A 250 años del nacimiento de José Gervasio Artigas |
3: Artigas rumbo a Las Piedras
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Armas como símbolos
“Con presencia de autoridades de la intendencia municipal de Maldonado, encabezadas por el intendente Oscar de los Santos, legisladores nacionales y departamentales, autoridades de la Jefatura de Policía de Maldonado y autoridades militares, representantes de instituciones en enseñanza pública y privada, sociedades criollas y grupos nativistas, se recordaron el jueves 18 de mayo los 195 años de la Batalla de Las Piedras, en un acto efectuado en el Cuartel de Dragones de Maldonado. La parte oratoria se inició con la participación del escritor Nelson Caula y posteriormente el Secretario General de la Intendencia, doctor Enrique Pérez Morad, homenajeó a los criollos, aborígenes y negros”. La República del Este, 20 de mayo de 2006. Discurso completo de Nelson Caula:
Conocida es la magnitud de la Batalla de Las Piedras dada la forma en cómo este triunfo renovó las esperanzas de independencia americana, tras los traspié sufridos en el Alto Perú y Paraguay y otros aspectos suficientemente estudiados. Hay otras lecturas que son las que queremos destacar hoy.
Esta historia lo es también, gracias al aporte de las poblaciones negras y me gustaría empezar aclarando que le debemos este feriado -aunque más no sea para fomentar actualmente el turismo los fines de semana largos- no a la batalla que hoy se recuerda, sino a un afro descendiente extraordinario. Se trata del Sargento Manuel Antonio Ledesma, uno de los tantos que acompañó a Artigas a Paraguay en 1820, enfrentó y sobrevivió a la triple alianza invasora y allí se lo encontró, mucho después, por 1885 confundiéndolo con Ansina, cosa que despejamos en artículos y en Artigas Ñemoñaré II, mi último libro, al que me remito ahora sobre este personaje:
“A Guarambaré se dirigió un grupo no muy numeroso de soldados igualmente ingresados con Artigas al Paraguay. Era más bien la familia de Ledesma que enviada hacia allí se fue a trabajar al cañaveral... fue el sargento Manuel Antonio -muy apreciado por El Protector- el único de los primeros Artigas Kué en ser reconocido con todos los honores, en su ancianidad, por autoridades uruguayas y paraguayas. Consignado por la Historia como el ‘antiguo veterano’, ‘el veterano de Guarambaré”, “el veterano de Artigas” o “El Último Soldado Artiguista”, sus restos fueron repatriados finalizando octubre de 1938, permaneciendo en el Panteón Nacional hasta que una ley promulgada en 1997 los reubica en el departamento de Canelones, al pie del ‘Monumento a la Batalla de Las Piedras y al Soldado Oriental’. A él debemos agradecerle que el 18 de mayo sea feriado. En efecto, fue elegida esa magna fecha del año 1939 para la instalación de sus restos en el Panteón Nacional. El proyecto original del diputado por Canelones Julio Iturbide decía que solamente ‘el 18 de mayo próximo’ fuese un día no laborable y por propuesta de su par Arismendi, se le quitó ‘el próximo’, para que ‘así quede como feriado permanente entre los fastos nacionales esa fecha, lo que sería de toda justicia’`”.
Veamos a continuación, brevemente, alguna de las muchas facetas de su personalidad. Uno de sus tantos vecinos afirmaba lo siguiente:
“’Conocí mucho a Ledesma cuando era viejo, ya caduco y por ello llevaba una vida sedentaria, ocupándose únicamente de su profesión médica’. A esa altura de su muy longeva vida, ’jubilado’ de Corregidor-Celador y labriego no rehusaba en aplicar los antiguos conocimientos adquiridos en la universidad de la selva para proteger la salud de los demás. ‘El curaba gente en todo Guarambaré’. Con tantos títulos otorgados por el Gobierno no le faltaba cierta aureola de mago, como buen africano. No sólo se manejó ‘herborísticamente’. ‘Practicó la medicina campera, siendo su especialidad la de curar daños, deshacer conjuros y otras artes por el estilo’ ”. Típico en los “hechiceros” negros, por eso lo destacamos.
