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Carta a Julio Herrera y Reissig
Roberto de las Carreras

Roberto de las Carreras

Julio Herrera y Reissig

Querido Julio:

En nombre de Afrodita, te debo una explicación. Que anonadamiento el de tu espíritu, que sincope fulminante de sorpresa, que bramidos de indignación los tuyos, viéndome con el dogal al cuello, en la picota ignominiosa de los edictos matrimoniales, como cualquier pobre uruguayo que va a cumplir ceremoniosamente su misión prolífica en las cabañas de la sociedad! ...

No roce tu pensamiento que abrazo el fetichismo del matrimonio, que opto por el cliché de las convenciones medioevales, que cedo sojuzgado por el ambiente a los perjuicios de las imbéciles mayorías, que este país bacterio, milagro de ridiculez, ironía de nacionalidad, me avasalla triunfalmente; que me tritura la presión asfixiante del océano colectivo.

Se trata de una imposición fatal, abominable, de las circunstancias, de un escape fortuito por una encrucijada de cuchillas, de un acosamiento siberiano de jaurías de contrastes, de un desplome de crisis insolubles, de un Apocalipsis de acreedores antropófagos, de Cerberos del agio, de Carontes y Procustos, de un sitio, por hambre, a mi trascendental fisiología!

Entro en explicaciones: una señorita, menor de edad, es mi amante, como tu no ignoras: una esclava de mi voluntad, una sugestionada sumisa de mi harén de Gran Visir. Se me aboca a un dilema: "El Juez, o el Buen Pastor"; una firma, a la que no doy valor alguno, o un tutor cesarino que invada mis prerrogativas de dueño de la Princesa. He optado, como anarquista, por redimir a mi amante de las garras zaharenias de la tiranía burguesa.

Mi presentación al Juez, mi contrato extrínseco, mi formula de sainete, mi carnestolenda, es una acción libertaria!

Después de haber paseado insolentemente mi conquista por la faz de la miserable aldea, después de haber atravesado como una puntada el corazón del villorrio, después que mi superioridad ha reído de estos evangelios hipócritas, estos "babuinos emponzoñados" (tuyo) a quienes me complazco siempre en inquietar con mi florete, mi casamiento legal resumía la mas cáustica, la mas alevosa de las ironías.

Juego al football con la moral de los montevideanos, con los ídolos abracadabricos de los "trogloditas públicos" (tuyo ... )

Como anarquista, no reconozco el matrimonio, esa piltrafa del tiempo negro, ese sofisma supersticioso, ese catafalco bíblico que hay que deshacer a patadas, en el que no veo otra cosa que un aquelarre burgués donde se compran mujeres.

Del mismo modo que el concubito oficial no reconoce la unión cristiana, y los católicos viceversa, yo, quintaesencia del anarquismo, dinamita de rebelión, paradoja contra los imbéciles, doy un mentís descarado, abanico a bofetadas al aparejamiento civil, al concubinato legal, como lo llama Tolstoi.

Todo valor nominico es solo por su admisión, por el tercero que lo monetiza. El casamiento es un papel moneda que nada importa para nosotros. La señorita, como menor de edad, no puede disponer de su fortuna heredada la cual a no casarme, vagaría sin rumbo, por mil entuertos, fakiricamente pulverizada en los tramites jurídicos.

Mi pereza de no ir hasta el Juzgado, mi resistencia a mojar la pluma, fuera, como se comprende, un abandono egoísta. Temer la critica de los inocentes que no me admiran, que mi actitud diplomática de hombre experimentado se interprete como una contradicción suicida, como si desertase de mis trincheras anárquicas, fuera una puerilidad salvaje.

Empeñarme en resistir a fuerzas superiores, en ser un Pirro en esta época spenceriana, resultaría un encaprichamiento de damisela, un romanticismo ingenuo de apóstol de las catacumbas, de caballero de Jerusalén. Mi situación precaria se felicita, con un sarcasmo, con una mueca de Mefistófeles de ese simulacro astuto; sonríe como un satírico travieso a la austeridad de las togas.

No me caso! El movimiento mecánico de mi pluma no importa una conversión a la estulticia.

Mi primogénito real no será legitimado. Quiero que lleve arrogante, la corona de la bastardía, que en El se admire la obra del amor libre. Quiero que sea mi continuación galante, la eterna pesadilla de los montevideanos, mi protesta encarnada contra plebeyos y legisladores!

Espermatozoide rebelde, con aparatos nerviosos superiores, anudados de lóbulos geniales, será el eslabón soberbio de una raza de Caines y Aristides, de Luteros y Dantones, de Nietzsches y Baudelaires! ... Será un Anacreonte de mi prosapia afrodisiaca! Si yo lo legitimara, se negaría a creerme padre!

Con mi presentación al Juez no abato mi estandarte de libertino. Por el contrario, triunfo como estratega; aumentaran, es seguro, los censos de mis conquistas. En nuestra obra futura tu haces constar, tu pruebas que las mujeres de Montevideo, se entregaran exclusivamente a los hombres de matrimonio ...

Te recordare tu frase. "Nuestras niñas se dan a los casados por un exceso de pudor. Conceptúan indecoroso, de muy poca delicadeza tales confianzas con un célibe que no constituye para ellas un hombre de respeto. Desconfían nuestras vírgenes, con perspicacia celeste de la indiscreción de los inconyugados. A la verdad, convengo que en materia de honra se hace indispensable mucho disimulo, una reserva de ministro!".

La noticia de mi presentación al Juez ha levantado una tromba de alegría entre los trilingües burgueses, reos de imbecilidad que mandaremos a la horca, en nuestra próxima catilinaria; cuyas faces serán rellenadas por el polvo olímpico de nuestro carro de combate. En esa obra colosal, hermética, lo único bueno que se haya escrito en el país hasta la fecha, cuyos ecos cavernosos atronaran las Españas, le pondremos la nación de sombrero a los estólidos uruguayos! Ella será la credencial gloriosa de nuestra psique revolucionaria, de nuestro valor único, de nuestra personalidad ungida por Minerva.

Yo, amante de nacimiento, hidrofobia de los maridos, duende de los hogares, enclaustrador de las cónyuges, sonámbulo de Lisette, me sujeto a tu dictamen, oh Lucifer de Lujuria, hermano mío por Byron, Parca fiera del País, obsesión de pecado, autopista de una raza de charrúas disfrazados de Europeos. Yo imploro tu absolución suprema, oh Pontífice del libertinaje!

Roberto de las Carreras, 1905

de "Tolderia a Montevideo"
Psalmo a Venus Cavalieri y otras prosas.
Editorial Arca - 1954

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