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Ante un nuevo aniversario de Salsipuedes:
Un autor intelectual del exterminio de la Nación Charrúa
por Nelson Caula
zapican@adinet.com.uy
 

El siete de noviembre de 1821 es fundada en el Montevideo cisplatino, la Sociedad Lancasteriana. Fruto del denodado esfuerzo del cura Dámaso Antonio Larrañaga. Con toda la pompa de que se disponía, se llevó a cabo la reunión en la Sala Capitular del Cabildo y se designaron autoridades tales, como para que nadie dudara de la dimensión que se pretendía dar al acontecimiento. El mismísimo “Gobernador” de la anexada provincia oriental del Uruguay, el Barón de la Laguna Carlos Federico Lecor asumió como su Presidente; el “Intendente” Juan José Durán primer vice, Juan Guerra el segundo; González Vallejo de Secretario; Carlos Camusso de Tesorero; y como vocales el “Síndico Procurador General de la Ciudad”, don Pío Bianqui, el “Señor Capitular” Méndez Caldeyra y los “ilustres ciudadanos” Ildefonso García, Luciano de las Casas, Manuel Augusto y Joaquín Juanicó. No faltaron a tan benemérita cita Luis de la Rosa, García de Zúñiga y numerosos adherentes más como los Susviela, Muñoz, Bejar, Roo, Steward, Herrera, Llambí, Lecocq, Lamas, Tort, Solano Antuña y hasta el inglés Diego Noble, entre algunos más. 

Este perfecto conglomerado antiartiguista -enemigos acérrimos por un lado, ex conspiradores para derrotarlo por otro, lisa y llanamente traidores (y con mayúsculas) también, pro porteñistas los demás, hasta simples y pacatos serviles, con algún entreverado que no le quedó más remedio que aceptar la situación- tuvo a bien recibir ese día el eminente pedagogo valenciano don José Catalá y Codina y “el utilísimo establecimiento del sistema Lancasteriano en esta ciudad”, como dice el acta rubricada por el gran Barón portugués.

Sólidamente formado en Valladolid y tras un largo período residiendo en Estados Unidos se embanderó totalmente en la “escuela de la ayuda mutua” creada por sus contemporáneos británicos, el pastor Andrés Bell y el cuáquero José Lancaster. Mientras este último intentaba imponer su reforma en Norteamérica en 1816, Catalá y Codina trabó amistad en Baltimore con Manuel Dorrego -obligado al destierro por Pueyrredón-, quien desde ese entonces y más adelante al volver al sur le insistiría para instaurar tal sistema educativo en el Plata. A lo largo de un año y medio, al momento de cruzar el río grande como mar , había organizado un centenar de escuelas en Buenos Aires.

De más está reflexionar sobre las cualidades del método aludido, sin dudas fue un paso evolutivo de la educación en ese momento; hasta el mismo Artigas (cuando no), le dio su visto bueno a una incipiente experiencia –fue la primer escuela lancasteriana de Sudamérica- introducida por el cura chileno Solano García en 1818 en aulas de Arroyo de la China (actual Concepción), uno de los parajes favoritos del Prócer. Seguro intento de medir las probables mejoras de su escuelita de “indios, negros y blancos”, al decir de Ansina, en Villa Purificación, perfilando la superior Escuela de la Patria cuyos destinos encomendó a Fray Benito Lamas en 1815 sobre la base de uno de sus desvelos prioritarios, que los orientales fueran tan ilustrados como valientes. Y todos ellos sin excepción. Recuérdese tan solo alguna disposición del Montevideo colonial: “no se ha de permitir se mezclen en la Escuela los hijos de padres españoles con los de los negros o pardos... haciéndoles entender a éstos la notable diferencia suya a aquellos”. 

Mucho menos está en cuestión la labor y el pertinaz despliegue de Catalá y Codina, tan elevado como requerido educador. Entre las primeras resoluciones del Gobierno instalado a partir de la Declaratoria de Independencia figura la siguiente, fechada el 26 de febrero de 1826: “en todos los pueblos cabeza de Departamento se creará una escuela por el Sistema Mutuo Lancasteriano por el mismo Decreto se nombra Director General a Don José Catalá y Codina”.