Volvemos a Las Piedras.
Sabido es ya, que tempranamente José Gervasio Artigas se interna en el universo rural de su época. Entre los 14 y 16 años de edad se aleja de su vida en los establecimientos de campo de la familia, quizás a desgano de esta última, pero con su consentimiento, si partimos de la base que en los primeros tiempos de esta etapa se lo ubica en las tareas pecuarias de los Gadea, sus parientes de Villa Soriano.
Más de uno de éstos fue Regidor y Cabildante de esta Villa en distintas oportunidades. Santiago Gadea fue primero compañero de Artigas en la extracción del cuero, luego activo patriota partícipe de todo el ciclo revolucionario, más tarde uno de los tantos detenidos en Isla das Cobras -junto a Lavalleja y Manuel Francisco Artigas, el hermano de José Gervasio- entre otros y por último uno de los Treinta y Tres Orientales.
En abril de 1794, apenas tres años previos a que Artigas se incorpore como Blandengue a este Cuartel en el que nos encontramos hoy, el Capitán de Infantería Agustín de la Rosa indaga al tropero Juan José Lobo, quien conoce
A “los vaqueros Josef Artigas, el portugués Francisco, un indio al que llaman Matachina (y) que los tres suelen viajar a Santo Domingo”. Los ve “hacer corambres” y reitera que son “procedentes de sus tropas y residentes en dicho Santo Domingo”.
En 1791 nace Juan Manuel, en el 93 María Clemencia, en el 95 María Agustina y todavía en la primavera de 1804 viene al mundo María Vicenta. Cuatro vástagos de José Artigas e Isabel Velásquez. Todos del pago de Villa Soriano de Santo Domingo. El primero de los nombrados acompaña a su padre en todo su ciclo histórico, incluso le salva la vida recogiéndolo en su caballo durante la incesante persecución a que lo comete Pancho Ramírez en 1820, tal cual testimonió este último.
Ya, estos pocos pantallazos son ricos en informaciones:
Artigas en su primera y segunda juventud es baqueano, se dedica a la industria del corambre, comparte su vida indistintamente con indios y portugueses -estos últimos, seguramente oscuritos de más o guaraníes misioneros de alguno de los siete pueblos orientales- y convive tres lustros o más, con una compañera “mestiza de cuarto grado” como indica una partida de nacimiento; llamada “la moza chaná”.
El mundo de Artigas no es de pura cepa hispánica, criolla sí, pero con un fuerte acento mestizo.
Otros parajes importantes, o parte de un mismo itinerario de la explotación del cuero, más hacia el norte, lo son el Queguay y el Arerunguá. Concretamente, en el ángulo que forman los ríos Arapey y Mataojo Grande se encontraba la Pulpería de El Chatre. Enigmático personaje. Voces nunca solventadas en los documentos dicen que era francés radicado en Buenos Aires, cosa bastante difícil para el tipo de relaciones entre Francia y España en la época. La historiadora salteña Ofelia Piegas, que mucho ha trabajado este tema, estima que era bien “españolísimo”. Estaba al frente de una industria de enorme magnitud: la extracción de más de treinta mil cueros que en forma relativamente legalizada partían desde allí hacia Santa Fe, Córdoba y el Alto Perú. Por otras vías no autorizadas lo hacían con rumbo a Río Pardo, Río de Janeiro mismo y por puertos, uno de ellos muy vigente en Maldonado, al pie del Cerro del Inglés, que por algo se llamaba así (actual San Antonio en Piriápolis), partían hacia Gran Bretaña y otros puntos de Europa. Los bajos precios que cotizaba el monopolio español, impusieron estas rutas como un uso social, más o menos aceptado por mandantes y mandados.
