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"El café es un mundo discepoliano en el que todo es posible " (Alejandro Michelena)
Reportaje de Miguel Ángel Campodónico
campo@montevideo.com.uy

 
 

Poeta y periodista, Alejandro Michelena incursiona ahora en el mundo de los boliches, de los bares y, fundamentalmente, de los cafés, en el libro recientemente publicado por editorial ARCA, "Los cafés montevideanos". Para hablar acerca de esta experiencia, muy poco frecuentada entre nosotros, AQUÍ conversó con Michelena en el amplio salón del Sorocabana, como parecían exigir las circunstancias.

-¿De qué manera te informaste para realizar un trabajo sobre un tema tan poco transitado?

-En realidad, hubo dos maneras. La primera fue la del conocimiento directo. La segunda, vinculada con los datos históricos, supuso una verdadera tarea de investigación, debido a que por razones cronológicas yo no pude conocer  muchos de los lugares que menciono en el libro. Efectivamente, como tú decís, se trata de un tema poco transitado. Apenas existen un opúsculo de Aníbal Barrios Pintos sobre "Pulperías y cafés de Montevideo", de hace unos veinte años, y un folleto de Zum Felde de los años diez. Esto me obligó a hacer un paciente trabajo, revisando por azar y por intuición diarios y distintas publicaciones de la época, todo lo cual a veces llegó a significar una tarde en la Biblioteca Nacional para encontrar un dato. Pero también buena parte de la información la conseguí por comunicación directa, hablando con los habitúes de los viejos cafés, quienes en definitiva aportaron la parte anecdótica, quizás la más jugosa del libro, ya que se trata de un material de primera mano sobre el Tupí, el Polo, etc.

-¿Cómo se explica que alguien joven como tú se acerque a esta temática aparentemente reservada para gente madura, rodeada por recuerdos que insisten en que lo pasado fue mejor?

—Es precisamente así, "aparentemente". Es posible que la gente esperara que fueran los mayores quienes se interesaran por esto, pero hay que tener en cuenta que no se trata de nostalgias, es interés real por nuestro pasado, por la historia de la ciudad en que vivimos, esa historia que no se escribe con mayúscula y que no figura en H.D., todo aquello que pudo ser la vida cotidiana de otras generaciones y que sigue alimentando nuestra vida y nuestra cultura. El Sorocabana, por ejemplo, donde estamos hablando ahora, no se explicaría sin el antecedente del Tupí.

Somos muchos los que compartimos ese interés que el pasado cultural, referido también a lo urbanístico, y que fue pautando la vida de la ciudad.

—Supongo que en la aproximación al tema te habrás encontrado con interminables anécdotas.

—Sí, son anécdotas que se multiplicaron en los cafés desaparecidos y que sobreviven en los pocos actuales. Una que se repite en forma constante es la del charlatán de café, ese individuo con un halo de erudito que "conoce" literatura, filosofía, religión y que sabe, además, explotar convenientemente esa cultura capilar. Hubo personajes que vivieron durante años de sus conocimientos, cobrando cafés, cigarrillos, medialunas, a veces almuerzos fuera de los cafés, es decir, alquilando su erudición a los parroquianos que quedaban maravillados con lo que escuchaban. Se trata en realidad de un mundo discepoliano en el que todo es posible, hasta esa cátedra informal y risible que tenía muchos adeptos. Santana, por ejemplo, estaba recargado de "trabajo" para atender a quienes lo esperaban en las distintas mesas para que les fuera a hablar de temas diferentes. También había especialistas, uno que sólo tocaba el tema Krishnamurti, otro que hacía martingalas para ganar a la ruleta, de manera que todos ellos eran conversadores profesionales.

—¿Qué es lo que intentas con el bosquejo que se incluye en el libro sobre "una teoría del café"?

—En ese capítulo lo de la teoría es una guiñada al lector, se trata de una reflexión filosófica o sociológica que intenta explicar el fenómeno. El café, por supuesto, tiene raíces antiguas, se podría hablar de Francia y de España, y todavía, más lejos, del Medio Oriente, de la Turquía del siglo XVI y de Egipto del siglo XV. En El Cairo se encuentran en esa época pistas de lo que luego vendría a ser el café. Yo en este capítulo trato de aislar un fenómeno que tiene su explicación no tan lejana, si se tiene en cuenta la historia de la humanidad, y que se traduce en el estar, en el conversar, algo que luego se hizo una costumbre reiterada. Lo que hago es tomar los elementos generales a todos los cafés y desarrollar una reflexión que bordea lo filosófico, lo sociológico y —lo digo con temor- lo metafísico. Establezco un paralelismo entre el laberinto de la cultura clásica y el café, encuentro, incluso, en la experiencia del café analogías con el viaje de Ulises y con el infierno dantesco. Todo esto lo desarrollo, no con afán de simple divague sino para analizar la presencia del café en los elementos más permanentes de nuestra cultura. Por todo esto hasta se podría interpretar este capítulo como un intento de psicopatología del café, o si se prefiere una forma de tomarme a mi mismo como punto de referencia para una autoterapia.