En otros planos, el connotado como influyente preceptor, discurre por un andarivel bastante común de la época: unitario, de total beneplácito al advenimiento del Imperio Británico –sus clases eran un día en idioma castellano y otro en inglés- “adulador del portuguesismo primero y luego del brasilerismo, esa burguesía urbana, hacendada y negociante, siempre positivista”, como bien la definió Zum Felde. 

Catalá y Codina lo tenía todo para deslumbrar hasta el hartazgo a aquel círculo tan dominante, también era masón: miembro del Gran Oriente ya en su España natal. Lecor lideraba la logia que compartía con Durán, Pío Bianqui y Juanicó en Montevideo, por solo mencionar a los antes citados; Bernardino Rivadavia –quien le diera el gran espaldarazo al propio Catalá y Codina en la vecina orilla para desarrollar su técnica formativa-, integró una de las tantas tendencias francmasónicas, y ni hablar, la Orden de los Caballeros Orientales que predominara en la Cruzada de los Treinta y Tres. Sus órganos de prensa: La Aurora, El Pampero, El Aguacero, tuvieron en Catalá y Codina, cuando el viento favorable sopló hacia ese lado, una de sus plumas más enconadas lo que valió cinco meses de cárcel en el histórico 1825.

Cuatro años después se lo designa Receptor de Rentas en Paysandú y allí habrá de permanecer casi hasta el final de sus días en 1844. Fue “Receptor, vista, tesorero, contador, interventor, escribiente, tenedor de libros, mozo de confianza, cobrador, alguacil, guarda, etc.”, según manifestó en tono de queja en parte de su nutrida correspondencia. Entre 1834 y 1838 fue el Presidente de la segunda Junta Económico-Administrativa (la Intendencia municipal de la época). Los cuatro años anteriores había ejercido como suplente. Destaca el historiador sanducero Augusto Schulkin, que desde su receptoría en adelante, Catalá y Codina “se transformó en una de las columnas fuertes del progreso local”. 

Pero esta historia no termina acá como lo han pretendido sus pocos biógrafos. 

La otra cara de la luna 

Si Fructuoso Rivera ostenta la doble condición de autor material e intelectual del genocidio de la Nación Charrúa a partir de la masacre de Salsipuedes el 11 de abril de 1831 y comparte la primer responsabilidad con “Bernabelito” Rivera, Laguna, el porteño Lavalle y el brasilero Rodríguez Barbosa, sin descuidar la presencia en la misma vanguardia del entonces joven capitán Venancio Flores; en la segunda, le valen prendas a José Catalá y Codina. Es éste, el lado oscuro de la luna de su personalidad.

En tanto el estanciero y hombre de los círculos financieros y navales, el ya mencionado Diego Noble, juntaba los fondos necesarios para el operativo entre sus pares y ¡vaya casualidad!, expande sus propiedades por “puntas del Queguay” y “Costa de Salsipuedes”, según documentación que él mismo firma en enero de 1830; el brasileño José Canto crea el clima desde su estancia salteña y toda aquella caterva urbana del “gobierno independiente” se relame ansiosa esperando el golpe del “Presidente–General”; Catalá y Codina recorre todo el espinel funcional fomentando el exterminio: ideólogo, instigador, alentador y hasta simple manijero.

Basta repasar algunos párrafos de 13 de sus cartas –prácticamente inéditas- enviadas al Vicepresidente Gabriel Pereira:

1) Diciembre 15 de 1830, desde “Sandú”: 

“Cómo esta va por mano de su tio... me provoca á hablarle con más claridad que en las que escribo por otros conductos no tan seguros... Todos estos males y las desgracias que acontecen á los habitantes y transeúntes de esta campaña se remedian 1º. estacionando en este Departam.to una fuerza de 150 homb.s de Caballería que persiga hasta esterminar á los malvados y cuadreros, dando proteccion decidida á las propiedades y a las haciendas 2º. fijando aqui la residencia de un justo y severo Juez de 1º instancia que substancie las causas criminales semimilitarmente, y que les haga ejecutar en la plaza de Paisandu 3º. un Gefe politico (si es que signe el actual sistema de policia) activo... y decididamente adicto ál actual orden de cosas 4º. siendo como es notorio que entre ese puñado de Charruas se ha abrigado un numero considerable de asesinos y ladrones, y que estos son los motores y factores de las incursiones, robos y asesinatos que se cometen bajo el nombre de Charruas, que el Gob. Pida en Sesion secreta a las Camaras autorización por q.e á el le está cometida la tranq.d interior del Estado; y que este golpe sea dado con tanto secreto q.e nadie lo trasluzca ni aun los mismos que van a egecutarlo, sino en el mismo momento de darlo”. Considera “este golpe tan necesario al fomento de la ganadería” y da a entender que el Departamento no termina de poblarse “por la sola causa de (los) espresados indios”. 

