Sea socio fundador de la Asociación de Amigos de Letras-Uruguay |
Felisberto Hernández |
Índice
I - Visión general La obra de Felisberto Hernández, muy poco leída mientras vivió el autor, elogiada por numerosos críticos y narradores, menospreciada por algunos de aquellos, tiene a esta altura una difusi6n considerable, dentro y fuera del Uruguay. Se la estudia en institutos de enseñanza de varios países de América Latina, de Estados Unidos y de Francia. Parte de ella ha sido traducida al francés y al italiano. Hay que agregar, sin embargo, que esa amplia difusión en el espacio es limitada en otro sentido: sigue siendo un autor conocido solo por minorías, aun en su tierra natal, a pesar de la sencillez de lenguaje que caracteriza su prosa; y los numerosos estudios que ha motivado permanecen dispersos, dificultando una visión definitiva de su obra. En el caso de Hernández, más que en otros, la obra depende estrechamente de lo que ha sido el hombre, pues es un autor que escribe ciñéndose a sus propias experiencias. Da así al lector un mundo propio, extremadamente subjetivo, en el que el acento está puesto sobre cosas que a el le importan y que son precisamente de aquellas que otros hubieran desechado por nimias, por ínfimas, por intrascendentes. Precisamente, una de las lecciones que se desprenden de su obra es la de que en Literatura no hay hechos menores ni despreciables si el autor sabe darles interés. Otra de las lecciones que pueden aprenderse de Hernández es la que da su naturalidad expresiva; otra, la de su tenacidad, su decisión de convertirse en escritor partiendo prácticamente de cero. Es un narrador que ha desarrollado una óptica personal, intransferible. Y ese modo tan suyo de ver las cosas es lo que hace la singularidad de su prosa. Es lamentable que, salvo por el límite que marcan las fechas de publicación, se desconozcan las de composición de la mayoría de sus escritos; la incertidumbre es mayor todavía en lo que respecta a los trabajos que dejó inéditos. Tampoco su vida ha sido estudiada suficientemente. Y eso a pesar de los testimonios de quienes lo conocieron, de numerosas cartas suyas publicadas y de las apreciaciones autobiográficas que abundan en sus relatos. La existencia de Felisberto Hernández podría resumirse en pocas líneas: nació y murió en Montevideo; vivió entre 1902 y 1964; su formación fue la de un autodidacta, salvo en lo que se refiere á la música; en su vida abundaron los problemas económicos; su oficio durante muchos años fue el de pianista; luego, cuando ya era reconocido como escritor, desempeñó sucesivamente dos modestos cargos administrativos; fue becado por el gobierno francés en 1946 y permaneció en París cerca de dos años; se caso cuatro veces y tuvo algunos otros amores; proyectaba casarse otra vez cuando murió, víctima de la leucemia; tuvo dos hijas. Toda esquematización es falsificadora de la realidad. Tras la simple reseña asoman varias interrogantes. Las plantean la multiplicidad da sus matrimonios, ninguno de los cuales duró más de cinco años; la muy probable sobreprotección de su madre, con la que tornó a vivir varias veces (y que lo sobrevivió; el padre murió en 1940); los posibles efectos de la feroz justicia que aplicaba en su infancia la abuela (despertarlo por la mañana con un latigazo cuando se había hecho merecedor de un castigo); los resultados de la coexistencia de dos vocaciones (también como intérprete se sabe que fue brillante); el carácter personalísimo de su producción literaria (y la misma parquedad de ésta); su locuacidad, disimuladora de una timidez fundamental y una confesada falta de confianza en sí mismo. Todo lo cual sugiere una complejidad de carácter que incluyó altibajos y crisis más perceptibles para quienes convivieron con el, pero que asimismo se trasuntan en sus escritos. Si se toma en cuenta que su actividad literaria abarcó cuatro décadas (su primera publicación es de 1925), sorprende lo reducido de su producción. Es llamativo, por ejemplo, que Tierras de la memoria, obra que empezó en 1944 y de la que ese mismo año hizo conocer fragmentos, no haya sobrepasado las setenta páginas, a la hora de su muerte, veinte años más tarde (y todavía "con frecuentes correcciones y adiciones"). Hernández había descubierto dentro de sí mismo un filón poco menos que inagotable, pero no extrajo de él todo lo que cabía esperar; la causa pudo residir en un hondo conflicto interior. Paulina Medeiros, que lo trató íntimamente a partir de 1943, hace saber de su "extremada sensibilidad e "increíbles fobias". Lo ve "minado por enfermiza sensibilidad e innumerables prevenciones", "víctima de un profundo sentimiento de culpa", "incapaz de adaptarse a ningún tipo de experiencia hogareña" y de extraer "experiencia de sus fracasos". Afirma que "resultaba agresivo y chocante si el tema (de la conversación) derivaba hacia problemas sociales o filosóficos no admitidos por el"; y que "mantenía a mitológica altura, a amigos y maestros, sin tolerar la menor crítica al respecto, Vaz Ferreira al principio, Supervielle después". Concluye que fue "un ser que transitó desajustadamente por el universo real, hiriéndose reiteradamente, como sonámbulo que no ve sino dentro de sí mismo". Es posible que, más que esas apreciaciones, que podrían ajustarse a la personalidad de muchos creadores que necesitaron polarizarse al extremo para producir, importen las que le comunicó en una carta de febrero de 1945:
"Usted guarda mucho para la inteligencia.
