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Barcos y marinos uruguayos desafiaron en la II Guerra Mundial escenarios bélicos

 
 

Capitán Resssia: recuerdos de hace 60 años y escape del Colonia, por Emilio Cazalá

Un día de mayo de 1943, los 38 tripulantes del "Colonia", nos escapamos de ser torpedeados en el Caribe sólo por un milagro, y nos salvamos gracias a la pericia de nuestro capitán Fernando Fuentes y a la fortuna que casi siempre acompaña a los marinos, pero que es una profesión que siempre conlleva peligros. Hoy estoy acá contándole la historia de mi vida, gracias a ese hecho tan fortuito, que pasamos de un epitafio a una anécdota. Un pelo fue la diferencia entre la vida y la muerte, cosa que ese día de 1943 no lo sabíamos, pero desde la cubierta del barco, estábamos seguros que el torpedo nos iba a dar de lleno en el casco y nos hundiríamos. Pero no fue así. Recordarlo, hoy como entonces, nos pone los pelos de punta, como nos ocurrió cuando teníamos 25 años, eran los últimos 10 segundos y solo pensé en mi familia. Después el torpedo pasó por la popa y fue como un regreso del más allá". Son recuerdos que pertenecen al capitán Ariel Ressia, actualmente en sus 79 años, que con 20 años sirvió como marino en la II Guerra Mundial en barcos mercantes uruguayos. En una larga entrevista en su apartamento de la calle Brenda en Carrasco, nuestro veterano marino, uno de los primeros cuatro egresados de la Escuela Naval, nos fue relatando episodios de este pasado que protagonizó en los años 40 y que representan un tiempo que pocos uruguayos conocen. Tiempos de desalientos, de anécdotas sorprendentes, horas de inseguridad y sucesos insólitos, pero que todos ellos constituyeron para aquel grupo de uruguayos, enormes desafíos en tiempos cargados de peligros. Otros marinos compatriotas no tuvieron igual suerte como los del "Montevideo" y mismo los del "Maldonado". Más recientemente, el capitán Ressia comandó diversos barcos hasta que se recibió de Práctico de Puerto, pero su vida como marino comenzó muy a principios de la década de los 40. De este largo relato hemos rescatado los principales cuadros para sintetizar la nota.

"Me inicié en la vida marinera el 18 de diciembre de 1942, cuando recién recibido salí a navegar como pilotín en el "Almirante Rodríguez Luis" y volví en ese barco en marzo de 1943. Su capitán era Regino Rodríguez Luis, hermano de quien llevaba el nombre del barco. Con este barco fuimos a Bahía Blanca a cargar trigo para Perú, y así días más más tarde llegamos al Callao donde descargamos el trigo. Luego subimos al norte y fuimos a un puerto peruano muy pequeño donde fondeados comenzamos a cargar azúcar que venía en lanchones de madera tras lo cual retornamos a Montevideo por el mismo camino, es decir por el estrecho de Magallanes. Después de este viaje pasé al "Colonia", en mayo de 1943, como Tercer Oficial donde hice un solo viaje. Aquí el capitán era Fernando Fuentes, primer oficial Galimberti, segundo oficial Fernando Fabri y yo Tercer oficial. Casi todos ellos habían sido mis profesores en la Escuela Naval y yo los recuerdo siempre con mucho cariño, especialmente a Fabri que era un cumplido y educado oficial de marina de grandes dotes intelectuales. Pero todos ellos habían sido mis profesores y me habían inculcado el sentido de la responsabilidad. Bien, el "Colonia" cargó en Montevideo, lana y corned beef a plena capacidad. Y comenzamos el viaje saliendo al Pacífico por el estrecho de Magallanes para evitar el Atlántico, infectado de submarinos alemanes. Llegamos a Panamá, cruzamos sus esclusas y salimos a Colon, que era una amplia área marítima del Caribe, donde se formaban los convoyes de los aliados y así íbamos todos hacia Nueva York. Nosotros (Colonia) íbamos en el convoy en la llamada fila de los ataúdes o sea en la periferia del convoy.

Hundimiento del Copiapó

 

Fue en esas circunstancias -recuerda el Capitán Ressia- que un torpedo como saeta se nos venía encima pero con una rápida y afortunada maniobra de nuestro capitán Fuentes, logramos esquivarlo pasando mudamente por nuestra popa a escasos centímetros, pero fue a dar contra un barco de carga y pasaje chileno, el "Copiapo" que le dio de lleno y lo hundió en escasos minutos a nuestra vista. El torpedo lo vimos venir a gran velocidad, semejando un gigantesco pez, por la estela que dejaba sobre la superficie. Desde arriba vimos al torpedo tan en dirección a nuestro barco que estábamos seguros que nos iba a tocar pero felizmente no fue así y bueno el torpedo continuó la ruta y le dio de lleno al barco chileno y nosotros nos salvamos de la destrucción total.