“Esta carta -opina con gran razón Eduardo Acosta y Lara- puede haber ejercido mucha influencia en el Gobierno”. Toda ella indudablemente, desde lo secreto del “golpe” en extremo hasta la manera de ir ordenando la campaña a sangre y fuego. 

En realidad los derechos de autor del “secreto”, la artimaña, la engañifa o como se la quiera llamar, le corresponden a uno de los más inflamados enemigos de Artigas, el “triunviro” director porteño Manuel de Sarratea. 

Coherente con su odio antiartiguista le manda a Carranza un “Muy reservado” correo el 10 de octubre de ¡1812!, teniendo documentada “la mala fée y perversas intencion.s de los Indios Charrúas, á cuya cabeza marchan caciq.s sospechosos, en union con facciosos, y criminales, y debiendo a toda costa consultar la segurid.d de los vecinos... he hallado... conveniente... cortar de Raiz esta planta venenosa... Procurará U. convidar p.a un día determinado a los Caziques principalm.te, sus muger.s, quantos se puedan de ellos, á una func.on q.e se celebre en Paysandu, ofreciendoles yerba, tabaco, y aguardiente á fin de atraerlos mas cuyos renglones hará U. pedir al coron.l D.n Dom.o French... Entre la embriagues, y festejos, teniendo á prevencion tropa apostada, se hechará U. sobre todos ellos, y sus mugeres, acabando á los q.e se resistan; y escoltados suficientem.te los hará venir... á este Quartel General”. Sarratea –por más que otras fueran las trampas utilizadas en Salsipuedes y quizás menos sanguinarias- ya sabía en 1812 lo mismo que Catalá y Codina casi un par de décadas más tarde: que en una batalla real lo más probable es que se quedaran sin contar la historia. 

“En el año 1830 –testimonió el Sargento Mayor Benito Silva- perseguidos unos 60 charrúas por 300 brasileros avecinados en el país, en la costa del Mataojo, empezaron a dispararles piedras con sus hondas y fueron éstas también dirigidas, que los brasileros fueron corridos, y dejaron toda la caballada a los charrúas”.

Domingo French –nombrado por Sarratea- fue parte de aquel grupo de exiliados porteños en Baltimore que entusiasmó a Catalá y Codina para su viaje a estas tierras. Quizás allí tuvo la primera lección sobre la mejor manera de relacionarse con los indios “infieles”. Como en los tiempos de Sarratea, el mismo departamento de Paysandú era el elegido para la “limpieza” y no deja de ser importante la precisión –sesgo de honestidad al fin y al cabo- que Catalá y Codina hace cuando afirma que toda acusación se hace bajo el nombre de charrúas.

Tenía “la más formal amistad” de Rivera

2) Enero 23 de 1831, desde “Sandú”:

“Con la llegada de nuestro Presidente todo va tomando vida y vigor. Ya van aprendidos mas de cincuenta criminales; y tengo toda seguridad de que dentro de 15 dias quedará limpio todo este vasto Departam.to de mas de mil vagos, ladrones, y forajidos que se contienen en él, ya en las cuereadas, y ya incorporados a los Charruas; asi... nos veremos libres de estos enemigos capitales de nuestras haciendas y de la prosperidad del pais”. 

Son los indios, reducto de los vagos y ladrones que impiden el fomento de la ganadería de los hacendados y por ende la prosperidad del país. 

Es de imaginar como caerían estas ideas en la cabeza de “nuestro Presidente” y su banda siempre predispuesta a lo punitivo armas en mano. 

Sustento justificativo de la atrocidad imposible de superar. Provenían nada más y nada menos de quien consideraban el ¡primer reformador de la enseñanza oriental!, la que todos aquellos patricios devotos de la “ilustración” querían para sus hijos, el que ya había sembrado colegios en San Carlos, Rocha, Soriano, Santa Lucía, Salto, Víboras, Vacas, San Salvador, Las Piedras y uno para la formación de maestros lancasterianos en Montevideo. Todavía en 1840 “Unos jóvenes orientales amantes del progreso de las luces en esta República”, reimprimen un compendio gramatical suyo del año 22. 