Vive profundamente en el arte y los momentos de creación; pero si
exagerara demasiado, si agota la capacidad del intelecto en una sola
dirección, demasiado propuesta, ¿no puede llegar un momento en que le
falle la tierra bajo los pies? Tiene como una desesperación al revés. Y
yo, queriéndole, temo que se le enrarezca demasiado la atmósfera de la
cual se nutre, y que hasta su obra pueda resentirse en el mismo
sentido". (Paulina Medeiros: "Felisberto Hernández y yo", Biblioteca de "Marcha", 1974)
II - Obra de Felisberto Hernández: en la música y en la literatura I) En la música
II) En la literatura Aceptando el esquema propuesto por José Pedro Díaz, se puede dividir su obra literaria en tres etapas a) De iniciación, en la que publicó cuatro pequeños libros: Fulano de tal (1925), Libro sin tapas (1929), La cara de Ana (1930), y La envenenada (1931). b) De madurez, que incluye Por los tiempos de Clemente Colling (1942) y El caballo perdido (1943). c) Etapa final, con el resto de su obra: Tierras de la memoria (de publicación póstuma, en 1965), Nadie encendía las lámparas (1947), Las hortensias (1949) y La casa inundada (1960). A eso se le suman algunos textos más, de distintas épocas; y los fragmentos póstumos, de ubicación imprecisa, recogidos en Diario del sinvergüenza y Ultimas invenciones (Editorial Arca, 1974). Hernández escribió, en conjunto, unas cincuenta narraciones, no todas completas. Bajo el título Primeras invenciones (Editorial Arca, 1969) figuran, a más de las cuatro obras iniciales, cuatro cuentos inéditos y varios publicados, y tres poesías publicadas originariamente en periódicos de Treinta y Tres en los años 1932 y 1934; este último es un genero en el que no insistió, como tampoco en el teatral, en el que compuso una breve pieza. Las narraciones de Hernández son en su mayoría de corta extensión y están casi todas contadas en primera persona. Se las puede llamar, entonces, "relatos", mas bien que "cuentos". Varias son netamente autobiográficas y en otras los detalles de ese carácter aparecen mezclados con la fantasía. Solo una media docena de narraciones está escrita en tercera persona. Las mas extensas Por los tiempos de Clemente Colling, El caballo perdido, Tierras de la memoria y Las hortensias, ocupan entre cincuenta y setenta páginas. A ellas se podría agregar La casa inundada -unas veinticinco páginas-, a la que Hernández denominó tanto "novela" cómo "novela corta o cuento largo". Es difícil decidir que denominación les conviene más: "novelas cortas", "cuentos largos" o "nouvelles"-término francés que a falta de una palabra equivalente en castellano designa un tipo de narración intermedio entre novela y cuento. Dará una idea de esa dificultad lo expresado por el crítico francés André Rousseaux (opinión que no hay por que aceptar sin reparos, aunque se acomode bastante bien a algunos relatos largos de Hernández): "Por poco que reflexione me parece que la composición de una novela corta está, si no reglamentada por leyes, por lo menos sometida a condiciones bastante imperativas. En primer lugar, el tema de una buena novela corta requiere un caso más o menos extraordinario. Puede ser una historia misteriosa, o bien el héroe es un personaje de una extraordinaria originalidad. Lo breve de la novela corta no le permite seducirnos como sucede con ciertas novelas, con atractivos desarrollados lentamente. Es necesario que nos llame la atención y que nos asombre. No puede tampoco dispersarse en una intriga compleja con una multiplicidad de personajes. Un solo drama conducido por una fatalidad fulminante. Los diversos personajes centrados en torno de uno solo que borra a todos los demás por el carácter excepcional de que hablaba hace un momento". III - Ubicación de su obra Felisberto Hernández aparece como una figura solitaria dentro de la literatura uruguaya. Si se pasa revista a los narradores qué coexistieron con el (dejando de lado a los de la Generación del 900: Viana, Reyles y Quiroga, más viejos), ordenándolos simplemente de acuerdo a la fecha de nacimiento, se encuentra a:
José Pedro Bellan (1889-1930)
La nómina de los que cultivaron el cuento
o la novela en la primera mitad del siglo es forzosamente incompleta.
