Casaravilla Lemos, el estado de gracia |
Quizá de todos los poetas que integran su generación, el que menos sufrirá el ir y venir de las corrientes literarias será como corresponde, el que vivió más encerrado en un mundo propio, ajeno a la volubilidad de las varias tendencias que imperan y caducan mientras él hace su obra: Enrique Casaravilla Lemos. Por estado de gracia poética casi permanente, logró un lenguaje traslúcido de misteriosa profundidad, salido de una zona de inocencia creadora. Algo así como un Rimbaud que hubiese seguido siendo niño. Durante años entró y salió de una casa de salud, viviendo en ella precariamente, y en contacto, fuera de ella, con unos pocos amigos. El mundo en el cual se abismaba era tan privativo que podía dar cabida a todos sin menoscabo para él, y así era posible verlo en algún café de Las Piedras comunicándolo a oyentes tan mudos como incapaces de comprenderlo. El permanente temblor que pasa por su poesía hace pensar un poco en Emily Dickinson. Una invariable pureza idiomática parecía llevarle hacia lo palabra precisa, sin artificio alguno; aunque seria necesaria la confrontación de sus manuscritos para saber en qué grado el poeta modificaba posteriormente el fluir inicial. Hay en su poesía una mezcla emocionante de sensualidad y de ascetismo. Educado durante algunos caos en un colegio jesuita, como hijo de una familia muy católica, en contacto con otras doctrinas, abandonó el dogma. Pero conservó para siempre un torturante deseo de pureza, una aguda preocupación metafísica y uno vigilante idea del pecado. "Entrar en la existencia es el pecado / primero y repetido..." "Pero -ah, duelo y desgracia- se diría / que hasta el árbol quisiera entrar en nuestra existencia extrañísima, / rarísima". Pero así como el árbol, para sentirse y hacer algo "¡ay! quisiera cometer un crimen..." también el poeta comete a diario, viviendo y cantando, el crimen de la sensualidad. Creo que los más ardientes poemas de amor varonil que se han escrito en el Uruguay, los más sensuales, rendidos, los ha escrito Enrique Casaravilla Lemos. Verdaderas cascadas de adoración que rodean e impregna a la mujer amada, la Elena de muchos de sus poemas, que la integran al mundo, mezclándola a esos crepúsculos, a la soledad y suntuosidad de las quintas del Prado que constituyen el íntimo fondo de casi toda su obra. Casaravilla es tal vez el mayor poeta que su generación ha dado a nuestra literatura, el que menos debe aparentemente y el que más da de voz auténtica, de hondura, de misterio y quizás de porvenir. |
Ida Vitale
La poesía de los años veinte
Capítulo Oriental Nº 21
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