Todavía en 1822, uno de los más poderosos terratenientes de entonces, hombre de gran cultura y rico como pocos, Antonio Pereira, padre del futuro Presidente Gabriel Pereira; concuñado de Artigas, casado con una hermana de Rosalía Villagrán -vaya casualidad- se quejaba:
“Nosotros los españoles, despojados desde siglos de los más preciosos derechos, de los cuales se nos concedía algún uso parcial y de gracia... sufrimos el doble bárbaro monopolio del comercio exclusivo de América, con el que agonizó nuestra agricultura”.
Don Antonio, que vio en esta situación una de las causas fundamentales de la Independencia, fue a su manera, un buen artiguista de los primeros tiempos de la revolución emancipadora y cuando joven también anduvo acopiando ganado de más, lo que le costó una severa prisión. Si no fue El Chatre -opinión muy personal- sí lo debe haber sido alguien muy parecido a él.
Empleado por El Chatre o su testaferro en la zona, don Manuel Herrero, José Gervasio Artigas fue uno de sus diecisiete capataces de tropa. Al poco tiempo se transformó en su socio. Tenía entre doscientos y cuatrocientos troperos a su mando.
Al prototipo humano de diversa procedencia aborigen generalizado que ocupaba estas tierras de la vieja estancia guaraní-misionera de Yapeyú, predilecta de Artigas; el autor argentino José Luis Lanuza agrega otro en 1946:
Una categoría de negros cimarrones o negros gauchos... hábiles en arrear ganado, tirar el lazo, carnear, domar, marcar... bolear... que habían huido de la relativa civilización colonial para inaugurar en el destierro la vida nómada de los gauchos. Auxiliaban a los contrabandistas y se surtían de hacienda donde la encontraran”.
Cita, que define a la vez esta etapa de la vida del propio Artigas.
Indios, negros, mestizos, gauchos en general, constituían la casi totalidad de aquellos cientos de troperos que convivían y seguían las directivas de su Jefe Artigas. Con ellos comparte los rigores del trabajo y el mate fogonero. El sudor y la fraterna camaradería.
Igual que cuando niño en la chacra materna de los Carrasco, en las haciendas de sus abuelos de Pando y El Sauce o la paterna de Casupá donde pasa el mayor tiempo, aprendiendo allí del peón tape, angoleño y bantú. Respetándolos como seres humanos y con su propia cultura a cuestas.
En marzo de 1805 el ya muy eficaz Comandante General de la Campaña, el Teniente de Blandengues José Artigas, solicita y obtiene una enorme suerte de estancia: treinta y seis leguas cuadradas en los “Potreros de Arerunguá”. Nunca la trabajó. Vestigios que todavía hoy se encuentran allí: túmulos de piedra y otros Vichaderos religiosos milenarios, característicos de las naciones pampas, son la respuesta a uno de los primeros por qué, de esta actitud de Artigas. Protege entre esos límites a sus viejos amigos charrúas y minuanes que venían siendo sumamente asediados por las campañas exterminadoras emprendidas por el también oficial Jorge Pacheco.
Más adelante, en pleno proceso independentista, en momento muy emblemático del mismo, será para Artigas “el centro de mis recursos”. Allí se enarbolará por vez primera su Bandera y desde esa cercanía dirigirá la victoria de Guayabos sobre “los de Buenos Aires” en 1814.
Inicia allí la incontenible confederación interprovincial. El historiador argentino –antiartiguista- Vicente Fidel López, dirá al respecto que en Córdoba deseban “ver trasladado el campamento de Artigas a los claustros de la Universidad o llevar la Universidad con sus colegios y hasta con su catedral a la corte de Arerunguá para vivir en libertad federal”.
Casupá fue el tiempo de aprendizaje escolar de Artigas; Villa Soriano y el Queguay el correspondiente a su secundaria y Arerunguá la universidad.
“En los lindes de la sociedad colonial -estima un estudio reciente del argentino Hugo Chumbita-, más allá de los territorios efectivamente ocupados en nombre de Dios y el Rey, los espacios libres -como éstos en los que transcurría la vida de Artigas- eran otro mundo: el reino del ganado bagual y los jinetes... Varias tribus no sometidas -el caso típico de los llamados “indios infieles”- se desplazaban tras el ganado y se adiestraron para montarlo, cazarlo o domesticarlo... Criollos, negros y mestizos de toda clase siguieron el mismo destino, escapando del yugo colonial y de sus reglas de apropiación de los recursos y sujeción de las personas. Éste fue el origen de los gauchos, una suerte de descastados de procedencia muy diversa”.
