uc_32014_1.html

Ir a página inicio

Ir a índice de ensayo

Ir a índice de de Collazo, Marcia

Ir a índice de autores