Faltan además otros dos narradores importantes: Julio Da Rosa y Mario
Benedetti que nacieron en 1920. Hernández es ubicable entre los "raros", apartados tanto de la narrativa que por sus temas es designada como "campesina", como de la "ciudadana"; con aquellos pocos que, en vez del "arraigo" en la realidad nacional -compartido por la mayoría- prefirieron la "evasión", o simplemente la desubicación geográfica de temas y personajes. Esta afirmación es aceptable solo en parte: ambientes montevideanos, personajes definidamente rioplatenses, son visibles en algunas obras de Hernández. Aproximarlo, pues, a Giselda Zani, a Armonía Somers, a María Inés Silva Vila (que nació en 1926) a L. S. Garini (que empezó a publicar muy tardíamente, poco antes de morir Hernández), pone de relieve semejanzas que no van más lejos de la creación de un clima que, partiendo de una verosímil realidad, deriva hacia lo extraño o lo fantástico. Se le ha comparado alguna vez con Macedonio Fernández (1874-1952). Si ambos pueden ser legítimamente señalados como muy originales, en el argentino la preocupación filosófica llega a ser avasalladora y a trastornar lo narrativo más radicalmente que en Hernández. También podría acercársele a Santiago Dabove (1899-1951), difundido solo entre minorías y de obra escasa; pero su humor suele ser tétrico y la muerte una presencia familiar. Los dos argentinos buscan temas trascendentes; Felisberto Hernández se apoya en lo pequeño, en minucias que otro escritor pasaría por alto. Fue Alberto Zum Felde -el mayor crítico uruguayo- quien comparó, apreciando similitudes y diferencias, a Hernández con Jorge Luis Borges, con Kafka y con Proust -tres figuras de evidente mayor relieve que aquel-. Luego de indicar que "Felisberto Hernández comparte con Borges la primacía del cuento fantástico en el Plata", puntualizó: "Aunque en la ficción de ambos escritores se dan algunos rasgos comunes -por ejemplo, la presencia del ambiente vernáculo y la intervención de circunstancias biográficas (o supuestamente tales) mezclándose al clima fantástico del relato-, en lo esencial son distintos. En Hernández, la sustancia es más directa, intuitiva y humana y, aparentemente, menos elaborada que en Borges, en quien esa ardua elaboración literaria y hasta erudita es inmediatamente perceptible. También el elemento biográfico parece en Hernández más auténtico, menos supuesto, y algunos de sus relatos -casi siempre en primera persona- dan realmente la sensación de que provienen de sus propias experiencias, más o menos transfiguradas. En cuanto al estilo, a la prosa, la de este parece, asimismo, más espontánea que la de aquel, en quien se percibe la voluntad de estilo, cómo en la composición misma. Pero es, sobre todo, el humorismo -carácter predominante en Hernández- lo que más radicalmente les distingue. En Borges no existe humorismo, aunque sí ironía, que es otra especie". Ya una década antes de publicar esta obra, la lectura de Nadie encendía las lámparas había sugerido a Zum Felde la comparación con Kafka; en su voluminoso ÍNDICE insiste: "Al apartarse de la sustancia biográfica de sus dos primeros libros (se refiere a Por los tiempos de Clemente Colling y El caballo perdido) para cultivar casi solo lo imaginario, su humorismo, ya tan activo en el de Clemente Colling (y algo más entornado, aunque no ausente, en El caballo perdido), se agudiza como su rasgo dominante. Su humorismo no es, empero, su finalidad, sino su consecuencia, aun cuando esta sea la característica que más inmediatamente percibe el lector en sus relatos. Al entrar en el terreno de lo fantástico, que casi equivale a decir, en su caso, en el de lo absurdo (con respectó a la normalidad racional), el humorismo se convierte en el sentido mismo del relato. Lo absurdo y lo humorístico son -estética y filosóficamente- inseparables; ya sea éste el efecto de aquel, ya sea aquel la condición de éste. Esto le acerca a Kafka, cuya novela, si no es fantástica es onírica -en su clima-, lo que resulta parecido, pues nada hay que mas se asemeje a una creación fantástica que un sueño". La técnica de Hernández no es la de la vivencia onírica, aunque algunos de sus relatos tengan ambiente de sueños, sino más bien, los estados mórbidos de la vigilia. Los personajes de sus cuentos, en Nadie encendía las lámparas, Las hortensias y otros -aunque a menudo aparezcan siendo él mismo- están, en mayor o menor grado, afectados de cierta psicosis, o pasan por estados de conciencia ultranormales; la imagen del mundo se hace así extrañamente espectral, sin que sea arbitrario su sentido, sino, al contrario, muy humano. Esa aparente absurdidad de la imagen no hace sino mostrar, acentuándolo humorísticamente, el absurdo de la realidad humana..." (Hernández acusa, recién en una carta de 1944, la lectura de Kafka: "Ya leí "América". Es terriblemente angustiosa"). Finalmente, a propósito del examen de conciencia que Hernández realiza en la segunda parte de El caballo perdido, en páginas que no duda en considerar "de las más valiosas de la literatura platense", Zum Felde alude a Proust cuando lamenta: "...que Hernández no haya proseguido -un poco más, siquiera- en ese plano de vivencia y análisis del recuerdo, en el que ha realizado lo que es hazaña grande: aportar algo nuevo, propio, después de "A la recherche du temps perdu". Y no es porque su cuento fantástico, posterior, sea género de valor literario menor que aquel, sino porque parece que allí dejo una profunda vena todavía sin explorar, quien, como él, se reveló tan experto en esas exploraciones de lo profundo". También el narrador. chileno José Santos González Vera, que conocía solamente Por los tiempos de Clemente Colling, expresó en 1959: "A ratos parece el autor un primo hermano de Proust. Su análisis es muy agudo y minucioso, sin perjuicio de abandonarlo constantemente y de volver a el siempre para agregar algo". Se le ha comparado asimismo con uno de los uruguayos que (como Lautremont y Supervielle) fueron ganados por la literatura francesa: Jules Laforgue, cuya obra, escasamente traducida, es de presumir que Hernández no conociera. Tampoco hay constancia de que haya leído tempranamente a Ramón Gómez de la Serna, el humorista español, al menos hasta 1945, cuando dice -en una carta- que lo está leyendo. Puede ser sorprendente hallar en aquél un pasaje como éste:
"Las hortensias
disfrutan de la calle.
En los campos se
quedarían tontas y se
morirían inmediatamente.
Son flores para
presumir, para asomarse
como en blusa a que las
vean los vecinos y los
que pasan". Pero Gómez de la Serna prefiera quedarse siempre en lo puramente ingenioso, en el juego intrascendente; Hernández suele ir más lejos. IV - Composición y estilo La reserva de Zum Felde acerca de que la sustancia de los relatos de Hernández es "aparentemente, menos elaborada que en Borges", era justificada. Es que Borges -que nació y vivió entre libros- obtiene siempre la perfección de su estilo; en tanto que Hernández la persigue trabajosamente. Lo señala Paulina Medeiros:
"Por carecer de lecturas
y conocimientos
superiores, afrontaba
grandes obstáculos para
dar forma a sus ideas.
