La asistencia

 
En la calle Ituzaingó entre Yerbal y Reconquista estaba lo que entonces se llamaba La Asistencia donde las meretrices eran sometidas a exámen médico dos veces por semana. 
Al doctor lo recuerdo perfectamente, lo mismo que al portero que era un hombre de edad y que en vez de tomar caña, grappa u otra bebida alcohólica, prefería tomar alcohol rectificado que compraba en mi almacén y colocaba en un frasquito de cien gramos que empinaba de tanto en tanto. Como era la única persona del Bajo que tomaba alcohol puro y era muy conocido, lo describo por si el lector lo recuerda tal como era: canoso, delgado, con muchos años y una dificultad para caminar. 
En La Asistencia había siempre un vigilante, porque la prostituta que el doctor declaraba enferma no podía retirarse. Todas las mujeres enfermas quedaban detenidas hasta que terminaba el exámen. Luego, acompañadas por el vigilante, bajaban por Ituzaingó para ir a la seccional de Policía. Unas iban llorando y las otras, con menos vergüenza, comentaban la enfermedad con las amigas o compañeras de prostíbulo. De las siete plagas de Egipto, generalmente y para desgracia de ellas, siempre tenían alguna y a grito pelado avisaban a sus compañeras: "Avisale a mi marido que me llevan al "Germán Segura". Este era un pabellón de infecciosos que quedaba en la calle 25 de Mayo, si mal no recuerdo. Los gritos se sucedían: "Este doctor es un h ... de p ... fijate que me manda al hospital porque tengo el "flu" fuerte". No sabían decirlo de otra manera. Las mas valientes consolaban a las que lloraban diciéndoles que en pocos días estarían trabajando de nuevo. 
El final era muy penoso. Las enfermas eran introducidas en un carrito tirado por caballos, totalmente hermético y con solo rejillas para respirar y allí entre los insultos mas soeces que las infelices dirigían a la policía, eran conducidas al "Germán Segura". El conductor del carrito tenía permiso para dejar insultar unos veinte metros; después de esa distancia, si no se callaban volvían, pero al calabozo. Claro que ellas preferían el "Segura". Este era un desahogo que les permitía el comisario sin comprender ellas que la autoridad no tenía nada que ver con su desgracia.

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