El gordo A.

 
Se trata de un personaje muy gordo y muy conocido en aquella época, así que me limitaré a usar la letra A. 
Venía una o dos veces por mes al Bajo y tenía preferencia por un prostíbulo cuya propietaria era una francesa cuyo nombre me es imposible recordar. Como mi mayor trabajo en mi negocio era abrir de mañana para recibir a los proveedores venían a charlar conmigo para hacer tiempo pues la clientela matutina no era grande y entre conversación y conversación , me contaban intimidades como la que voy a relatar a pesar de que en el Bajo no constituían mayor secreto. 
La francesa sabía mas o menos el día en que llegaba el gordo A. y cuando lo veía bajar por la calle Ituzaingó con sus ciento cincuenta quilos, me saludaba como quien se va de viaje, y me decía: "bueno, ya tengo como para tres días, pero como paga bien ... ". Efectivamente como quien iba a pasar un fin de semana a una casa de campo, este gordo se pasaba encerrado en el burdel tres días y durante ese lapso no ingería ningún alimento sino que tomaba solamente cocaína y agua. 
Una de las pocas cosas que podía contarme la francesa, porque a ella como profesional no le convenía hacer público lo que sucedía en su casa, era lo siguiente: una meretriz cualquiera tenía que vestirse de mucama y venir a la habitación a servir al gordo A. y el placer de éste era requerirla de amores. Pero el juego era más complicado: la mucama tenía que negarse y ser perseguida por su amo por toda la casa hasta que terminaba por rendirse ante los encantos del Romeo gordo. 
La francesa muerta de risa me lo contaba con su acento extranjero: "ficate lo ridicul que debe quedag ese gordó , como Dios lo echó al mund y corriendó a una mujeg por lo patió de mi casá" 
Durante la estadía del robusto A. tenían casi que clausurar el prostíbulo, pues no convenía que otros clientes normales vieran estas escenas. Otro personaje que participaba a veces en estas fiestas romanas era "La Esmeralda", un homosexual del cual hablaremos mas adelante. 
Después de este retiro de tres días, el gordo A. subía la calle Ituzaingó a buscar su locomoción y la francesa se quedaba haciendo cuentas y pagando a sus colaboradores.

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