Se propuso crear su
propio estilo, de
aparente simplicidad y
sin embargo arduo por la
escabrosidad da su
pensamiento y la tortura
mental de un creador
original como pocos y
virgen de literatura".
El mismo lo dice, desde
París, en una carta de
1947: "Trabajo como
siempre; pero hago y
deshago en grande".
"Todas las palabras son
sencillísimas,
simpáticas, redondeadas
de honradez de
expresión, sin
preocupación por
expresar todas u otras
palabras del idioma que
no usamos acá. ¿Sabes
porqué, te digo eso?
Porqué yo tengo como un
proceso de amistad con
las palabras; primero me
hago amigo directo de
ellas; y después me
quedo muy contento
cuando se me aparecen
juntos, dos que nunca
habían estado juntas,
que habían simpatizado o
se habían atraído en
algún lugar de mi alma
no vigilado por mí. Y me
da una sorpresa
encantada al verlas
aparecer juntas y
sabiendo que se habían
hecho amigas". La preocupación por las palabras fue esencial para lograr la magia del estilo. No lo preocupó demasiado, en cambio, la estructura de las narraciones, algunas de las cuales parecen carecer de ella. Su propio testimonio informa de como, por consejo de Supervielle, eliminó una porción de un cuento, de lo que resultaron dos relatos:
"Supervielle estuvo
estudiando EL COMEDOR y
le parece que todo el
relato del concierto
aleja la atención por
demasiado tiempo del
comedor y los demás
asuntos. Lo saqué
enterito y quedó como un
cuento aparte, con
angustias y hechos
propios".
Los cuentos son EL
COMEDOR OSCURO y MI
PRIMER CONCIERTO,
incluidos ambos en
Nadie encendía las
lámparas.
"Debajo de un árbol y encima de un césped vivía un silencio de cuerpo de aire y de vestidos de luz, que el sol le hacía todos los días y la luna le regalaba todas las noches". Mas lo poético puede ser el aliento que entibie la prosa; fue en la prosa narrativa que halló la forma de expresión adecuada a su sentido de la poesía. Así lo entendió Jules Supervielle, que lo presentó en 1945 en un acto donde Hernández leyó EL BALCÓN (luego Supervielle volvería a presentarlo en París, en La Sorbona, en 1948). La traducción de sus palabras es la siguiente: "Entiendo por narrador poético" (conteur poétique) "al escritor en quien la poesía, lejos de dividir y retardar el relato por hallazgos agregados, lo alimenta naturalmente y lo hace vivir. En Hernández el poeta está, en efecto, tan dotado como el narrador. Esas dos artes en él se fundan en las profundidades. ¡Y como sabe humanizar un dominio extremadamente imprevisto y singular"
Felisberto Hernández se
reconocía incapaz como
crítico: "...yo tengo
verdadera vergüenza de
no ser crítico y de
sentirme cada día más
burro en esta materia; y
me siento sin
autoprestigio"
(carta del 24/10/47,
desde París, a Paulina
Medeiros). Eso no le
impidió escribir en
comentario acerca de "El
ladrón de niños" de
Supervielle, en 1944; y
otro sobre la obra
teatral de Paulina
Medeiros "El sol sobre
los huesos" (reproducido
en "Felisberto Hernández
y yo"). Esos comentarios
no justifican su
pesimismo, a menos que
se considere que la
crítica subjetiva no
tiene razón de ser.
Hernández evidencia una
comprensión plena de la
obra comentada y
trasmite al lector el
interés que ella tiene y
la fascinación que él
experimenta. "La autonomía de los personajes, el vocabulario particular otorgado a cada uno, son poderosos medios de acción novelesca pero no son necesidades. Se los encuentra más acusados en "Lo que el viento se llevó" (Margaret Mitchell) que en "Los endemoniados" (Dostoievski) y son nulos en el "Adolfo" (Benjamín Constant). No creo que sea verdad que el novelista deba crear personajes; debe crear un mundo coherente y particular como cualquier otro artista".
El mundo de Hernández es
coherente consigo mismo
y mantiene una poderosa
unidad desde sus
primeros trabajos hasta
los últimos. Cada obra
literaria puede ser
considerada, desde
cierto punto de vista,
como un test que el
autor hace de sí mismo;
un test mucho mas rico y
expresivo que el que
pueda crear un
psicólogo. Ideas acerca
del mundo y de la vida,
sentimientos,
preferencias,
aversiones, se descubren
-y se encubren- en ella.
Cada escritor describe
-en forma directa o
indirecta- un universo
personal. El del
escritor Felisberto
Hernández es
voluntariamente limitado
porque así era el del
hombre Felisberto
Hernández. El hombre y
el escritor Hernández
enfocan empeñosamente el
pasado, un pasado
personal en el que
subrayan lo minúsculo.
No se trata de una
idealización de ese
pasado, de un continuo
fluir de recuerdos dichosos;
pues en esa evocación
que abarca infancia y
adolescencia y también
épocas más próximas al
presente, la angustia
suele aflorar, a veces
aludida, a veces mentada
en forma directa. Y esa
angustia es perceptible
aun en cuentos cuyo
único objeto aparente es
divertir, cómo MUEBLES
EL CANARIO (en cuanto a
EL COCODRILO, es en
realidad un relato
tristísimo, reflejo
distorsionado de una
larga cadena de
frustraciones). El
sentido del humor y el
de lo poético son armas
invalorables para
enfrentar un mundo que
disgusta o aflige, un
mundo al que se siente
hostil o indiferente.
Puede suponerse que
Hernández sintió así el
mundo y lo enfrento
apelando a esas armas.