Según el memorialista Antonio Pereira, hijo del ya nombrado Gabriel, “Catalá era un hombre afable, simpático, que a primera vista ya catequizaba. Tenía facilidad de expresión y hablaba con claridad siempre... manejaba la pluma y escribía de política en grande... todos lo querían y con todos simpatizaba, y así se había popularizado”.

Schulkin afirma que “sin tener amistad personal con Rivera apoyó su candidatura en la Villa (de Paysandú), hizo notoria propaganda y gastó hasta el último patacón del menguado peculio, a favor suyo” y que “bastó la primera entrevista para que estrecharan la más formal amistad”. Confiesa el mismo Catalá y Codina: “Desde aquel momento me tomó por su bueno y me ha metido en tantos atolladeros que si escapo de unos es casi imposible que no me anegue en otros”.

“Aquella simpatía por el caudillo no tarda en transformarse en la más completa adhesión”, agrega el citado autor de la historia sanducera.

3) Marzo 3 de 1831, desde “Sandú”:

“Por aquí va todo bien. Las partidas del gobierno están limpiando al Departamento de malhechores. El General Laguna que lo tenemos aquí es hombre que lo entiende”.

4) Marzo 30 de 1831, desde Salto:

“Mucha falta hace una Balandra bien armada y tripulada que se estacione entre Salto Grande y Cuareim para dejar paso al Cuareim, esta nos dejará el paso libre de los mamelucos y veremos si... con sus indios pasan libremente a este lado, hacer sus robos y se ponen en contacto con los charrúas, que no se porqué no han concluido ya con esos treinta o cuarenta malvados que restan y que tantos males ocasionan a este pueblo”. 

Como en los “años mozos” de Artigas, por la zona continúa imperando el corambre clandestino, lo que exaspera a quienes pretenden el nuevo monopolio.

5) Abril 13 de 1831, desde “Paisandu”:

“Anteayer ó ayer era el dia destinado para cargar á los Charruas que estaban reunidos en las puntas del Queguay. Nada sabemos aqui todavia sobre su resultado... el puesto donde estan dista de aqui cerca de 40 leguas”. 

Catalá y Codina, según se aprecia, estaba perfectamente al tanto de los detalles del plan de exterminio. 11 de abril entre el tramo final del Queguay Grande y el Salsipuedes: el día D. Secreto de muchos que no incluye a uno de sus principales mentores.

6) Junio 23 de 1831, desde “Sandú”.

“Todo está tranquilo por ahora. A ecepcion de los indios Charruas que escaparon entonces. Que han hecho algunas muertes y robado alg.s estancias.

Esto que vale poco, los enemigos lo pintan con mucho aumento para minar la opinión del Gob.no, y conviene por lo mismo destruir estos indios á todo costo, porque pueden unirse á ellos los descontentos y darnos que hacer.

También es menester socorrer las graves necesidades en que se hallan los de Bella Union, porque nuestros enemigos si tubiesen travesura bastante y valor para gastar en ellos algunos miles de pesos, los harian servir á sus fines. ¿Porque no se manda reunir la milicia de este Departamento á las ordenes de Raña? Esta sola milicia basta para acabar con todos los indios”.

En efecto, apenas puede, ocupado en tantos frentes, el Presidente Rivera la ordena al Teniente Coronel José Raña, el jefe político –en realidad de policía y con las condiciones antes pautadas por Catalá y Codina-, “que la division de milicias del Departamento de Paisandú... se ponga inmediatamente en marcha” para “perseguir” desde los invasores provenientes de Entre Ríos a los “insurgentes de los naturales de Vella Union” y “los restos de Salvajes, que han vuelto á ocupar el mismo Departamento”. Finalizando el año 32, Raña inicia lo mandado advirtiendo movimientos “del paradero de los charrúas (por) costas del cuarey, y otros varios arroyos”, “unos portugueses q.e entraban al territorio del Estado” y “D. Man.l Lavalleja (que) llegó al (pueblo) Arroyo de la china... con varios of.s y algunos sold.s”.

