Los vendedores

 
Las cómodas cuotas mensuales que ahora se estilan, ya estaban descubiertas en el Bajo, pero con la diferencia que eran cuotas semanales porque de esta manera el cobro era mas seguro. 
No voy a nombrar los apellidos ni apodos de algunos vendedores porque la historia no gana nada con eso, pero sólo sé decirles que lo mas productivo era la ropa femenina; aunque había que hablar mucho y caminar mucho para vender y cobrar. 
Los vendedores de cocaína no eran muchos porque la policía los perseguía. El mas conocido era uno alto y delgado cuyo apellido comenzaba con la letra M. Vendía unos paquetitos a razón de dos pesos cada uno a los cuales él decía que les agregaba ácido bórico para estirarlos y para que no le hiciera tanto mal a la clientela. 
Cada tanto lo llevaban preso pero a los pocos días volvía al Bajo contento y bien vestido para continuar su venta. 
Otros vendedores de cocaína se las arreglaban con los cafeteros que iban a los prostíbulos con las bandejas de servicio: bajo del platito de café, el sobrecito con la muerte blanca. Por eso las prostitutas gritaban: "¡Cafetero un café!" y hacían una seña discreta para indicar que debajo del platito tenía que venir la "merienda". 
En cada esquina había un carrito vendiendo chorizos criollos, masas, frutas y en verano, sandías a vintén la tajada. 
Estaban los que compraban en los remates objetos usados como ser floreros, palanganas de loza, pedestales, etc., etc. y que los vendían a precios convenientes. Los vendedores de libros pornográficos tenían su clientela, y los ofrecían en alta voz, diciendo el título y describiendo escenas contenidas en los mismos. Cuando se extendían en las descripciones, marchaban a la comisaría.

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