"He decidido leer un
cuento mío, no solo para
saber si soy un buen
intérprete de mis
propios cuentos, sino
para saber también otra
cosa: si he acertado en
la materia que elegí
para hacerlos: yo los he
sentido siempre como
cuentos para ser dichos
por mi, esa era su
condición de materia, la
condición que creí haber
asimilado naturalmente,
casi sin querer; por eso
quiero saber si eso es
una parte íntima o
necesaria de ellas
mismas, o por lo menos
si esa es la manera
preferible de su
existencia. (Incluido en Diario del sinvergüenza y Ultimas invenciones)
La de Hernández es una
visión fuertemente
subjetiva del mundo, de
las personas y de las
cosas. Una visión qué
puede calificarse como
ingenua, infantil; o
adolescente; pero que es
siempre agudamente
inquisitiva; maravillada
y entusiasta unas veces
(tanto como para
escribir casi sin más
tema que su entusiasmo,
como ocurre con
FILOSOFÍA DEL GÁNGSTER y
ALMACÉN DE IDEAS,
inconclusas pero nada
desechables); teñida por
la angustia otras veces;
o, mejor, inquisitiva,
maravillada, angustiada
y burlona casi a la vez.
"Un día hizo una mañana
que además de ser
distinta de todas las
mañanas lindas, fue la
más radiantes; si
hubiera venido a
visitarnos un habitante
de otro planeta se la
hubiéramos mostrado como
ejemplo de una mañana en
la tierra; parecía que
si a los niños le
mandaran hacer, una
composición "La Mañana"
tendrían que pensar en
una como aquélla".
En MUR; cuento donde
Hernández aparece como
conferencista, el
curioso personaje
llamado Mur discrepa con
una frase que aquél
habría citado: "es más
interesante el más
miserable de los hombres
que el más maravilloso
de los árboles". La
afirmación coincide a
todas luces con el
interés y la curiosidad
de Hernández, volcados
enteramente sobre el
hombre y las cosas que
lo rodean: la naturaleza
y el mundo animal
figuran sólo como
elementos ilustradores,
en función de aquel
interés polarizador. "Otras veces nos sorprendía la mancha oscura del vino que parecía agrandarse en el aire mientras la sostenía el cristal de la copa" (El AC0MODADOR).
"De pronto mirábamos,
simplemente, cómo allá
abajo las cabezas se
asomaban a los círculos
blancos de las mesas de
mármol y las manos
llevaban hasta cerca de
la nariz el café, que se
veía como una pequeña
mancha negra. Uno de los
mozos era miope y andaba
detrás de unos cristales
muy gruesos; ellos le
aconsejaban con mucha
lentitud dónde podía
encontrar una cosa;
después la nariz
oscilaba como una
brújula hasta que se
detenía apuntando a su
objetivo. En una mano
llevaba una bandeja y
con la otra iba
tanteando a la gente.
Nosotros lo
contemplábamos como a un
vaporcito que navegaba
entre islas, encallando
a cada rato o
descargando los pedidos
en puertos equivocados".
Pues la intención de Hernández no es mostrar desnudamente una realidad sino refractarla a través de su visión, que sabe muy distinta de las demás (y no por eso menos legítima). V - Lo fantástico
Surge entonces en la
obra de Hernández un
mundo en cierto grado
prodigioso o fantástico.
Este ultimo calificativo
le cabe a Hernández,
tanto como para que
surja espontáneamente en
el lector. Sin embargo,
los críticos se ven un
tanto embarazados para
calificarlo como autor
fantástico, porque solo
en algunas ocasiones
apela a lo que está
reñido con la realidad
verificable o posible. "La narración fantástica se deleita en presentarnos a hombres como nosotros, situados súbitamente en presencia de lo inexplicable, pero dentro de nuestro mundo real. Mientras que lo féerico coloca fuera de la realidad un mundo donde lo imposible y, por lo tanto, el escándalo" (para la razón) "no existen y lo fantástico se nutre de los conflictos entre lo real y lo posible. En primer lugar, nos encontramos en nuestro mundo claro y sólido, donde nos sentimos seguros. Sobreviene entonces un suceso extraño, aterrador, inexplicable y experimentamos el particular estremecimiento que provoca todo conflicto entre lo real y lo posible". "El amante de lo fantástico no juega con la inteligencia, sino con el temor; no mira desde fuera, sino que se deja hechizar. No es otro universo el que se encuentra frente al nuestro; es nuestro propio mundo que, paradójicamente, se metamorfosea, se corrompe y se transforma en otro".
Afirma también lo que
Hernández hubiera leído
con sumo placer: "La
función del arte" (al
revés de la ciencia)
"consiste en expresar el
misterio de las cosas". "A primera vista, la ironía, el humorismo, son incompatibles con lo fantástico. Lo humorístico y lo fantástico se rechazan como el agua y el fuego". (Luego se extiende en consideraciones acerca de la complejidad de la relación risa-miedo).
La primera de las
afirmaciones citadas
puede aplicarse muy bien
a cuentos como EL
ACOMODADOR y MUEBLES EL
CANARIO: en un ambiente
cotidiano aparece algo
que lo trastorna. Las
otras ayudan a ver que
Hernández elude el
horror y lo trágico (y
cuando aparecen no son
el centro de la
narración, como en LA
ENVENENADA). En cambio
lo humorístico y lo
poético fluyen siempre
de sus relatos, sean
fantásticos o no.
VI- La primera etapa
Las cuatro modestas
publicaciones hechas
entre 1925 y 1931 -hoy
inhallables- fueron
reunidas póstumamente
bajó el título de
PRIMERAS INVENCIONES
(Editorial Arca, 1969),
junto con algunos
trabajos tempranos
divulgados por
periódicos o revistas,
cuatro relatos inéditos
y tres poesías.