Tal cual sucedía en el año 12 el peligro vuelven a ser los aliados probables de los charrúas. Esta vez los “descontentos” y los “facciosos” conspiran para coaligarse o ponerse a las órdenes de Lavalleja. A ello se suman los guaraní misioneros traídos por Don Frutos a Bella Unión y abandonados totalmente a su suerte, brutal desgracia en realidad. 

¿Y si se juntan todos contra el Gobierno? Catalá y Codina alerta y no encuentra mejor solución que prevenir matando a “todos los indios”: cristianizados, infieles, de cualquier etnia. 

Fácilmente se ve, que el Presidente acepta los consejos casi al pie de la letra.

EL “Lazo maestro”

7) Julio 3 de 1831, desde “Sandú”:

“Vienen Laguna y Bernabé y no hay nada que temer”. 

Hasta se le puede poner ritmo de milonga. 

Por estas fechas, Bernabé le dice Laguna que los charrúas escapados de Salsipuedes son “mucho más de lo q.e pensamos” y además: “tengo el mayor interes en la conclusion de esta plaga”(SIC). Laguna se toma su tiempo en Paysandú para detallar al presidente Rivera el nuevo plan “para exterminar los salvages que infestan el territorio”(SIC).

8) Agosto 3 de 1831, desde “Paisandu”:

“Don Bernabé Rivera ocho o dies dias hace que fue contra los indios y el General Laguna que vino despues, está reuniendo gente para el mismo objeto”.

Este mismo día Bernabé recorre minuciosamente la Estancia de José Gervasio Artigas –todavía lo era- en Arerunguá, reducto natural de charrúas y minuanes. “Creo muy difícil... agarrarlos p.r q.e en los montes son peores q.e los gatos”, le manda por chasque a Laguna.

9) Agosto 23 de 1831, desde “Sandú”:

“Viva la Patria.

¡Viva el Coronel (Bernabé) Rivera!

Ya estamos libres de nuestros principales enemigos. El 17 por la madrugada sorprendió á los Charruas el Coronel Rivera en la barra de Mataojo. Seis indios que habian escapado de la refriega los hizo buscar por el Cacique Polidoro quien los trajo al instante. Ni uno solo se ha escapado del lazo maestro que les armó este esperto Gefe. Segun asegura un peon de Canto que estubo entre ellos cuando fue a llevarles reses para comer, son unos cuarenta de pelea, y unos ochenta entre viejos, muchachos, y mugeres. El 18 los conducia D. Bernabé por campo limpio ácia la tropa que fué de Araucho, con direccion á Arerunguá. Sirvase dar de mi parte la enhorabuena á nuestro Amigo el Sor. Presidente para quien debe ser esta noticia muy satisfactoria, porque la existencia de ellos era un volcan contra su credito y persona.

Eran estos Charruas un campo de Asilo para los malvados, ladrones, y asesinos y enemigos personales de su Excia. Eran en fin una fuerza que, segun rumores, se pensaba hacer servir para derribar las autoridades constituidas. Ya se les ha acabado á los enemigos de la actual administración la cantinela de los Charruas. Veremos cual otra inventan, porque quietos no han de estar”. 

Además de las razones económicas para el exterminio, ahora se suman en el discurso de Catalá y Codina, las políticas: los charrúas eran culpables de todo, los peores subversivos del reino. 

El “lazo maestro” parece responder mucho más al segundo ardid luego de las promesas que Bernabé le hace al Cacique Venado de devolver las familias aborígenes detenidas en Salsipuedes y la inmediata emboscada aniquiladora perpetrada en la Estancia de Bonifacio Benítez, narrada por Manuel Lavalleja sin fecharla, que al ataque perpetrado en Barra del Mataojo, del que sólo da cuenta el propio Bernabé. No habían mayores distancias entre un sitio y otro; obsérvese que Faustino Texera le escribe a Julián Laguna el 22 de agosto que “Correse aqui de positivo que los Salvages se han rendido a discreción, a las fuerzas que... operan a las ordenes de Bernabelito”, lo que bien puede ser una manera de interpretar el pacto entre el Cacique y el Coronel, igualmente que en la misma correspondencia en la que Bernabé anuncia su victoria el 24 de agosto indica: “Oy marcho p.a la Est.a de Dn. Bonifacio Benites en el Queguay p.r ser la q.e esta mas inmediata”.