Después miramos y no quedó nada sobre la superficie, casi un acto de magia, el "Copiapo" había desaparecido de la superficie. Ese mismo día hundieron ante nuestra vista a otro dinamarqués cargado con explosivos de alto poder. Otros episodios de la segunda guerra mundial fueron los dirigibles.

Los dirigibles

 

En los convoyes teníamos la protección de los destructores y corbetas americanos e ingleses y también éramos custodiados por dirigibles pequeños que iban observando a muy baja altura la presencia de submarinos, cosa que parece era fácil detectar desde la altura. No iban muy alto y por eso podíamos ver a sus tripulantes observadores, sentados en el piso de sus habitáculos con la puerta abierta y sus piernas colgando peligrosamente hacia afuera munidos de catalejos, buscando, cuidadosamente la presencia de submarinos alrededor del convoy, que los había por cierto. La nuestra era una navegación muy difícil que exigía mucho esfuerzo porque había que seguir la marcha del convoy aumentando o disminuyendo la marcha para no perder el puesto en el convoy; de no estar atento se corría el riesgo de irse encima de otro barco del convoy. Todos íbamos a bordo con los salvavidas puestos y casi dormíamos con ellos cosa que con el paso de los días uno se acostumbra. Los botes salvavidas estaban fuera de sus asentamientos prontos para su lanzamiento al mar, pero siempre supimos que las chances en caso de un ataque, no serían muchas aunque habíamos estudiado una y mil veces la forma de abandonar el barco y como hacerlo según el impacto del torpedo.
En otra parte de la entrevista el capitán Ressia habla de muchas cosas hechas de contingencias inesperadas, incertidumbres y esperanzas, jornadas y noches de navegación preñadas de peligros en el marco de una guerra submarina implacable.

 

Imposible dormir

"Fueron noches imposibles de conciliar el sueño, tirados en la cama envueltos en el molesto chaleco salvavidas, imaginando que en cualquier instante un torpedo corría hacia nuestro barco" dice el capitán Ressia. Mentalmente, una y otra vez, imaginábamos la puerta de nuestro camarote y como llegar a la cubierta, para meternos en el bote salvavida o zambullirnos al Atlántico.
Luego Ressia vuelve al pasado: "Una vez el "Colonia" recuerda nuestro entrevistado- fue a Norfolk a cargar explosivos (high explosives) y a la vuelta integramos el convoy, pero no nos querían en el centro del convoy sino que nos pusieron en la periferia, es decir en la llamada fila de los ataúdes y cuando llegamos a Panamá, la escolta de los destructores repentinamente abandonó el convoy y a nosotros. Así que tuvimos que continuar el viaje al sur or nuestra cuenta y a nuestro propio riesgo, pero felizmente pasamos el Caribe, que era un cementerio de barcos. Fueron horas de navegación nocturna que no se olvidarán jamás.

El "Punta del Este"

 

Pero también nuestro entrevistado nos habla de sus viajes en tiempos de bonanza aunque no exentos de peligros y sacrificios.

Ya en la posguerra, el Capitán Ressia estuvo en el "Punta del Este" bajo un singular contrato. "Me tuvieron 22 meses yendo y viniendo desde Houston/Nueva Orleans al puerto de Port Alfred en Canadá y entrábamos a sus puertos con un rompehielos delante. Pero un día nos mandaron al puerto Walton en Canadá situado en el fondo de una extensa bahía, en Nova Scotia. Bueno, un día llegamos al puerto, no había práctico, lo dimos vuelta y atracamos junto al muelle. A las horas, uno de mis oficiales me informa que nos quedamos sin agua. El mecanismo de la marea en esa parte del globo era tan rápido que en 12 horas las aguas bajaban 5/6 metros y así quedamos en seco junto al mismo muelle: tan en seco que todo el casco estaba apoyado sobre una tablazón que los agentes hablan hecho colocar conociendo el mecanismo de las mareas. El procedimiento era cargar el barco cuando estaba en seco, y en cosa de horas se le volcaban en sus bodegas todo el mineral que podía caber, que eran unas 4 mil toneladas con destino a Estados Unidos. Pero el problema era que cuando llegamos al puerto fondeamos el ancla para dar vuelta el barco y esa ancla quedó en esa posición cuando quedamos en seco, quedó fondeada en sentido contrario a nuestra dirección. Así que los del puerto enviaron un tractor, que fue a buscar el ancla y rodando sobre el mismo fondo arcilloso, la llevó en sentido contrario a unos 200 metros de nuestro barco para cuando viniera la creciente y el barco quedara flotando. Lo gracioso era ver a esa tractor deslizándose por el fondo marino pasando al costado del barco, una imagen inverosímil, pero así fue.

Emilio Cazalá
El País
23 de octubre de 2000

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