Los cafetines y los negocios

 
Nada más que para refrescar la memoria, describiré algunos de los comercios. Empiezo por Camacuá. En la esquina con Brecha estaba el café Southampton, el almacén del Templo Inglés y una rifa que después fue la casa de fotografía del "Turco". En Juan Carlos Gómez habían dos almacenes: "La Bomba", de don Vicente y el de don Casiano, la carbonería y la zapatería "La positiva". En Bartolomé Mitre y el almacén "La flor de un día" y una cantina y en Ciudadela, dos baratillos, una hojalatería y una florería. En Yerbal ya nombré algunos negocios y quedarían los boliches con bailongo: el "Talar", el "Plus Ultra" y algún otro que no recuerdo porque jamás los pisé pues en estos últimos locales nombrados las pendencias eran diarias y peligrosas. 

Los balleneros 

Todos los años en el mes de abril, llegaban a Montevideo varios barcos pescadores de ballenas después de laborar casi seis meses en alta mar y sin tocar puerto. Eran suecos o noruegos, nunca pude diferenciar quienes eran unos u otros. Muchas meretrices averiguaban en el puerto el día de llegada e iban a buscar a esos trabajadores del mar para desplumarlos. A la gran mayoría de estos hombres escandinavos, los secuestraban durante una semana encerrándolos en los burdeles y ahí comían y dormían y se emborrachaban hasta que perdían el último centésimo. Los pescadores se ponían al día con el alcohol y el sexo, siendo muy adictos especialmente al primero de éstos, y ellas se ponían al día con todas sus deudas. 
En una semana estos hombres derrochaban el dinero ganado en seis meses, muchos perdían el barco y tenían que refugiarse en el Ejército de Salvación si había lugar y algunos de ellos pedían limosna. Lógicamente no todos terminaban así, ni todos perdían el barco de vuelta porque había quienes administraban mejor su dinero, pero al final y de a poquito, entre el alcohol y las damas lo dejaban todo en el Bajo. 
Aunque hubo uno de estos hombres, que se tomó venganza por todos sus connacionales. Era noruego y buen mozo, y al quedarse sin dinero y sin barco se convirtió en rufián, viviendo en Montevideo del dinero de las meretrices que explotaba. Ese episodio podría titularse "la venganza del noruego". 

La escuadra del almirante C. 

Poco tiempo después de la primera guerra mundial, la escuadra del almirante C. visitó en muchas oportunidades la ciudad de Montevideo dejando en el barrio sus recuerdos muy ingratos. Los marinos de esa escuadra no se sabe si por falta de enseñanza o por exceso de alcohol cometieron tantos desmanes que necesitaría muchas hojas para relatarlos. 
En realidad, en el Bajo eran funestos. Mientras les quedaba algún dinero, las mujeres los aceptaban, pero cuando se les terminaba, los rechazaban porque se ponían peligrosos. Los desacatos de los marineros eran aplacados por su propia policía la cual levaba unos garrotes de madera que servían para calmar a los más excitados. Una vez vi desmayar a un marinero, borracho y peleador, entre cuatro de sus compañeros a palazo limpio. Luego fue maniatado y llevado a bordo. 
Un episodio poco grato ocurrió cuando una tarde cuatro marineros posiblemente ebrios empujaron a un bichicome que dormía en el muro ubicado en la calle Maldonado y Juan Carlos Gómez. El muro era el límite de la tierra con el mar y el pobre bichicome cayó sobre las rocas destrozándose. A pocos metros andaba la barra brava y criolla, unos muchachos amigos que no eran pendencieros sino valientes y dispuestos a defender a quien lo merecía. 
Enterados de lo que había sucedido, se trabaron en pelea mano a mano con los marinos extranjeros. La indignación era tanta que a los hermanos M (que integraban la barra) se les sumaron algunos otros muchachos y los marineros perdieron la pelea por fuera de combate. 
Los provocadores fueron a parar al hospital muy malheridos, donde estuvieron internados algún tiempo. Felizmente se recuperaron, pero la lección les sirvió de calmante. Los criollos también salieron lesionados, y nuestra policía tomó las precauciones necesarias para el futuro.

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