Bernabé ahora en “guerra” contra los caciques guaraní misioneros Comandiyú, Tacuabé y Napacá de Bella Unión, se distrae ante un grupo de charrúas en Yacaré Cururú. Esta vez el que cae en la celada es él. Muere en su ley a manos del Cacique Sepé el 21 de junio de 1832. Cosa ya conocida.

Por noviembre del 33 Raña culmina la campaña ordenada por Rivera, ideada por Catalá y Codina, reconociendo su fracaso en cuanto “a las disposicion.s de V. E. p.a el exterminio de los Salvajes...”, y no sabe como disculparse.

El resultado no daba ni para inventar partes sobre batallas inexistentes: “el q.e firma, a pesar del sentimiento q.e lo acompaña por no haver conseguido un objeto de tanta import.a, participa a V. E. no haver conseguido ningun triunfo sobre aquellos a pesar de los muchos exfuerzos que se han practicado con este fin”. 

Más que no obtener triunfos recibió una buena paliza: “hallamos la toldería con todos sus tiestos –consignó el entonces Sargento Mayor Ramón de Cáceres- pues los indios y su chusma estaban á caballo sobre los Cerros, empezamos á perseguirlos, y antes de una hora habían todos desaparecido... 

Serían las dos de la tarde, cuando 22 indios q.e era toda la gente de armas llevar q.e tenian en aquella epoca, se presentaron á 6 cuadras de nuestro campo, provocandonos á la pelea... en mi concepto nada podiamos hacerles... ellos tampoco podian incomodarnos; Pero Raña dijo q.e era una verguenza y se resolvió á perseguirlos... pasaron los indios un arroyo pantanoso, siguieron hasta la cuspide de una cuchilla q.e estaba del otro lado toda minada de tucú tucú y cuando habían pasado los nuestros... y subian medio desordenados á la cumbre... bolvieron cara, dos indios flecheros q.e era toda su infanteria echaron pie a tierra, y cargaron todos con tal brio, y rapidez, q.e trajeron mi guerrilla y agregados enbueltos hasta el arroyo Pantanoso...

En un abrir y cerrar de ojos nos habían muerto siete hombres, no habia uno de los de la guerrilla, q.e no tubiese dos ó tres pares de bolas en el caballo ó en el cuerpo. Luna, y Mieres, escaparon milagrosam.te con los caballos boleados; De los indios no murió mas q.e uno, q.e fue el q.e nos hizo el mayor destrozo, y q.e de golozo recibió un balazo... fué este el último encuentro q.e tubimos los cristianos, con esa raza indomita”. Como cuando todavía estaban enteros, pocos meses antes de Salsipuedes, en que corrieron a los trescientos brasileros, episodio del cual fue testigo el Sargento Silva. 

Yacaré Cururú y la cuchilla de los Tucú tucú también hacen Historia. 

Los años pasan, y ahí está el españolísimo Catalá y Codina, disfrutando de sus viñedos y sus diez moreras con criaderos de gusano de seda en su amplísima quinta sanducera (varias manzanas actuales de la ciudad, casi desde el centro hasta el río Uruguay), aún así, dándole a la manivela de la insidia sin parar. 

Sus pronósticos se cumplieron: guaraníes misioneros, charrúas -los documentos señalan también doscientos indios guaycurúes chaqueños-, lavallejistas, y ¡hasta portugueses de la frontera!; Rosas, que no perderá oportunidad de enviar algunas tropas que toman la Villa de Melo; de Entre Ríos cruzan “sediciosos” el Uruguay y pronto se sumaría Oribe; todos en contra de don Frutos. 

Cosechó lo que plantó con tanta avaricia, exagerada como indiscreta venalidad y que no dejó de regar con torrentes de sangre. 

Acabar con todos los anarquistas es la nueva consigna de Catalá y Codina. Cancerbero soporte ideológico de semejante barbarie, que se adelanta a otro gran educando: el mismo Sarmiento.

10) Mayo 2 de 1834, desde Paysandú:

“Ayer por la tarde tuvimos salvas de la artillería de los Paquetes, repique de Campanas, músicas y mucho alboroto en celebridad de la satisfactoria noticia de haber batido el Presidente y dispersado en todas direcciones la fuerza de los anarquistas compuesta de 116 hombres en los potreros del Cuareim, habiéndoles tomado todas las caballadas, armamento y monturas.