Libro sin tapas,
cuatro años posterior,
presenta nueve textos,
incluyendo entre ellos
un esbozo teatral y un
retrato de un personaje
(LA BARBA METAFÍSICA,
que describe a un amigo
suyo, cuyo rasgo facial
más visible era la
barba). Los demás son
narraciones. La primera
de ellas (sin título,
solo antecedida por la
palabra PRÓLOGO) se
refiere al juicio hecho
por los dioses de una
nueva religión a un
muerto que había sido
egoísta. En la segunda -ACUNAMIENTO-
se habla de la vida en
"plantitas de cemento
armado" construidos por
los hombres para
sobrevivir a la Tierra,
cuyo fin se creía
próximo. LA PIEDRA
FILOSOFAL no responde a
lo que podría esperarse
bajo semejante título:
desarrolla la concepción
del mundo y de los
hombres que tiene "una
piedra más bien
cuadrada". Es posible
concluir que Hernández
no domina lo suficiente
los temas que ha elegido
-o que los ha buscado
excesivamente
originales, o que no ha
encontrado aún la manera
y la temática que lo
distinguirán después.
Pero ya están, no
obstante en EL VESTID0
BLANCO. Es la primera
narración de este serie
en que el narrador es el
protagonista. No trata
propiamente de un
vestido blanco ni de la
mujer a quien pertenece,
sino a las dos hojas de
una persiana: el
narrador siente
vivamente que ellas
experimentan dolor si no
están cerradas o
enfrentadas
simétricamente, pues
esas son "sus posiciones
de placer". Es difícil
dejar de pensar en eí
carácter delirante de
tales reflexiones, pero
eso no quita mérito al
relato. Otra muestra de
reflexión de tipo
anormal es HISTORIA DE
UN CIGARRILLO, a
propósito de un
cigarrillo de punta rota
que el narrador siente
escrúpulos en fumar. En
GENEALOGÍA, intercalada
entre las dos citadas,
vuelve a la narración
impersonal, más
fantástica, todavía: una
circunferencia y un
triángulo se pasean
sobre una línea
horizontal infinitamente
larga, se acercan, se
transforman en otras
figuras, se confunden,
luego envejecen y mueren
convirtiéndose en una
segunda línea horizontal
infinita a la que se
agregarán en la misma
forma otras, en un
proceso interminable. "La silla era de la sala y tenía una fuerte personalidad. La curva del respaldo, las patas traseras y su forma general eran de mucho carácter ... Tenía una posición seria, severa y concreta. Parecía que miraba, para otro lado del que estaba yo y que no se le importaba de mi.
Irene me llamó de
adentro porqué decidió
que tocáramos el piano.
La silla que tomó para
tocar era igual de forma
a la que había visto
antes pero parecía que
de espíritu era
distinta: esta tenía que
ver conmigo. Al mismo
tiempo que sujetaba a
Irene, aprovechaba el
momento en que ella se
inclinaba un poco sobre
el piano y con el
respaldo libre me miraba
de reojo".
VII - Por los tiempos de Clemente Colling
Por los tiempos de Clemente Colling
(1942) -cuya edición fue
financiada por amigos de
Hernández- es la primera
de sus narraciones
largas. Puede decirse
que, con
El caballo perdido
y
Tierras de la memoria
compone una trilogía,
escrita en una misma época de su carrera literaria, basada en recuerdos
de infancia y adolescencia. Esa trilogía supera -y no solo por la
extensión- todo cuanto había escrito antes. "...hay páginas suyas, especialmente en Por los tiempos de Clemente Colling ,que se nutren de una jugosa evocación de algunas estampas del Montevideo todavía aldeano de entonces. Su nombre tendría que verse, en ese sentido, en la perspectiva que le dan los de José Pedro Bellán, que lo precedió, y de Juan Carlos Onetti y Mario Benedetti que lo siguieron. Cada uno de ellos da, del Montevideo que evocan, una modulación muy propia y diferente, pero todas se nutren de una atenta visión de nuestro ambiente urbano''. Pero la intención fundamental de Hernández no es hacer una evocación de época, ni biografías, ni siquiera Memorias ordenadamente dispuestas. En lugar de una rememoración rigurosa de infancia y adolescencia y de gentes que entonces conoció, lo que hace es formar -casi sin proponérselo- un manojo de recuerdos y pensar en ellos desde su presente. Esa intención es subrayada en pasajes como este: "De esto hace más de veinte años. Ahora, mientras respiro sobre aquellos recuerdos, estoy sentado en un banquito rojo, echado sobre una mesita azul, rodeado de reflejos verdosos y dorados que hace que el sol en las plantas; y todo esto en un galpón abierto de piso de tierra, de una casa que a esta hora siempre está sola. En este tiempo presente en que ahora vivo aquellos recuerdos, todas las mañanas son imprevisibles en su manera de ser distintas. Sin embargo, lo que es más distinto, el ánimo con que las vivo, la especial manera de sentir la vida de cada mañana, la luz diferente con que el sol da sobre las cosas, las formas diferentes de las nubes que pasan o se quedan, todo eso se me olvida. Únicamente quedan los objetos que me rodean y que se que son los mismos. Todas las noches, antes de dormirme, tengo no sólo curiosidad por saber cómo veré o como serán las mañana siguiente, sino cómo veré o cómo serán los recuerdos de aquellos tiempos. A veces me concentro tanto en ellos, que de pronto me sorprende estar presente. Y no precisamente la mañana de hoy -en que todo fue tan agradable, en que tuve placer de vivir y en que me siento aislado, robando ratos a ciertas penas-, sino que se me hacen incomprensibles los tiempos en que ahora vivo. He renunciado a la difícil conquista de saber, cómo yo en aquellos tiempos y cómo soy ahora, en que cosas era mejor o peor antes que ahora. A veces pienso en lo larga y tolerante que es la vida después de haberla malgastado tanto tiempo. Otras cuando pienso en los amigos que se me murieron y en que sigo viviendo, me parece que este tiempo es robado y que lo tengo que vivir a escondidas". (...) "... yo me echo vorazmente sobre el pasado pensando en el futuro, en cómo será la forma de estos recuerdos. Por eso los veo todos los días tan distintos. Y eso será lo único distinto o diferente que me quede del sentimiento de todos los días. El esfuerzo que haga por tomar los recuerdos y lanzarlos al futuro, será como algo que me mantenga en el aire mientras la muerte pase por la tierra".
