Un auténtico pantalón vaquero en la antigua Génova.
Celia Calcagno

de "Por mar y por tierras"

Mucho antes de que Giácomo Calcagno partiera de la playa de Arenzano rumbo a América del Sur, en una choza de esa misma playa vivía otro marinero Giácomo Calcagno -otro Giácomo más... -, cuyo padre fue pescador. Un día, como de costumbre, su padre preparó la barca al amanecer, y con dos compañeros se hicieron a la mar.

La mañana era limpia, el agua transparente, el cielo relucía. Pero hacia mediodía apareció un manto negro en forma de nube, y el mundo se oscureció.

Pronto, la tormenta scaraventó, estalló de golpe, y todo se volvió un tremendo revoltijo en el agua y en el aire. Al anochecer no volvieron las barcas. Recién pasados los días fueron regresando algunas, con señales terribles de averías y destrozos causados por la tempestad.

Pero la barca del padre de Giácomo, que por entonces era un niño, no regresó. Pasó una semana entera, luego otra. Ninguna noticia, un silencio desesperante.

Cansada de esperar Y esperar, la mamá de Giacomo se decidió a subir a la montaña para pedirle a la Madonna da Guarda (Nuestra Señora de la Guarda) por la vida de su marido y de sus dos compañeros de pesca.

Caminó y caminó, y en mitad del camino encontró un torrente, y junto al torrente un arroyito donde una mujer joven lavaba con esfuerzo unos pantalones gruesos, sucios de alquitrán y barro. Estaban fabricados con una tela fuerte y rústica, que era característica de la región de Génova, donde los marineros y campesinos la usaban para el trabajo rudo (andando el tiempo, emigrantes genoveses llevaron esos pantalones a los Estados Unidos, donde se los llamó "Blue Jeans" -azules genoveses- y fueron adoptados como pantalones de trabajo por los vaqueros norteamericanos). .

La madre de Giácomo se detuvo frente a la mujer que lavaba, a la que jamás había visto en el pueblo. Sintió compasión por ella.

- ¿Quien eres?, le preguntó.

Y la otra le contestó sencillamente:

- Una mujer como tú, que lava un pantalón de pescador.

Y sin darle tiempo a responder, le dijo con una sonrisa de exquisita dulzura:

- Sigue tu camino hasta el santuario. Cuando vuelvas, yo habré acabado de lavar este pantalón, y tú te apresurarás a regresar a tu casa.

La madre de Giácomo agradeció sus palabras y siguió subiendo la montaña. Cuando llegó al Santuario, descubrió que el rostro de la Madonna da Guarda se parecía extraordinariamente al de la mujer que acababa de encontrar. Sin demora le hizo su petición:

- iMadonna da Guarda, salva mio marital

Emprendió el regreso más reconfortada, y al pasar por el torrente ya no encontró a la lavandera ni al pantalón. Bajó corriendo a su casa, esperanzada sin saber por qué. Y al llegar encontró que todo era júbilo: su hijito Giácomo y sus hermanos rodeaban riendo y llorando al padre, que había regresado sano y salvo, junto con sus dos compañeros.

Pero el verdadero milagro se vio a la mañana siguiente. Cuando Giácomo, el niño, abrió el arca de la ropa para sacar su blusa y su tricota, encontró dentro, muy limpio y perfectamente planchado, el pantalón que su padre se había sacado al llegar, y que había quedado sobre el brocal del pozo, sucio de alquitrán y barro.

- ¡Mamá, mamá!, exclamó lleno de asombro Giácomo. ¡El pantalón está limpio, pero nadie lo lavó!

¿Nadie...?, sonrió con picardía la mamá, recordando bella a la desconocida. Y le dio a su hijo un beso en la frente...

Por mar y por tierras

Celia Calcagno

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