D. Juan Antonio (Lavalleja)se mandó mudar solo antes de empesar el combate... pasado en un bote al otro lado del Cuareim...

Uno de los que corrieron en porreta como su madre lo parió fue D. Manuel Lavalleja que por más que lo llamaban los nuestros por su nombre, nunca volvió la cara. Los charruas que estaban a unas ocho cuadras del campamento de los Anarquistas fueron sorprendidos por la milicia de este Departamento, les quitaron todas las caballadas y se huyeron a pie por el monte. Pero el Capitán Castellanos que estuvo en la sorpresa, me acaba de decir que los seguían por el rastro, y que según el rumbo de un Arroyito falso que habían tomado, opina que deben caer todos. El número de estos dice que son 26 con algunas indias...

Esta es la relación del Capitan Castellanos, que preguntado por mi si había alguna constancia de que los Portugueses hubiesen dado auxilios a Lavalleja me dijo que sí, y que el Presidente estaba por esto muy incomodo”. 

11) Mayo 13 de 1834, desde Paysandú:

“Nada sabemos aquí de las operaciones del ejército, ni aun el punto fijo en donde se halla presente, pues esperamos que de un momento a otro llegue la noticia de haber concluido con los anarquistas y Charrúas...

P.D._ Después de escrita esta llegó el correo del Salto por el que me dicen con fecha 11 se escribe al Juez de Paz con fecha 5 desde Paso del Mangrullo en el Arapey pidiéndole yerba, tabaco, papel y otras varias cosas, con encargo de remitirle todo en una carretilla, y que si esta no la haya en dicho puesto, que lo siga por el rastro que lo encontrará; de lo que se infiere de que habrá dado ya el golpe a los Charrúas y a Lavalleja, esto último según algunos que han venido del otro lado del Cuareim, tiene ya Lavalleja unos 200 hombres repartidos en aquellas estancias, hasta que le llegue no se que está esperando. Aseguran también que el Coronel Bento Manuel Rivero les está dispensando todos los auxilios necesarios, y que Don Juan Antonio vive en casa del expresado Coronel en el Yaguarón donde dicen que tiene grandes estancias...

Good by agaín”.

12) Junio 11 de 1834, desde Salto:

“El camino entre Itapúa y San Borja ha vuelto a quedar espedito. Lavalleja con unos 18 hombres que le han quedado y los Charrúas... estan todos en un potrero entre el Cuareim Grande y chico dentro del territorio portugues, parece que a esta hora habrán sido ya concluidos por nuestras fuerzas combinadas con las de Barreto”.

13) Junio 21 de 1834, desde Salto:

“Por unas canoas que llegaron antiayer de Santana sabemos que una fuerza portuguesa al mando de Calderon sorprendió a los anarquistas y Charrúas; estos Don Juan Antonio y Echebeste se escaparon, todo lo demás en número de dies oficiales incluso Don Manuel Lavalleja y doce soldados fueron desarmados e internados y... los llevan a las islas das cobras”. 

Ese muy pequeño racimo de guerreros charrúas “escapados”, continuará de inmediato y por una larga década su camino de lucha a favor de la República farroupilha riograndénse y luego a las órdenes de Oribe. De ahí en adelante y hasta más o menos 1865, disfrutará de cierta paz y buena vecindad en Tacuarembó, protegido en la Estancia de Paz Nadal.

Desprovisto de apreciaciones estrictamente político partidarias, necesariamente cada vez más amañadas, Fructuoso Rivera –y no sólo por el caso que nos ocupa- no tiene salvación ante el Juicio de la Historia. Basta remitirse a contemporáneos suyos como Charles Darwin, Garibaldi, Solano Antuña y tantos más, para ahorrar todo tipo de comentarios. 

Sin embargo, y como queda probado, no le van en saga algunas de las más encumbradas mentalidades de su tiempo y su esfera que, como en el caso del notorio pedagogo español, habrá que seguir poniendo en su lugar. 

Los Rivera entonces, no fueron los únicos responsables del genocidio de la Nación Charrúa. Tampoco Catalá y Codina. 

Nelson Caula
zapican@adinet.com.uy
 

Miércoles, 05 de Abril de 2006

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