-¿Cómo te las arreglaste para transmitir el clima de los cafés que no conociste?

-La recreación del Tupí, por ejemplo, la hice a partir de los datos que recogí de los habitúes, pero mi intención fue que no se tratara de una reconstrucción académica, de manera que espero que de allí haya salido algo vivido. Además, el haber conocido al Sorocabana me permitió comprender lo que pudo ser el habitué del Tupí, del Polo, del Palace, ya que la atmósfera es de alguna manera universal.

-¿Por qué afirmas que el Sorocabana es el último café?

—Yo, por meras razones metodológicas, tuve que optar por una clasificación y entonces consideré como café al clásico en su género, aquel que reúne un cosmopolitismo en sus frecuentadores que le dan una condición de microcosmos. En el café, aquí en el Sorocabana, por ejemplo, el ambiente cambia  radicalmente   según  las horas, incluso en el mismo momento hay mundos distintos, gente vinculada al arte por un lado, contrabandistas por otro, jubilados más allá. Porque también se busca estar todo el tiempo que se quiere, conversar horas o quedarse sin hablar. En ese sentido el Sorocabana es el único café de Montevideo, no hay otro lugar que tenga una heterogeneidad semejante. Los otros bares tienen determinadas clases de habitúes, están especializados en públicos concretos, el "Sportman", estudiantil, el "Lindo", gente de teatro, otros, bohemios de la noche, pero no se encuentra un café que tenga la capacidad del Soro para abarcar personajes tan disímiles, mundos tan distintos, características que, precisamente, definieron a los cafés que ahora se recuerdan como míticos, el Polo Bamba, el Tupí, el Británico.

-Sin embargo, en el libro se incluyen muchos otros bares, o boliches, y hasta pizzerías o confiterías.

-Lo que sucede es que mi trabajo, aunque está referido a los cafés tradicionales, va algo más allá, hago referencia a lugares que no tienen nada que ver con ellos, como los boliches de barrio, que son un mundo aparte, como las confiterías y hasta las pizzerías. En la parte actual no dejo de lado los bares modernos con algún interés e, incluso, me ocupo del boliche de yuyos que es otro ámbito totalmente distinto. Pero la columna vertebral del libro tiene que ver con la relación de los cafés con el quehacer cultural o artístico, sin que esto quiera decir que haya rechazado referencias a lugares que entran en lo antropológico de la cultura bolichera. De todos modos, lo que unificó el trabajo fue aquel elemento común con la cultura. En Montevideo se dio, a partir de lo que Zum Felde llamó "el intelectual de café", allá por la primera década del siglo, el fenómeno de que los cafés tradicionales fueran centros de nucleamiento y hasta plataformas de lanzamiento de revistas y de diferentes actividades vinculadas con la cultura. Fenómeno que duró en Montevideo por lo menos hasta 1910. Esa relación íntima entre café y cultura es una comprobación que la mitología del café montevideano ofrece a quien se acerca a este tema. El recuerdo de viejos cafés desaparecidos no se explicaría sino fuera por el prestigio que le dieron pintores, escritores y gente de teatro. Los demás boliches del libro son puntos tangenciales que bordean el tema central, elementos complementarios que sirven para redondear la visión del mapa montevideano.

-¿Esta incursión por el mundo de los cafés significa que te apartarás de la actividad poética?

-La poesía es el punto central y base entrañable de mi experiencia literaria, de modo que no voy a dejarla. Podría decir que mis incursiones en prosa están alimentadas de alguna manera con anteriores experiencias poéticas. Incluso este libro semi ensayístico o histórico tiene antecedentes poéticos, visiones en clave poética que intentaron apresar la particular experiencia del café. El tema del café fue un alimento soterrado para toda una zona o para todo un encare de mi poesía. No tanto la que puedo estar haciendo ahora, sino la que pudo ser reflejada en parte en mi libro "Rituales", no propiamente en el tema sino en cierta atmósfera o estética, con perdón de los críticos.

Reportaje de Miguel Ángel Campodónico

campo@montevideo.com.uy 

Semanario "Aquí"

Febrero de 1987

 

El presente reportaje fue cedido por el entrevistado, en papel diario. Fue scaneado, procesado y publicado por el editor de Letras-Uruguay.

 

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