Se percibe en este
fragmento que hay en el
narrador motivos de
disgusto en el presente,
que está lejos de ser
todo lo satisfactorio
que quisiera; aunque en la mañana del día en que escribe "todo fue tan
agradable" y sintió "placer de vivir", sabe que
"ciertas penas" son mas
sustanciales y perdurables. Eso puede ser lo que lo empuja a echarse
"vorazmente sobre el pasado", alejándose así de las circunstancias (que
no hace entrar en la narración) que hoy le son ingratas. No por eso deja
de gozar, cuando puede, del momento presente, de ésas pequeñas cosas
para las cuales siempre sus sentidos son receptivos: ahora son el
banquito rojo, la mesita azul, los "reflejos verdosos y dorados que hace
el sol en las plantas" el silencio y la soledad de estos instantes, sin
los cuales no le sería posible volver al pasado, del que de ninguna
manera quiere prescindir. Esa revisión es tan intensa que a veces
retorna al hoy sorprendido, pues lo ha olvidado del todo. (Mas adelante,
en
El caballo perdido,
advertirá que esa doble vida puede ser peligrosa para su salud mental). "He revuelto mucho los recuerdos. Al principio me sorprendían no solamente por el hecho de volver a vivir algo extraño del pasado, sino porque los conceptuaba de nuevo con otra persona mía de estos tiempos. Pero sin querer los debo haber recordado muchas veces más y en forma diferente a la que supongo ahora; les debo haber echado por encima conceptos como velos o sustancias que los modificaran; los debo haber cambiado de posición, debo haber cambiado el primer golpe de vista, debo haber mirado unas cosas primero que otras en un orden distinto al de antes. Ni siquiera se cuáles se han desteñido o desaparecido, pues muchos de los que llegan a la conciencia son obligados a ser concretos y claros. Algunos me deben haber engañado con audacia, con gracia, con nuevos encantos y hasta deber haber sido sustituidos con cosas que les han ocurrido a otros, cosas que yo he visto con predisposición especial y las he tomado como mías". A Hernández no le basta con revivir episodios de su pasado: necesita confrontarlos con su presente, ese presente del cual no dice nada concreto pero deja entrever algo. Al hacer esa evocación advierte, como todos los que han emprendido semejante tarea con sagacidad, que hay huecos en su memoria y recuerdos modificados y mal colocados y hasta quizá algunas cosas han sido observadas y sentidas pero son experiencias ajenas. Pero esa comprobación no lo desanima; por el contrario, acentúa su permanente disponibilidad para la evocación, para aventurarse en el misterio inagotable que para él encierran los hombres y las cosas -y asimismo en los íntimos y sutiles procesos que hacen posible esa aventura absolutamente personal. VIII - El caballo perdido
La misma, línea
evocativa -ahora centrada en su infancia- es la que sigue en
El caballo perdido,
publicada un año después. La originalidad de Hernández no bastó para
ampliar mucho el número de lectores, aunque su fama sobrepasaba ya las
fronteras del país. El libro de 1942 fue reeditado recién en 1966; el de
1943, en 1963. "Sus libros se vendieron siempre mal y creo que el único
que se agotó en un par de años fue el último,
La casa inundada,
anotó Ángel Rama en la hora de su muerte. "...de mirar cómo llegaban los pensamientos: eran como animales que tenían la costumbre de venir a beber a un lugar donde ya no habla más agua. Ningún pensamiento cargaba sentimientos: podía pensar, tranquilamente, en cosas tristes: solamente eran pensadas. Ahora se me acercaban los recuerdos como si yo estuviera tirado bajo un árbol y me cayeran hojas encima: las vería y las recordaría porque me habían caído y porque las tenía encima. Los nuevos recuerdos serían como atados de ropa que me pusieran en la cabeza: al seguir caminando los sentiría pesar en ella y nada más. Yo era como aquel caballo perdido de la infancia: ahora llevaba un carro detrás y cualquiera podía cargarle cosas: no las llevaría a ningún lado y me cansaría pronto".
El creador está en su
plenitud, como lo
demuestra la avalancha
de comparaciones, que
expresan admirablemente
su desolación. Pero en
este viaje a través de
sí mismo, tan
profundamente sincero,
ha desaparecido la
alegría. Nuevas
circunstancias -el viaje
a París (sus cartas lo
muestran invariablemente
entusiasta), otras
creaciones, otros
amores- y su propia
vitalidad en pugna con
su demonio interior, la
harán renacer. Paulina
Medeiros anota que "hizo
chistes hasta poco antes
de morir".