El mundo gaucho era el de Artigas. En él se formó y moldeó. Y he aquí en esta etapa de su vida, mucho antes de entrar por primera vez a este Cuartel que hoy nos convoca, el proceso final de algunas de sus máximas identificaciones.
Solo así se explica, en el artículo sexto del Reglamento de Tierras del año 1815, que entre los más infelices que deberían ser los más privilegiados con suertes de estancia, junto a los criollos pobres, se incluyera a “los negros libres, los zambos de esta clase (y) los indios”, sin especificar que fueran cristianizados (“fieles”) o no. De hecho incorpora a su Pueblo de Purificación a indígenas guaycurúes y mocovíes, indios chaqueños, de “los bravos”, de similar tronco originario que los charrúas.
Sólo así se explica, justamente la fundación de esta Villa, en lugar de la fortificada ciudadela montevideana, como la tácita capital de las Provincias Unidas confederadas. Materia pendiente que tenemos todos los orientales y demás provincias del viejo protectorado de recuperar ese sitio como patrimonio histórico, ley aprobada hace unos años, todavía no cumplida.
Sólo así se explica, la tercera de aquellas instrucciones del año trece, determinación única e irrepetible que instaba a promover “la libertad civil y religiosa en su máxima extensión imaginable”. Un sentido de libertad asimilable al de aquel gaucho que prefería la inmensidad del campo a las tierras del Rey, la del indio que no aceptaba ninguna clase de dominación, la que permitía ceremoniales espirituales como los que se hacían a toque de tambor en las “salas de nación” de los benguela, los mozambiques, los angola, los mina-nagó africanos, que una vez reunidos en cofradías salían a la calle, constituyendo los primeros “desfiles de llamadas” que tuvieron lugar en esta parte del mundo.
Sólo así se explica aquel concepto inigualable manifestado por Artigas en mayo de 1815:
“Yo deseo que los indios, en sus pueblos, se gobiernen por sí, para cuiden de sus intereses como nosotros de los nuestros... ellos tienen el principal derecho, y... sería una degradación... para nosotros, mantenerlos en aquella exclusión vergonzosa, que hasta hoy han padecido... Acordémonos de su carácter noble y generoso”.
El autonomismo tan característico del ideario artiguista y por el que tanto insiste con su aplicación en cada una de las Provincias Unidas. No excluye a los indígenas, es más, ellos que siempre lo aplicaron, tienen para Artigas, el derecho prioritario.
Y sólo así se explica, que en una fecha como la de hoy, pero de 1811, que “amaneció sereno” al decir del parte del propio Artigas, no como hoy y también a las once de la mañana, el criollaje pobre, los más infelices, la indiada, los gauchos negros y todo el cimarronaje arranca a la pelea en Las Piedras, enarbolando herramientas de desjarretar vacunos ariscos y demás del arado, bien enastadas. Lo social y lo étnico; lo pluricultural se abrazan a la hora de dar batalla.
“El entusiasmo crece y la voz de la justa causa que defendemos ha penetrado los corazones de toda la Campaña: todos desean unirse”, escribe Manuel Francisco Artigas a su hermano José, liberando toda esta zona del Este del país, mientras se encamina a Las Piedras, previo pasaje por Solís y Pando.
Por primera vez, de “todas partes” de aquel universo exclusivamente rural que confluye en Las Piedras “vienen los orientales” y entre el armamento más numeroso de los vencedores, no de los vencidos, proliferaran chuzas y boleadoras.
Sus armas eran también sus símbolos.
Publicado en el libro “Un tal Pepe Artigas”, año 2007; y en el libro “Artigas ñemoñaré” tomo 3, año 2012.
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Nelson Caula
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