Oddone: un apellido que surgió enfrentando al poder. 
Celia Calcagno

de "Por mar y por tierras"

Se cuenta que el rey Otón I pasaba un día con su séquito y su caballo por unos campos de Germania. Avanzaba la solemne procesión con banderas y estandartes desplegados. Volvían los guerreros de combatir y se veían mustios y cansados. Otón I iba delante, montado en su espléndido corcel enjaezado de hierro y pedrerías. Para cortar camino, el rey ordenó enfilar hacia un prado. El cortejo se internó sin vacilar en un campo sembrado, sin importarle ni poco ni mucho aplastar las espigas o retorcer las vides.

 

Amanecía. De pronto, en medio del campo, les salió al cruce un muchachito como de doce años, que resueltamente encaró al caballero que venía a la cabeza de la procesión, y le gritó con voz imperiosa:

 

- ¡Atrás! Este es el campo de mi padre y no se puede destrozar el sembradío.

 

El rey detuvo su marcha, y levantando la cimera que ocultaba su rostro, replicó

 

- ¿Sabes quien soy?

 

- Alguien que está estropeando el campo de mi padre.

 

- ¡Déjame avanzar! ¡Apártate!

 

Pero el chico permaneció inmóvil. Levantó la cabeza con determinación y abrió los brazos para impedir les el paso.

 

Otón l frunció el ceño con gesto severo:

 

- Déjame pasar, muchachito. Soy Otón l, tu rey.

 

El muchacho no se movió de su sitio y contestó con voz segura:

 

- ¡No os creo! si fueseis nuestro rey, respetaríais el derecho de vuestros súbditos a defender sus campos y sus sembrados.

 

Y abriendo aún más sus brazos con la mayor firmeza, agregó sin que le temblara la voz:

 

- Si queréis pasar, tendréis que atravesarme con la espada. Pero si de veras sois el rey, defended el derecho de vuestra gente.

 

Cuentan que al oír estas palabras, el rey Otón bajó del caballo y fue al encuentro del muchacho. Se quitó un anillo que llevaba en su mano y se lo entregó al chico, diciéndole:

 

- Me agrada encontrar a un buen súbdito que sabe imponerse a los grandes cuando debe afirmar su verdad. Te entrego este anillo corno reconocimiento, y desde ahora tú y tus descendientes podrán llevar mi nombre.

 

Agradeció el muchacho, y colocando el anillo en el dedo pulgar, porque en los demás le quedaba demasiado grande, contestó simplemente:

 

- No olvidaré la distinción que me habéis hecho; pero ahora, señor, desandad vuestro camino.

 

A una orden del rey, la comitiva abandonó respetuosamente el lugar. Y es así que desde entonces andan por el mundo miles de Oddone, no descendientes del poderoso monarca, sino del humilde y valeroso campesinito que supo defender sin arredrarse sus justos derechos...

Por mar y por tierras

Celia Calcagno

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