IX - Algunas opiniones sobre la obra de Felisberto Hernández
Sobre
Las hortensias (Semanario Marcha, 28/4/50, Ángel Rama).
"Se le podría definir
como el poeta de la
materia, reconociendo
esa curiosa ausencia de
vida espiritual que
recorre su obra: ni
ideales, ni creencias
religiosas, ni
sentimiento de la
historia viva de los
pueblos, ni afán de
transformación
espiritual". (ídem, 17/1/64).
(Emir Rodríguez Monegal: "Uno de nuestros escritores malditos", en diario "El País", 16/1/61). "En la obra de Felisberto Hernández se revela, con claridad de mediodía, un rasgo que es preciso destacar ante todo porque es capital en su creación. Ese rasgo es la no disimulada presencia del autor en cada una de sus paginas. Estas se muestran siempre como empapadas de materia personal, sin que ello signifique que lo anecdótico sea siempre autobiográfico. Pero se diría que toda su obra es un nunca claudicado esfuerzo de reflexión sobre sí mismo. Esta omnipresencia del autor en sus páginas se manifiesta de diversos modos. En ocasiones, el autor es protagonista del relato (aunque a veces el carácter fantástico del mismo lo disimule); en otras, es coprotagonista testigo, enfrentando generalmente personajes extraños y situaciones insólitas; en otras, por fin, esa omnipresencia se da mediante una especie de transferencia: se cuenta en tercera persona, pero el personaje protagónico es indisimuladamente un alter-ego".
(Arturo Sergio Visca:
Nueva antología del
cuento uruguayo,
Ediciones de la Banda
Oriental, 1976). ."En éste texto Diario del sinvergüenza expresa con sorprendente nitidez ese estado de disgregación de la personalidad que constituye uno de los centros de su obra. El cuerpo (el sinvergüenza) es sentido como ajeno; la cabeza (ella) tiene su vida independiente. En lucha con el "sinvergüenza" y con "ella" y muchas veces oculto por ambos, esta el esquivo "yo", en cuya búsqueda anda denodadamente el protagonista-relator. Con esta materia, de apariencia más filosófica que narrativa, el autor dinamiza un relato que mantiene un interés intrínsecamente narrativo aunque transido de resonancias filosóficas. Lo narrativo y lo filosófico es vivido de tal modo por el protagonista-relator que la materia filosófica se hace narrativa y esta expresa naturalmente conocimiento. De ahí que este relato (inconcluso) pueda abrir las puertas del secreto del arte hernandiano (secreto que él mismo siente como un misterio cuando se pregunta si es un filosofo que narra o narrador que filosofa)".
(ídem) "...apenas se profundiza el análisis, se hace evidente que casi no existen en la narrativa de Hernández elementos sobre o contra naturales. Por lo contrario, en sus cuentos suele moverse en el plano de la realidad más aparentemente trivial. ¿De donde proviene esa impresión de orbe narrativo fantástico que deja la lectura de la obra del autor? Proviene de la particular visión que de la realidad tiene Hernández y del tratamiento a que la somete para hacerla ingresar a la literatura. La realidad, sin dejar de mostrar su carácter de tal, es vista desde una perspectiva que la convierte en fantasmagórica".
(ídem). "...otro de los aspectos que incide en la narrativa de Hernández para darle un aire fantástico, es la particular manera en que el autor traduce literariamente ciertos estados del alma, sensaciones, sentimientos, emociones, que la misma realidad suscita. Muchas veces la realidad promueve estados dé conciencia difícilmente explicables en el lenguaje corriente. Para expresar esos estados de conciencia, Hernández, en un juego imaginativo, supone o siente tras de la realidad una transrealidad que hace viviente lo inanimado, consciente lo que de conciencia carece. Esta especie de animismo hace fantasmagórica la realidad más trivial. Todos hemos experimentado, por ejemplo, la cualidad inefable de ciertos silencios. Pues bien: Hernández otorga conciencia al silencio..." "...así como da vida a lo inanimado, otorga independencia a lo dependiente. De pronto una mano se mueve, unos ojos lloran una boca ríe independientemente de la voluntad del dueño de tal mano, ojos o boca y como si boca, ojos y manos tuvieran conciencia y voluntad propias. Hasta la cabeza es capaz de pensar por sí"..."Esta animación de lo inanimado y esta independencia de lo dependiente colocan al lector en una zona síquica donde cualquier realidad adquiere el aspecto de lo misterioso".
(ídem).
A propósito de
El caballo perdido: (Ida Vitale, Montevideo, 1964).
"...he podido compararlo
con otros cuentistas y
sorprender su extraña
capacidad para
descomponer la realidad
y alterarla con
procedimientos que
conducen al sueño, a la
pesadilla y al vértigo.
Hernández no es lo que
se llama un estilista y,
a veces, escribe con
descuido y desaliño.
Pero nadie entre sus
compatriotas posee un
poder sugestivo
semejante. Cualquier
tema se transforma en
sus manos y sale
convertido en materia dé
arte insuperable". Notas: [1] Influenciado por Stravinski, del cual solía ejecutar Petrouchka, Nigro y canción de cuna, ejecutadas, públicamente en 1993 (Canal 5) |
Aldo L. Cánepa
El presente trabajo fue cedido por el autor, escrito a máquina y fotocopiado. Fue scaneado, procesado y editado por mi, Carlos Echinope, editor de Letras Uruguay, sin apoyo alguno y sin trabajo rentado. Si me apoyan haré mucho más. Gracias. echinope@gmail.com - @echinope
Ir a índice de Ensayo |
Ir a índice de Cánepa, Aldo L. |
Ir a página inicio |
Ir a índice de autores |